Frases románticas de todos los tiempos… y su aplicación a la Divina Eucaristía

Las frases más románticas que yo haya conocido son estas:

1. Quisiera vivir a orillas de tus ojos. Original de una poetisa colombiana. Y sí, a orillas de los ojos de “El Más Hermoso de los Hombres” (Salmo 45) vive aquel que pasa largos ratos junto al Sagrario, sabiéndose conocido, bendecido y amado.

2. Yo no me cansaría de estar contigo; sólo podría cansarme de NO verte. Así le hablaba una chica enamorada al muchacho de sus afectos. ¡Qué hermosa el alma que siente hastío de todo si no tiene a su Cristo! ¡Qué bello el corazón que no halla reposo sino en el Rey de nuestras almas!

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¿Por qué me convertí al catolicismo?

Aunque sólo hace algunos años que soy católico, sé sin embargo que el problema de “por qué soy católico” es muy distinto del problema de “por qué me convertí al catolicismo”. Tantas cosas han motivado mi conversión y tantas otras siguen surgiendo después… Todas ellas se ponen en evidencia solamente cuando la primera nos da el empujón que conduce a la conversión misma. Todas son también tan numerosas y tan distintas las unas de las otras, que, al cabo, el motivo originario y primordial puede llegar a parecernos casi insignificante y secundario.

La “confirmación” de la fe, vale decir, su fortalecimiento y afirmación, puede venir, tanto en el sentido real como en el sentido ritual, después de la conversión. El convertido no suele recordar más tarde de qué modo aquellas razones se sucedían las unas a las otras. Pues pronto, muy pronto, este sinnúmero de motivos llega a fundirse para él en una sola y única razón. Existe entre los hombres una curiosa especie de agnósticos, ávidos escudriñadores del arte, que averiguan con sumo cuidado todo lo que en una catedral es antiguo y todo lo que en ella es nuevo. Los católicos, por el contrario, otorgan más importancia al hecho de si la catedral ha sido reconstruída para volver a servir como lo que es, es decir, como catedral.

¡Una catedral! A ella se parece todo el edificio de mi fe; de esta fe mía que es demasiado grande para una descripción detallada; y de la que, sólo con gran esfuerzo, puedo determinar las edades de sus distintas piedras.

A pesar de todo, estoy seguro de que lo primero que me atrajo hacia el catolicismo, era algo que, en el fondo, debería más bien haberme apartado de él. Estoy convencido también de que varios católicos deben sus primeros pasos hacia Roma a la amabilidad del difunto señor Kensit.

El señor Kensit, un pequeño librero de la City, conocido como protestante fanático, organizó en 1898 una banda que, sistemáticamente, asaltaba las iglesias ritualistas y perturbaba seriamente los oficios. El señor Kensit murió en 1902 a causa de heridas recibidas durante uno de esos asaltos. Pronto la opinión pública se volvió contra él, clasificando como “Kensitite Press” a los peores panfletos antirreligiosos publicados en Inglaterra contra Roma, panfletos carentes de todo juicio sano y de toda buena voluntad.

Recuerdo especialmente ahora estos dos casos: unos autores serios lanzaban graves acusaciones contra el catolicismo, y, cosa curiosa, lo que ellos condenaban me pareció algo precioso y deseable.

En el primer caso —creo que se trataba de Horton y Hocking— se mencionaba con estremecido pavor, una terrible blasfemia sobre la Santísima Virgen de un místico católico que escribía: “Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento”. Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: “¡Qué maravillosamente dicho!” Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la sepa entender.

En el segundo caso, alguien del diario “Daily News” (entonces yo mismo era todavía alguien del “Daily News”), como ejemplo típico del “formulismo muerto” de los oficios católicos, citó lo siguiente: un obispo francés se había dirigido a unos soldados y obreros cuyo cansancio físico les volvía dura la asistencia a Misa, diciéndoles que Dios se contentaría con su sola presencia, y que les perdonaría sin duda su cansancio y su distracción. Entonces yo me dije otra vez a mi mismo: “¡Qué sensata es esa gente! Si alguien corriera diez leguas para hacerme un gusto a mi, yo le agradecería muchísimo, también, que se durmiera enseguida en mi presencia”.

Junto con estos dos ejemplos, podría citar aún muchos otros procedentes de aquella primera época en que los inciertos amagos de mi fe católica se nutrieron casi con exclusividad de publicaciones anticatólicas. Tengo un claro recuerdo de lo que siguió a estos primeros amagos. Es algo de lo cual me doy tanta más cuenta cuanto más desearía que no hubiese sucedido. Empecé a marchar hacia el catolicismo mucho antes de conocer a aquellas dos personas excelentísimas a quienes, a este respecto, debo y agradezco tanto: al reverendo Padre John O’Connor de Bradford y al señor Hilaire Belloc; pero lo hice bajo la influencia de mi acostumbrado liberalismo político; lo hice hasta en la madriguera del “Daily News”.

Este primer empuje, después de debérselo a Dios, se lo debo a la historia y a la actitud del pueblo irlandés, a pesar de que no hay en mí ni una sola gota de sangre irlandesa. Estuve solamente dos veces en Irlanda y no tengo ni intereses allí ni sé gran cosa del país. Pero ello no me impidió reconocer que la unión existente entre los diferentes partidos de Irlanda se debe en el fondo a una realidad religiosa; y que es por esta realidad que todo mi interés se concentraba en ese aspecto de la política liberal. Fui descubriendo cada vez con mayor nitidez, enterándome por la historia y por mis propias experiencias, cómo, durante largo tiempo se persiguió por motivos inexplicables a un pueblo cristiano, y todavía sigue odiándosele. Reconocí luego que no podía ser de otra manera, porque esos cristianos eran profundos e incómodos como aquellos que Nerón hizo echar a los leones.

Creo que estas mis revelaciones personales evidencian con claridad la razón de mi catolicismo, razón que luego fue fortificándose. Podría añadir ahora cómo seguí reconociendo después, que a todos los grandes imperios, una vez que se apartaban de Roma, les sucedía precisamente lo mismo que a todos aquellos seres que desprecian las leyes o la naturaleza: tenían un leve éxito momentáneo, pero pronto experimentaban la sensación de estar enlazados por un nudo corredizo, en una situación de la que ellos mismos no podían librarse. En Prusia hay tan poca perspectiva para el prusianismo, como en Manchester para el individualismo manchesteriano.

Todo el mundo sabe que a un viejo pueblo agrario, arraigado en la fe y en las tradiciones de sus antepasados, le espera un futuro más grande o por lo menos más sencillo y más directo que a los pueblos que no tienen por base la tradición y la fe. Si este concepto se aplicase a una autobiografía, resultaría mucho más fácil escribirla que si se escudriñasen sus distintas evoluciones; pero el sistema sería egoísta. Yo prefiero elegir otro método para explicar breve pero completamente el contenido esencial de mi convicción: no es por falta de material que actúo así, sino por la dificultad de elegir lo más apropiado entre todo ese material numeroso. Sin embargo trataré de insinuar uno o dos puntos que me causaron una especial impresión.

Hay en el mundo miles de modos de misticismo capaces de enloquecer al hombre. Pero hay una sola manera entre todas de poner al hombre en un estado normal. Es cierto que la humanidad jamás pudo vivir un largo tiempo sin misticismo. Hasta los primeros sones agudos de la voz helada de Voltaire encontraron eco en Cagliostro. Ahora la superstición y la credulidad han vuelto a expandirse con tan vertiginosa rapidez, que dentro de poco el católico y el agnóstico se encontrarán lado a lado. Los católicos serán los únicos que, con razón, podrán llamarse racionalistas. El mismo culto idolátrico por el misterio empezó con la decadencia de la Roma pagana a pesar de los “intermezzos” de un Lucrecio o de un Lucano.

No es natural ser materialista ni tampoco el serlo da una impresión de naturalidad. Tampoco es natural contentarse únicamente con la naturaleza. El hombre, por lo contrario, es místico. Nacido como místico, muere también como místico, sobre todo si en vida ha sido un agnóstico. Mientras que todas las sociedades humanas consideran la inclinación al misticismo como algo extraordinario, tengo yo que objetar, sin embargo, que una sola sociedad entre ellas, el catolicismo, tiene en cuenta las cosas cotidianas. Todas las otras las dejan de lado y las menosprecian.

