Los jóvenes y el Papa

A pocos días de iniciar la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), somos millones los que aguardamos con gozosa expectativa esos días que se anuncian llenos de sabiduría, fraternidad y alegría. No perdamos de vista que se trata de un evento único: sencillamente no hay otra persona en la tierra que pueda congregar por varios días a tantos jóvenes que no buscan vandalismo ni escapismo, sino una oportunidad de ahondar su fe en un espíritu de encuentro y acogida mutua.

Ahora bien, los encuentros con el Papa, siendo el centro de atención de los participantes y de los medios de comunicación, no son todo. La estructura misma de la JMJ se ha ido enriqueciendo con otra serie de experiencias que en su conjunto dejarán recuerdos imborrables en los jóvenes. La acogida en los diversos lugares, las catequesis, las celebraciones sacramentales masivas (incluyendo la confesión), están llamadas a quedar escritas en la memoria de fe de los participantes.

El país anfitrión, en este caso Brasil, recibe no pocos bienes de un encuentro de fe de estas proporciones. Incluso desde el punto de vista económico, como quedó bien demostrado en la última edición de la JMJ, en Madrid. Se cumplió en aquella ocasión lo de que no hay mal que por bien no venga, pues tanto escepticismo y crítica de los enemigos de la Iglesia, en cuanto al asunto económico, llevó a que las cifras se hicieran públicas muy visiblemente, con lo cual se supo que no es mal “negocio” invitar a alguien como el Sucesor de Pedro. Es desear, sin embargo, que la querida nación brasilera, recientemente sacudida por diversas protestas sociales, pueda encontrar luz y esperanza en la fe, entendida por supuesto como compromiso con la realidad concreta de este mundo y a la vez como mirada cargada de esperanza hacia las realidades últimas, las que sólo nos vienen “por gracia y mediante la fe.”

Nuestra responsabilidad, la de todos, y muy particularmente la de quienes no estaremos de cuerpo presente en Río de Janeiro, es custodiar con nuestra oración cada etapa del encuentro, y muy especialmente los momentos en que la palabra del primer Papa latinoamericano resonarán en los oídos y corazones de millones y millones de jóvenes. Ya sabemos qué esperar del Papa Francisco: toneladas de fe, alegría, franqueza, llamado a la conversión por vía de la fe y la práctica de las virtudes. Su lenguaje llano y a transparencia que une su pensar, hablar y obrar son sus grandes aliados, pero eso no nos exime de orar por él, sabiendo que su corazón no quiere impresionar a nadie sino tocar a todos con la bondad, la luz y la hermosa exigencia del amor de Cristo.