A tu Imagen

Porque no olvidase

cómo es grande tu poder,

tú quisiste darme la memoria, Señor;

en ella descubro los prodigios de tu amor:

¡grande has hecho tú mi poca fe!

Porque comprendiese

cómo es grande tu verdad,

tú diste a mi alma entendimiento, Señor;

con mi luz pequeña me levanto hacia tu amor,

¡y tu luz me da la claridad!

Porque yo te amase

con tu misma caridad,

tú me diste voluntad y fuerza, Señor;

y ese Fuego inmenso que es tu Espíritu de Amor,

llena el alma de tu libertad.

Me diste memoria,

entendimiento y voluntad:

a tu imagen, tú quisiste hacerme, Señor;

y pues tu Verdad y tu Poder son solo Amor,

¡te bendigo, Eterna Trinidad!

Padre Dios

Padre Dios,

por la salvación de los hombres,

de ti tan amados,

nos enviaste a tu Amado Hijo,

para otorgarnos a través de su Cuerpo Santísimo,

tomado de la Virgen María,

llagado en la Cruz

y glorificado en la Pascua,

el Don Sublime de tu propio Espíritu.

Padre Dios,

para gloria de tu gracia

y alabanza de tu misericordia

todo lo diste de ti,

cuando te diste en Jesucristo,

de modo que todo dijiste en sus palabras,

todo lo revelaste en su rostro,

todo lo amaste en su corazón,

y todo lo renovaste en su resurrección.

Padre Dios,

por tantos bienes

que nos has otorgado

o nos tienes prometidos,

y tantos males

que nos has evitado

o de los que nos has redimido;

por tanta piedad y tanta belleza,

por tanto poder, tanta sabiduría y tanta gracia,

pero, sobre todo, por tanto amor,

acepta hoy nuestra gratitud,

acoge nuestra alabanza,

recibe, también tú, nuestro amor.

Padre Dios,

somos tu obra, cuídanos;

somos tu gloria, líbranos;

como hijos de tu amor te suplicamos

y por Cristo, tu Hijo, te rogamos.

Reconoce en nosotros la voz de tu Único,

y en él danos mirarte el día de la eternidad.

Amén.

El Boletín me ayudó a Mantenerme en la Fe

Hola Fray Nelson,

Un cariñoso saludo para usted y toda la comunidad: en Villavicencio y en “Amigos en la Fe”

Había estado en mora de enviarle este correo. Quizás no le había contestado por no tener una respuesta clara en mi mente, pero ahora trataré de responder sucintamente con todas las ideas que tengo.

¿Cómo Llegué a Nueva York?

Llegué muy bien de salud y con mucho ánimo el 11 de Febrero del año en curso, acompañada de mi hija y mi esposo, después de pedirle mucho a la Virgen Santísima por su intercesión para nuestro reencuentro familiar, después de seis meses de separación.

Llegué a esta ciudad a presentar una obra de Danza Contemporánea en un festival de Performancia Primavera 2002, al cual fui invitada, fue una experiencia muy grata en mi carrera ya que esta fue la primera vez que actué en USA., en mi primera visita a este país.

A través de una Fundación colombiana, de la cual soy miembro, obtuve permiso para poder realizar algunos artículos periodísticos en el área de la Danza Contemporánea aquí en Nueva York. (Tengo titulo de Comunicación Social). Esta es una tarea que he ido realizando poco a poco ya que también han aparecido en mi camino otros temas para tratar por ejemplo: “Qué hace un colombiano en Nueva York” (reportajes).

Como un recuento por bimestres: expectativas, temor, pánico y depresión, oración y toma de las riendas, son algunas de las palabras que pueden describir estos seis meses en esta particular ciudad.

Mi esposo, quien tiene residencia aquí, ya inició los trámites de solicitud de esta para mi hija y para mí, fue entonces el más importante de los motivos para llegar aquí. La situación laboral en Colombia no había sido la mejor para él, así que fue una decisión familiar trasladarnos a esta ciudad como lo han venido haciendo muchas familias colombianas y de muchos otros países, como lo he podido ver aquí.

