Subir a la Cruz

Cristo CrucificadoLo que yo he aprendido es que hay solamente dos errores que no se deben cometer cuando se trata de la Divina Providencia: 1. Desconfiar. 2. Imponer un camino. Si en algún caso uno materialmente no puede ayudar lo que ha de hacer es subir a la cruz con Jesús y desde allí clamar a Papá Dios que abra otro camino para que la ayuda de algún modo llegue.

Sobre esto te quiero contar algo.

Jesús se dio cuenta que el amor del Padre se manifestaba de muchas formas. Ese amor se volvía sobre todo salud para los enfermos.

Los ojos de Jesús nunca perdieron el asombro ante el poder del amor del Padre y nunca dejaron de maravillarse ante el milagro de la fe, un milagro que Él no hacía sino que el Padre realizaba en los corazones de los que estaban cerca de Jesús.

Jesús notó que los paralíticos se curaban, los ciegos veían, los sordos oían, los demonios huían. Jesús vio que el Evangelio llegaba, y supo que Él mismo era el Evangelio. Entonces, después de orar, decidió entregar todo su ser a manifestar ese amor: su día y su noche, sus palabras y sus silencios, sus manos, su corazón, su sangre misma.

Pero cada día llegaban más enfermos; cada día el alud del mal parecía anegar todos los esfuerzos de Él. Porque lo que está enfermo no son los enfermos solamente: es toda la raza humana. Toda.

Jesús al principio inventó métodos nuevos para tocar con su amor a más y más personas. Estiró las horas de su día, hasta quedar exhausto: llevó su cuerpo hasta el límite del agotamiento. Predicaba hasta quedarse sin voz y luego oraba toda la noche, esperando la mañana en que sabía que vendrían más enfermos y necesitados. Su boca reseca, su frente quemada, sus manos acalambradas de bendecir y bendecir. Pero su alma, feliz.

Sin embargo, ni aun con todo ese esfuerzo lograba tocar a todos. Entonces decidió, después de orar, que podía compartir lo suyo con otros. Transmitió de su propio poder de amor a los apóstoles, y entonces tuvo más y más manos para sanar y aliviar a más y más corazones.

Pero ahora el problema era otro: los corazones de aquellos hombres no eran como el suyo. Entonces decidió dividir su tiempo en dos: por una parte, con las multitudes; por otra, formando a su grupo de apóstoles. Esto tampoco funcionó, porque aún en ese pequeño grupo lograban atrincherarse la vanidad, los celos, la codicia y… la traición.

Jesús no se dejó desanimar por nada de esto pero supo que ese camino tampoco funcionaría. Y entre tanto, su alma seguía ardiendo de amor igual que el primer día, o más que el primer día. Su único lenguaje, su único imperativo era el del amor: DARSE.

Entonces reunió a los suyos. Era el tiempo de la Pascua: tiempo de la liberación y tiempo para renovar la Alianza. Los reunió, y les dio todo: su Cuerpo y su Sangre. Se dio a sí mismo, para que lo comieran y lo bebieran, para que fueran como Él, para que tuvieran su mismo Corazón. Les reveló su secreto. Pero al hacerlo, dejó desprotegido su propio ser.
Por eso pudo ser atacado, traicionado y entregado en poder de sus enemigos.

Su alma estaba herida de muerte, antes del primer insulto. Antes del primer azote su alma le dolía duramente, pues ahora Él veía en plenitud la magnitud de la tragedia humana; veía cómo es verdad que Satanás ahorca sin compasión a la creatura que es imagen de Dios.

Y sin embargo, el alma de Cristo estaba feliz: a la vez de lo dicho, y aunque parezca increíble, estaba feliz; feliz porque cumplía la voluntad del Padre; feliz porque su donación total significaba una explosión de amor que retumbaría en todo el universo; feliz porque los hombres podrían ser renovados, una vez que sus corazones fueran hechos pedazos por el poder de la Pasión; y feliz porque desde la Cruz sí iba a poder tocarnos a todos.

Así subió al leño, inmensamente triste, e inmensamente feliz.

Cuando los clavos atravesaron sus manos, sus manos tocaron a todos los crucificados: ahí te tocaron a ti y me tocaron a mí. En la hora de la Cruz Jesús podía tocar a todos. Ahora podía darlo todo, que era lo que siempre había anhelado.

Y así murió, y así venció, y así es el Cordero que quita el pecado el mundo.

Los discípulos, ebrios de amor, aturdidos de saberse tan perdonados, tan entendidos, y tan divinamente sostenidos y reconstruidos, recibieron en su debido tiempo un Huracán que se llama el Espíritu Santo. Sus almas fueron entonces tejidas en fuego, y así embriagados de amor salieron a predicar que el Amor está vivo.

Y así nació la Iglesia, del costado de Cristo, y de su boca santísima, santuario de la verdad en esta tierra.

Amén.

2 respuestas a «Subir a la Cruz»

  1. Que meditación tan hermosa, me ha conmovido profundamente. Bendito Dios que te ha regalado estas palabras que pueden llegar a corazones tan duros como el mío. Alabado sea Jesucristo !!!

  2. Que Dios nos permita no olvidarnos jamás del amor entrañable de Dios manifestado en Jesucristo. Y que desde lo hondo de nuestra soledad sin anhelos y sin nostalgias, de nuestro corazón hambriento, desértico, que busca y pregunta, que llora y espera, de nuestro corazón desdichado, abatido, preocupado, horrorizado, surja el anhelo de ese otro Corazón, que es recepción, acogida, invitación a entrar en su casa, porque será la morada, el hogar definitivo y permanente preparado desde siempre para nosotros.

    Porque enamorado en exceso, nos dio la máxima prueba de su amor cuando abrió sus brazos en la cruz. Allí, en el silencio de la muerte, espera nuestro abrazo.

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