Tiempo para el Evangelio – Retorno a los Escritos de Vida Espiritual

Presentación

“Muchas veces y de muchas modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas: en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien hizo los mundos, el cual, siendo resplandor de su gloria e impron­ta de su substancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas” (Heb 1,1‑3).

Puede decirse, con la debida reveren­cia, que el presente folleto desea ser un comentario al texto precedente. Jesucristo es la Palabra del Padre, el Mensaje supremo, la Noticia importante, Aquello que necesitábamos saber, Aquel a quien debíamos conocer. Su voz, llegada a nosotros por medios comunes o extraor­dinarios, nos conduce a la revelación del Rostro de Dios en el Hombre. En el momento sublime de la Cruz, esta revela­ción se hace desconcertante, pero plena y definitiva.

Bajo la autoridad y parecer de la santa Iglesia Católica, se ofrecen las palabras aquí escritas. Quiera Dios, el Padre que se nos ha revelado enteramente en Cristo, su Hijo, Nuestro Señor, acogerlas y hacerlas germinar, para su honor y gloria.

Fr. Nelson M.

¿Por qué, mi niño?

¿Por qué has de ir con el rostro bajo? ¿Quién apagó la luz de tus ojos?
¿Por qué a veces te hablo y no me respondes? ¿Por qué gritas en mis oídos “dónde estás”, y luego tapas los tuyos cuando te susurro “aquí”? ¡Oh, mi niño! ¡Y te disgusta que te llame “niño”! Pero sigues siendo un niño, y sigues siendo mío.

¿Por qué quieres limitarme? ¿Por qué quieres que mis promesas se parezcan a tus deseos? ¡Oh, mi niño! Saldrías ganando si me aceptaras, y así ganaras la posibilidad de ser conmigo.

¿Porqué te haces daño? ¿Por qué quieres hacerme sufrir, privándote de mí? ¡Oh, mi niño! Caminas por mi mundo y bajo mi cielo; respiras mi aire, bebes mi agua y te alimentas de mis campos; yo te arropo, te doy piso y te hago ser. Sin mí pierdes lo mejor de ti.

¿Por qué te ocupan tanto tus cosas? ¿Por qué tus pensamientos te parecen tan importantes? ¡Oh, mi niño! Desearías apagar mi sol para que se viera bien tu linternita. ¡Y a veces pateas la tierra que te sostiene! Sería mejor besar esa tierra y agradecer ese sol.

¿Por qué me empequeñeces? ¿Por qué me tratas como si no me conocieras? ¡Oh mi niño! He hecho todo para que me conoz­cas. Yo no ahorro esfuerzos, no guardo nada para mí, no tengo segundas inten­ciones, no prometo más de lo que tengo ni ofrezco menos de lo que soy.

¿Por qué huyes de mi dulzura? ¿Por qué saboreas tus venenos? ¡Oh mi niño! ¡Se te ha lastimado el paladar, se te ha embotado el gusto! Al contrario: ¡qué suave bondad y qué gozo embriagará tu alma cuando al fin vuelvas a mí!

“Ven, entonces. Ven a cenar a mi Casa: a comer de mi Pan y beber de mi Vino. Ven a alegrarte conmigo”.