Entendamos lo grave de lo sucedido en Corea del Sur

No se puede matar vida humana con la esperanza de encontrar medicinas para salvar otras vidas,” dijo monseñor Elio Sgrecia, vicepresidente de la Academia Pontificia del Vaticano para la Vida. Aludía a la reciente clonación de embriones humanos en laboratorios de Corea del Sur.

Mientras que muchos científicos expresaron su satisfacción por este supuesto “logro”, Mons. Sgrecia no economizó palabras claras y duras, indicando que estamos a las puertas de “una repetición de lo que hicieron los nazis en los campos de concentración.

En realidad la posición oficial de la Iglesia es clara. La Iglesia Católica condena todas las formas de investigación con embriones que puedan conducir a su destrucción. Es la lógica consecuencia del respeto a la vida humana, entendida como el don fundante de todo nuestro ser y quehacer.

No sé si todos somos conscientes de la gravedad de lo que está en juego. El camino que en mala hora han abierto estos científicos surcoreanos tiene una meta clara: la derivación de tejidos “de repuesto” que deberían servir para tratar enfermedades degenerativas como Alzheimer, Parkinson o cáncer. Estos tejidos se sabe que potencialmente podrían lograrse a partir de las llamadas “stem cells” o “células madre”, que tiene la facultad de volverse cualquier parte del cuerpo humano.

La ruta, pues, es clara: (1) tomar celulas (sanas) del paciente enfermo, (2) clonarlas hasta el estado embrionario; (3) obtener células madre del tejido clonado –hasta aquí van los surcoreanos; (4) reconducir el crecimiento de esas células madre de modo que se vuelvan la parte de tejido que se quiere reemplazar –esta es la parte técnicamente más compleja y larga; (5) implantar este tejido de repuesto en reemplazo de los tejidos dañados –no se sabe si esto pueda hacerse en todos los casos ni con qué tecnología. Supuestamente, el hecho de ser tejidos clonados garantizaría que no hay rechazo inmunológico y equivaldría a una inyección de vida “nueva” y sana para el organismo deteriorado. De este modo, según piensan los partidarios de la clonación llamada “terapéutica”, se lograría vencer a esas enfermedades degenerativas que han demostrado ser de un género distinto a las enfermedades tipo infección o virus.

Y a la voz de que puede obtenerse una cura para semejantes males la postura de la Iglesia es juzgada de modo simplista e inmediato como algo opuesto al progreso de la medicina. Quienes buscan este progreso pretenden distinguir entre clonación “terapéutica” y “no-terapéutica”. Según ellos, la obtención de celulas madre para sanar enfermedades es un proceso terapéutico. La clonación no-terapéutica sería, en cambio, la obtención de un ser humano completo a partir de otro ser humano. Ahora bien, es evidente que la única diferencia técnica entre estas dos clonaciones humanas es que en el caso terapéutico el embrión no se implanta sino que se manipula para obtener de él los tejidos deseados, mientras que en el segundo caso sí se implanta.

Y ahí es donde surge la objeción ética más directa y profunda: si se pretende rechazar la clonación no-terapéutica porque un embrión implantado conduce a un ser humano, ¿no es eso admitir que al escoger no implantar ese embrión estamos suprimiendo una vida humana? Por eso, según las palabras de Mons. Sgrecia, lo que esto anuncia es un nuevo mundo desafiante en el que “la vida embrionaria será comprada y vendida como algo comercial.

La expresión, tristemente, no es exagerada. Para lograr los embriones de la llamada clonación terapéutica se requiere un gran número de óvulos. El único modo de producir óvulos sanos es tomarlos del cuerpo de mujeres. ¿Cuánto tiempo falta hasta que algunas mujeres pongan precio a sus óvulos terapéuticos?