Un célebre autor publicó una vez una novela sobre la contraposición que existe entre el convento y la familia (The Cloister and the hearth). En aquel tiempo, hace 50 años, era realmente posible en Inglaterra imaginar una contradicción entre esas dos cosas. Hoy en día, la así llamada contradicción, llega a ser casi un estrecho parentesco. Aquellos que en otro tiempo exigían a gritos la anulación de los conventos, destruyen hoy sin disimulo la familia. Este es uno de los tantos hechos que testimonian la verdad siguiente: que en la religión católica, los votos y las profesiones más altas y “menos razonables” —por decirlo así— son, sin embargo, los que protegen las cosas mejores de la vida diaria.

Muchas señales místicas han sacudido el mundo. Pero una sola revolución mística lo ha conservado: el santo está al lado lo superior es el mejor amigo de lo bueno. Toda otra aparente revelación se desvía al fin hacia una u otra filosofía indigna de la humanidad; a simplificaciones destructoras; al pesimismo, al optimismo, al fatalismo, a la nada y otra vez a la nada; al “nonsense”, a la insensatez.

Es cierto que todas las religiones contienen algo bueno. Pero lo bueno, la quinta esencia de lo bueno, la humildad, el amor y el fervoroso agradecimiento “realmente existente” hacia Dios, no se hallan en ellas. Por más que las penetremos, por más respeto que les demostremos, con mayor claridad aún reconoceremos también esto: en lo más hondo de ellas hay algo distinto de lo puramente bueno; hay a veces dudas metafísicas sobre la materia, a veces habla en ellas la voz fuerte de la naturaleza; otras, y esto en el mejor de los casos, existe un miedo a la Ley y al Señor.

Si se exagera todo esto, nace en las religiones una deformación que llega hasta el diabolismo. Sólo pueden soportarse mientras se mantengan razonables y medidas. Mientras se estén tranquilas, pueden llegar a ser estimadas, como sucedió con el protestantismo victoriano. Por el contrario, la más exaltación por la Santísima Virgen o la más extraña imitación de San Francisco de Asís, seguirían siendo, en su quintaesencia, una cosa sana y sólida. Nadie negará por ello su humanismo, ni despreciará a su prójimo. Lo que es bueno, jamás podrá llegar a ser DEMASIADO bueno. Esta es una de las características del catolicismo que me parece singular y universal a la vez. Esta otra la sigue:

Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo. El otro día, Bernard Shaw expresó el nostálgico deseo de que todos los hombres vivieran trescientos años en civilizaciones más felices. Tal frase nos demuestra cómo los santurrones sólo desean —como ellos mismos dicen— reformas prácticas y objetivas. Ahora bien: esto se dice con facilidad; pero estoy absolutamente convencido de lo siguiente: si Bernard Shaw hubiera vivido durante los últimos trescientos años, se habría convertido hace ya mucho tiempo al catolicismo. Habría comprendido que el mundo gira siempre en la misma órbita y que poco se puede confiar en su así llamado progreso. Habría visto también cómo la Iglesia fue sacrificada por una superstición bíblica, y la Biblia por una superstición darwinista. Y uno de los primeros en combatir estos hechos hubiera sido él. Sea como fuere, Bernard Shaw deseaba para cada uno una experiencia de trescientos años. Y los católicos, muy al contrario de todos los otros hombres, tienen una experiencia de diecinueve siglos. Una persona que se convierte al catolicismo, llega, pues, a tener de repente dos mil años. Esto significa, si lo precisamos todavía más, que una persona, al convertirse, crece y se eleva hacia el pleno humanismo. Juzga las cosas del modo como ellas conmueven a la humanidad, y a todos los países y en todos los tiempos; y no sólo según las últimas noticias de los diarios Si un hombre moderno dice que su religión es el espiritualismo o el socialismo, ese hombre vive íntegramente en el mundo más moderno posible, es decir, en el mundo de los partidos. El socialismo es la reacción contra el capitalismo, contra la insana acumulación de riquezas en la propia nación. Su política resultaría del todo distinta si se viviera en Esparta o en el Tibet. El espiritualismo no atraería tampoco tanto la atención si no estuviese en contradicción deslumbrante con el materialismo extendido en todas partes. Tampoco tendría tanto poder si se reconocieran más los valores sobrenaturales. Jamás la superstición ha revolucionado tanto el mundo como ahora. Sólo después que toda una generación declaró dogmáticamente y una vez por todas, la IMPOSIBILIDAD de que haya espíritus, la misma generación se dejó asustar por un pobre, pequeño espíritu. Estas supersticiones son invenciones de su tiempo —podría decirse en su excusa—. Hace ya mucho, sin embargo, que la Iglesia Católica probó no ser ella una invención de su tiempo: es la obra de su Creador, y sigue siendo capaz de vivir lo mismo en su vejez que en su primera juventud: y sus enemigos, en lo más profundo de sus almas, han perdido ya la esperanza de verla morir algún día.

G. K. Chesterton

Tampoco hoy he bebido

Un alcohólico nos evangeliza.

Queridisimos Amigos de mi Alma: Que El Señor les Bendiga a Todos. Deseo de forma especial, a todos los Amigos que en estos momentos sufran por cualquier motivo, que El Señor y Su Santisima Madre, les lleven de Sus Manos.

Quisiera hablarles hoy un poco de mi. De mi trayectoria personal. De mi Espiritualidad, lo que en las Reuniones de Ultreya, llamamos “El Rollo”. Así que como si estuviese delante de mis muchos Amigos de mi Alma, Cursillistas muchos de Ellos, con humildad por una parte, y desde mis Sentimientos, a Ustedes me dirijo y les relato “mi rollo”.

Me llamo Juan Francisco; tengo 47 años de edad; estoy casado y de nuestro Matrimonio, tenemos dos Hijos. Nací en una Familia de clase media; mi Padre era empleado de una entidad bancaria; mi Madre, las cosas del Hogar. Somos seis Hermanos. Una Familia “edificante y humilde”, sencilla y Catolica, Donde fuimos haciéndonos personas, y para mi, Ejemplo Vivo de lo que una Sagrada Familia da de sí misma. Ibamos desde pequeños todos a Misa. Se rezaba el Rosario en Casa. Y ya desde joven, me sentí predispuesto a participar en el entorno de las Cosas del Señor. Como consecuencia de la enfermedad de mi Padre, me tuve que poner a trabajar ya a los 16 años, pues lo pasamos muy mal entonces en Casa, dejando los Estudios de la Mañana, para hacerlos de Noche. Alli, en la Clase de Religión, conocí a quien después fue mi Director Espiritual durante Años, Don Santiago Diaz Peñate, Consilario que era entonces de Acción Católica. Con él, comence a frecuentar las Maravillas del Sagrario y de la Eucaristia, en las Juventudes de Acción Católica. Fueron nueve años continuados del encuentro con El Señor en los Ejercicios Espirituales; en Reuniones de Grupos de Vida, en ir formándome como hombre de Cristo en la Vida Ordinaria; Yo diría que fue “La Base” de mi Vida misma. Entonces ya trabajaba en lo que durante el resto de mis días, ha sido mi profesión: la Consultoría de Empresas,”actividad” que hoy representa mi medio de Vida. Participé también con Grupos de Jóvenes, y en otras actividades de la Iglesia, en las que me sentía de verdad “enrriquecido y grato a los Ojos del Señor”.

Algo ocurrió en mi, para que yo “abandonase” el movimiento, y con ello, el que me alejase de una vida de piedad y de entereza en torno a una vida sana, modelo para mis padres, mis Hermanos y mi trabajo. Fue, el frecuentar a amigos que lejos de vivir una vida decorosa, pasaban sus horas en las esquinas del Barrio, ninguno de los cuales tenía un aliciente o una conducta en la que yo pudiese fijar mi mirada y aprender de ellos, pero así fue, que me aleje de la Eucaristía diaria, y también de la Santísima Madre Iglesia. Allí comenzó mi vida en torno al alcohol. Mi mala vida.

Luego, en el transcurso de unos cuantos años, ¡cuanto me pesan; cuanto me duelen!, alterné la frescura del dinero, pues conseguí establecerme por mi cuenta y pasar a mejor fortuna, y con ello, otros nuevos “amigos” “prendidos de mi”, sobre todo en horas de la noche, cuando terminaba de trabajar en mi despacho, buscando quitarme de stress del día, ¡hundiéndome y metiendo la cabeza en el disparate y en cosas “para las que no estaba preparado”. Vinieron las juergas, el juego, mucho alcohol y muchísimo desgaste personal, pero sobre todo, espiritual. Me hice un alcohólico: ¡la dura respuesta del pecado a mi vida¡. Y con ello, muchísimo sufrimiento personal, pero especialmente familiar. Casi pierdo a mi familia. Mi esposa y mis hijos casi no me hablaban.

