Hermanos Muy Queridos:
Vamos a compartir una reflexión sobre lo que significa conversion y penitencia.
Cualquier época del año es apropiada para esta reflexión porque como creyentes, como cristianos, estamos siempre llamados a responder a la Palabra de Dios.
Y como nos decía una lectura de la Misa hace poco, el Señor nos está llamando a la santidad, quiere decir que mientras no alcancemos esa meta, siempre hay lugar para cambio, para transformación, renovación, o dicho con otras palabras, nuestra vida cristiana siempre es camino de conversión.
Por eso, una reflexión sobre la conversión viene siempre a tiempo. Si somos de Cristo hay una palabra que siempre se puede decir y es: “conviértete y cree en el Evangelio”.
Sin embargo, esa palabra resuena de una manera más amplia, más profunda, más solemne, durante la Cuaresma y también un poco en el Adviento.
Son ambos tiempos penitenciales, pero sobre todo la Cuaresma; tiempos en que nosotros como comunidad cristiana hacemos conciencia de algo muy sencillo y de algo muy profundo a la vez, y es que tenemos que aceptar más y más a Jesús, es decir, hacemos conciencia que solamente abriendo nuevas puertas a Jesús podemos ser de Jesús, o todavia lo digo con otras palabras, mientras en nosotros haya espacios que no le pertenecen a Jesús, no se nos puede llamar completamente cristianos, no se nos puede considerar verdaderamente de Cristo, si todavía hay espacios en nuestra vida que no le hemos entregado completamente a Jesucristo.
Por eso, el primer sentido de conversión que quiero compartirles en esta oportunidad es la conversión como entrega de las áreas de nuestra vida a Jesús.
Es una comparación que yo sé que no es nueva para ustedes, es la comparación de la casa que tiene muchos cuartos, que tiene muchas puertas, una casa en la que nosotros vamos abriendo más y más puertas, cuartos, salas, dormitorios, recintos; abrimos y abrimos esos espacios a Jesucristo, pidiéndole a El, clamándole a Él que tome posesión de esas áreas de nuestra vida.
Por eso, la conversión es ante todo una proclamación del señorio de Jesucristo, este es el segundo punto que quiero destacar hoy.
Cuando se habla de arrepentimiento o cuando se habla de conversión, existe el peligro de que uno se centre demasiado en uno mismo.
Como el arrepentimiento tiene que ver con los pecados que uno ha cometido, existe el peligro de que uno se concentre en los pecados de uno, pero para un cristiano el centro de atención no son los pecadosn nuestros, el centro de atención no somos nosotros mismos.
Si somos de Jesucristo, si somos cristianos, nuestro centro de atención es Él, el Señor Jesús; nuestro centro de atención es Jesús como Señor, y por eso el arrepentimiento y la conversión tienen una dimensión de alabanza.
Parece una contradicción, porque casi siempre uno piensa en la conversión como una especie de melancolía, como una derrota, pero en realidad la convesión no es una derrota, la conversión es darle la victoria a Jesús, la conversión es decirle a Jesús “también en esto tú vas a ser el Rey, también en esto quiero que tú reines, también en esto tú puedes tomar posesión de mi vida”.
La conversión no es un acto triste, la conversión es un acto de alabanza, por supuesto que pasa por las lágrimas, y por supuesto que hay dolor, pero eso no quita esa dimensión pascual, esa dimensión de alabanza, esa dimensión incluso de esperanza y de gozo que están ahí en el acto mismo de la conversión.
Llevamos dos ideas: la primera, la convesión como entrega, convertirse es entregarle nuevas áreas de mi vida a Jesús y la segunda, que esa entrega es una proclamación del señorío de Jesucristo.
Pasemos al tercer punto: ¿Y por qué nosotros le entregamos a Jesús las áreas más profundas, más íntimas, más privadas de nuestra vida? ¿Por qué se las damos a Él? La respuesta es muy sencilla: amor.
Y este es el tercer pensamiento que quiero que nos quede muy claro: no hay conversión genuina sin amor genuino, y no hay penitencia genuina sin amor genuino.
El amor es el que hace auténtica la conversión y el amor es el que hace auténtica la penitencia, y por consiguiente, es el amor el que hace auténticas todas esas palabras que forman como una galaxia en torno a la palabra conversión.
