Imaginemos las cosas como están, pero al revés. Imaginemos que son los empleadores los que definen la educación, y no los educadores los que determinan quién está autorizado para emplearse. Voy a dar amplia libertad a mi teclado (que no pluma) para lo que sigue. Es un puro ejercicio de especulación pero quizá encuentre algún oído atento.
Quienes detectan que necesitan nuevos empleados son las empresas. Supongamos que un grupo de ellas, digamos en el área automotriz, saben que necesitan mejorar el diseño de motores híbridos. El procedimiento tradicional es: examinemos CVs (hojas de vida, curricula vitae) de personas con amplia experiencia en el área del diseño de motores. La falla de ese procedimiento es que históricamente un número inmenso de profundas innovaciones ha venido de fuera de las áreas de experiencia. La conocida expresión pensar “por fuera de la caja” (out of the box) viene de ahí, sin duda, del poder de una perspectiva fresca.
En esto es interesante citar el ejemplo de personas reales. He aquí un pasje de la biografía de Steve Jobs en la Wikipedia:
Ya al cumplir los 17 años entra a la universidad Reed Collage en Portland, Óregon, a la cual asiste tan sólo 6 meses antes de decidir abandonarla debido a los altos costos de los estudios, que sus padres apenas podían financiar. Pese a que abandona sus estudios, continua asistiendo como oyente a aquellas clases que le interesaban, como por ejemplo caligrafía. Permaneció como oyente unos 18 meses más hasta que abandona definitivamente los estudios. Fueron años de gran sacrificio por no contar con los medios económicos. Curiosamente sus estudios en caligrafía le serían de utilidad cuando diseñara la tipografía de la primera Mac. A los 20 años inicia Apple en el garaje de sus padres junto a su amigo Steve Wozniak. Tan sólo en 10 años logra convertir a Apple de una empresa de dos personas en un garaje de una casa a una empresa de 4000 empleados.
De acuerdo: no se pueden hacer reglas de las excepciones. Y también de acuerdo: así como se cita el caso de Jobs se pueden citar miles de ejemplos de personas que han seguido escrupulosamente todos los pasos tradicionales y que hoy son felices y exitosos empleados, gerentes o gente de empresa. Eso yo no lo niego. Lo que niego es la posibilidad de una alternativa al sistema de formación profesional actual porque sigo pensando que desperdicia mucho talento. No estoy haciendo un elogio de la improvisación ni diciendo que rebelarse contra el sistema lo hace a uno mejor que el sistema. Más bien lo que pienso es en ofrecer caminos alternativos que a la larga mejoran el sistema. No soy un anárquico pero tampoco me considero amarrado a lo que hasta ahora conocemos. La educación universitaria no ha cumplido aún mil años, así que hay espacio suficiente para la innovación.
Un experimento social interesante sería que grandes o medianas compañías empezaron por dar algunos o varios de los siguientes pasos:
- Fortalecer sus propios departamentos de Investigación y Desarrollo no sólo en térmios de productos sino de publicaciones en diálogo con la Academia.
- Reclutar personas siguiendo el criterio de su capacidad de hacer preguntas–no de tener respuestas.
- Implementar proyectos de producción o publicación que permitan experimentar a los participantes en escala menor lo que implica y lo que trae un producto o publicación terminada
La idea detrás de todo ello es hacer bidireccional la relación entre el mundo académico y el mundo profesional. Cuando un médico joven hace su internado, es la Academia la que lo envía al mundo profesional. Cuando un grupo de médicos expertos hace un Congreso de actualización sucede hasta cierto punto lo contrario, pero ¿qué pasaría si los mismos lugares de trabajo se convirtieran en el lugar primero de formación?
Creo que ese experimento mental se puede analizar desde la evolución de la palabra aprendizaje, en español. Originalmente, el aprendizaje era el tiempo en que una persona era un aprendiz, y el lugar para ser aprendiz es el mundo “real,” al lado de un maestro o experto. Así era también en la Iglesia: los nuevos sacerdotes se formaban a la sombra o en el “aprendizaje” de otros sacerdotes. El método no debía ser tan desastroso, si alcanzó a durar quince siglos. Vino luego la estructura sólida, el seminario, pero, pregunto: sin destruir al seminario, ¿nada podemos aprender de los aprendices de esos quince siglos?
Por supuesto, otro tanto cabe preguntar en la sociedad civil: el auge de la institución académica superior que conocemos, con pretensiones de medio casi exclusivo de formación de líderes, no debe tener mucho más de doscientos años. Los miles de años que preceden a ese hecho en nuestra civilización, ¿qué pueden enseñarnos?
Hola: estoy enviando sus reflexiones (1ª. y 2ª. parte) a un profesor universitario quien se entiende con el área industrial y sociológica.
Anhelaba recibir comentarios suyos (y a través) de esta naturaleza los cuales ojalá después de su Tesis se tornen más frecuentaes.
Hasta pronto.