El Parto de la Santísima Virgen

Amado padre:

Cuando salió la película que se llama María, hecha por hermanos separados, recuerdo que un sacerdote criticó que al momento del parto, presentaban a la Santísima Virgen contorsionándose por los dolores del parto, siendo que su parto fue virginal.

Después he visto que muchos católicos hablan de dolores de parto en la Virgen. Entonces le pregunté a nuestro sacerdote parroquial y el me contestó algo así como que ella participo con esos dolores en la redención.

La verdad que he quedado confundido, para mi, así como la Virgen de manera extraordinaria concibió sin concurso de varón, de la misma manera fue su parto, que creo que alguno de los Doctores de la Iglesia explicaba que fue como la luz cuando atraviesa un cristal, sin mancharlo ni romperlo, y por lo tanto, sin dolor.

Le agradeceré que nos ilumine al respecto.

Fraternalmente

José S.

* * *

Estimado hermano,

Hay dos verdades de nuestra fe que entran en un cierto conflicto cuando se trata este tema. Por una parte, la verdad de la virginidad física de la la Madre de Jesús antes, en y después del parto. por otra parte, la verdad del cuerpo completamente real y humano del mismo Jesús. Lo primero parece apuntar hacia un parto completamente indoloro, que sería señal de cómo el cuerpo de María permaneció inalterado como el de una doncella. Lo segundo parece sugerir un parto como el de las demás madres, y esto incluye el dolor propio de la dilatación necesaria para que un cuerpo real y verdadero salga de una matriz y respire el aire de este planeta como los demás niños que nacen.

Varios han intentado “normalizar” el nacimiento de Cristo sobre la base de subrayar el carácter simbólico de la virginidad de María, es decir: sugiriendo o abiertamente afirmando que María es Virgen solamente en cuanto que se reservó para Dios en su corazón o en su voluntad. Este modo de hablar es insuficiente y resulta inadmisible: es doctrina de la Iglesia la virginidad real y perpetua de la Madre del Señor. Por supuesto que lo principal no es lo físico, pero lo físico es la base real para lo simbólico, tal como sucede en la Eucaristía.

Volviendo al tema preguntado, hay que decir que por número y calidad de autoridades, la enseñanza de la Iglesia Católica se decanta a favor de un parto sin dolor. San Ambrosio, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, entre otros, van claramente en esta dirección. Pero debe decirse que este punto específico, el de los dolores, no ha sido definido como dogma por la Iglesia, y por eso también hay el derecho de argumentar la posición contraria y de sostenerla. Al respecto, deben tenerse presentes varias cosas:

1. La comparación del nacimiento de Cristo con la luz que atraviesa el cristal tiene un lado peligroso: es el tipo de presentación gnóstica del ser de Cristo, cuyo cuerpo resulta irreal, como una holografía o proyección tridimensional. El paralelo con el hecho de que el Señor haya salido del sepulcro tampoco es argumento por dos razones: porque allí ya hablamos de un cuerpo resucitado (soma pneumatikós, entonces, según san Pablo), y porque de hecho los evangelios nos cuentan que la roca de la entrada ya había sido removida cuando llegaron las santas mujeres (véase Mateo 28,2 y Marcos 16,14).

2. Un parto en la raza humana, y en general, entre los mamíferos, implica no sólo los dolores propios de la dilatación, sino la salida de una serie de tejidos y fluidos, incluyendo la placenta y sobre todo el cordón umbilical. No es una pregunta agradable de hacer pero: ¿tenía o no cordón umbilical el Hijo de Dios cuando nació? Puede sonar a burla, y no lo es: ¿Tenía Cristo ombligo? Si se quiere usar el argumento de que no hubo dilatación alguna que implicara dolor, tocaría entonces afirmar que esos otros elementos del parto fueron suprimidos o no existieron. Por supuesto, una consecuencia es que de nuevo nos acercamos demasiado a la postura gnóstica que ve en el Cuerpo del Señor una especie de ficción o de entidad puramente intelectiva, sucedida sólo en la mente de la gente.

3. El argumento de que el dolor de dar a luz es propio de la condena del pecado original, en lo que atañe a la mujer (véase Génesis 3,16), y que por tanto María, estando libre del pecado original, no tenía por qué sufrir ese dolor, tampoco cabe aquí. La Madre del Señor ciertamente padeció muchas y muy amargas consecuencias del pecado, sobre todo a la hora de la Cruz. El hecho de que ella, como persona, estuviera libre del pecado original y libre de pecado personal no impide que tuviera que padecer, dentro del designio salvador de Dios, algunas consecuencias del pecado, y eso puede incluir lo propio de un verdadero dar a luz.

¿Qué decir desde el punto de vista puramente corporal y material? Hay que recordar que la física reconoce en lo que nosotros llamamos materia una proporción inmensa de espacio vacío. Son sobre todo las condiciones de los campos electromagnéticos propios de átomos y moléculas los que hacen impenetrable a la materia. Toda transformación material es en principio posible a partir de las leyes que gobiernan la interacción de las respectivas partículas. El origen último de esas leyes es opaco a la ciencia, que sólo puede detectar que existen y se cumplen sin poder argumentar por qué están y en qué condiciones pueden suspenderse. Cuando uno ve que la explicación último de la materia reside en algo inmaterial (este es un punto que el Papa Benedicto ha destacado varias veces), también ve que los milagros físicos son ejercicio de la soberanía de aquel que ha dado su ley a cada cosa. Ese principio, si se aplica al problema teológico que tratamos quiere decir esto: que con dolor o sin dolor puede entenderse la virginidad perpetua y corporal de María como un momento único en que la soberanía creadora de Dios ha querido dejar un signo de su acción completamente singular, para que en ella entendamos que él y sólo él es quien ha venido a rescatar a la humanidad caída.

Dicho de otro modo: no tenemos modo, ni razones, ni probablemente motivos para afirmar de modo conclusivo si hubo o no, o cuánto hubo de dolor en el nacimiento. Ignoramos también cuánto y de qué manera pudo darse algo de dilatación pero sí sabemos que se trató de un parto genuinamente humano a través de la carne intacta de María por el ejercicio de la soberanía creadora de Dios sobre las leyes que gobiernan los cuerpos y la materia. Y sabemos que cualquier incomodidad o dolor de ella estuvo asociado, como toda renuncia suya, al valor sacrificial de la Cruz de su Hijo.

En todo esto se ve por qué la Biblia es para oírla y predicarla, y no para verla ni filmarla. Al hacer una filmación, el director debe tomar opciones que corresponden a su cultura, imaginación o gusto, y no realmente al textos revelado. ¿Un Jesús con barba, sin barba o con algo de barba? ¿Un Jesús que sonríe mucho, poco o casi nada? ¿Un parto con dolor o con la serenidad de quien contempla una puesta de sol? ¿Un Jesús que come mucho en razón de sus agotadoras caminatas y esfuerzos, o un asceta que se abstiene casi de todo? ¿Sus ojos de qué color son? ¿Cuál es la talla de sus sandalias? Todas estas cosas debe resolverlas el que hace una película, y al hacerla fácilmente proyecta más su Jesús que el Jesús que nos ha salvado.