Un Hombre y Una Mujer (#1H1M)

25 mensajes, en el lenguaje de los tweets

  1. La ciencia ha revelado diferencias genéticas y fisiológicas, no sólo de cultura ni de pura opción, entre el hombre y la mujer.
  2. Hechos científicos gritan que somos distintos pero cierta ideología quiere que todo se defina por porcentajes de 50 y 50. Ridículo.
  3. Otra ideología pretende que no importen las diferencias que a hombres y mujeres nos hacen mutuamente atractivos y complementarios.
  4. Una estrategia de las ideologías que niegan la diferencia complementaria hombre-mujer es decir que es asunto de religión. Ridículo.
  5. Las características diferenciales del cuerpo femenino están conectadas con acoger y hacer viable los inicios de la vida humana.
  6. Ya se trate de la forma (ej.: caderas, busto) o de la función (ej.: período menstrual) el ser femenino habla de posibilidad de vida.
  7. Así también el deseo físico del varón hacia la mujer está conectado de modo natural con propiciar una unión estable, segura y fecunda.
  8. parejaDesconectar forma y función, con pretexto del disfrute del hombre o de la mujer, trae una división DENTRO de la misma mujer.
  9. El papa Pablo VI denunció en Humanae Vitae las graves consecuencias de separar “ser pareja” y “estar abiertos a la vida.”
  10. La anti-fecundidad voluntariamente buscada se alimenta del deseo de poseer y disfrutar, deseo pronto erigido como un absoluto.
  11. Así ha llegado nuestra sociedad a trivializar la sexualidad, como actividad recreativa e intrascendente pero a la vez tiránica.
  12. Pornografía, adulterio y anticoncepción, aprobadas ampliamente en sociedad, solapadamente empeoran la división forma-función.
  13. Cuando la ideología del sexo como entretenimiento se acepta, luego se necesitan nuevas y nuevas formas de “entretenerse.”
  14. El placer, convertido en despótico señor, no ve sentido a la estabilidad o la fidelidad: detesta cualquier límite o compromiso.
  15. Una misma mentalidad produce y aprueba: sexo casual, anticoncepción, aborto, divorcio, gaymonio, orgía. Es una red auto-sostenida.
  16. La más afectada con la trivialización del amor es la mujer, cuyo ser sigue anhelando con fuerza ternura, fidelidad y fecundidad.
  17. Y a la mujer, para “liberarla,” sólo se le dice que imite lo peor del hombre, cancele la maternidad y se concentre en su placer.
  18. Para las mujeres que anhelan compartir y dar vida, es horrible condena que se les ofrezca y exija que se encierren en sí mismas.
  19. Dar falsos derechos a la mujer o a las personas con atracción por su mismo sexo no es señal de civilización ni menos acto de amor.
  20. El verdadero camino es reconocer en nuestra propia naturaleza el sentido y para qué de la sexualidad. Así lo propuso Humanae Vitae.
  21. Entendamos todos que las culturas que se equivocan en la defensa de la mujer, de la vida y de la familia están cometiendo suicidio.
  22. Entiendan las mujeres que bajo el nombre de libertad les están echando cadenas de encierro en sí mismas y en la esterilidad.
  23. Entiendan quienes sienten atracción por su mismo sexo que no todo lo que les presentan como derecho conduce a libertad.
  24. Entendamos los varones que la irresponsabilidad, el ansia de placer y la infidelidad desfiguran el amor en nosotros y en las mujeres.
  25. Entendamos que la defensa de la mujer, la del niño por nacer, y la del amor fiel y fecundo de pareja son una y la misma defensa.

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Los que quieren redefinir el matrimonio de todos luego muy poco no se casan

“El citado estudio da cuenta (presentando también la opinión de Vera Bergkamp, cabeza de una organización holandesa de derechos de los homosexuales) de la falta de entusiasmo hacia el matrimonio del mismo sexo que existe en Holanda, el primer país del mundo en reconocer el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y éste es precisamente el quid de la cuestión. El matrimonio entre personas del mismo sexo, cuantitativamente hablando, está defraudando las expectativas…”

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Octava Lección sobre el martirio

Lección Octava

Los suplicios de los mártires

Destierro, deportación, trabajos forzados

El Derecho romano desconocía la pena de cárcel. Por eso el mártir que recibía sentencia condenatoria podía ser destinado a destierro, deportación, trabajos forzados o pena de muerte.