Encontrar un grupo de oración no me tomó mucho tiempo, gracias a que escucho “Radio María” y siempre dan información de actividades parroquiales en el área tri-estatal, pero escogerlo sí, por aquello del desplazamiento. Pero gracias a Dios en esos momentos de depresión que tuve, siempre encontré personas que me dieron una voz de aliento, que oraron por mí y que me ayudaron a no desfallecer. Estoy asistiendo a psicoterapias, y ha sido saludable, pero sobretodo, estoy yendo al grupo de oración de mi parroquia cercana y estoy siempre pidiéndole a Dios que no me deje fallar en mis oraciones diarias.

Bueno, Fray Nelson, no sé si haya sido muy extensa, pero estas son algunas de las ideas que quería compartir con usted. Ah!, y darle también las gracias porque el Boletín de Amigos en la Fe, fue también un medio por el cual me mantuve unida a la fe, en medio de toda esa soledad que viví.

Un abrazo muy fuerte y muchas gracias por su amistad. Que Dios lo guarde y lo colme de salud y bendiciones.

Me salvé al borde del precipicio

Las confesiones de monseñor Milingo.

Publicado un libro del arzobispo «pródigo»

Se dirigió primero a Castel Gandolfo para encontrarse con Juan Pablo II. «Fue muy hermoso. No me acusó de nada. Me dijo con solemnidad: “En nombre de Cristo vuelve a la Iglesia Católica”»

ROMA, 8 septiembre 2002 (ZENIT.org).- El arzobispo Emmanuel Milingo, denuncia en su autobiografía haber sido víctima de un «complot» de la secta del reverendo coreano Sun Myung Moon, quien organizó su supuesto matrimonio con una total desconocida.

«No fui yo quien buscó al reverendo Moon en ningún caso. Fueron sus mismos discípulos», afirma un año después en el libro que ahora es publicado en Italia por las Ediciones Paulinas.

El prelado de Zambia considera, de hecho, que fue víctima de una especie de lavado de cerebro. “Más tarde, me di cuenta que había caído en una trampa”.

El arzobispo confirma al mismo tiempo informaciones que circularon durante el mes de mayo de 2001, tras el enlace organizado por la Federación de la Familia para la Paz Mundial y la Unificación: “Tenían la idea de desarrollar su presencia en África fundando una Iglesia Católica paralela”.

Monseñor Milingo ha querido confirmar las revelaciones que hace en su libro con una carta autógrafa cuya copia que aparece en el mismo. Se trata de una entrevista que “he querido conceder para que se aclare la verdad, sin zonas de sombra”, aclara.

Será publicado en los próximos días en Italia por Ediciones Paulinas con el título “El pez repescado del fango”. El diario católico Avvenire publica este domingo algunas revelaciones del mismo.

El fango es la historia de primavera y verano del año pasado que protagonizó el prelado de 72 años en Estados Unidos.

Su boda con una mujer coreana, tuvo lugar en el marco de las espectaculares ceremonias colectivas típicas del “reverendo” Moon, presunto fundador de una religión, considerado por algunos expertos en sectas como un “grupo destructivo” y que tuvo que abandonar su tierra natal por presuntos delitos.

El “casamiento” del arzobispo con la coreana Maria Sung y las idas y venidas de esta señora al Vaticano, donde llegó a decir que esperaba un hijo, luego se descubrió que ya estaba casada con otro señor italiano, fueron el espectáculo servido por el grupo pseudorreligioso en su deseo de atraer fieles católicos.

Ahora Milingo, desde una casa argentina del Movimiento de los Focolares, donde esperar volver en las próximas semanas a Italia, relata que los primeros contactos con Moon se produjeron con la esperanza de hacer de puente entre la Iglesia y la organización de la que, sin embargo, confiesa no sabe mucho.

Era el momento en el que la “exasperación” por el aislamiento que vivía en la Iglesia católica había llegado al máximo, explica. El prelado, de hecho, había sido trasladado de arzobispo de Lusaka a la Santa Sede, donde desempeñaba el cargo consultor del Consejo Pontificio para los Migrantes y los Itinerantes.

Los adeptos de Moon le impusieron el matrimonio y monseñor Milingo (que no puede decir si ha estado drogado pero tampoco lo excluye con seguridad) aceptó. “No comprendo todavía por qué tomé aquella decisión”, afirma ahora.

