[Retiro para formadores, misioneros y superiores, ofrecido a las Hermanas Dominicas Nazarenas, en Sasaima, Colombia, Diciembre de 2013.]
Tema 4 de 8: Ciclos en la vida del creyente
* En la predicación anterior hemos visto la transmisión de la fe desde el punto de vista de aquel que la ofrece, es decir: el misionero, predicador, pastor o formador. En esta enseñanza queremos ver el fruto progresivo y avance típico que realiza la fe en quien la recibe. De modo ordinario, esto acontece por “ciclos.” Un amplia tradición católica reconoce esos ciclos, o etapas, o generaciones, en grupos de tres.
* En esta ocasión, y en referencia al tema central de este retiro, conviene mirar estos tres ciclos: sanación, crecimiento y maduración. una de las ventajas de esta nomenclatura es que permite asociar estos ciclos básicos con el testimonio que nos dan los evangelios.
* SANACIÓN: es el primer interés de los que se acercan a Jesús. Quieren obtener “algo” de él y no les interesa, en general, que su vida sea cuestionada o cambiada. por eso, su lugar de acceso a Jesucristo es el anonimato, la multitud. Su atención está focalizada en su propio yo. Hay, como se ve, enorme imperfección y egoísmo en esta manera de obrar, pero ya le explicó Dios a Santa Catalina: el alma humana es primero imperfecta, y sólo después perfecta.
* CRECIMIENTO: supone un llamado del Señor “a estar con él” (cf. Marcos 3). Esta etapa da fruto en un ambiente específico, que es la comunidad. Cuando el creyente vive de verdad esta etapa, su foco no son ya sus intereses de siempre, sino un nuevo ideal, un nuevo ser. Lo que anhela es alcanzar lo que Cristo le muestra que podría ser. Por eso toma una actitud proactiva que le lleva a desterrar vicios, cultivar virtudes y aprender sobre Cristo, la Biblia y la Iglesia.
* MADURACIÓN: supone un nuevo llamado, un nuevo “¡Sígueme!” de Cristo (cf. Juan 21). El centro focal ya no es el yo, ni antiguo ni nuevo, sino solamente Él, Cristo Jesús, su reino, su gloria, su Iglesia. El creyente que vive a plenitud esta etapa no se inquieta por al variación de circunstancias, o por la aceptación o no aceptación de su propia persona, porque está convencido que Dios obra de muy diversas formas, y lo único que en verdad interesa es su voluntad. A menudo esta opción acontece en soledad y misterio, y es hermana de la Cruz.