He pensado que en la vida todos tenemos momentos en que no nos sentimos escuchados por Dios. Hasta un cierto punto yo estoy viviendo uno de esos momentos o tiempos. Las situaciones afectivas y económicas de las personas que tengo más cerca, sobre todo de mi propia familia, son duras, punzantes y prolongadas.
Por eso, y para serte sincero, cuando alguien me dice que está disgustado con Dios, yo no me disgusto. Creo que es un sentimiento que entiendo y que en cierta medida lo he vivido. Aquí me he podido encontrar con personas que no creen en Dios, a veces por eso, porque sintieron que creer o no creer no hacía ninguna diferencia. Yo creo que yo no entraría en discusión con esa clase de sentimientos, aunque ciertamente me duele que la fe desaparezca del horizonte.
De veras que creer hace milagros, algunas veces; pero en sí mismo, creer es ya un milagro.
El mundo, con todas sus maravillas, nos invita a creer pero no nos fuerza a hacerlo. Y el mundo, con todas sus injusticias, las chicas y las grandes, nos invita a no creer, aunque tampoco nos fuerza a hacerlo.
Creer es un milagro. Muchos lo mirarán siempre como una opción que tomamos por comodidad o por inercia. Otros dirán que somos medio héroes, medio locos o medio santos. Yo pienso que sencillamente hemos recibido un regalo. Es un regalo bello y poderoso, aunque también incómodo y comprometedor algunas veces.
Personalmente, me maravillo de poder creer y me alegra que tú tengas fe, a pesar de todo y por encima de todo.
¿Sabes? Yo bendigo tu fe, y pido al Señor que confirme son señales de su amor cada paso de tu vida… incluyendo esos pasos por las “cañadas oscuras” de que habla el salmo.