De los 72 días vividos con Maria Sung prefiere no hablar y dice que quedarán sólo en su memoria. Revela, sin embargo, que una vez rogó a Dios que lo hiciera morir.

Quienes propiciaron “la fuga” de Milingo de la secta fueron dos amigos italianos. En su huida, se dirigió primero a Castel Gandolfo, para encontrarse con Juan Pablo II. Fue muy hermoso. No me acusó de nada. Me dijo con solemnidad: “En nombre de Cristo, vuelve a la Iglesia Católica”, recuerda. Después de aquellos 20 minutos, afirma que se sintió en casa, de nuevo. En aquel momento comprendí todos mis errores.

Tuvo después diálogos con el arzobispo Tarsicio Bertone, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe y figura clave en todo este asunto. Luego, volvió a visitar al Papa, y tras dar las últimas explicaciones a Maria Sung, se tomó unos meses de retiro espiritual, primero en una casa a los alrededores de Roma, y luego en Argentina.

“Me salvé al borde del precipicio”, reconoce como conclusión este hijo pródigo de la Iglesia. Y ha descubierto ahora que muchos ofrecieron oraciones y sacrificios implorando a Dios por mi regreso. “No sabía que mis hermanos y hermanas de todo el mundo me amaran tanto”.

Señor de la historia

Dios Eterno:

tú eres el Señor de la historia.

Tú llamas a la existencia

los tiempos nuevos,

según la medida de tus providencias.

Desde el futuro,

tú saludas nuestro decisivo “hoy”,

y así te haces presente

en cuanto hacemos y tenemos,

en cuanto podemos y somos.

Dios Eterno:

tu voz va tejiendo

nuestros frágiles días.

Tú sostienes con sabio y piadoso poder

la contingencia inasible

de la trama en que vivimos.

En ti halla firmeza

cuanto tiene fundamento,

de ti recibe precio cuanto vale,

y por ti, cada cosa tiene su lugar.

¿Por qué entonces se desvanecen

nuestros días?

¿Por qué no alcanzamos

nuestros mejores sueños?

¿Por qué a menudo damos menos

de lo que recibimos,

y recibimos menos de lo que esperamos?

Continuar leyendo “Señor de la historia”

Las otras formas de lenguaje (1)

Cuando una pregunta de cierta trascendencia se plantea, por ejemplo sobre alguna cuestión moral aguda, lo que nos resulta más natural es hacer un análisis de lo que está implicado. Espontáneamente tratamos de poner frente a nosotros qué es lo que hay, cuál es la historia que precede al estado actual de cosas y qué consecuencias se siguen de una u otra postura que se tome. Obramos bajo los ideales de la objetividad, la claridad y el rigor racional.

Tales ideales han llegado a constituir una especie de segunda naturaleza en nosotros los Occidentales. Son el credo que se supone que la ciencia practica pero, incluso cuando no estamos hablando expresamente de temas científicos, lo que solemos esperar de un discurso convincente es ese lenguaje de hechos claros y enunciados que se enlazan para producir deducciones correctas. La Iglesia Católica, en particular, trata continuamente de exponer su enseñanza moral en esos términos. Espero ser suficientemente objetivo si me atrevo a elogiar la calidad de los documentos que así han brotado de la pluma de teólogos, obispos y pontífices en los últimos dos siglos, por dar una referencia temporal. Ya se trate de la defensa de la familia, del valor del trabajo o de la importancia de una liturgia solemne y digna, la Iglesia sigue la corriente principal de nuestro tiempo en lo que atañe al modo de hablar: rigor racional, claridad y objetividad.

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Dos Bebés en un Pesebre

Queridos hermanos en Cristo Jesús:

Hace unos días me encontré con una historia que me tocó a lo más profundo, y quisiera compartirla con ustedes.

En 1994 dos americanos respondieron una invitación que les hiciera llegar el Departamento de Educación de Rusia, para enseñar Moral y Ética en las escuelas públicas, basada en principios Bíblicos.

Debían enseñar en un gran orfanato. En el orfanato había casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados, y dejados en manos del estado. Se acercaba la época de la Navidad. Les contaron acerca de María y José llegando a Belén, de cómo no encontraron lugar en las posadas, por lo que debieron ir a un establo, donde finalmente el niño Jesús nació y fue puesto en un pesebre.

