Tanto el miedo como la tristeza son finalmente homenajes al poder del mal, y por ello son obstáculos para creer plenamente en la bondad y la potencia que se han manifestado en Cristo. En cuanto nos resolvemos a no dar pleitesía a la maldad, y nos resolvemos a admirar las obras de Cristo, su misericordia irrumpe triunfante en nuestra vida.