Kant dijo que hay hablar de Dios “en los límites de la razón”. ¿Cuáles son esos límites? ¿Cómo refutar esta postura? -S.B.
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Para Kant el único discurso que puede asegurar un lugar en la plaza pública, es decir, el único que puede ser completamente comprensible por otros humanos, es el discurso que se mantiene en los límites de la razón. No es que él limite el ser humano a lo racional, sino que la expresión de nuestro conocimiento sólo puede ser expresada y recibida si es racional. Ello es así, según él, porque la racionalidad es la condición misma de todo conocer, dada la estructura de la mente humana, previa a toda experiencia.
Eso no implica directamente que no exista Dios o que no se pueda tener fe sino que de la religión debe hablarse, según él, dentro de los límites de la razón, como lo indica de hecho una de sus obras más conocidas: “La religión dentro de los límites de la razón.”
La religión así entendida es básicamente una herramienta para el mejoramiento moral del individuo y potencialmente para el buen orden de la sociedad. Sin embargo, para Kant la religión debe librarse de lo que él considera supersticioso o fanático, y este doble criterio implica el rechazo a la revelación, lo sobrenatural, la obra de la gracia y la posibilidad de la santificación. Además, ninguna religión puede imponerse socialmente ni puede entonces tener un estatuto particular en la sociedad humana.
La principal crítica a la postura kantiana no viene de la religión sino de su postura filosófica misma. Examínese la categoría “superstición” por ejemplo. Con facilidad se puede considerar como supersticioso lo que resulta difícil de explicar o sencillamente lo que supera el cuerpo de conocimiento que la sociedad tiene en momento dado de su historia. Entonces el adjetivo “supersticioso” se convierte simplemente en un arma para validar un tipo de conocimiento (el de la ciencia) invalidando toda otra forma de conocer, por ejemplo, lo que venga de la experiencia, la sabiduría popular, o la religión. Dicho de otro modo: los “límites de la razón” son a menudo bastante arbitrarios y poco racionales, y por ello no se ve por qué sean el máximo tribunal al que todos deban someterse.
Ello no significa desprecio a la razón, ni tampoco aceptación del capricho, sino conciencia de que el espacio de la razón no es necesariamente equivalente al espacio del conocimiento y al espacio de la verdad.