Hume y la negación de Dios

Sé que los ateos argumentan sobre la no existencia de Dios a partir de Hume, pero qué dice este filósofo y cómo se rebaten sus argumentos. –Santiago pregunta en FRAYNELSON.NET

* * *

David Hume, filósofo escocés del siglo XVIII, es considerado por muchos como un representante típico del pensamiento anglosajón, no en el sentido de mirar sus respuestas como las mejores o válidas, sino en ese significado amplio que tiene hablar de la importancia de un filósofo: sus preguntas; su modo de preguntar sigue suscitando discusión, y nuevas y originales respuestas. Con esta aclaración ya se ve que no es que se considere particularmente acertado o “verdadero” el pensamiento de Hume, sino que su cuestionar ha sido visto como fecundo por muchos otros filósofos.

En cuanto a Dios, más que con sus palabras, Hume negó la existencia de Dios con sus obras. Hay muchos detalles sobre sus últimos días y su muerte, y no hubo en ellos el menor asomo de algo que se pareciera a la oración, el arrepentimiento, los auxilios de la fe, o la creencia en algún género de supervivencia. Fue un materialista coherente que sostuvo hasta el final que no cabe creer más que en lo inmediatamente evidente a los sentidos. Su vida, pues, y su muerte, fueron las de un ateo sin fisuras: hombre inteligente, amable y sociable pero ajeno a toda fe, y muy especialmente a la fe que implicara que Dios habla o que Dios hace milagros.

Los escritos de Hume son de tipo racionalista pero en esto hay una gran paradoja. Su racionalismo no es idolatría de la capacidad del ser humano para conocer, y en esto se diferencia del entusiasmo de las Ilustración francesa, que llegó a hablar de la “diosa” razón. Hume es radical en su crítica de qué puede ser realmente conocido. Para él, lo realmente conocido es lo sensible, y nada más. En particular, las nociones de “causa” y “sujeto” resultan insostenibles para él. Lo que llamamos “causa” es simplemente el resultado de la costumbre: nos hemos acostumbrado a ver que después de un suceso “A” viene un suceso “B,” y por eso hablamos de que A es causa de B. De forma semejante, las reacciones a las percepciones las atribuimos, también causalmente, a una fuente que sería el sujeto, pero esa asociación es nuestra, y nada dice sobre la unidad necesaria de un centro de actividad.

Por supuesto, la negación del carácter real de la ley de causalidad y de la existencia del sujeto hace imposible cualquier discurso inteligente sobre el mundo y sobre el ser humano. Es discutible, y ha sido muy discutido, qué pretende una crítica que quiere demolerlo todo, hasta rayar en lo demencial. La cosa es más extraña cuando se ve que Hume, como ser humano, obraba y vivía con la misma o mayor convicción que cualquier otro ser humano adulto e informado, en asuntos de la vida diaria o del intercambio social.

La verdad es que Hume resulta incoherente no sólo en ese sentido. En sus escritos niega la posibilidad de los milagros a nombre de las leyes de la naturaleza, pero esto es absurdo porque su postura filosófica no puede negar la causalidad y afirmar que hay leyes. Si estas leyes son regularidades simplemente observadas, a las que nos hemos acostumbrado, no tienen fuerza para servir de negación absoluta de los milagros; si en cambio son hechos estables y permanentes, ¿cómo sostener tal afirmación si la causalidad misma es sólo una regularidad observada?

La negación del sujeto es aún más absurda. ¿Qué es matar a alguien? ¿Disolver un centro de probable aglutinación de percepciones y reacciones a percepciones? ¿Puede la sociedad imponer una pena, que puede ser muy grave y onerosa, a algo que no sabemos si existe por eliminar a otro algo que también ignoramos si existe? ¿Qué tejido social podría nacer así, si la existencia misma de los hilos es negada? ¿Hay que leer a alguien que no sabe si existe?

Lo útil de la crítica de Hume está en que obliga a pensar los fundamentos racionales últimos del mundo y del hombre. Su enemigo es la metafísica clásica y la ética cristiana. Él no escribe para decir cosas particularmente iluminadoras sino a modo de denuncia, por vía de cuestionamiento y reducción al absurdo, de las certezas cosmológicas, psicológicas y morales que conoció en su tiempo. Por lo mismo, Hume miró siempre con desconfianza a los ateos convencidos a partir de razones. Según Hume, si es tan arduo y prácticamente imposible encontrar certeza sobre el mundo como conocido y sobre el hombre como cognoscente, el ateo que niega totalmente a Dios peca de una soberbia semejante a la del que está convencido de que sí existe.

se puede decir entonces que, en cuanto a su vida, Hume fue un ateo convencido; en cuanto a sus obras, fue más bien un agnóstico, con una fortísima tendencia a negar todo lo que pertenece a la fe. El estilo de su crítica podría servir a los ateos pero únicamente si no se toma en serio esta crítica, porque un ateo que quisiera seguir a Hume tendría que dejar en duda si hay una Divinidad pero en cambio debería estar muy seguro de que él mismo no existe.

En realidad, pues, Hume se refuta a sí mismo, y no se necesita particular habilidad para ver sus contradicciones internas y serias. Más grave es en cambio el modo de vida y de sociedad que surge de una postura como la suya: desprovista de una conexión con la verdad, la ética queda reducida a manierismos, costumbres, preferencias subjetivas: relativismo puro y duro.