Palabras como: penitencia, sacrificios, confesión, expiación, arrepentimiento, incluso las que están relacionadas no tanto semánticamente, sino en la práctica como decir, el ayuno o las obras de miscericordia.
La conversión debe estar sellada por el amor y sólo hay una manera de sellar con amor nuestra conversión y esa manera es recibir la conversión del Dios mismo que es amor.
Nuestra conversión es una respuesta de amor al amor que Él nos ha tenido primero, esa frase ustedes me la oyen tantas veces. Él nos amó primero.
Yo creo que uno deberia levantarse por la mañana y casi tener esa como primera frase del dia, ¿por qué es tan fácil de olvidar esa frase? Él me amó primero. Toda nuestra vida cristiana, y por consiguiente, nuestra conversión, nuestra penitencia nacen de eso, nacen del amor, de que Él nos amó.
Y aquí podemos entender cuál es el sentido del dolor cuaresmal y cuál es el sentido del ayuno cuaresmal. El ayuno de la Cuaresma, por ejemplo, o no sólo en Cuaresma, el ayuno cristiano, el ayuno que hacemos como creyentes en Cristo Jesús, ese ayuno tiene su fuente, tiene su raíz en el amor.
Jesús lo dijo, los discípulos de los fariseos le preguntaron a Jesús: “Bueno, ¿y por qué nosotros ayunamos y tus discípulos nunca ayunan? ¿Qué es lo que está pasando?
Y Jesús les hizo ver, “bueno, pero cómo van ayunar los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Cuando les sea arrebatado el novio entonces ayunarán, esa expresión de Cristo, utilizando los términos propios de las costumbres de esa época, lo que quiere significar es que el ayuno nace de la ausencia, es la percepción de la ausencia, de la falta de Jesús.
El ayuno brota como espontáneamente del corazón humano cuando percibo en cuántos lugares falta Cristo, la percepción de la ausencia de Cristo, no porque Él se haya ido, sino porque nosotros lo hemos arrojado.
Esa percepción de la falta de Cristo, la ausencia de Cristo, cuánta falta hace, mi Señor. Esa percepción es la que produce el dolor. Ahora bien, allí donde mi vida ha sido pecado, allí, desde luego, falta Jesús.
Entonces se entiende que el dolor cuaresmal, el dolor del arrepentimiento, el dolor la penitencia, todos brotan del amor. ¡Cuánto me ha amado Él!, ¡cuánto!, ¡cuánto me ha amado!
Y precisamente porque veo ese telón blanco, resplandeciente, luminoso de su amor, ante ese telón, ante esa tela limpísima, blanquísima, luminosa, bellísima de su amor, ante esa tela me duele, me duele, me duele haberle faltado.
y ese dolor se convierte en deseo de reparación, ese dolor se convierte en deseo de expiación, ese dolor se convierte en deseo de satisfacción, satisfacción en el sentido de traer ese consuelo, ese alivio, ese refrigerio al corazón de Cristo.
No nuestra satisfacción sino que Él se sienta que satisfecho, que Él se sienta como reconstruido, claro que parece una contradicción, y otro día tendremos que hablar más sobre estos conceptos, ya los hemos tocado varias veces, expiación, penitencia, satisfacción, pero todos estan relacionados con el amor.
Es finalmente la conciencia de que Jesús no se merece lo que le hacemos, esa conciencia es la que produce que nuestro corazón se rompa de dolor, ver el corazón roto de Cristo me rompe el alma a mí, y como veo roto ese corazon, se me rompe el alma y me duele, y con ese dolor yo quisiera aliviar el dolor que ha sentido el corazón de Cristo, corazón humano y divino a la vez, que no por divino deja de ser humano, que no por humano deja de ser divino, porque las dos naturalezas de Cristo de tal manera se han unido en la persona del Verbo, que ninguna anula a la otra.
El punto central en esta reflexión es el amor. ¿Cómo podemos hacer verdadera penitencia?Descubriendo el Amor de Jesús, sintiendo que somos inundados por esa luz, por esa piedad, por esa pureza, por esa belleza, por esa gloria; sintiendo esa tela límpia, hermosa, frente a ella descubrimos nuestra propia suciedad, pero la descubrimos no con desesperación, la descubrimos no para quedarnos mirando cómo somos de sucios nosotros, sino la descubrimos ante todo para decirle a Jesús: “¡gracias!”, y para decirle: “Señor, me duele lo que ha sido mi vida”.