Un día, la Gracia del Señor, “una vez más” hizo Su aparicion en mi Vida. Buscaba “algo”. No sabía por donde buscarlo, pero sabía que aqui estaba, en el tiempo que me tocaba vivir. Alguien “apareció” y me hablo del Cursillo de Cristiandad. animado e ilusionado, después de muchos años, acudí a este Encuentro con El Señor. “Fue Maravilloso”. Llore ante El Sagrario durante el Cursillo, “a solas con El Señor”, y desde aquel día, mi vida de nuevo comenzó a tomar de la Gracia del Espíritu Santo “el Sabor a la Vida”.

Ya en el cuarto día, acudí durante meses a las Ultreyas. Luego, deje de ir, unas veces por un motivo, otras por otro. Así comencé nuevamente a alejarme de una Gracia, la de Dios, que de no conversarla y frecuentarla día a día, se aleja también de uno mismo. También entonces me refugié en la bebida, “cuando me faltaba la vida misma” y con ello, la soledad, el sufrimiento otra vez y la angustia.

Fue en El Año Jubilar. En El Año 2000, que El Señor me abrió de nuevo Su Corazon y yo “acepté” disciplinar todo mi Ser, en busca de ser, o tratar de ser al menos, un buen hombre; alguien capaz de vivir en la ilusion, la ternura y la esperanza. Ingresé en una Comunidad mundialmente conocida de Alcohólicos, y aquí sigo y aquí estaré, si Dios lo quiere asi, por el resto de mis días. ¡Pero en ello¡ “algo” ha sucedido también: Mi Vida Espiritual, de nuevo, comenzó a resurgir; a brillar en mi corazón, en mi alma, en todos mis quehaceres; en la pulcritud de mis actos; en la honestidad de mi relación con Dios.

Tampoco hoy he bebido. Tambien hoy he hablado con El Señor. Mi cuarto día continúa. No soy ejemplo para nadie, pero “alguien puede haber” que pueda tomar de mi conducta, ¡lo que no hay que hacer¡ “cuando se deja a Dios en la cuneta”.

Vivo muy feliz. A todos los quiero con todo mi Corazon: Amigos de mi Alma.

Gracias por leerme.

Juan Francisco.

El mundo ya ha soportado suficiente comunismo para toda la eternidad

La Razón (España)

Ján Korec, cardenal de Nitra (Eslovaquia), estuvo doce años en prisión por su fe.

Me recibe en su señero palacete episcopal, un entramado de estrechos y sinuosos pasillos, cámaras y habitaciones que se adaptan al abrupto peñasco sobre el que está construido, configurando “el edificio más antiguo de Eslovaquia”, según me revela. Todo en Nitra es antiguo y señorial, solemne y ceremonioso. “Ésta es la diócesis más vieja de Europa central y del este, entre Munich y Siberia”, continúa relatando. El cardenal Korec habla desde la experiencia de sus años de cárcel: “Dios nos libre del comunismo”.

Monseñor Korec estuvo en la cárcel con 200 curas y seis obispos

Álex Navajas – Nitra (Eslovaquia).-

Ordenado cabello níveo corona la cabeza, y sus manos episcopales, que han conocido más el trabajo de la fábrica que el de las cosas de Dios, se mueven con energía al compás de sus palabras.

¬Usted ha escrito un libro que lleva un título significativo: “La noche de los bárbaros”, en el que se refiere a la época del comunismo en su país, la antigua Checoslovaquia. Supongo que para una población mayoritariamente católica no sería fácil vivir en esos años

¬No, ciertamente. Yo estuve doce años en prisión, hasta 1960, por ser sacerdote. Pasé muchas noches encerrado en un sótano, completamente a oscuras. Conocí a cerca de 200 curas y seis obispos en la cárcel. Dos de ellos fueron condenados a cadena perpetua, acusados de ser “espías vaticanos”, y otro, monseñor Ján Vojtassák, a 24 años de prisión cuando ya tenía 72. Pero no perdía el buen humor. Recuerdo que bromeaba: “Después de mi muerte dejarán mi cadáver en la celda para acabar de cumplir la pena”. Y, efectivamente, murió en prisión. Yo le conocí cuando ya llevaba diez años encarcelado, y Juan Pablo II le va a beatificar próximamente.

Iglesias demolidas

¬¿Qué ocurrió mientras tanto con todas las iglesias y seminarios, y con sus fieles?

¬Casi todos los edificios fueron destruidos o abandonados, y los seminaristas, dispersados. En 1989, cuando cayó el comunismo, nos los devolvieron, pero a nosotros nos ha tocado reconstruir los edificios y la vida espiritual de la gente. En este sentido ha sido fundamental el apoyo de asociaciones como “Ayuda a la Iglesia Necesitada”. Gracias a ella, sólo en mi diócesis hemos podido reconstruir 85 iglesias y el seminario.

¬Cuando cumplió su condena, ¿pudo volver a su parroquia?

¬No. A partir de 1960 comencé a trabajar en una fábrica. Durante los 40 años de opresión comunista, la policía espiaba a todos los grupos cristianos sospechosos. Durante siete años tuve que hablar en voz baja en mi propia casa.

¬¿Era ya obispo durante sus años de trabajos forzados?

¬Sí. El Papa me había nombrado obispo “in pectore” en 1951, mientras estaba en la cárcel. Apenas tenía 27 años, y era el obispo más joven del mundo. El año pasado, de hecho, cumplí mis cincuenta años como prelado, algo a lo que llegan pocos obispos.

La Iglesia ha sobrevivido

¬El comunismo cayó de golpe a la vez que el muro de Berlín. Sin embargo, en Europa occidental aún quedan quienes coquetean con la “ideología roja» o se convierten en «comunistas reciclados», adoptando nuevas formas pero manteniendo las mismas ideas

¬Que Dios libre a cualquier país del comunismo. El mundo ya ha soportado suficiente para toda la eternidad. Esta locura ha provocado cien millones de muertos desde Moscú hasta Corea del Norte. Bastaba una firma de Stalin, como de hecho ocurrió varias veces, para fusilar a 240.000 personas de golpe. Pero fíjese: todo estaba en manos de los comunistas y ha caído. Sin embargo, una vez más, la Iglesia ha sobrevivido. Aún así, los comunistas siguen estando en todos lados ocultos bajo el disfraz de “demócratas”.

¬Y que Dios libre también al mundo del capitalismo salvaje, que no ha producido quizás muertos, pero sí esclavos y una erosión salvaje de la fe, mucho mayor que la que se ha producido en los países ex comunistas.

¬Es cierto. Los comunistas no veían al hombre, sino a un trozo de materia. En ese sentido se parecen a los liberales ateos, que predican la misma idea del hombre que los comunistas. Eso se ve, por ejemplo, en los documentos de constitución de Europa: no hay una sola mención de Dios. Ésos son los liberales: quieren hacer una Europa sin Dios, y eso es horrible.

¬Excelencia; el próximo Papa, ¿también vendrá del Este?

¬¿Eso sólo lo sabe el Señor!

Soy feliz, soy Amiga

Amo a la gente que vive a mi alrededor.

Amo la alegría y por eso la encuentro junto a mí.

Amo la amistad y por eso recojo las estrellas y mi vida es una delicia.

No tengo nada y puedo disfrutar de todo.

¡Hay tanto que recibir mirando las cosas pequeñas

y la gente sencilla y buena!

¡Hay así tantas sorpresas y milagros que descubrir

con los ojos abiertos o cerrados!

En cada cosa existe escondido un recuerdo del paraíso perdido.

Ser capaces de advertirlo es lo que constituye el arte de vivir.

Sé que no es fácil tocar el cielo, pero sé con mayor certeza

que resulta imposible si el cielo no entra en mí.

El cielo debe empezar en la tierra, dondequiera que los hombres sean amigos y donde la bondad se pueda transmitir de mano en mano, aliada a la alegría.

Si cuando trato de amar, el amor que ofrezco se hace visible y sobre todo recìproco, es que manifiesto a Jesùs.

Vivir es una aventura apasionante, con Dios y con los hombres, en un mundo de luces y tinieblas.

