Empiezo con un apunte gracioso. Quienes saben que también escribo para el portal compartido “Blogueros con el Papa” me han preguntado si se va a cambiar el nombre por “Blogueros con la Sede Vacante“…
Ya más en serio, este tiempo, aunque sea breve, invita a reflexionar sobre el Papa. Y aunque todo el mundo se pregunta quién será, hay otra pregunta mas fundamental: ¿Qué es un Papa?
No es una pregunta ociosa. Hace poco me encontré con que, de acuerdo con un prestigioso académico norteamericano, Stephen Prothero, de Boston, “El Papa es irrelevante” [enlace en inglés]. Fidel Castro tampoco parece demasiado bien enterado, puesto que preguntó al hoy Papa Emérito, ¿Qué hace un Papa? John Tindel, brillante estudiante de relaciones económicas internacionales ha escrito una serie de argumentos según los cuales, de hecho, ya no se necesita un Papa [enlace en inglés]. La tesis de Tindel es que la existencia del Papa tenía sentido cuando las contiendas entre casas reales europeas requerían alguna forma de arbitraje, y además un código moral común. El mundo del siglo XXI ya no está en tal condición.
Otros son mucho más conservadores en su lenguaje, aunque no compartan una buena parte de la doctrina propiamente católica. Esto dijo, por ejemplo, Barack Obama, ante la renuncia de Benedicto XVI: “En nombre de todos los estadounidenses, Michelle y yo queremos extender nuestro aprecio y oraciones a su santidad el Papa, Benedicto XVI. Michelle y yo recordamos con cariño nuestro encuentro con el santo padre en 2009 y he apreciado nuestro trabajo juntos en los últimos cuatro años.” En qué han trabajado “juntos” es una cuestión hasta cierto punto abierta, pero la sola mención significa bastante.
En general, los líderes globales han subrayado la “fuerza moral” que tiene un líder religioso. Así por ejemplo, Margaret Thatcher, refiriéndose a lo que Juan Pablo II había conseguido frente al comunismo, en su país y en el mundo entero [enlace en inglés]. “Combatiendo las falsedades y proclamando la verdadera dignidad del individuo, él fue la fuerza moral en la victoria en la Guerra Fría”, declaró Thatcher. Más recientemente, Marcello Pera, ex presidente del Senado Italiano, ha asegurado que Benedicto XVI asumió un papel de referente moral y cultural más allá de su papel como referente religioso. Líderes de otras confesiones han tenido palabras semejantes. Por ejemplo, el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR), Kiril, ha elogiado cómo Benedicto XVI ha luchado en contra el relativismo moral.
Sin embargo, estoy convencido que la percepción del sentido y la misión del Sucesor de Pedro requiere de una mirada educada en la Palabra e iluminada por la plenitud de la fe católica. Ante todo, es necesario descubrir a la Iglesia como fruto del amor de Cristo, y como sacramento universal de salvación, según la expresión adoptada en especial a partir del Concilio Vaticano II (véase el Compendio del Catecismo, n. 152). En la unión con su Divino Esposo la Iglesia es a la vez receptora e instrumento de vivo de la gracia que transforma y renueva la faz de la tierra. En tanto en cuanto realiza esta que es su tarea y expresión de su ser, la Iglesia no puede fallar, porque ello implicaría que fallara la gracia o que fuera insuficiente el sacrificio redentor de Cristo. La Iglesia en su conjunto, en el conjunto de su misión universal, no puede fallar, pero es un hecho que las personas, individualmente consideradas, sí que fallamos. ¿Cómo se compaginan estas dos realidades innegables?
Retomando lo que escribí en otro lugar, la respuesta a esta pregunta va como sigue: Partimos de la certeza de que el Espíritu Santo no puede abandonar al Cuerpo de Cristo en aquello en que su fe o sus costumbres han de responder al querer de Dios, y a lo que ha sido revelado y trasmitido por los apóstoles. Dado que hay miles y miles de obispos, debe haber alguna referencia última en casos disputados; y dado que ha habido casos en que la mayoría ha errado, como sucedió cuando la multitud pidió la crucifixión de Cristo, o como sucedió cuando una mayoría de los cristianos eran arrianos, entonces se ve que la preservación de la verdad de la fe no puede depender de la marea de las opiniones y ni siquiera del parecer de una mayoría.
Es ahí donde cobra su relieve permanente la frase que Cristo dijo a Pedro, y sólo a Pedro: “Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez vuelto a mí, confirma a tus hermanos” (Lucas 22,32). La Iglesia entiende en ese texto que es parte del ministerio de Pedro, y de los sucesores de Pedro, ese confirmar o fortalecer en la fe a los demás. Y por eso la Iglesia ha llegado a discernir que la permanente necesidad de permanecer en la fe verdadera y la promesa permanente de confirmar en la fe van unidas, de modo que no cabe pensar que aquel que tiene que confirmar a los demás falle en aquello que debe ser creído y aceptado por todos. Si tal cosa sucediera, la Iglesia sencillamente no tendría adónde mirar con certeza, y estaríamos, como dice san Pablo: “sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error” (Efesios 4,14).
La persona misma del Papa es una señal permanente de la asistencia del Espíritu y de la unión con Cristo vivo. En esto sucede como con el edificio en que vivo. No suelo yo visitar los sótanos para ver si las columnas siguen firmes donde estaban, pero estoy seguro que una sola falla de los cimientos haría colapsar toda la estructura. En muchos sentidos la misión del Papa es, y debe ser, invisible. Lo principal de su servicio no está en las declaraciones a los medios, las audiencias multitudinarias, los viajes apostólicos. Lo fundamental suyo acontece muchas veces en la simplicidad de un oratorio, o en una conversación sencilla, o en la firma que permite que un obispo sea nombrado, o que sea removido de su cargo. Todo ello es parte de ese “cimentar” la Iglesia, muchas veces ante la sola mirada de Dios. De más está decir que en esta parte de su tarea hay una generosa porción del cáliz que Cristo tuvo que beber.
Oremos entonces por el Papa Emérito, y oremos también por aquel que será elegido en los próximos días. Entendamos todos que hay que orar con inmensa humildad, fe perfecta, absoluta confianza en el Espíritu; hay que orar con ardor intenso por la gloria de Dios, la salud de la Iglesia y la evangelización de los pueblos.