Todo aquello en que intervenimos los pobrecitos hombres -hasta la santidad- es un tejido de pequeñas menudencias, que -según la rectitud de intención- pueden formar un tapiz espléndido de heroísmo o de bajeza, de virtudes o de pecados.
¿Te has parado a considerar la suma enorme que pueden llegar a ser “muchos pocos”?
¿No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna? -Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco ni en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des.
No me seas… tonto: es verdad que haces el papel -a lo más- de un pequeño tornillo en esa gran empresa de Cristo. Pero, ¿sabes lo que supone que el tornillo no apriete bastante o salte de su sitio?: se aflojarán piezas de más tamaño o caerán melladas las ruedas. Se habrá entorpecido el trabajo. -Quizá se inutilizará toda la maquinaria. ¡Qué grande cosa es ser un pequeño tornillo!
Uno de los inmensos bienes que trae la canonización de Juan XXIII es la recuperación de su perfil espiritual y pastoral. Bien sabido es que numerosos progresistas han querido tomar como apoyo a sus posturas una especie de caricatura del Papa Bueno. Se ha querido sistemáticamente usar su lenguaje de caridad y misericordia como una especie de complicidad bonachona ante el pecado, o como licencia para despreciar los mandamientos de Dios y las leyes de la Iglesia. Semejante engaño va a ser más difícil de sostener a medida que la estatura y la reciedumbre espiritual del Papa Roncalli alcancen su genuina dimensión.
El ecumenismo de Juan XXIII no es negación de la verdad de la fe; la compasión de este gran Papa no es aprobación de mediocridad ni permiso para pecar; su anhelo de paz no se disuelve en irenismo ni en pura diplomacia o negociación de contrarios.
Sólo el amor nos hace verdaderos pero sólo la verdad preserva la pureza del amor, y lo defiende de los numerosos ídolos que tratan de suplantarle. He aquí una lección que tendremos que recordar muchas veces, ahora que la Providencia de Dios nos ha concedido al Papa Francisco, en tantas cosas semejante al humilde Papa de Sotto-il-Monte.
Tema 2: El Santo Deseo y su relación con la acción del Espíritu Santo.
* El Santo Deseo es fruto de la presencia y la acción del Espíritu Santo en nosotros. Iluminando nuestra inteligencia, el Espíritu nos deja percibir la distancia entre lo que el mundo es y lo que Dios querría que fuese. Haciendo arder nuestra voluntad, el Espíritu nos permite experimentar como dolor la manera como el mundo a menudo da la espalda al plan de Dios. Centrando todo nuestro ser en Cristo, el Espíritu nos deja ver el camino que va del ser al deber-ser.
* Esa conciencia llena de luz y esa voluntad que com-padece tienen ya un mérito en sí mismas: son vínculo de unión de caridad con el sufrimiento de Cristo, especialmente en su intercesión ferviente en Getsemaní.
* Mas hay ocasiones en que el Espíritu nos habla, recordando y grabando profundamente en nuestro ser la voz de Cristo. En tales ocasiones el Espíritu nos da “consejos de Evangelio,” o “consejos evangélicos,” que de un modo intenso y en completa consonancia con las circunstancias concretas que nos rodean, indican qué hacer, incluso si ello puede parecer difícil o ridículo a nuestra propia conciencia. No se trata de cometer pecados sino de dar pasos audaces, que pueden parecer improbables pero que resultan inmensamente útiles con una eficacia que va mucho más allá de nuestras previsiones. Es algo así como entregar el timón al Espíritu en una acción específica.
* Hay testimonios de acciones semejantes en las vidas de los santos, cuando sus acciones podían parecer extrañas, y sin embargo, en retrospectiva se ve que no fueron hechas por búsqueda de algo exótico, incorrecto o excéntrico sino bajo la guía del Espíritu. Cuanto más se crece en fidelidad al Espíritu, mayor certeza en reconocer su paso y ser capaz de seguir su voz.
[Retiro Espiritual con un grupo de Hermanas Dominicas de la Presentación, en Bogotá. Semana Santa de 2014.]