El destierro era la pena más suave en que podía incurrir el cristiano. No se consideraba pena capital, porque, al menos en principio, no implicaba la pérdida de los derechos civiles ni, por tanto, la confiscación de bienes. Muchos cristianos sufrieron destierro entre los siglos I y IV.

El apóstol San Juan es desterrado a la isla de Patmos, las dos Flavias Domitilas son relegadas a las islas de Pandataria y de Pontia; el Papa San Cornelio muere desterrado en Civitá Vecchia. También son desterrados San Cipriano, San Dionisio de Alejandría y tantos otros mártires sufren la misma pena.

A veces los desterrados son tratados con relativa suavidad, como los dos últimos citados. Parece, sin embargo, que el destierro de los cristianos fue más duro que el de los paganos, pues, al menos en la persecución de Decio, contra el derecho común, sufrían confiscación de bienes.

La deportación era pena más grave que el destierro. Era pena capital, que implicaba una muerte civil. Los deportados eran tratados como forzados, y se les enviaba a los lugares más inhóspitos. Un jurista, Modestino, decía que «la vida del deportado debe ser tan penosa que casi equivalga al último suplicio» (Huschke, Jurispru. antejustin. 644; Tácito, Annales II,45). A veces el látigo y el palo de los guardianes apresuraban el fin del deportado. Así murió deportado en Cerdeña en el año 235 el Papa Ponciano.

La condenación a trabajos forzados era la segunda pena capital, que se cumplía en las canteras y en las minas que el Estado explotaba en diversos lugares del imperio. Muchos cristianos de los primeros siglos sufrieron esta terrible pena.

La matriculación de los condenados, al llegar a la cantera o la mina, comenzaba por los azotes (San Cipriano, Epist. 67), para dejar claro desde un principio que habían venido a ser «esclavos de la pena». En seguida eran marcados en la frente, pena infamante que duró hasta Constantino, emperador cristiano que la abolió «por respeto a la belleza de Dios, cuya imagen resplandece en el rostro del hombre» (Código Teodosiano IX, XL,2). Además de esa marca, se les rasuraba a los condenados la mitad de la cabeza, para ser reconocidos más fácilmente en caso de fuga. Alternativa ésta muy improbable, pues un herrero les remachaba a los tobillos dos argollas de hierro, unidas por una corta cadena, que les obligaba a caminar con pasos cortos y les impedía, por supuesto, correr.

Cristianos condenados a las minas los hubo en las diversas épocas que estudiamos. Y de mediados del siglo III tenemos un precioso documento que nos describe su situación, las cartas del obispo San Cipriano a los mártires condenados a las minas de Sigus, en Numidia.

Entre ellos había obispos, sacerdotes y diáconos, laicos varones y mujeres, y también niños y niñas. Estos últimos, no teniendo fuerza para excavar con las herramientas de los mineros, se encargaban de transportar en cestos el material; eran condenados in opus metallorum, única modalidad de esta condena posible para las mujeres (Ulpiano, Digesto XLVIII, XIX,8, párrf.8).

Estos forzados cristianos, según describe San Cipriano, vivían dentro de la mina, en las tinieblas que se veían acrecentadas por el humo pestilente de las antorchas. Mal alimentados y apenas vestidos, temblaban de frío en los subterráneos. Sin cama ni jergón alguno, dormían en el suelo. Se les prohibían los baños, y a los sacerdotes se les negaba permiso para celebrar el santo sacrificio. A estos confesores condenados por el odio de los paganos a la suciedad y las tinieblas, San Cipriano les exhorta a perseverar en la virtud, esperando los esplendores de la vida futura (Epist. 77).

Aún más terribles fueron los padecimientos de los cristianos condenados a las minas en el Oriente, al fin de la última persecución, bajo Maximino Daia. El gobernador de Palestina, en el 307, mandó que con hierro candente se quemasen los nervios de uno de los jarretes. Y se llegó a una mayor crueldad cuando en los años 308 y 309, a los cristianos, hombres, mujeres y niños, que de las minas de Egipto eran enviados a las de Palestina, no sólo se les dejó cojos al pasar por Cesarea, sino también tuertos: se les sacó el ojo derecho, cauterizando luego con hierro candente las órbitas ensangrentadas (Eusebio, De Martyr. Palest. 7,3,4; 8,1-3,13; 10,1).