No quiero ser un héroe, ni un mártir, sino una mujer que recoge las flores olvidadas y se ríe de los grandes de la tierra que se apoyan en el poder y la riqueza.

Amo a la alegría y por eso la encuentro junto a mí

COMO NO GOZAR DE LA AMISTAD SIENDO “AMIGA” ANTE TODO.

Sentir a Dios

Fr. Nelson Medina, O.P.

Hay varios momentos densos de la presencia divina. No es algo que uno pueda programar, pues como dice en varios lugares Dios Padre a Santa Catalina de Siena, no debemos “poner leyes al Espíritu Santo”. Pero es algo que sucede. Y cada vez que sucede nos transforma, nos hace distintos.

Cuando tenía diez años recuerdo que el profesor de matemáticas decidió que yo quedaba eximido de presentar el examen final del curso porque ese año me había ido muy bien en la materia. Como consecuencia, salí del salón mientras mis compañeros hacían sus exámenes. Y pensé: “¿qué hago en este tiempo?” Se me ocurrió rezar. Sentía que tenía que darle gracias a Dios porque de veras me parecía un regalo lo que me había sucedido. Y empecé a decir el Padre Nuestro. Lágrimas asomaron a mis ojos porque sentí que DE VERAS Dios es papá, Dios da regalos, Dios mira la vida de uno, así uno sea tan pequeñito como un niño de diez años.

En mi vida, la presencia de Dios se ha dejado sentir muchas veces en el contexto de la Renovación Carismática. Recuerdo el inmenso grupo de oración “Tierra Nueva” en el salón “Justicia y Alabanza” del Minuto de Dios. Las voces se unían, los corazones ardían, los brazos se levantaban aclamando con júbilo indescriptible al Rey de Reyes y Señor de Señores… Es una escena que además he podido vivir en muchas otras ocasiones y muchos otros lugares, por misericordia de Dios. En el Congreso para Hombres que organizó la “Juventud Renovada en el Espíritu Santo” en Pomona, California, en el 2002, fue impresionante ver a Dios rompiendo barreras, prejuicios, “machismos” infantiles y rostros duros con los que nosotros los hombres solemos ocultar nuestra debilidad o necesidad de amor. Y recientemente en el IX Congreso de Sanación de Familias organizado por la Asociación María Santificadora vimos el poder de Dios reconciliando familias y quebrantando corazones…!

Un modo especial de la presencia divina es la suavidad y potencia de amor que brota del Corazón de la Virgen María. Como muchos católicos no se me facilita mucho rezar el Santo Rosario, pero ello no ha sido un obstáculo para descubrir, en el Rosario y fuera de él, cuánto nos ama la Virgen. Dicen que Ella dijo en Medjugorie: “Si supierais cuánto os amo, lloraríais de alegría”. Creo que es verdad. Dios le ha concedido a María ser la GRAN SEÑAL de su gracia, pues Ella es la “Llena de Gracia” como la llamó el Arcángel Gabriel en la Anunciación. Enamorarse de María es prendarse del esplendor de Dios.

Una experiencia aparte es la que todos o casi todos hemos vivido en la CONFESIÓN. ¡Cosa más maravillosa, ver a Dios ocuparse con piedad y ternura de quien menos la merece! Ese gozo de ser perdonado es tan grande y nos deja palpar tanto a Dios que yo a veces temo que cree adicción. Y más de una vez he sentido genuina tristeza de pensar que los protestantes renuncian a esos gozos y a esas ternuras de Cristo por una supuesta “fidelidad” a la Palabra de Dios (¿?).

Y junto a la confesión, desde luego, la SANTÍSIMA EUCARISTÍA. No siempre uno como sacerdote siente ruido de alas de ángeles cuando celebra la Santa Misa, pero, con una vez que se sienta, es capaz de sobrecoger el alma y de confirmar la fe en el corazón de un modo que no cabe expresar en palabras. En el V Congreso “Palabra Viva” de Kejaritomene viví algo singular en este sentido. Hicimos la procesión de adoración al Santísimo Sacramento con la SANGRE del Señor: un cáliz con la Sangre, protegido debidamente con una película transparente. Mientras íbamos en la procesión, un niño de unos cinco o seis años se acerca y se queda mirando arrobado el caliz que yo sostenía en alto. Entonces, movido por una inspiración muy fuerte, bajé el caliz hasta la altura de la mirada del niño, que se quedó mirando extasiado el brillo de la Sangre de Cristo; después de unos segundos levantó los ojos y con una levísima sonrisa me dijo todo lo que un cristiano puede decir a un sacerdote: GRACIAS.

Tengo tiempo para tí

Queridos amigos en la FE. Con inmenso gozo queremos compartir algo de nuestra experiencia espiritual que el Señor nos regala a diario, pero de una manera especial y única mediante los RETIROS ANUALES que hace una semana realizamos.

No fue necesario movilizarnos a otro lugar, sino que “permanecimos ahí a los pies del DIVINO MAESTRO”. (Lc 10, 38-42) Fue el momento de aquietar, de silenciar, de estar a solas con el Amado y experimentar con hondura nuestra vida contemplativa.

Volver a las fuentes es necesario para sacar los tesoros que se nos van quedando y que de cuando en cuando hay que recordar, pues la vida se nos puede diluir en otras preocupaciones o bagatelas que nos descentran. Hemos vuelto a las raíces de nuestra VIDA CONSAGRADA, para ver con buenos lentes lo que debemos recuperar y renovar.

Y como siempre… Dios se muestra favorable a través de los humildes y sencillos, por eso, gracias a nuestro excepcional Predicador quien fue uno de los instrumentos más valiosos que nos proporcionó para este tiempo de GRACIA. Nos ha mostrado con “ojo de águila” lo que debemos mejorar; con la bondad de un hermano, nuestras fallas y cómo corregirlas; con la ternura y delicadeza de una madre, nuestras heridas y como sanarlas.

Por tanto queremos dar gracias a FRAY JORGE ISRAEL GOMEZ OTALORA O.P. por preocuparse y entregarse de lleno a la obra que Dios ha iniciado en nuestra Comunidad.

Mi Comunidad:

Es el misterio de la Trinidad. Son los TRES bajo la figura de la otra y del otro… y me cuesta creerlo de verdad pero es así:

PADRE, HIJO Y ESPIRITU SANTO

UN SOLO DIOS ACTUANDO EN LA BUENA VOLUNTAD DE UNA HERMANA, DE UN HERMANO, A QUIENES HE DE AMAR.

Por eso es un MISTERIO: un MISTERIO DE AMOR! que solo se cree por la FE, CUANDO SE VIVE DE VERDAD, CON ALEGRIA…

Por tanto, TOMA MI MANO, DAME TU MANO, QUIERO ABRAZARTE SOMOS UNO EN JESUS. SOMOS HERMANOS, UN SOLO PUEBLO. COMISIONADOS PARA HABLAR DE SU LUZ. SOMOS HIJOS DE UN MISMO PADRE, SOMOS UNA FAMILIA, SOMOS UNO EN JESUS.

Carta del Padre Farinello a Jesús

Jesús, quiero agradecerte porque a pesar de mis infidelidades y mis pecados me sigues eligiendo: sigues dándome el sacerdocio. Y te lo agradezco infinitamente, porque ese es mi mayor tesoro.

Todo lo que soy, los momentos más hermosos y plenos de mi vida los he vivido como sacerdote…

Cuando levanto la hostia, mis manos tiemblan de emoción. Cuando atiendo a un enfermo grave y en tu Nombre perdono sus pecados. Cuando puedo ayudar a mi hermano. Cuando hago todo eso… ¡Soy tan feliz!

Por eso, a pesar de mis flaquezas y mis pecados, te agradezco que me hayas elegido. Gracias, Jesús.

Pero también tengo que reconocer y pedirte perdón por la falta de alegría que tengo en los últimos tiempos. ¡Me cuesta tanto sonreír, estar en paz y atender a mis hermanos con amor!

Me estoy volviendo nervioso, impaciente… Me siento desbordado, Jesús. Siempre hay gente, siempre hay pobres que me persiguen, que me piden, que esperan mi ayuda.

Y a veces, te lo confieso, quisiera desaparecer, borrarme de todo y vivir tranquilo, quedarme en mi casa leyendo un libro o mirando una película. Pero es imposible, me persiguen. Y entonces ya no tengo fuerza para sonreír y atenderlos con amor.