A lo largo de la historia, los chicos y los empleados del orfanato no podían contener su asombro. Algunos estaban sentados al borde de la silla tratando de captar cada palabra. Una vez terminada la historia, les dieron a los niños tres pequeños trozos de cartón para que hicieran un tosco pesebre. A cada pequeño se le dio un cuadrito de papel cortado de unas servilletas amarillas que habían llevado consigo. En la ciudad no se podía encontrar un solo pedazo de papel de colores.

Siguiendo las instrucciones, los chicos cortaron y doblaron el papel cuidadosamente colocando las tiras como paja. Unos pequeños cuadritos de franela, cortados de un viejo camisón que una señora americana se olvidó al partir de Rusia, fueron usados para hacerle la manta al bebé. De un fieltro marrón que trajeron de los Estados Unidos, cortaron la figura de un bebé.

Mientras los huérfanos estaban atareados armando sus pesebres, caminaban entre ellos para ver si necesitaban alguna ayuda. Todo fue bien hasta que llegaron donde el pequeño Misha estaba sentado. Parecía tener unos seis años y había terminado su trabajo. Cuando miraron el pesebre quedaron sorprendidos al no ver un solo niño dentro de él, sino dos. Llamaron rápidamente al traductor para que le preguntara por qué había dos bebes en el pesebre. Misha cruzó sus brazos y observando la escena del pesebre comenzó a repetir la historia muy seriamente.

Por ser el relato de un niño que había escuchado la historia de Navidad una sola vez estaba muy bien, hasta que llegó la parte donde María ponía al bebé en el pesebre. Allí Misha empezó a inventar su propio final para la historia, dijo: “Y cuando María dejó al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni papá y que no tenía un lugar para vivir. Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con Él.

Le dije que no podía, porque no tenía un regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús, por eso pensé qué cosa tenía que pudiese darle a El como regalo; se me ocurrió que un buen regalo podría ser darle calor. Por eso le pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿ese sería un buen regalo para ti? Y Jesús me dijo: Si me das calor, ese sería el mejor regalo que jamás haya recibido. Por eso me metí dentro del pesebre y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre.”

¡Estoy dispuesta a aceptar lo que el Señor quiera para mí!

Apreciado Fray Nelson:

Antes de presentarme, quiero agradecerle profundamente su homilía del pasado 12 de de Mayo de 2002 en la Iglesia de Chiquinquirá, nunca lo había escuchado, sólo lo había leído… Sus palabras tocaron mi corazón, y me alegra que Nuestro Señor se vea representado en un sacerdote como usted, que revindica fuertemente la tristeza que tenemos en nuestros corazones. Y sí, ¡Estoy dispuesta a aceptar lo que el Señor quiera para mí!

Mi nombre es María Inés Espinosa Calle, tengo 33 años, y estoy muy contenta de estar más y más cerquita de Dios. Gracias a la tenacidad de mi madre, considero que tengo unas muy buenas bases católicas. La Santísima Virgen me ha guiado hasta Nuestro Señor. Tarde he empezado a conocerlo y acercarme a Él, pero por lo menos estoy llegando….

Tuve una experiencia muy difícil hace un año y medio, cuando llevaba 1 año y 10 meses de casada, mi matrimonio se disolvió, como si nada, mi esposo se fue. Gracias a la mano de la Virgencita y de Nuestro Señor, asumo lo que pasó y les doy las gracias, porque si no hubiera vivido lo que viví, y todavía aún estoy viviendo, tal vez hubiera seguido como un agua tibia, sin tomar la determinación de aceptar que Dios es el dueño de mi vida, y que sólo a Él me debo.

¡Gracias por todo!

Dios te Encontró

Hace unos 14 años, estaba revisando el registro de mis estudiantes universitarios para la sesión de apertura de mi clase sobre teología de la fe. Ese fue el primer día que vi a Tommy. Estaba peinando su largo cabello rubio, que colgaba 15 centímetros por debajo de sus hombros. Sé que lo que está dentro de la cabeza, no sobre ella, es lo que cuenta; pero en ese tiempo yo no estaba preparado para Tommy, así que lo etiqueté como extraño, muy extraño.