“Y entonces, no sólo me duele lo que yo te he hecho sino que me duele lo que el mundo te ha hecho, me duele lo que el mundo te está haciendo, me duele que el mundo te dé la espalda y que yo haya sido un cómplice en darte la espalda a ti, que no has hecho otra cosa, Jesús, sino amarnos, eso me duele”.
Entonces aquí está el carácter paradógico de la confesión, y de la penitencia, y del arrepentimiento, y de la conversión.
En todos esos conceptos, en todas esas prácticas y palabras una misma realidad se repite: el gozo de entregarle a Jesús nuestra vida, nuestras cosas, nuestros corazones, nuestro país, entregárselo a Jesús para que Él reine, eso da gozo, pero al mismo tiempo el dolor, porque vemos que Él está ausente de tantas partes, no porque Él no quiera estar sino porque se le ha sacado.
Entonces, la Cuaresma, por ejemplo, todo tiempo es buen tiempo de conversión, pero en la Cuaresma uno tiene que hacer un recorrido no solamente por las miserias de uno, permítanme que repita, el arrepentimiento no es para que yo me reconcentre en mí mismo, el arrepentimiento es para que yo me reconcentre en Jesús, para eso es el arrepentimiento.
Entonces, si yo estoy concentrado, si yo estoy centrado y concentrado en Jesús, me duele todo aquello que va en contra de Jesús, me duele que se saque a Jesús de las leyes y de las costumbres, me duele que se saque a Jesús de los laboratorios de la ciencia, me duele que se saque a Jesús de los consultorios de los médicos, me duele que se saque a Jesús de las aulas de los universitarios, me duele que se saque a Jesús de las empresas, de los trabajos, de las compañías.
Me duele, porque todo bien finalmente lo hemos recibido a través de Jesucristo, todo fue creado por Él y para Él, nos dice San Pablo en el capítulo I de la Carta a los Colosenses, y si todo fue creado por Cristo es porque a través de esa Palabra, que es la Palabra única del Padre, todo ha llegado a la existencia, mi existencia misma ha sido un acto de benevolencia, un acto inmerecido de amor de Dios Padre, que al pronunciar a Jesucristo hizo posible que existiera este universo y en él existiera yo; mi existencia misma se la debo a Jesús.
Y luego, cuando el pecado me ha alejado de Dios, la redención de mi vida, la esperanza de mi vida se la debo a Jesús, y si puedo esperar un mañana en Dios, ¿a quién se lo debo sino es a Jesucristo?
Todos estos pensamientos me lleva a descubrir con horror la ingratitud que el mundo tiene, a descrubrir con horror que Jesús ha sido expulsado no solamente de los ambientes públicos, de los ambientes sociales, o científicos, o filosóficos sino que incluso se le quiere sacar de sus dos grandes santuarios que son la familia y la Iglesia.
Y los llamo santuarios porque la familia, según expresión feliz del Papa Paulo VI, es Iglesia doméstica, ¿Cómo podemos llamar ese lugar donde brota la vida humana? ¿Cómo podemos llamar a ese lugar en donde se engendran los hijos? ¿Cómo podemos llamar al hogar sino es santuario de la vida? Eso es lo que tiene que ser un hogar.
Los hogares están llamados a ser eso, y por favor, los que son casados o que piensan casarse consideren con toda seriedad estas palabras, pondérelas por favor.
Una familia no es que me gustó esta mujer y me voy a unir a ella, bien nos enseña el libro de Tobias que esa no es la familia según el plan de Dios; esto no es que me gustó y yo me junto; este hombre me gustó y no lo voy a dejar pasar, esa no puede ser la familia.
La familia es un santuario, en la familia sucede algo precioso, en la familia seres humanos limitados y mortales se convierten en ayudantes de Dios, para que nueva vida, vida humana, llegue a este planeta ¿y qué es vida humana? La imagen y la semejanza de Dios mismo, esa es la familia el santuario de la vida y con razón uno entiende que el demonio quiere destruir con toda saña, con todo odio, a la familia; que la pareja se llene de odio, que los hijos se llenen de irrespeto, que los papás se llenen de egoísmo y de impaciencia, en fin, que cada uno tome por su lado, que se destruya, que se acabe la familia.
