Convéncete: cuando se trabaja por Dios, no hay dificultades que no se puedan superar, ni desalientos que hagan abandonar la tarea, ni fracasos dignos de este nombre, por infructuosos que aparezcan los resultados.
¡Serenidad!, ¡audacia! Desbarata con esas virtudes la quinta columna de los tibios, de los asustados, de los traidores.
No te lanzas a trabajar en esa empresa sobrenatural, porque -así lo dices tú- tienes miedo a no saber agradar, a hacer una gestión desafortunada. -Si pensaras más en Dios, esas sinrazones desaparecerían.
A veces considero que unos pocos enemigos de Dios y de su Iglesia viven del miedo de muchos buenos, y me lleno de vergüenza.