Tema 7 de 8: Propuesta de renovación comunitaria
Especialmente los equipos pastorales de las diócesis y las instancias de discernimiento y gobierno en las comunidades religiosas han de hacerse preguntas específicas y tomar decisiones consecuentes. He aquí algunas indicaciones:
(1) Recuérdese ante todo aquello de la “Ecclesia semper reformanda.” Lejos de todo derrotismo o irenismo, sabemos que hay que evitar escandalizarse; acostumbrarse; negociar con el pecado; pretender solucionarlo todo con un par de acciones drásticas; reformar sólo a los que nos caen mal o son débiles ante nuestra autoridad.
(2) Hay que liderar con el ejemplo: Visibles sin ostentación ni exhibicionismo; accesibles y proactivos; sobrios en todo: funcionales sin lujos ni distancias innecesarias.
(3) Debemos cuidar la comunicación: Sea ella directa, ágil, clara, breve, con pocos adjetivos y adverbios.
(4) A pesar de los nuevos y ágiles medios de comunicación, no puede disminuir la importancia del tiempo compartido en persona. Necesitamos escritos más cortos y conversaciones más largas.
(5) Hacer apropiado énfasis en los logros: pedagogía del estímulo.
(6) Incluir elementos narrativos sobre todo de tipo testimonial.
(7) Sin perder eficiencia, cultivar un mayor sentido de paternidad y maternidad espiritual, lo cual implica incluir en el diálogo: tentaciones, sacramentos, oración, lecturas recomendadas.
[Retiro Espiritual con un grupo de Hermanas Dominicas de la Presentación, en Bogotá. Semana Santa de 2014.]
Tema 6 de 8: Propuesta de renovación personal
No podemos quedarnos impasibles ante las enormes dificultades que experimenta la alegría pascual para abrirse paso, también hoy. Empezando por cada corazón, renaciendo nuevo, como Cristo del sepulcro, somos invitados a tomar decisiones concretas, siempre sobre la base de su gracia y su amor. He aquí cinco sugerencias específicas:
(1) Reconocer el lugar del kerigma en la propia vida: ¿cuál es tu historia personal de salvación? ¿La valores, la compartes, la agradeces?
(2) Para no dejarse confundir con tanta literatura que pasa por católica, hacer el test del vocabulario cristiano: cruz, redención, sangre, Cristo, Iglesia, gracia, Espíritu Santo.
(3) Revisar la gratuidad del encuentro personal con el Señor: ¿Le gasto generosamente tiempo al encuentro con Él? ¿Tengo detalles, expresiones de arte, señales claras de alegría cuando se trata de estar con Él? ¿Qué lugar tienen en mi vida los intereses del Amado?
(4) Revisar actitudes existenciales ante las postrimerías. es algo que no falla: el desinterés por el destino eterno es señal de secularización asumida inconscientemente.
(5) El test de la gloria de Dios: ¿Me duele lo que le ofende? ¿Me alegra cuando es conocido? ¿Quiero su victoria? ¿Qué lugar ocupa la palabra conversión, propia y ajena, en mi vida cotidiana?
[Retiro Espiritual con un grupo de Hermanas Dominicas de la Presentación, en Bogotá. Semana Santa de 2014.]
Tema 5 de 8: Dificultades y enfermedades espirituales ampliamente extendidas
Con respecto a las dificultades que afectan a una porción muy amplia del Pueblo de Dios, podemos señalar cinco principales igualmente:
(1) Nueva Era y Orientalismo. Cada vez que el materialismo y la trivialidad asfixian a Occidente, los ojos se vuelven a Oriente. Con frecuencia, a lo largo de los siglos, ello ha significado abrir puertas para que todo tipo de filosofías y prácticas religiosas encuentren espacio de propagación en nuestros países. Así sucede ahora con la Nueva Era. Su vago sentido de trascendencia y su acentuado tono individualista le hacen candidata ideal para reemplazar el vacío del Dios cristiano.
(2) Sectas explícitas e implícitas. La división entre los cristianos no sólo escándalo que resta credibilidad a la predicación del Evangelio: es la oportunidad deseada por el laicismo para declarar a la religión como un mal público que sólo engendra división y odio.
Por otro lado, está también la mentalidad sectaria en grupos que, en principio, están en plena comunión con la Iglesia pero que con sus actitudes o descalificaciones terminan engendrando divisiones fuertes y entorpeciendo el avance de la misión.