Lo peor de todo, Jesús, es que creo que ellos se dan cuenta de lo que me pasa. Y esto es terrible, Señor, porque no estoy cumpliendo con el mandamiento que, junto con el amor de Dios, resume toda la ley: “Amarás al prójimo como a ti mismo”.

Por esto, Jesús, también quiero pedirte perdón. Amén.

El padre Ferinello, también llamado el cura de los pobres, colabora día a día con su obra en la atención y cuidado de los más desposeídos. Su compromiso y su fe lo convierten en un ejemplo de entrega, servicio y amor.

Las otras formas de lenguaje (2)

Continuamos aquí las reflexiones iniciadas hace unos días.

2. Palabras extrañas de Jesús

Dejemos sin discusión las respuestas anteriores y abordemos más bien la pregunta desde un enfoque diferente.

Con bastante fecuencia vemos a Jesús usar parábolas. Usualmente pensamos en ellas como recursos pedagógicos para exponer de manera sencilla y fácil de recordar las verdades fundamentales de la predicación. En este sentido leemos en una Enciclopedia Católica online:

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Pablo VI ante el Misterio de la Muerte

LA MUERTE

Tempus resolutionis meae instat (Es ya inminente el tiempo de mi partida, 2Tim 4,6). Certus quod velox est depositio tabernaculi mei (Seguro de que pronto será depuesta mi tienda, 2Pe 1,14). Finis venit, venit finis (Llega el fin, es el fin, Ez 7,2).

Se impone esta consideración obvia sobre la caducidad de la vida temporal y sobre el acercamiento inevitable y cada vez más próximo de su fin. No es sabia la ceguera ante este destino indefectible, ante la desastrosa ruina que comporta, ante la misteriosa metamorfosis que está para realizarse en mi ser, ante lo que se avecina.

Veo que la consideración predominante se hace sumamente personal: yo, ¿quién soy?, ¿qué queda de mí?, ¿a dónde voy?, y por eso sumamente moral: ¿qué debo hacer?, ¿cuáles son mis responsabilidades?; y veo también que respecto a la vida presente es vano tener esperanzas: respecto a ella se tienen deberes y expectativas funcionales y momentáneas; las esperanzas son para el más allá.

Y veo que esta consideración suprema no puede desarrollarse en un monólogo subjetivo, en el acostumbrado drama humano que, al aumentar la luz, hace crecer la oscuridad del destino humano; debe desarrollarse en diálogo con la Realidad divina, de donde vengo y adonde ciertamente voy: conforme a la lámpara que Cristo nos pone en la mano para el gran paso. Creo, Señor.

Llega la hora. Desde hace algún tiempo tengo el presentimiento de ello. Más aún que el agotamiento físico, pronto a ceder en cualquier momento, el drama de mis responsabilidades parece sugerir como solución providencial a mi éxodo de este mundo, a fin de que la Providencia pueda manifestarse y llevar a la Iglesia a mejores destinos. Sí, la Providencia tiene muchos modos de intervenir en el juego formidable de las circunstancias, que cercan mi pequeñez: pero el de mi llamada a la otra vida parece obvio, para que me sustituya otro más fuerte y no vinculado a las presentes dificultades. Servus inutilis sum (Soy un siervo inútil).

Ambulate dum lucem habetis (Caminad mientras tenéis luz, Jn 12,35).

CANTO A LA VIDA

Ciertamente me gustaría, al acabar, encontrarme en la luz. De ordinario el fin de la vida temporal, si no está oscurecido por la enfermedad, tiene una peculiar claridad oscura: la de los recuerdos tan bellos, tan atrayentes, tan nostálgicos y tan claros ahora ya para denunciar su pasado irrecuperable y para burlarse de su llamada desesperada. Allí está la luz que descubre la desilusión de una vida fundada sobre bienes efímeros y sobre esperanzas falaces. Allí está la luz de los oscuros y ahora ya ineficaces remordimientos. Allí está la luz de la sabiduría que por fin vislumbra la vanidad de las cosas y el valor de las virtudes que debían caracterizar el curso de la vida: “vanitas vanitatum” (vanidad de vanidades).

En cuanto a mí, querría tener finalmente una noción compendiosa y sabia del mundo y de la vida: pienso que esta noción debería expresarse en reconocimiento: todo era don, todo era gracia; y qué hermoso era el panorama a través del cual ha pasado: demasiado bello, tanto que nos hemos dejado atraer y encantar, mientras debía aparecer como signo e invitación. Pero, de todos modos, parece que la despedida deba expresarse en un acto grande y sencillo de reconocimiento, más aún de gratitud: esta vida mortal es, a pesar de sus vicisitudes y sus oscuros misterios, sus sufrimientos, su fatal caducidad, un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado con gozo y con gloria: ¡la vida, la vida del hombre! Ni menos digno de exaltación y de estupor feliz es el cuadro que circunda la vida del hombre: este mundo inmenso, misterioso, magnífico, este universo de tantas fuerzas, de tantas leyes, de tantas bellezas, de tantas profundidades. Es un panorama encantador: parece prodigalidad sin medida. Asalta, en esta mirada como retrospectiva, el dolor de no haber admirado bastante este cuadro, de no haber observado cuanto merecían las maravillas de la naturaleza, las riquezas sorprendentes del macrocosmos y del microcosmos.

¿Por qué no he estudiado bastante, explorado, admirado la morada en la que se desarrolla la vida? ¡Qué distracción imperdonable, qué superficialidad reprobable! Sin embargo, al menos in extremis, se debe reconocer que ese mundo “qui per Ipsum factus est” (que fue hecho por El), es estupendo. Te saludo y te celebro en el último instante, sí, con inmensa admiración; y, como decía, con gratitud: todo es don; detrás de la vida, detrás de la naturaleza, del universo, está la Sabiduría: y después, lo diré en esta despedida luminosa (Tú nos lo has revelado, Cristo Señor) ¡está el Amor! ¡La escena del mundo es un diseño, todavía hoy incomprensible en su mayor parte, de un Dios Creador, que se llama nuestro Padre que está en los cielos! ¡Gracias, oh Dios, gracias y gloria a ti, oh Padre! En esta última mirada me doy cuenta de que esta escena fascinante y misteriosa es un reverbero, es un reflejo de la primera y única Luz: es una revelación natural de extraordinaria riqueza y belleza, que debía ser una iniciación, un preludio, un anticipio, una invitación a la visión del Sol invisible, “quem nemo vidit unquam” (a quien nadie vio jamás, cf. Jn 1,18): “Unigenitus Filius, qui est in sinu Patris, Ipse enarravit” (el Hijo primogénito, que está en el seno del Padre, Él mismo lo ha revelado). Así sea, así sea.

MISERICORDIA Y ARREPENTIMIENTO

Pero ahora, en este ocaso revelador, otro pensamiento, más allá de la última luz vespertina, presagio de la aurora eterna, ocupa mi espíritu: y es el ansia de aprovechar la hora undécima, la prisa de hacer algo importante antes de que sea demasiado tarde. ¿Cómo reparar las acciones mal hechas, cómo recuperar el tiempo perdido, cómo aferrar en esta última posibilidad de opción el “unum necesarium”, la única cosa necesaria?

A la gratitud sucede el arrepentimiento. Al grito de gloria hacia Dios Creador y Padre sucede el grituo que invoca misericordia y perdón. Que al menos sepa yo hacer esto: invocar tu bondad y confesar con mi culpa tu infinita capacidad de salvar. “Kyrie eleison: Christe eleison: Kyrie eleison”.

Aquí aflora a la memoria la pobre historia de mi vida, entretejida, por un lado con la urdimbre de singulares e inmerecidos beneficios, provenientes de una bondad inefable (es la que espero podré ver un día y cantar eternamente); y, por otro, cruzada por una trama de míseras acciones, que sería preferible no recordar, son tan defectuosas, imperfectas, equivocadas, tontas, ridículas. “Tu scis insipientiam meam” (Tú conoces mi ignorancia, Sal 68,6). Pobre vida débil, enclenque, mezquina, tan necesitada de paciencia, de reparación, de infinita misericordia. Siempre me parece suprema la síntesis de san Agustín: miseria y misericordia. Miseria mía, misericordia de Dios. Que al menos pueda honrar a Quien Tú eres, el Dios de infinita bondad, invocando, aceptando, celebrando tu dulcísima misericordia.