Tommy resultó ser el ateo residente de mi curso. Constantemente objetaba o se burlaba de la posibilidad de un Dios que amaba incondicionalmente. Vivimos en una paz relativa durante un semestre, aunque a veces él era un dolor de cabeza. Al final del curso, cuando entregó su examen, me preguntó en un tono un poco cínico:

-¿Cree usted que encontraré a Dios alguna vez?

Me decidí por un poco de terapia de choque:

-¡No!, dije enfáticamente.

-¡Ah!, respondió. Pensé que ese era el producto que estaba usted vendiendo.

Lo dejé dar cinco pasos hacia la puerta y luego lo llamé:

-Tommy. ¡No creo que lo encuentres nunca, pero estoy seguro de que Él te encontrará a ti!

Tommy simplemente se encogió de hombros y se fue. Me sentí un poco desilusionado de que no hubiera captado mi hábil mensaje.

Después escuché que Tommy se había graduado y me sentí debidamente agradecido. Luego me llegó un informe triste: Tommy tenía cáncer terminal.

Antes de que yo pudiera buscarlo, él vino a mí. Cuando entró en mi oficina, su cuerpo estaba muy deteriorado y su largo cabello se había caído a causa de la quimioterapia. Pero sus ojos eran brillantes y su voz firme, por primera vez en mucho tiempo.

-Tommy, he pensado mucho en ti. Supe que estás enfermo, le dije.

-Sí, muy enfermo, profesor. Tengo cáncer. Es cuestión de semanas.

-¿Puedes hablar de ello?

-Seguro, ¿qué le gustaría saber?

-¿Qué se siente saber que tienes 24 y te estás muriendo?

-¡Bueno, podría ser peor!

-¿Como qué?

-Bueno, como tener 50 años y no tener valores o ideales. Como tener 50 años y pensar que beber, seducir mujeres y hacer dinero son las cosas más importantes en la vida… Pero vine a verlo realmente por algo que me dijo el último día de clase. Le pregunté si usted pensaba que alguna vez encontraría a Dios y usted me dijo que no, lo cual me sorprendió. Luego me dijo: “Pero Él te encontrará a ti”. Pensé mucho en eso, aunque mi búsqueda no fue para nada intensa entonces. Pero cuando los doctores quitaron un bulto de mi ingle y me dijeron que era maligno, tomé muy en serio localizar a Dios. Y cuando la malignidad se diseminó a mis órganos vitales, comencé realmente a golpear las puertas del cielo. Pero nada sucedió. Bien, un día me desperté y, en lugar de lanzar más peticiones inútiles a un Dios que puede o no existir, simplemente me di por vencido. No me importaba Dios ni la otra vida ni nada por el estilo. Decidí entonces pasar el tiempo que me queda, haciendo algo más lucrativo. Pensé en usted y en algo que había dicho en una de sus conferencias: “La tristeza esencial es ir por la vida sin amar. Pero sería igualmente triste dejar este mundo sin decirles a los que amas que los has amado”. Así que empecé con el más difícil de todos: mi padre. Estaba él leyendo el periódico cuando me acerqué y le dije:

-Papá, me gustaría hablar contigo.

-Bien, habla, contestó.

-Quiero decirte que esto es importante para mi, papá. Bajó su periódico lentamente como unos 10 centímetros y me preguntó:

-¿De qué se trata?

-Papá, te quiero. Simplemente quería que lo supieras.

Tommy sonrió y dijo con evidente satisfacción, como si sintiera que una alegría cálida y secreta surgiera dentro de él:

-El periódico cayó al piso. Entonces, mi padre hizo dos cosas que no recordaba que hubiera hecho antes. Lloró y me abrazó. Y hablamos toda la noche, aunque él tenía que trabajar al día siguiente.

Fue más fácil con mi mamá y mi hermanito. También lloraron conmigo y nos abrazamos y compartimos cosas que habíamos guardado en secreto por muchos años. Sólo sentí haber esperado tanto tiempo. Aquí estaba yo, a la sombra de la muerte, y apenas comenzaba a sincerarme con las persona que estaban cerca de mí.

De pronto, un día Dios ya estaba allí. No vino a mí cuando se lo supliqué.

Aparentemente, Dios hace las cosas a Su manera y en Su momento. Lo importante es que usted tenía razón. Él me encontró aunque yo había dejado de buscarlo.