(3) Desorientación semántica. Víctimas de un bombardeo mediático incesante, muchos católicos usan el lenguaje de la tolerancia, el pluralismo o la misericordia en la versión domesticada y adaptada a los intereses del mundo. En efecto es devastador y paralizante, especialmente para la transmisión de la fe cristiana a las nuevas generaciones, que en la práctica reciben un mensaje de “todo da más o menos lo mismo mientras uno sea buena persona.”
(4) Politización del mensaje. Otros muchos, por el contrario, pretenden hacer avanzar su versión de la fe católica usando estrategias muy ajenas al anuncio de la gracia. Toman, por ejemplo, a la Virgen de Fátima como estandarte de un modelo político; o toman algunos textos bíblicos para proponer una especie de “socialismo cristiano.”
(5) Pero tal vez el mal más difundido, es ver la religión como un supermercado, pensamiento que está a la base de afirmaciones tan contradictorias como frecuentes hoy en día: “Soy espiritual pero no religioso;” “Soy creyente pero no fanático” (porque ser “fanático” es ir a misa cada domingo, según ellos); “Cristo, sí; Iglesia, no.” Todo ello, por supuesto, es la contrapartida, en términos de ateísmo práctico, al lenguaje secularista y laicista del mundo.
[Retiro Espiritual con un grupo de Hermanas Dominicas de la Presentación, en Bogotá. Semana Santa de 2014.]
Tema 4 de 8: Dificultades y frenos interiores a la alegría
Existen también las dificultades interiores, es decir aquellas que se gestan y crecen al interior de la Iglesia, como comunidad invitada a la fe y la caridad. En cuanto a las dificultades que afectan a muchos ministros ordenados, personas consagradas y laicos comprometidos, hay que mencionar sobre todo cinco:
(1) La “hermenéutica de la ruptura” que considera al Concilio Vaticano II como un punto de quiebre en la historia de la Iglesia. Algunos, los tradicionalistas, lamentan ese quiebre y consideran que la Iglesia perdió su pasado. Otros, los de línea progresista, saludan ese cambio, se alegran de que el pasado quede sepultado, y ven al llamado “espíritu” del Vaticano II como el comienzo de algo muy grande que sucederá inevitablemente en un futuro próximo, sobre todo si pronto se celebra el Vaticano III.
(2) Modernismo: forma de pensamiento que pretende comprender y expresar la fe de modo tal que se adapte de continuo al lenguaje, las categorías y los criterios de aceptación de cada época. En nuestra época particular el modernismo se viste de concordismo cientificista o de un pluralismo democrático que quisiera reducir el mensaje del Evangelio a “seamos buenas personas” (buenismo).
(3) Discontinuidad teológica, en lo dogmático, moral y litúrgico. Hijos o ahijados del modernismo, asi sea mitigado, y de la hermenéutica de la ruptura, un número no pequeño de teólogos y escritores de espiritualidad han visto en este tiempo la ocasión para decir su propia palabra, a veces con resonante pexito y notable popularidad, refeljada en ventas. Pero lo que enseñan no es concorde con el Magisterio de la Iglesia, y ellos lo saben. La gente se devora sus palabras y compra con entusiasmo sus obras, con la gravedad de que entre esos lectores están también muchos que se forman para ser predicadores, confesores o maestros. Autores como Anthony De Mello, Carlos Vallés, Anselm Grün, Hans Küng, Xavier Pikaza, Mariano Vidal, José Pagola, José Ignacio González Faus, Jon Sobrino, Leonardo Boff, y muchos más han impactado y siguen impactando profundamente las ideas y perspectivas de muchos que hoy son sacerdotes y pastores de almas.
(4) Ausencia de la Cruz: un modo “light” de interpretar la resurrección–incluso cuando se concede que implica algo real para el Crucificado, y no sólo para la fe de los discípulos–ha llevado a mirar la Cruz como un hecho relativamente accidental, inesperado para el mismo Cristo; o como la consecuencia colateral de un compromiso sociopolítico, en todo comparable a los “mártires” de las revoluciones socialistas o independentistas de antes o de ahora. La irrelevancia de la Cruz trae daños severos en el espíritu de penitencia, en la mortificación, en la generosidad y por supuesto, en la obediencia, con no pequeño daño a las diócesis y a las comunidades religiosas.