Sufriendo tan terribles calamidades en las minas, todavía los cristianos en algunas de ellas construían iglesias, como en Phaenos, en el 309. Allí dispusieron oratorios improvisados junto a los pozos. Algunos obispos presos celebraban el santo sacrificio y distribuían la eucaristía. Un forzado, ciego de nacimiento, al que también se le había sacado un ojo, recitaba de memoria en estas celebraciones partes de la Sagrada Escritura.

No faltaron delatores de estos cultos. Los mártires de Phaenos fueron dispersados en Chipre y en el Líbano; los viejos, ya inútiles, fueron decapitados; dos obispos, un sacerdote y un laico, que se habían distinguido más en su fe, fueron arrojados al fuego. Así desapareció la diminuta iglesia de una mina (ib. 11,20-23; 13,1-3,4,9,10).

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Final de la vida y muerte digna

“Las Leyes de “muerte digna”: 1) establecen un inexistente “derecho a la sedación” sin considerar las condiciones de dosis y situaciones clínicas concretas en las que solo se debe aplicar la sedación como tratamiento. 2) No diferencian retiradas de soporte que pueden ser desproporcionadas, de los soportes vitales básicos y proporcionados como la hidratación y nutrición, considerando que todos ellos pueden ser igualmente rechazados. ?3) Y obligan a los profesionales, a través de sanciones, al cumplimiento de estos “nuevos derechos” para “congragrar los derechos de autodeterminación decisoria al final de la vida”, aunque puedan ser contrarios a la lex artis (buena práctica clínica) y no conformes a la ética profesional: Con estos tres elementos, y en nombre de la “muerte digna”, se dan cabida a actuaciones de eutanasia encubierta…”

Muerte digna

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¿Sentir compasión hacia el demonio?

En este artículo que publiqué en Infocatólica, alguien escribió sobre el demonio: “es… una criatura perdida, una criatura a quien también debemos amar, incluso, compadecer.”

He aquí un tema teológico complejo y espinoso (es decir: donde es fácil errar) : nuestra relación con el demonio en cuanto creatura. Es claro que en cuanto a sus pretensiones, que apuntan a nuestra condenación completa y eterna, no hay nada que discernir ni discutir: sólo distancia; sólo refugiarnos con valiente humildad en la gracia y la Sangre de Cristo. Pero, ¿y en cuanto creatura? ¿No cabe, por ejemplo, una mirada de compasión hacia la desgracia infinita en que ha incurrido el demonio, así sepamos con claridad que ha llegado ahí por propia y libre decisión?

Además, sabemos que el Dios eterno y misericordioso no cambie por el hecho de que cambie su creatura. Así como Dios no dejó y no deja de amarnos por el hecho de que hayamos cometido pecados, así también es cierto que su misericordia se hace presente incluso en el infierno, como le reveló el mismo Dios a Santa Catalina de Siena. Por otra parte, esa misma misericordia es detestable para quien nada quiere de Dios, pero ese es otro tema.

El razonamiento podría ser este: así como Dios estira y extienda su misericordia incluso hasta el infierno, ¿no deberíamos nosotros participar de ese sentimiento de compasión?

El problema está en que todo amar nuestro está sellado por nuestra condición temporal. Somos seres “en el tiempo” y cuando razonamos o sentimos lleva en sí esa realidad. Es ahí donde surge una grave dificultad. Yo no puedo sentir compasión por el pobre sin desear que su vida mejore. No puedo compadecerme del enfermo sin desear que se cure o por lo menos que en algo se alivien sus dolores. La compasión que sentimos por las almas del purgatorio apunta a que un día puedan contemplar el rostro de Dios, en lo que tendrán perfecta felicidad y plenitud.

Pero, ¿y en cuanto a los condenados, lo cual incluye los demonios? No es psicológicamente posible hablar de compasión hacia ellos sin lo que reclama nuestra condición temporal, o sea, el deseo de que cambie su situación. Pero su situación no puede cambiar por el bloqueo interno, deseado y definitivo de su voluntad, sea como ángeles o como seres humanos. Nuestra compasión empezaría a desear algo que no sucede y que no va a suceder. Ese modo de amor se situaría implícitamente en rebeldía frente a la realidad que ya es definitiva para ellos.