Tommy, balbuceé, creo que estás diciendo algo mucho más profundo de lo que piensas. Estás diciendo que la manera más segura de encontrar a Dios no es convertirlo en una propiedad privada, sino abriéndose al amor… Tommy, ¿podrías hacerme un favor?. ¿Vendrías a mi clase de teología de la fe a decir a mis estudiantes lo que me acabas de contar?

Aunque programamos una fecha, no pudo lograrlo. Por supuesto, su vida no terminó realmente con su muerte, sólo cambió. Dio el gran paso de la fe a la visión. Encontró una vida mucho más hermosa de lo que el ojo del hombre ha visto nunca, o la mente del hombre ha imaginado jamás.

Antes de que muriera, hablamos por última vez:

-No voy a poder ir a su clase, me dijo.

-Lo sé, Tommy.

-¿Se lo dirá usted a todos por mí?. ¿Se lo dirá a todo el mundo por mí?

-Lo haré, Tommy. Se lo diré.

-¡Gracias!

¡Dios salvó a mi pequeña Laura!

El sábado 26 por la tarde, sentí la imperiosa necesidad de contarles algo que tenía muy escondido dentro de mi corazón. Fue tan grande la emoción que sentí al recordarlo, que en mi interior prometí a Jesús que se los contaría. Pensé en esa frase tan importante del Evangelio: “no debemos callar lo que hemos visto y oído”.

Sucedió hace diez años, cuando mi hija Laura Victoria tenía tan solo cinco.

Una tarde de invierno al regresar del taller de pintura sobre tela, mi hija jugando con una amiga, se había golpeado su cara con el filo de la cama. La encontré cubriendo su naricita con un pañuelo lleno de sangre; el golpe había sido reciente. Mi esposo estaba tenso y muy preocupado.

La llevé a la clínica, me dieron las órdenes para que le sacara radiografías y que volviera por la tarde. Para ese entonces mi hijita casi no reaccionaba de la fiebre alta que tenía.

A mi regreso, uno de los pediatras me dijo que tenía el tabique quebrado, y que lo mejor era que un otorrino la evaluara. Saqué tuno y regresé. Era una doctora; le comenté lo del golpe, llevé las radiografías y le dije de la fiebre. Ella me dijo que el golpe no era grave y que la fiebre era producto de alguna enfermedad que estaba encubando. Todavía lo recuerdo y se me llenan los ojos de lágrimas. La doctora no me prestó mucha atención, es como si estuviera molesta porque yo creía que la fiebre era consecuencia del golpe.

Regresé a casa con mi pobre hija, la recosté y estuvo con fiebre toda la noche y durante el día siguiente. Yo lloraba tanto que no sabía que hacer; mi esposo casi no hablaba del miedo y la desesperación. Al anochecer llegaron a casa dos amigas, una de ellas su madrina. Vieron a Laurita en cama, con fiebre, sin hablar, como si fuese un trapito.

En ese momento agarré a mi hijita, me senté en un sillón y a ella sobre mis piernas. Mis amigas y yo pusimos las manos sobre ella y empezamos a rezar el Padrenuestro… en ese preciso momento brotó sangre de la nariz, automáticamente la fiebre cesó y entonces lloré de alegría. Dios mío muchos pensarán que quizás fue una casualidad, pero yo que lo viví creo que Dios obró con su infinita Misericordia y dio a nuestra hija otra oportunidad. No soy médica ni entendida en la materia, pero sé que acá únicamente Dios sanó a mi hija.

¿Porque lo callé tanto tiempo?… quizás Dios quería que hoy era el momento para contárselo a alguien, y alguien son ustedes. Solo Dios sabe la emoción que en éstos momentos tengo, él conoce mi corazón agradecido.

El 10 de Enero Laura Victoria cumplió sus 15 años, la agasajamos con un cumpleaños como ella quiso: sencillo, con sus amigos, familiares y nuestros mejores amigos. Éramos 50. Ese día la llevé a la Capilla “Nuestra Señora de Lourdes” y frente a la “Sacristía” le agradecimos a Dios por el Don de la Vida.

Y este amigos es nuestro testimonio, hoy me doy cuenta de lo valioso que es, y por supuesto que hay otros. Solo debemos hacer memoria de todos los sucesos de nuestra vida y seguramente muchas veces Dios obró, nos acompaño, y a lo mejor no nos dimos cuenta. Era importante para mí, como mamá dar éste testimonio.