(5) “Carrierismo” : tendencia a equiparar las etapas y procesos del servicio a la evangelización con los modelos típicos de ascenso en el mundo empresarial o académico. El resultado es desastroso para la misión de la Iglesia, sobre todo por el despliegue descarado de egoísmo, y por la manera de “usar” las comunidades para promoverse hacia lugares supuestamente mejores, en términos mundanos.
[Retiro Espiritual con un grupo de Hermanas Dominicas de la Presentación, en Bogotá. Semana Santa de 2014.]
Tema 3 de 8: Relativismo, Subjetivismo y Postmodernidad
Entendemos la secularización “social” como la tendencia cada vez más pronunciada a excluir los criterios externos de verdad y de bien del discurso admisible en la sociedad, de modo tal que una multitud de valores y artículos propios de la fe religiosa se ven como caprichosos o como frenos abusivos a la libertad del individuo. A veces se llama “relativismo” a esta tendencia pero tal etiqueta puede resultar engañosa porque la secularización social no considera que todo sea relativo sino que sólo quiere descartar o cuestionar las certezas más típicas y propias de las “grandes narrativas” es decir, de aquellas cosmovisiones que quieren dar razón del lugar y el futuro deseable para la humanidad en su conjunto. Es la opción propia de la llamada “postmodernidad,” que desconfía de los principios filosóficos, los ideales políticos y los credos religiosos.
Sin embargo, la renuncia a las grandes narrativas no significa renuncia a todo tipo de certezas. Lo que más bien se da es un desplazamiento hacia las certezas más próximas, más materiales y percibibles por los sentidos; aquellas que afectan de modo inmediato al individuo. El nuevo dogmatismo de los postmodernos está constituido por estas certezas “próximas,” que pueden clasificarse en dos grandes grupos: por una parte, las estrictamente individuales, como son la salud, la belleza, el dinero, el sentido de pertenencia a la propia “tribu” y sobre todo, la libertad; y por otra parte, las que se consideran como una especie de patrimonio social fuera de discusión, a saber: la ciencia, la tecnología, la ecología, la flexibilidad en el lenguaje y el valor vinculante de la ley positiva, esto es, lo que se apruebe en el parlamento.
La secularización social supone un grave eclipse de la verdad. Para el hombre postmoderno sólo hay tres niveles de verdad: (1) “Mi” verdad, que es el espacio de las propias convicciones, gustos y autodeterminación; (2) “Nuestra” verdad, que corresponde a lo que por ahora debe considerarse obligatorio, según la ley pública vigente; y (3) “La” verdad objetiva, que queda reservada a la ciencia, entronizada como único saber con pleno derecho público.
Uno se da cuenta que la secularización social queda ciega, sorda y muda frente a la verdad moral. Por consiguiente, arroja al hombre al absurdo de una vida limitada a producir, consumir y entretenerse. Y si a alguien esto le parece insuficiente, el mercado y las leyes aprobadas le indicarán prontamente el camino: suicidio asistido o eutanasia.
[Retiro Espiritual con un grupo de Hermanas Dominicas de la Presentación, en Bogotá. Semana Santa de 2014.]
Tema 2 de 8: Cientificismo y Laicismo
En nuestro tiempo y circunstancias la alegría se extingue asfixiada en medio de dificultades exteriores e interiores.
Las dificultades exteriores tienen todas que ver con la pretensión del mundo de endiosarse a sí mismo, declarando a Dios innecesario, inexistente o improcedente. Uno de los nombres que tiene el “mundo,” o el conjunto de lo “mundano,” en latín, es “saeculum” y de ahí viene la palabra “secularización,” que por consiguiente alude a esa tendencia con la que el mundo pretende absolutizarse, ya sea desplazando a Dios, o relegándolo, o abiertamente combatiéndolo.
La secularización tiene tres dimensiones principales: intelectual, política y social.
