[Retiro ofrecido a un grupo de laicos de la Renovación Carismática en Lima, Perú, para el Pentecostés 2013.]
* La verdadera sanación de la voluntad herida por el pecado es el remedio que se llama la GRACIA.
* Cuando se tiene la ley pero no se tiene la gracia se queda en una condición de como una estaba, porque es entonces cuando se cae en uno de estos tres abismos: (1) El cinismo; (2) La desesperación; (3) La bipolaridad, entendida de modo informal (no clínico) como el capricho subjetivista.
* En el Pueblo de Dios, fue el destierro la época señalada en el designio de Dios para crear el “Pequeño Resto,” es decir, para conducir a los suyos, a través de la humillación y el despojo, a lo esencial, lo verdadero, lo más importante. Ese destierro vino a ser así un camino pedagógico e incluso liberador, como también ha pasado a aquellas parejas que de sus crisis salen fortalecidas y mucho más unidas.
* El Antiguo Testamento es claramente una obra incompleta, o mejor: una obra que pide ser completada, porque el Pueblo pobre y humillado, que ahora sólo tiene su esperanza en Dios necesita recibir de Él una voz de misericordia, una fuerza que los restaure.
* De hecho, hay una continuidad entre las decepciones por las que pasa el Pequeño Resto y el texto cumbre de las bienaventuranzas.
* La espiritualidad de las bienaventuranzas, que es como el alma del Evangelio entero, es al mismo tiempo desilusión de todo y firmísima confianza en Dios. Es el espíritu que vemos en los personajes de los Evangelios de la Infancia (capítulos 1 y 2 de Mateo y capítulos 1 y 2 de Lucas). Nombres como Simeón, Ana, Zacarías, Isabel, y sobre todo: José y María, representan esa continuidad notable entre el pueblo salido del destierro y la noticia maravillosamente nueva del Evangelio.