Tres Meses… Una Carta vía California!

Hola, hermano!

Hoy hace tres meses llegué a Dublín. Una mañana el horizonte se colmó de verde y unas casas sencillas y discretas recibieron el tronar de las turbinas de nuestro vuelo trasatlántico: abajo, Irlanda; atrás, Nueva York; delante, un camino incierto pero salpicado de esperanzas; arriba, el cielo, ebrio de azul.

Desde el primer día me acordé de ti. Y aunque no te digo que todos los días te pienso, puedo asegurarte que hay montañas de cosas, situaciones, personas, y giros de lenguaje que hacen que te recuerde. A menudo, junto a ese recuerdo va una oración. A menudo, una sonrisa y un acto de admiración por tu propio arrojo y decisión, cuando en circunstancias difíciles tuviste el valor de obrar según lo más hondo de tu conciencia para ir a establecerte donde ahora vives: California.

Y desde luego, ¡cómo no reconocerlo!, eran más difíciles tus circunstancias, por muchos motivos que todos conocemos y que no es del caso mencionar ahora. Simplemente aludo a esto para decirte cuánto te he recordado y con qué corazón lo he hecho.

Yo no había vivido experiencia semejante a esta. No conocía a nadie; literalmente: a nadie. Un par de correos con algunos de los padres de por acá, y nada más. Una cosa bonita en un cierto sentido, porque es como el momento de marcar el comienzo de algo totalmente nuevo. Pero algo difícil en otros sentidos. El arte de hacer amigos y la artesanía de crear lazos de confianza –creo que estaremos de acuerdo– no es cosa obvia para todos, y ciertamente no lo era ni lo ha sido para mí.

Luego está el tema de los estudios. He estado contento en términos generales con las clases que recibo y con las perspectivas de investigación que alcanzo a divisar. He escogido un tema de frontera, de esos que sabes que me gustan: algo que esté entre la filosofía y la teología. Y si por filosofía entendemos el pensar reposado en las cuestiones hondas que están siempre ahí, listas a saludarnos cualquier noche de insomnio, y si por teología entendemos eso de tomar la fe y ver al fin qué es lo que lleva por dentro, pues la conclusión será que hurgar en los barbechos donde se intersectan una y otra es un ejercicio que nos manda a bucear en aguas que todos compartimos.

Yo no miro mis estudios como un ejercicio de la arqueología o de la curiosidad. La unidad interna de la persona humana, justificada y cuestionada a la vez por un marco filosófico y una inspiración cristiana: a eso me dedico, y desde ahí, una y otra vez me tropiezo con docenas de grandes cuestiones actuales, desde la economía de mercado hasta el poder de la tecnología.

Bueno, eso te cuento sobre mis lecturas y clases.

Gracias a Dios, en la parte académica me ha ido bien con el inglés. En general los profesores son gente que tiende a vocalizar bien y a ordenar sus construcciones gramaticales de modo más simple y estandarizado de lo que suele ser una conversación cotidiana. Lo cual significa, de paso, que me he quedado muy corto muchas veces para entender y para hablar el inglés de lo cotidiano. Ha sido un ejercicio de paciencia, a veces de enfado, a veces de decepción o soledad, pero sobre todo: un ejercicio de perseverancia y de renovar el ánimo: simplemente no hay otra cosa que hacer sino segur tratando de entender y de hacerse entender. Por lo menos, ese ha sido mi caso.

Vivir en otra cultura ha sido una gran escuela. Algo que sin duda le recomendaría a cuantos pudieran vivirlo –dentro de un margen razonable de circunstancias, se entiende. Desde aquí me he acordado sin cesar de nuestra Colombia, y, lo mismo que tú, le he deseado mejores días.

Bueno, mi hermano. Te quiero mucho. Vaya un abrazo… ¿por dónde será más corto, por el Atlántico o por el Pacífico?

Besos a Myriam y los niños!

Nelson