[Predicación para la Comunidad Horeb del Minuto de Dios, en Bogotá. Mayo 31 de 2014.]
* Al utilizar la expresión: “el” corazón, tenemos un recordatorio del ideal familiar de unidad y de un sólo amor, en el amor de Dios.
* Por contraste, vivimos tiempos de división: a menudo cada cónyuge intenta asegurar “su” espacio, “sus” derechos, “sus” amistades. Pasa también que los hijos hacen de sus alcobas pequeños imperios en donde se supone que nadie tiene derecho a entrar sin permiso.
* Manejamos muchas máscaras y muchas imágenes falsas: queremos presentarnos como “el hombre de acero,” o como “la eterna víctima.” Otras imágenes frecuentes pero no menos falsas son la del sabelotodo y la de la impecable.
* ¿Por qué usamos esas imágenes y máscaras? Básicamente porque tienen ventajas en términos de controlar situaciones y de manipular personas. Pero esas falsedades son una trampa que nos deja prisioneros de lo que pretendemos ser. Sucede a veces que, cuando se acerca la hora de la muerte, unos y otros sienten que queda muy poco tiempo para decir las palabras sinceras y para reconstruir puentes que derribamos hace mucho tiempo.
* Jesucristo es experto en quitarnos esas máscaras, sobre todo a través de tres caminos:
(1) Hay poder de sanación en su voz, en sus manos, en el fuego de su Amor. En general, los enfermos se arriesgan a mostrar sus heridas si saben que van a ser curadas.
(2) Su palabra y su ejemplo nos atraen a la santidad (en la verdad) y nos llaman a la conversión de nuestros pecados.
(3) A menudo, Él mismo nos interpela y denuncia nuestras incongruencias, arrogancias y mentiras. No confundamos sin embargo la acusación, que es lo propio del diablo, y que pretende hundirlo a uno en la culpa, con la denuncia, que es lo propio de Cristo y los profetas, y que quiere liberarlo a uno del lastre del pecado.