Ese es el gran proyecto de Satanás porque la familia es el santuario natural de la vida humana, y por eso es atacado y por eso nos duele que Jesús salga de las familias, por eso nos duele que se pierda la presencia bendita, el nombre bendito de Jesucristo en las familias.
Hace poco estaba oyendo unas conferencias sobre historia comparada de las religiones y comentaban sobre las costumbres de los musulmanes, ¿saben ustedes qué es lo primero que hace una mujer mulsumana cuando acaba de dar a luz? A veces no se ha cortado todavia el cordón umbilical y ella toma ese bebito, lo acerca a su cara y antes de darle el primer beso, le dice estas palabras al bebé: “No hay otro Dios sino Alá y Mahoma es su profeta”, antes de decirle: “hijo mío”, antes de decirle: “Te quiero”, antes de decirle el nombre que le va a poner, lo primero que le dice es: “No hay otro Dios sino Alá y Mahoma es su profeta”.
Porque esta mujer musulmana quiere que las primeras palabras que tenga ese bebé como grabadas al principio del disco duro, en el fondo del alma, sean: “No hay otro Dios sino Alá y Mahoma es su profeta”.
Y cuando se está muriendo un mulsumán piadoso y otros le rodean, ¿cuál es la frase que le dicen al oído? Ustedes ya se pueden imaginar: “No hay otro Dios sino Alá y Mahoma es su profeta”, y esas son las palabras con las que mueren los piadosos musulmanes, piadosos, según ellos entienden la palabra piedad, aunque sea un ejemplo de otra religión, ¿por qué no aplicarlo nosostros, a lo que debe ser una familia cristiana?
Antes de pensar en las vacunas, antes de pensar en cortar el cordón umbilical, antes de pensar en el nombre que se le va a poner al niño, antes de cualquier otra cosa, lo primero que tendría que oír el bebé es el nombre de su Señor y Salvador, Jesús.
Jesús, ese nombre que es una canción; Jesús, ese nombre que es un himno, una poesía, una profesión de fe; Jesús, ese nombre bendito y dulcísimo, deberia se lo primero que oyeran los niños en el hogar y la primera imagen que deberían tener ellos, allá, aun desde su cuna, una imagen hermosa del amor de Jesús, por ejemplo, en la Cruz, o en esa representación preciosa que es el Sagrado Corazón.
Eso es lo primero, así debe reinar Jesús, y esto que digo de cosas exteriores, pues esto también habría que aplicarlo, y sobretodo a las costumbres, a las oraciones, a las prácticas, lo que se hace, lo que se vive en la casa, esa es la familia, y por eso casarse, ¡ay, madre mía!, casarse es una responsabilidad inmensa.
Hay gente que admira mucho la vocación sacerdotal y dicen: “Ay, ustedes tanta entrega tanto sacrificio!, pues ciertamente tiene sacrificio el sacerdocio, pero yo veo la grandeza de la vocación matrimonial y a mí me parece que por los tiempos que estamos viviendo, yo la asemejo casi al martirio.
Un papá, una mamá que quieran verdaderamente hacer de esas familias santurarios de la vida, tendrán gran combate, continuo combate, pero ahí tenemos que dar la pelea, porque nos duele que Jesús sea expulsado como si fuera basura, que sea expulsado de las familias, eso nos duele y porque nos duele, queremos arrepentirnos de las cosas que hemos hecho mal y del bien que hemos dejado de hacer, y por eso buscamos a Jesús.
Pero hay otro santuario, porque así como la familia es Iglesia doméstica, la Iglesia es familia, ¡qué hermoso paralelo el que hay ahí!, la familia es Iglesia doméstica y la Iglesia es familia de Dios, fíjate cómo están relacionados y por eso también el demonio quiere destruir la Iglesia y quiere esto que es un absurdo, por su puesto, pero es lo que intenta, sacar a Cristo de la Iglesia.
¿Y eso qué significa, que los catequistas enseñan sin amor y sin doctrina, y sin convicción, y sin buen ejemplo, y que los sacerdotes no prediquen o prediquen mal, o prediquen lo que no es, o contradigan con su vida lo que predican.
Que se acabe la vida consagrada, o que las personas consagradas den un testimonio horrendo que únicamente sirva para escandalizar a la gente, esos son los planes del demonio.
