Todo lo que no te lleve a Dios es un estorbo. Arráncalo y tíralo lejos.
Siempre sales vencido. -Proponte, cada vez, la salvación de un alma determinada, o su santificación, o su vocación al apostolado… -Así estoy seguro de tu victoria.
No me seas flojo, blando. -Ya es hora de que rechaces esa extraña compasión que sientes de ti mismo.
Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel…
Al cuerpo hay que darle un poco menos de lo justo. Si no, hace traición.
Si han sido testigos de tus debilidades y miserias, ¿qué importa que lo sean de tu penitencia?
Estos son los frutos sabrosos del alma mortificada: comprensión y transigencia para las miserias ajenas; intransigencia para las propias.