La Misa es larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto.
¿No es raro que muchos cristianos, pausados y hasta solemnes para la vida de relación (no tienen prisa), para sus poco activas actuaciones profesionales, para la mesa y para el descanso (tampoco tienen prisa), se sientan urgidos y urjan al Sacerdote, en su afán de recortar, de apresurar el tiempo dedicado al Sacrificio Santísimo del Altar?
“¡Tratádmelo bien, tratádmelo bien!”, decía, entre lágrimas, un anciano Prelado a los nuevos Sacerdotes que acababa de ordenar. -¡Señor!: ¡Quién me diera voces y autoridad para clamar de este modo al oído y al corazón de muchos cristianos, de muchos!
Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario… -Pero más humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y que en Nazaret y que en la Cruz. Por eso, ¡qué obligado estoy a amar la Misa! (“Nuestra” Misa, Jesús…)