Que haya confusión y cobardía en todas partes; que haya desconfianza, recelo y egoísmo en todas partes; que cada uno luche únicamente por lo suyo; que los sacerdotes se obsesionen con hacer carrera y que los asciendan y que les den más poder, y que les den más nombre, y ser famosos ante los ojos de este mundo sin tener presentes los únicos ojos que deberían importar, los ojos de Cristo desde la Cruz.
¿Qué me importa que me den a mí una gran oficina? ¿Qué me importa a mí que me den un gran automóvil? ¿Qué me importa a mí tener el último computador? ¿Qué me importa a mí estar repleto de comodidades como sacerdote? ¿De qué me sirve eso o de qué me sirve el aplauso de tanta gente si los ojos de Jesús desde la Cruz siguen llorando por mí?
Sólo tienen que importarme esos ojos, a esos ojos tengo que mirar porque ante esos ojos rendiré cuenta de lo que yo soy, de lo que yo he sido.
Por eso, mis hermanos, el dolor de la Cuaresma tiene que extenderse a lo que vemos aveces que sucede en la Iglesia.
Sin ser trágicos, tenemos que admitir que los tiempos que vivimos son tiempos difíciles, tiempos donde las vocaciones son combatidas, donde los seminaristas muchas veces no sólo se están formando en recibir unos conocimientos sino que se están formando, o mejor, se están deformando con mañas y con malos hábitos.
Y tenemos que orar por ellos, y tenemos que orar por los sacerdotes jóvenes, y tiene que dolernos que a veces vemos obispos tan cobardes para exponer con ardor el Evangelio, y tiene que dolernos que a veces vemos religiosas despistadas diciendo tonterías, y tiene que dolernos que a veces la predicación en nuestras iglesias, aunque sea aceptable, sale tan fría de esos corazones y de esos labios, que es incapaz verdaderamente de incendiar al mundo.
Y Jesús dice: “Yo he venido para traer fuego y quisiera que el mundo entero estuviera ardiendo”.
Como nos damos cuenta, mis hermanos, el gran protagonista de la conversión, yo me atrevo a decir, el único protagonista de la conversión es Jesucristo, y si buscamos la conversión es para que Él reine, para que Él se glorifique, para eso buscamos la conversión, para que Él se manifieste, para que Él sea manifiesto al mundo, para eso buscamos la conversión.
Buscamos la conversión, mis hermanos, para que Él sea más conocido, más obedecido, más amado; buscamos la conversión para que esos himnos de alabanza y de adoración que ya están en los cielos empiecen a resonar en esta tierra, porque el mismo Dios que creó los cielos creó la tierra.
Sigamos el camino de conversión que hemos empezado, si estamos en Cuaresma, por ejemplo, miremos nuestra Cuaresma como un acompañar a Jesucristo.
Nadie, por favor, se atreva a ser Cuaresma solo, nadie; una Cuaresma solo es la cosa más aburrida y más estéril del mundo; la Cuaresma que uno intenta vivir uno solo es un campeonato a ver si resisto no comer carne tal día, a ver si resisto ayunar tal día.
Es muy pobre eso, es muy pequeño eso, ciertamente hay que tomar en serio los días de ayuno, los días de abstinencia, ciertamente hay que tomar en serio las prácticas propias de la Cuaresma, pero no por práctica simplemente, sino porque son mi manera de unirme a Jesús, eso es lo fundamental, porque esa es mi manera de abrazar a Jesús, de decirle: “Estoy contigo y te pertenezco”.
Esa es la razón de ser de las prácticas de Cuaresma o de las prácticas penitenciales que también hacemos en Adviento y en otros momentos.
Que el Señor nos permita percibir el verdadero espíritu de la penitencia, que nos permita vivir cada acto de penitencia como un acto de humildad, de adoración, de alabanza, y sobretodo de amor.
Que Él nos permita experimentar dolor por tantos sitios donde Jesús está siendo expulsado, está siendo maltratado y que así, con renovado ardor, con renovado espíritu, sigamos anunciando la Buena Noticia, porque el mismo Jesús que dijo que teníamos que arrepentirnos y convertirnos, es el que nos invitó a aceptar la Buena Noticia de la gracia del amor, de la salvación y de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.
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Transcripción de este archivo de audio, realizada por Mabel y Ayxa.