Son muchos los católicos que han tomado plena conciencia del origen pagano, si no abiertamente diabólico, de mucho de lo que suele celebrarse como Halloween. Detrás de esas máscaras y disfraces que parecen salidos del infierno hay algo de infierno. Ahora el tema es cómo se debe reaccionar ante eso. La experiencia de los últimos 31 de Octubre creo que me permite derivar algunas conclusiones.
Algunos piensan que “eso no tiene nada” y se dejan llevar por la moda de calabazas, brujas y vampiros. Muchos de este grupo nunca sabrán hasta qué punto fueron idiotas útiles para una serie de situaciones tenebrosas, desde lo superficial de una comercialización increíble hasta crímenes reales que implican muertes de inocentes a manos de sectas. AQunque también habrá quienes juegan con eso y no les pasa nada. Como en la ruleta rusa.
Otros toman la posición “ultra-católica” : quieren que desde todos los púlpitos se predique el final de esta fiesta oscura y que la gente sólo se reúna para hacer penitencia, oración y reparación. Por supuesto, es una alternativa lógica y sana, aunque tengo mis reservas en cuanto a eso de reunirnos solo para sentir que el resto del mundo es perverso. Hay un peligro subterráneo de fariseísmo y de maniqueísmo que no siempre se supera bien.
Gracias a Dios, hay una vía media que se va abriendo paso y que creo que es sana. Yo la describo así: conciencia de que no se puede hacer pacto con las tinieblas y por tanto los disfraces que impliquen violencia, brujería o pecado deben desaparecer. Pero otras posibilidades pueden llegar. En concreto: hay que impulsar que el 31 de Octubre es día para los niños y día para preparar la fiesta de todos los santos. Y eso da márgenes muy interesantes de posibilidades que muchas comunidades YA están aprovechando, por ejemplo con concursos de disfraces de personajes bíblicos.
La actitud de complicidad o la de escandalizarse y rasgar vestiduras no ayudan en realidad a los padres de familia reales. Lo que sí ayuda es tomar, transformar, dar el verdadero sentido, y mostrar que la alegría sana es el mejor antídoto contra la alegría corrupta. Viva Cristo.