Por eso la llamada compasión hacia los condenados en general entraña una contradicción interna, porque sería un amor que desea, aunque fuera germinalmente o implícitamente, algo contrario a lo que el Dios-Amor ha hecho en la obra general de su creación.

Así pues, lo único que cabe frente a los condenados es la constatación de su espantosa situación pero no es de esperar ni es sano predicar, de ninguna manera, ningún género de amor, incluso como compasión, hacia ellos. Nuestra única oración con relación a ellos sólo puede ser el Samo 119, 137-144:

Justo eres tú, SEÑOR,
y rectos tus juicios.

Has ordenado tus testimonios con justicia,
y con suma fidelidad.

Mi celo me ha consumido,
porque mis adversarios han olvidado tus palabras.

Es muy pura tu palabra,
y tu siervo la ama.

Pequeño soy, y despreciado,
mas no me olvido de tus preceptos.

Tu justicia es justicia eterna,
y tu ley verdad.

Angustia y aflicción han venido sobre mí,
mas tus mandamientos son mi deleite.

Tus testimonios son justos para siempre;
dame entendimiento para que yo viva.

Las virtudes de la Virgen Madre

La Virgen Dolorosa. Cuando la contemples, ve su Corazón: es una Madre con dos hijos, frente a frente: El… y tú.

¡Qué humildad, la de mi Madre Santa María! -No la veréis entre las palmas de Jerusalén, ni -fuera de las primicias de Caná- a la hora de los grandes milagros. -Pero no huye del desprecio del Gólgota: allí está, “iuxta crucem Jesu” -junto a la cruz de Jesús, su Madre.

Admira la reciedumbre de Santa María: al pie de la Cruz, con el mayor dolor humano -no hay dolor como su dolor-, llena de fortaleza. -Y pídele de esa reciedumbre, para que sepas también estar junto a la Cruz.

¡María, Maestra del sacrificio escondido y silencioso! -Vedla, casi siempre oculta, colaborar con el Hijo: sabe y calla.

¿Veis con qué sencillez? -“Ecce ancilla!…” -Y el Verbo se hizo carne. -Así obraron los santos: sin espectáculo. Si lo hubo, fue a pesar de ellos.

Más pensamientos de San Josemaría.

Deshaciendo mitos sobre la enseñanza de la religión en la escuela

“¿Sabía usted que, sobre Religión, la LOMCE sólo aclara lo que las leyes socialistas ya decían de forma implícita? ¿O que la nota de Religión no contará para la Selectividad? ¿O que su rango no es como el de Biología, sino como el de Educación Física? ¿O que en Religión católica se estudia la historia de otras religiones? ¿O que protestantes, judíos y musulmanes reciben su enseñanza religiosa?” El texto vale para España en primer lugar pero su argumentación es muy útil tambíén en otros contextos.

Enseñanza de la religión

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Vitalidad y fraternidad de la Orden Dominicana

Mi oficio de Regente de Estudios de la Provincia de los Dominicos en Colombia conlleva el acompañamiento de las etapas de estudios avanzados de los frailes de nuestra Provincia, y por ese motivo estoy recorriendo en estos días algunos centros de estudio donde ellos se encuentran culminando o adelantando estudios de teología práctica, ecumenismo, teología sistemática, y otras disciplinas.

No puedo guardar sólo para mí la alegría de comprobar la vitalidad y deseo de servicio de tantos frailes nuestros, así como de sacerdotes y religiosos de otras comunidades y diócesis a quienes he podido saludar, con los que he podido conversar y de los que he podido aprender durante estos días académicamente fecundos.

Me doy cuenta que con facilidad las noticias nos muestran sólo los aspectos problemáticos y oscuros de nuestra Iglesia, pero, como siempre sucede, “el bien no hace ruido y el ruido no hace bien.” Hay mucho y muy bueno que sucede en el mundo y en la Iglesia, y hemos de estar atentos y vivir agradecidos y esperanzados en nuestro deseo y esfuerzo de ser fieles al Señor.

Por cierto, si te llama la atención saber más de la Orden de Santo Domingo, visita la página web de mi Provincia.