Entendemos la secularización “intelectual” como aquel movimiento cultural masivo que termina considerando como única palabra cierta a aquella que provenga de la ciencia. Cientificismo y neopositivismo son nombres alternativos para esta tendencia que no sólo descarta el lenguaje religioso sino que, con fuerza y arrogancia semejantes, pisotea el sentido común, la filosofía, el testimonio de la fe y los saberes o tradiciones de los pueblos. Así por ejemplo, lo que se ha pensado y entendido siempre y en todas partes sobre qué es el matrimonio no importa; lo único que sería argumento para oponerse al matrimonio llamado “igualitario” sería un estudio científico que mostrara a base de abundantes estadísticas y correlaciones con fuerza causal por qué es malo tener dos papás o dos mamás. Lo irónico de este abuso arrogante es que la ciencia misma está sometida a numerosas presiones e intereses, que son particularmente notables en el momento de recoger información sobre los seres humanos. ¿Qué teoría científica ha demostrado que puede producir preguntas completamente neutras, asépticas y libres de todo sesgo? La secularización intelectual equivale a la ideología cientificista.
Entendemos la secularización “política” como aquel movimiento cultural que pretende excluir a lo religioso de todas las esferas de lo público, de modo que los textos religiosos sean equiparados a la fantasía; los signos religiosos sean expulsados de las escuelas y demás lugares públicos; y las personas que representan los distintos credos sean considerados únicamente como representantes de intereses particulares ajenos al bien común de la sociedad en su conjunto. La secularización política equivale a la ideología laicista.
[Retiro Espiritual con un grupo de Hermanas Dominicas de la Presentación, en Bogotá. Semana Santa de 2014.]
Tema 1 de 8: Extintores del fuego del Espíritu
La Pascua invita al creyente a beber de la fuente misma de la que mana toda su salvación y su alegría. ¿Cómo es que esa alegría permanece tan distante de tantas vidas? Podemos dar una primera respuesta, de tipo general, y luego otra respuesta más detallada.
De modo general, diremos que, si la alegría de la Pascua es un fuego admirable, hay que saber que existen “extintores” para ese fuego. Podemos mencionar especialmente tres extintores que de manera general apagan o impiden la genuina alegría pascual.
El primer extintor es la impenitencia, es decir, el amor al propio pecado, o en todo caso, el poner por encima el propio señorío sobre la vida, sin dejar a Dios su trono y lugar en nuestra vida. Este extintor hace su aparición en los evangelios: si al principio de cada uno de ellos vemos a la gente colmada de gozo y admiración por las obras de Cristo, luego observamos que tanto los milagros como la alegría de la gente van desapareciendo. La explicación hay que encontrarla en lo que dice Cristo, quejándose de las ciudades donde había hecho más curaciones y exorcismos: (Mt 11,20-24)
El segundo extintor es la arrogancia que pretende imponer sobre la mirada de Dios la propia mirada, y sobre sus planes, los nuestros. Hasta qué punto tal orgullo nos vuelve impermeables al gozo que Dios ofrece se nota en escenas como la curación del ciego de nacimiento, que se cuenta en el capítulo 9 de San Juan. ¡Un hombre que no veía, que nunca había podido ver, ha sido curado, y ve perfectamente! ¿Trae eso alegría a los fariseos? No. Sólo trae averiguaciones, sospechas y amenazas. Primero dudan de que el milagro sí haya sucedido. Luego se enfangan en discusiones sobre cómo pudo suceder. Pero tales discusiones son en el fondo estériles. El veredicto de ellos ya está dado: Jesús no puede venir de Dios. están tan seguros de eso que sus preguntas no son apertura a la verdad sino deseo de constatar su sentencia. No pueden alegrarse porque tampoco pueden sorprenderse. Y no quieren sorprenderse porque sólo creen en su perspectiva y su plan.
El tercer extintor es la desesperación. De modo dramático aparece en el desenlace de Judas Iscariote. Desesperarse es pretender achicar a Dios, declarando nuestras culpas más grandes que su poder, y considerando más graves nuestros errores que su sabiduría y su providencia. Por supuesto, el “dios” disminuido del desesperado es un mero producto de su imaginación y carece del poder de salvar.
Impenitencia, arrogancia y desesperación extinguen y eclipsan la alegría.