Gracias, espero no haberlos aburrido pero sentí la necesidad de que ustedes supieran esto.

Hasta siempre,

Miriam.

Dios no es Invisible

A mi colegio de monjas de la congregación del Amor de Dios iba, de vez en cuando, a visitarnos alguna misionera recién llegada de Nigeria o Mozambique. Eran mujeres que habían entregado su juventud a Dios y que después de profesar, habían solicitado voluntariamente un traslado a aquellas regiones fustigadas por el hambre y la pólvora y la epidemias más feroces, para inmolarse en una tarea callada. Eran mujeres enjutas, prematuramente encanecidas, calcinadas por un sol impío que había agostado los últimos vestigios de su belleza, y sin embargo risueñas como alumbradas por unas convicciones indómitas. Habían renunciado a las ventajas de una vida regalada, habían renunciado al regazo protector de la familia y la congregación para agotarse en una labor tan numerosa como las arenas del desierto. Entregaban su vida fértil en la salvación de otras vidas con un denuedo que parecía incongruente con la fragilidad de sus cuerpecillos entecos, reducidos casi a la osamenta. Con cuatro pesetas y toneladas de entusiasmo, habían puesto en marcha comedores y hospitales y escuelas, habían repartido medicinas y viandas y con suelo espiritual, habían enseñado a los indígenas a labrar la tierra y a cocer el pan. También habían velado la agonía de mucho niños famélicos, habían apaciguado el dolor de muchos leprosos besando sus llagas, habían sentido la amenaza de un fusil encañonando su frente. ¿De dónde sacaban fuerzas para tanto?

“Un día descubrí que Dios no era invisible recuerdo que me contestó una de aquellas misioneras-. Su rostro asomaba en el rostro de cada hombre que sufre”. Este descubrimiento las había obligado a rectificar su destino. “Si no atendía esa llamada, no merecía la pena seguir viviendo”. Y así se fueron a África o a cualquier otro arrabal del atlas, con el petate mínimo e inabarcable de sus esperanzas, dispuestas a contemplar el rostro multiforme de Dios. A veces tardaban años en volver, tantos que, cuando lo hacían, sus rasgos resultaban irreconocibles incluso para sus familiares; luego, tras una breve visita, regresaban a la misión, para seguir repartiendo el viático de su sonrisa, la eucaristía de sus desvelos. Y así, en un ejercicio de caridad insomne, iban extenuando sus últimas reservas físicas, hasta que la muerte las sorprendía ligeras de equipaje, para llevarse tan sólo su envoltura carnal, porque su alma acérrima y abnegada se quedaba para siempre entre aquellos a quienes habían entregado su coraje. Algunas, antes de dimitir voluntariamente de la vida, eran despedazadas por las epidemias que trataban de sofocar, o fusiladas por una partida de guerrilleros incontrolados.

Si los periódicos dedicasen la misma atención a la epopeya anónima y cotidiana de los misioneros que a este escándalo tan sórdido de abusos y violaciones y embarazos y abortos, no quedaría papel en el mundo. Repartidos por los parajes más agrestes u hostiles del mapa, una legión de hombres y mujeres de apariencia humanísima y espíritu sobrehumano contemplan cada día el rostro de Dios en los rostros acribillados de moscas de los moribundos, en los rostros tumefactos de los enfermos, en los rostros llagados de los hambrientos, en los rostros casi transparentes de quienes viven sin fe ni esperanza. Son hombres y mujeres como aquellas monjas que iban a visitarme a mi colegio, enjutos y prematuramente encanecidos, en cuyos cuerpecillos entecos anida una fuerza sobrenatural, un incendio de benditas pasiones que mantiene la temperatura del universo. Un día descubrieron que Dios no era invisible, que su rostro se copia y se multiplica en el rostro de sus criaturas dolientes, y decidieron sacrificar su vida en la salvación de otras vidas, decidieron ofrendar su vocación en los altares de la humanidad desahuciada. Que nos cuenten su epopeya silenciosa y cotidiana, que divulguen su peripecia incalculablemente hermosa, a ver si hay papel suficiente en el mundo.