Saludos Fray Nelson, Le escribo a usted por creo que es el mas indicado para esclarecer la siguiente duda acerca del Amor de Dios…En algunas enseñanzas anteriormente he escuchado predicadores que dividen o diferencian el Amor de Dios y el Amor humano. He estado leyendo y conociendo la vida de la Beata Teresa de Calcuta y por mas que leo puedo ver como el Amor de esta mujer puede ser tan cercano al Amor de Dios y que a pesar de la “oscuridad” de su vida, la cual habla en algunas de sus cartas continua amando a su prójimo, quisiera tener claro cual es esa diferencia de la que se habla entre el Amor de Dios y el amor que podemos dar como seres humanos… Saludos desde Cartagena-Colombia..y Muchas Gracias por su pagina Web, la cual a sido instrumento edificante en mi fe y en el conocimiento de la Palabra, desde la vigilia de pentecostés hace dos años en esta ciudad…Dios con nosotros. -Luis G.
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De una cosa podemos estar seguros: el ideal de la vida cristiana consiste en que todo nuestro ser, y en particular, nuestro entendimiento y nuestra voluntad, se unan perfectísimamente a Dios, de hecho, que se unan tan plenamente como sea posible, en unión gozosa, estable y creciente. Es lo que significa el verbo “permanecer” que Cristo enfatiza por ejemplo en el capítulo 15 de San Juan. Según esto, en un verdadero santo no hay nada en su amar “humano” que no haya sido tocado y transformado por el amar “divino.” A eso estamos llamados: a que cada fibra de nuestro ser sea “imagen y semejanza” de aquel a quien felizmente pertenecemos porque nos ha creado, redimido y santificado.
Ello indica que cuando se pueden separar el amor humano y el amor divino no es porque eso lo haya querido así Dios, sino porque nuestra lentitud en responder a su gracia nos pone en una condición imperfecta en la que hay objetos y maneras de amar nuestra que no son plenamente suyas. Eso que todavía no es suyo pero que en cambio sí es nuestro, lo podríamos llamar “simplemente humano,” o como quería el filósofo Nietzsche, eso es lo “humano, demasiado humano.”
Pero hay una paradoja: lo que es solamente humano y “demasiado humano” en realidad no nos humaniza. Por dar un ejemplo, pensemos en una señora que tiene gran devoción y piedad pero que a la vez tiene una notable carga de egoísmo, que se manifiesta sobre todo en la manera de tratar a sus empleados domésticos. Uno podría pensar que esas trazas de egoísmo y mezquindad son las que dejan ver que esa señora sigue siendo “muy humana” en su manera de juzgar y tratar a las personas. Pero, ¿es que es humano, o sigo mejor: humanizante, ese modo de discriminar? ¿Es eso un modelo de lo que significa el ser humano? La verdad es que lo “demasiado humano,” o sea, lo humano no entregado a Dios ni transformado por Dios, en realidad no es verdaderamente humano sino contrario a nuestro ser, y destructor de nuestro ser. Lo humano que no mira a Dios le da la espalda a Dios, y su nombre propio es: pecado.
En resumen: en el plan de Dios, todo lo nuestro será plenamente nuestro y plena expresión de lo que somos, cuando sea completamente suyo. No es que el sujeto humano que ama desaparezca sino que su amor, transformado interiormente por el amor de Dios, llega a ser máxima expresión del hombre cuando es máxima expresión de Dios.