Y luego, finalmente, un acto de buena voluntad: no mirar más hacia atrás, sino cumplir con gusto, sencillamente, humildemente, con fortaleza, como voluntad tuya, el deber que deriva de las circunstancias en que me encuentro.

Hacer pronto. Hacer todo. Hacer bien. Hacer gozosamente: lo que ahora Tú quieres de mí, aun cuando supere inmensamente mis fuerzas y me exija la vida. Finalmente, en esta última hora.

Inclino la cabeza y levanto el espíritu. Me humillo a mí mismo y te exalto a ti, Dios, “cuya naturaleza es bondad” (San León). Deja que en esta última vigilia te rinda homenaje, Dios vivo y verdadero, que mañana serás mi juez, y que te dé la alabanza que más deseas, el nombre que prefieres: eres Padre.

MI ENCUENTRO CON CRISTO

Después yo pienso aquí ante la muerte, maestra de la filosofía de la vida, que el acontecimiento más grande entre todos para mí fue, como lo es para cuantos tienen igual suerte, el encuentro con Cristo, la Vida. Ahora habría que volver a meditar todo con la claridad reveladora que la lámpara de la muerte da a este encuentro. “Nihil enim nobis nasci profuit, nisi redimi profuisset” (En efecto, de nada nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados). Este es el descubrimiento del pregón pascual, y este es el criterio de valoración de cada cosa que mira a la existencia humana y a su verdadero y único destino, que sólo se determina en relación a Cristo: “O mira circa nos tuae pietatis dignatio” (¡O piedad maravillosa de tu amor para con nosotros!). Maravilla de las maravillas, el misterio de nuestra vida en Cristo. Aquí la fe, la esperanza, el amor cantan el nacimiento y celebran las exequias del hombre. Yo creo, yo espero, yo amo, en tu nombre, Señor.

EL MISTERIO DE LA VOCACION

Y después, todavía me pregunto: ¿por qué me has llamado, por qué me has elegido?, ¿tan inepto, tan reacio, tan pobre de mente y de corazón? Lo sé: “quae stulta sunt mundi elegit Deus… ut non glorietur omnis caro in conspectu eius” (eligió Dios lo necio del mundo… para que no se gloríe ninguna carne en su presencia, 1Cor 1,27-28). Mi elección indica dos cosas: mi pequeñez; tu libertad misericordiosa y potente, que no se ha detenido ni ante mis infidelidades, mi miseria, mi capacidad de traicionarte: “Deus meus, Deus meus, audebo dicere… in quodam aestasis tripudio de Te praesumendo dicam: nisi quia Deus es, iniustus esses, quia peccavimus graviter… et Tu placatus es. Nos Te provocamus ad iram. Tu autem conducis nos ad misericordiam” (Dios mío, Dios mío, me atreveré a decir en un regocijo extático de Ti con presunción: si no fueses Dios, serías injusto, porque hemos pecado gravemente… y Tú Te has aplacado. Nosotros Te provocamos a la ira, y Tú en cambio nos conduces a la misericordia (PL 40,1150).

Y heme aquí a tu servicio, heme aquí en su amor. Heme aquí en un estado de sublimación que no me permite volver a caer en mi sicología instintiva de pobre hombre, sino para recordarme la realidad de mi ser, y para reaccionar en la más ilimitada confianza con la respuesta que debo: “Amen; fiat; Tu scis quia amo Te” (así sea, hágase; tú sabes que Te amo). Sobreviene un estado de tensión y fija mi voluntad de servicio por amor en un acto permanente de absoluta fidelidad: “in finem dilexit” (amó hasta el fin). “Ne permitas me separari a Te” (no permitas que me separe de ti). El ocaso de la vida presente, que había soñado reposado y sereno, debe ser, en cambio, un esfuerzo creciente de vela, de dedicación, de espera. Es difícil; pero la muerte sella así la meta de la peregrinación terrena y ayuda para el gran encuentro con Cristo en la vida eterna. Recojo las últimas fuerzas y no me aparto del don total cumplido, pensando en tu “Consummatum est” (todo está cumplido).

Recuerdo el anuncio que el Señor hizo a Pedro sobre la muerte del Apóstol: “Amen, amen dico tibi… cum… senueris, extendes manus tuas, et alius te cinget, et duce quo tu nos vis. Hoc autem (Jesus) dixit significans qua morte (Petrus) clarificaturus esset Deum. Et, cum hoc dixisset, dicit ei: sequere me” (en verdad, en verdad te digo… cuando envejezcas, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras. Esto lo dijo Jesús indicando con que muerte Pedro glorificaría a Dios. Y, después de decir esto, añadió: sígueme, Jn 21,18-19).

CRISTO Y SU MISION

Te sigo: y advierto que yo no puede salir ocultamente de la escena de este mundo; tanto hilo me unen a la familia humana, tantos a la comunidad que es la Iglesia. Estos hilos se romperán por sí mismos; pero yo no puedo olvidar que exigen de mí un deber supremo. “Discessus pius” (muerte piadosa). Tendré ante el espíritu la memoria de cómo Jesús se despidió de la escena temporal de este mundo. Recordaré cómo Él hizo previsión contínua y anuncio frecuente de su pasión, cómo midió el tiempo en espera de “su hora”, cómo la conciencia de los destinos escatológicos llenó su espíritu y su enseñanza y cómo habló a los discípulos en los discursos de la última Cena sobre su muerte inminente; y finalmente cómo quiso que su muerte fuese perennemente conmemorada mediante la institución del sacrificio eucarístico: “mortem Domini annutiabitis donec veniat” (anunciaréis la muerte del Señor hasta que vuelva).

Un aspecto principal sobre todos los otros: “tradidit semetipsum” (se entregó a sí mismo por mí); su muerte fue sacrificio; murió por los otros, murió por nosotros. La soledad de la muerte estuvo llena de nuestra presencia, estuvo penetrada de amor: “dilexit Ecclesiam”: amó a la Iglesia (recordar “le mystère de Jésus” de Pascal). Su muerte fue revelación de su amor por los suyos: “in finem dilexit” (amó hasta el extremo). Y al término de la vida temporal dió ejemplo impresionante del amor humilde e ilimitado (cf. el lavatorio de los pies) y de su amor hizo término de comparación y precepto final. Su muerte fue testamento de amor. Es preciso recordarlo.

DESPEDIDA FINAL Y SALUDO A LA IGLESIA

Por tanto ruego al Señor que me dé la gracia de hacer de mi muerte próxima don de amor para la Iglesia. Puedo decir que siempre la he amado; fue su amor quien me sacó de mi mezquino y selvático egoísmo y me encaminó a su servicio; y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiese y que yo tuviese la fuerza de decírselo, como una confidencia del corazón que sólo en el último momento de la vida se tiene el coraje de hacer. Quisiera finalmente abarcarla toda en su historia, en su designio divino, en su destino final, en su compleja, total y unitaria composición, en su consistencia humana e imperfecta, en sus desdichas y sufrimientos, en las debilidades y en las miserias de tantos hijos suyos, en sus aspectos menos simpáticos y en su esfuerzo perenne de fidelidad, de amor, de perfección y de caridad. Cuerpo místico de Cristo. Querría abrazarla, saludarla, amarla, en cada uno de los seres que la componen, en cada obispo y sacerdote que la asiste y la guía, en cada alma que la vive y la ilustra; bendecirla. También porque no la dejo, no salgo de ella, sino que me uno y me confundo más y mejor con ella: la muerte es un progreso en la comunión de los Santos.

Ahora hay que recordar la oración final de Jesús (Jn 17). El Padre y los míos: éstos son todos uno; en la confrontación con el mal que hay en la tierra y en la posibilidad de su salvación; en la conciencia suprema que era mi misión llamarlos, revelarles la verdad, hacerlos hijos de Dios y hermanos entre sí; amarlos con el Amor que hay en Dios y que de Dios, mediante Cristo, ha venido a la humanidad y por el ministerio de la Iglesia, a mí confiado, se comunica a ella.

Hombres, comprendedme: a todos os amo en la efusión del Espíritu Santo, del que yo, ministro, debía haceros partícipes. Así os miro, así os saludo, así os bendigo. A todos. Y a vosotros, más cercanos a mí, más cordialmente. La paz sea con vosotros. Y, ¿qué diré a la Iglesia a la que debo todo y que fue mía? Las bendiciones vengan sobre ti: ten conciencia de tu naturaleza y de tu misión; ten sentido de las necesidades verdaderas y profundas de la humanidad: y camina pobre, es decir, libre, fuerte y amorosa hacia Cristo.

