Servir a Dios (2 de 3)

Perfil de una vida cristiana

Vamos a mirar estas dos caras y cómo se complementan en el Siervo de Yavé, es decir, cómo se realizaron en la vida y la muerte de Cristo, para que también entendamos que ese es nuestro perfil.

Cuando una empresa quiere contratar empleados, dice: ¿Cuál es el perfil que necesitamos para este cargo de supervisor, o para este cargo de gerente, o para lo que sea?

Bueno, el perfil nuestro es Isaías 52,13 a 53,12: ese es nuestro perfil, el del amor y la obediencia.

No sirve el amor sin obediencia

Miremos cómo se dan: el amor sin obediencia es un puro sentimiento, es algo que se queda únicamente en las palabras, y en el fondo no es servir a Dios, sino es servirse de Dios.

Son muchas las personas que quieren servirse de Dios, es decir, quieren que el poder de Dios esté respaldando los planes que ellos tienen, y quieren que la sabiduría de Dios complemente las ideas que ellos tienen, y quieren que la fuerza de Dios venza todos los obstáculos que ellos encuentren.

Pienso que todos hemos pasado por esa etapa profundamente humana que corresponde al deseo de servirnos de Dios.

Pero, aunque Dios mismo es servidor, aunque Dios mismo es el que sirve, y Jesús lo dice a los discípulos, allá en el lavatorio de los pies: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (véase San Lucas 22,27), hay un peligro en eso de servirse de Dios, que consiste en quedarme sin conocer el plan que Él tiene para mí, mientras me dedico a empujar y a repetir mi propio plan.

Y resulta que el plan de Dios es mucho más bello, más sabio, y en él está la felicidad y la realización que yo no voy a encontrar por mi propio plan, porque mi mirada es pequeña, es limitada frente a la claridad absoluta de la mirada del Señor; nuestra mirada sólo la podemos calificar de miope.

Entonces, aunque Dios es Servidor, si miramos nuestra relación con Dios como servirnos de Dios, en realidad estamos perdiendo el plan de Dios, y si perdemos el plan de Dios, perdemos también lo que Él tenía para darnos.

Ese es el gran peligro cuando uno tiene el amor sin obediencia: que uno se convierte en un seguidor del propio plan, y eso significa hacerse esclavo de los propios caprichos, y detrás de los propios caprichos, hacerse esclavo de las propias debilidades, de las propias tentaciones, y finalmente significa hacerse esclavo de los juegos, de los engaños, de las estrategias del enemigo.

Cuando me dedico a servirme de Dios, termino sirviendo al enemigo: ese es el amor sin obediencia. Jesús nos dijo claramente que por ese camino no íbamos a ninguna parte. Jesús nos advirtió: “¿Por qué dicen ¡Señor! ¡Señor!, y no hacen lo que yo mando?” (“véase San Lucas 4,46). Ahí se muestra que hay ese vínculo entre amor y obediencia; y también al final del evangelio de Juan, capitulo 15, dice Jesús: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (véase San Juan 15,14).

Recordemos que la palabra amigo viene de la misma raíz de amor; la amistad, o en latín amicitia, es una expresión de amor, y eso lo sabemos muy bien; hay un afecto donde hay amistad; entonces lo que Jesús está diciendo es: si hay amor, tiene que haber obediencia, pero esa es sólo una cara.