Me das la impresión de que llevas el corazón en la mano, como ofreciendo una mercancía: ¿quién lo quiere? -Si no apetece a ninguna criatura, vendrás a entregarlo a Dios. ¿Crees que han hecho así los santos?
¿Por qué abocarte a beber en las charcas de los consuelos mundanos si puedes saciar tu sed en aguas que saltan hasta la vida eterna?
Desasimiento. -¡Cómo cuesta!… ¡Quién me diera no tener más atadura que tres clavos ni más sensación en mi carne que la Cruz!
¿No presientes que te aguarda más paz y más unión cuando hayas correspondido a esa gracia extraordinaria que te exige un total desasimiento? -Lucha por El, por darle gusto: pero fortalece tu esperanza.
No quieres sujetarte a la Voluntad de Dios… y te acomodas, en cambio, a la voluntad de cualquier criaturilla.
No me saques las cosas de quicio: si se te da Dios mismo, ¿a qué ese apego a las criaturas?
Flaquea tu corazón y buscas un asidero en la tierra. -Bueno; pero cuida de que el apoyo que tomas para no caer no se convierta en peso muerto que te arrastre, en cadena que te esclavice.
Dime, dime: eso… ¿es una amistad o es una cadena?