Amén. El Señor viene. Amén.

Señor, Tu lo sabes todo, Tu sabes que te Amo.

Jn 21, 17

Crónica de la ordenación sacerdotal de Rafael Sampayo

La Catedral Nuestra Señora del Carmen estaba dignamente adornada para una hermosa fiesta, más que una fiesta, una consagración especial. Con temor y temblor avanzamos los cuatro diáconos en medio de una multitud orgullosa de ver como Dios los bendecía con nuevos ministros para su servicio; el canto de “este es el día que hizo el Señor” inundaba todo el lugar y en mi corazón se confirmaba esa hermosa frase: sí, verdaderamente este es el día que hizo el Señor para consagrarme, para hacerme su sacerdote para la eternidad, es algo que nadie me va a quitar jamás.

Durante los días previos a la ordenación, en donde la oración, la paz, la alegría, los recuerdos hicieron paso por las vidas de quienes recibiríamos este maravilloso don, nos unimos estrechamente al compartir numerosas circunstancias que habíamos vivido a nivel individual y en medio de las comunidades en donde ejercíamos el diaconado. El apoyo y la oración de miles de personas nos mostraban cuanto nos estaba amando Dios: el llamado realizado por el Señor Obispo al Orden Sacerdotal, la alegría y dedicación de los formadores del Seminario Mayor, el orgullo de nuestras familias, el logro que tantos amigos hicieron propio este momento en que recibiríamos el Orden Sacerdotal, la esperanza de las Asociaciones nacientes en nuestra Diócesis de ver un ministro más que apoyara toda la obra que se está llevando a cabo, la mirada de muchos seminaristas de ver como algunos compañeros de ellos llegaban al momento tan anhelado del sacerdocio, la emoción en muchos jóvenes que todavía están discerniendo si Dios los está llamando para ser siervos suyos, y que en un momento de estos se podía definir su respuesta. En fin, todo estaba preparado para vivir el Gran Regalo de Dios.

Así llegué al lugar que me correspondía sentarme en la ceremonia, al lado del Diacono Hernando Tovar. Solo quería disfrutar ese momento, vivirlo, orarlo, dejarme amar por Dios. Ya todos los preparativos, temores, ensayos, habían quedado atrás, ahora era experimentar la ordenación sacerdotal en primera persona, ya no era un amigo o un conocido, no… me estaba ordenando sacerdote, y lo mejor que tenía que hacer era vivir esa Eucaristía única para mi vida.

La liturgia de una ordenación sacerdotal está cargada de numerosos signos en donde el candidato es aceptado por el Obispo, luego de ser presentado por el Rector del Seminario Mayor, el interrogatorio, la promesa de Obediencia ante el Obispo, la postración y el canto de las letanías, la imposición de las manos por parte del Obispo y todo el presbiterio, el revestirse con la estola sacerdotal y la casulla, la consagración con el santo crisma, la entrega de el cáliz y la patena, el ubicarse en el altar para la concelebración, el participar en la plegaria eucarística, el repartir la comunión como sacerdote… son momentos que no se apartarán de la memoria y mucho menos del corazón.

En medio de este conjunto magnífico y enriquecedor que posee la Iglesia Católica para una ordenación sacerdotal, dos aspectos recuerdo vivamente, sin desvirtuar los demás: la homilía pronunciada por Monseñor Octavio Ruiz, en donde nos recordaba que el sacerdote es sacado de en medio del pueblo para servirle, no cumple una función, es tomado por Dios para ser parte de su heredad, es ser pertenencia divina, propiedad de Jesucristo y como pertenencia suya, instrumento de santificación del pueblo al cual tiene que llevar a su Señor para que todos tengan un solo pastor y ser todos parte de un solo rebaño.

Otro momento que impactó mi vida en este “día que hizo el Señor” fue la imposición de manos por parte del Obispo, el Obispo Emérito y todos los sacerdotes, el sumergirme en la oración al recibir esta herencia desde tiempos apostólicos fue motivo para clamar al divino Espíritu que me inundara de El, me quemara con su fuego y sus llamas de amor jamás se extinguieran durante el resto de mi vida…

Que hermoso es ser sacerdote, que gran regalo he recibido y que responsabilidad tan enorme tengo ahora. Mas que soñar, es comenzar a servir, a entregarme, a dejar que el pueblo de Dios vea bendecir, perdonar, acompañar, consolar a Jesús a través de mí.

Es decirle al Señor, retomando también las palabras de Monseñor Octavio en su homilía: Señor tu lo sabes todo, tu sabes que yo te amo. Y como respuesta a ese amor, la misión es apacentar y confirmar a mis hermanos en el amor. Tú sabes que te amo, porque te he visto amándome muchas veces en mi debilidad y en mi alegría, porque a donde quiera que voy tu amor está allí dándome la bienvenida. Tu sabes que te amo porque amor con amor se paga y deseo realizar diariamente el ejercicio de amarte en todo lo que me presentes diariamente aunque no me parezca lo mejor, pero si tú me lo das, será lo mejor para mí… Tu sabes que te amo.

A la Madre de Dios le encanta guardar en su corazón a los sacerdotes, y ella, desde hace mucho tiempo me ha estado guiando, acompañando, consolando y animando para que no desista en seguir a Jesús. Ella constantemente con su oración y silencio me enseña el camino para amar a Jesús. Desde las advocaciones de la Virgen del Carmen y la Reina de la Paz he podido comprender poco a poco sus enseñanzas para decirle “Si” a Jesús, “Si”, al Verdadero y Único Sacerdote para ofrecer todo lo que El mismo me da.

En unión con los padres Luis Carlos Escobar, Javier Ramírez y Hernando Tovar, deseo ofrecer nuestro ministerio sacerdotal a toda la Diócesis de Villavicencio, a la Iglesia Universal, siendo testigos del Amor que se ofrece constantemente para nuestra salvación.

Oración con Fe Total

Hace algunos años en unas misiones en el África Ecuatorial, una misionera contó este relato:

“Una noche yo había trabajado mucho ayudando a una madre en su parto. Pero, a pesar de todo lo que hicimos, murió la madre dejándonos un bebé prematuro y una hija de dos años. Nos iba a resultar difícil mantener el bebé con vida porque no teníamos incubadora –¡no había electricidad para hacerla funcionar!–, ni facilidades especiales para alimentarlo. Aunque vivíamos en el Ecuador africano, las noches frecuentemente eran frías y con vientos traicioneros.

Una estudiante de partera fue a buscar una cuna que teníamos para tales bebés, y la manta de lana con la que lo arroparíamos. Otra fue a llenar la bolsa de agua caliente. Volvió enseguida diciéndome irritada que, al llenar la bolsa, había reventado. La goma se deteriora fácilmente en el clima tropical. “¡Era la última bolsa que nos quedaba! exclamó; y no hay farmacias en los senderos del bosque”.

“¡Muy bien!” dije; pongan al bebé lo más cerca posible del fuego y duerman entre él y el viento para protegerlo. Su trabajo es mantener al bebé abrigado”.

Al mediodía siguiente, como hago muchas veces, fui a orar con los niños del orfanato que se querían reunir conmigo. Les sugerí a los niños varias intenciones para su oración y les hablé del bebé prematuro. Les conté el problema que teníamos para mantenerlo abrigado, pues se había roto la bolsa de agua caliente y el bebé se podía morir fácilmente si cogía frío. También les dije que su hermanita de dos años estaba llorando porque su mamá había muerto. Durante el tiempo de oración, Ruth, una niña de 10 años, oró con la acostumbrada seguridad consciente de los niños africanos:

-“Por favor, Dios! –oró– mándanos una bolsa de agua caliente. Mañana no servirá porque el bebé ya estará muerto. Por eso, Dios, mándala esta tarde”.

Mientras yo contenía el aliento por la audacia de su oración, la niña agregó: -“Y mientras te encargas de ello, ¿podrías mandar una muñeca para la pequeña, y así pueda ver que tú la amas realmente?”

Con frecuencia las oraciones de los chicos me ponen en evidencia. ¿Podría decir honestamente “Amén” a esa oración? No creía que Dios pudiese hacerlo. Sí, claro, sé que Él puede hacer cualquier cosa. Pero hay límites, ¿no? Seguro que Dios tiene muchas cosas más importantes que hacer. Y yo tenía algunos grandes “peros” para esa “ingenua” oración. La única forma en la que Dios podía responder a esta oración en particular, era enviándome un paquete desde mi Francia natal.

