Nunca hables, ni para lamentarte, de cosas o sucesos impuros. -Mira que es materia más pegajosa que la pez. -Cambia de conversación, y, si no es posible, síguela, hablando de la necesidad y hermosura de la santa pureza, virtud de hombres que saben lo que vale su alma.
No tengas la cobardía de ser “valiente”: ¡huye!
Los santos no han sido seres deformes; casos para que los estudie un médico modernista. Fueron, son normales: de carne, como la tuya. -Y vencieron.
Aunque la carne se vista de seda… -Te diré, cuando te vea vacilar ante la tentación, que oculta su impureza con pretextos de arte, de ciencia…, ¡de caridad! Te diré, con palabras de un viejo refrán español: aunque la carne se vista de seda, carne se queda.
¡Si supieras lo que vales!… -Es San Pablo quien te lo dice: has sido comprado “pretio magno” -a gran precio. Y luego te dice: “glorificate et portate Deum in corpore vestro” -glorifica a Dios y llévale en tu cuerpo.
Cuando has buscado la compañía de una satisfacción sensual… ¡qué soledad luego!
¡Y pensar que por una satisfacción de un momento, que dejó en ti posos de hiel y acíbar, me has perdido el “camino”!
“Infelix ego homo!, quis me liberabit de corpore mortis huius?” -¡Pobre de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? -Así clama San Pablo. -Anímate: él también luchaba.
A la hora de la tentación piensa en el Amor que en el cielo te aguarda: fomenta la virtud de la esperanza, que no es falta de generosidad.
No te preocupes, pase lo que pase, mientras no consientas. -Porque sólo la voluntad puede abrir la puerta del corazón e introducir en él esas execraciones.