Había ya estado en África casi cuatro años y nunca jamás recibí un paquete de mi casa. De todas maneras, si alguien llegara a mandar alguno, ¿quién iba a poner una bolsa de agua caliente para la calurosa África ecuatorial?

A media tarde, cuando estaba enseñando en la escuela de enfermeras, me avisaron que había llegado un auto a la puerta de mi casa. Cuando llegué, el auto ya se había ido, pero en la puerta había un enorme paquete de once kilos. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Por supuesto, no iba a abrir el paquete yo sola. Así que invité a los chicos del orfanato a que juntos lo abriéramos. La emoción iba en aumento. Treinta o cuarenta pares de ojos estaban enfocados en la gran caja. Había vendas para los pacientes del leprosario. Luego saqué una caja con pasas de uvas variadas. Eso serviría para hacer una buena horneada de panecitos el fin de semana. Volví a meter la mano y sentí… ¿sería posible? La agarré y la saqué… ¡Sí, era una bolsa de agua caliente nueva!

Lloré… Yo no le había pedido a Dios que mandase una bolsa de agua caliente, ni siquiera creía que Él podía hacerlo. Ruth estaba sentada en la primera fila, y se abalanzó gritando: – “¡Si Dios mandó la bolsa, también tuvo que mandar la muñeca!”. Escarbé el fondo de la caja y saqué una hermosa muñequita. A Ruth le brillaban los ojos. Ella nunca había dudado. Me miró y dijo: – “¿Puedo ir contigo a entregarle la muñeca a la niñita para que sepa que Dios la ama en verdad?”. Claro que sí, –le respondí– y como tú se la pediste al Señor, tú se la darás en su nombre!!!!

Ese paquete había estado en camino por cinco meses. Lo había preparado mi antigua profesora de catequesis, quien había escuchado y obedecido la voz de Dios mucho antes de que sucedieran las cosas, y fue Él quien la impulsó a mandarme la bolsa de agua caliente, a pesar de estar yo en el Ecuador africano. Y una de las niñas de la parroquia había puesto una muñequita para alguna niñita africana cinco meses antes, en respuesta a la oración llena de fe de una niña de diez años que la había pedido para esa misma tarde».

Olga Clemencia – Un testimonio Personal

Conocí a Olga Clemencia en el final de sus días. Desde el primer momento me dijo: “sé que me voy a morir”, y también, con un cariño muy grande: “quería conocerlo antes de irme, porque muchas veces lo oí por la radio, y me sirvió”.

Olga Clemencia tenía cáncer. Ya lo había vencido una vez, pero él, como fiera herida, había retornado con mayor fuerza y se dejaba sentir adentro del cuerpo de Olga. Pudimos hablar varias veces, gracias a Dios, incluso unas horas antes de mi viaje Bogotá-Dublín. ¡Cómo le agradezco al Señor que me haya permitido estar ahí, y hacer presencia, y aprender tantas cosas… esas que sólo se ven a plena luz cuando las luces de esta tierra anuncian su final!

Olga Clemencia tenía un temperamento profundo, intelectual, con una marca de severidad, aunque también con ese deleite que conocen los que saborean cada pizca de verdad que les da el camino. Por eso, en los días finales de su peregrinar hasta el umbral de la muerte, hizo su propio camino, como queriendo descubrir por sí misma la razón de cada cosa, de cada oración y de cada sacramento. Tuve oportunidad de administrarle el sacramento de la confesión y pude ver cómo hasta el último día quiso ser siempre más discípula que dueña de la verdad… de cualquier verdad.

Unos pocos días antes de morir me escribió un e-mail:

Apreciado Fray Nelson:

Espero se encuentre bien. Yo, aquí, dando, recibiendo muchas cosas que no por la enfermedad quedan truncas.

Fray Nelson: acepté ésto, acepté la enfermedad, acepté la voluntad de Dios. Este estado me llena de tranquilidad, y es difícil alcanzar este estado.

Fray Nelson: creo que pronto seré libre para estar con Dios, lo cual me regocija y me da alegría.

Agradecería su pronta contestación. Gracias, su hermana en el Señor,

Olga Clemencia Giraldo Talero

Bendito Dios que pude responder su mensaje. Mis palabras fueron breves, como breve tendrá que ser esta despedida, porque Olga se nos fue ayer. Se nos adelantó a la Casa del Padre. Entonces le dije, y ahora le digo:

GRACIAS por acordarte de mí. GRACIAS por la confianza que me has dado. GRACIAS por el testimonio de fe y de entereza que siempre encontré en tí.

Un abrazo!!!

Nunca me ha abandonado Dios, y menos ahora

Ante la enfermedad:

Éste es el testimonio, impresionante y lleno de esperanza, de un hombre joven, casado y padre de un hijo adoptado. Enfermo de cáncer, sigue confiando en el inmenso amor y sabiduría de Dios. Éstas son sus palabras:

Me llamo Alfonso Cervantes Pavón y tengo 40 años de edad. Estoy casado con Isabel Oviedo y llevamos 14 años de matrimonio. Hace un año y medio adoptamos a un niño pequeño. Dios, en el vínculo matrimonial, no nos había concedido hasta ese momento ninguno. Ya está cercano a los tres años de edad (los cumple el 18 de julio). Se llama Ángel (ciertamente es un ángel para nosotros) y padece retraso psicomotor, como consecuencia de una encefalopatía prenatal. Quiero contar, a través de estas líneas, mi experiencia de cómo el Señor ha acontecido en mi vida. Lo conocí hace ya muchos años, cuando empecé este Camino de gestación en la fe que es el Camino Neocatecumenal. En la Iglesia, Él se ha revelado como un Padre que me cuida, guía mi vida y me ofrece diariamente la salvación y el perdón de mis pecados. En el entorno familiar, he tenido los problemas típicos de convivencia de todos los matrimonios, pero siempre con el perdón del Señor como respuesta a nuestras debilidades. En el aspecto laboral, he alternado tiempos de trabajo como albañil, tubero, operario en la construcción de barcos…, pasando también por momentos de desempleo.

Especialmente significativos, aquellos tiempos que vienen a mi memoria ahora de forma especial. Trabajaba por aquel entonces como operario en la construcción de un barco. Inesperadamente, y sin estar éste finalizado, sufrí un despido que, ciertamente, no esperaba. Aquellas fechas, mi parroquia, mi segunda casa necesitaba mano de obra para finalizar la fase de construcción de los salones de Catequesis. El complejo parroquial se ha terminado a base de donaciones y de personas que han trabajado sin recibir ninguna compensación material a cambio. En contra, espiritualmente, todos los que hemos echado alguna peonada hemos recibido bendiciones de Dios, el ciento por uno, porque Dios nos ha bendecido con la fe, algo que hoy se me revela más valioso que todo aquello que la sociedad me puede ofrecer, incluía la salud.

Para gloria de Dios

Nunca Dios me ha abandonado, y menos ahora. A principios de diciembre de 2001, acudí al médico por padecer un fuerte dolor pectoral. Con el paso de los días, observaba cómo el cuadro clínico se iba agravando, al aumentar el dolor y por la aparición de fiebre intermitente. En la tarde del día de Navidad, quedé ingresado en el Hospital Universitario Puerta del Mar de Cádiz. Querían realizarme algunas pruebas. Se pensó en la posibilidad de una hepatitis C, de una inflamación hepática, o alguna enfermedad parecida; al cabo de unos días y sin mejoría aparente, recibí el alta médica en espera de resultados de unas pruebas médicas. Fueron pasando los días y continuaba sin experimentar mejoría alguna. Una tarde del mes de febrero, tras recibir la visita del padre Emilio, el párroco de San José Artesano, y algunos miembros de mi Comunidad Neocatecumenal, mi mujer, en contra de la voluntad de los médicos, me reveló la verdad: «Tienes un cáncer de hígado», me dijo entre lágrimas. Una enfermedad de mal pronóstico, e irreversible por lo avanzado de su estado. No había solución.

En aquel momento ocurrió algo sorprendente y trascendental: tras recibir la noticia de mi enfermedad, no me asusté. El Espíritu Santo, sin duda, nos asistió a mi mujer y a mí, y nos acompañó durante aquella tarde. Experimenté una paz interior que no se puede describir ni explicar.

Con esto quiero decir que Dios realmente asiste en los momentos trascendentales de la vida. Sin duda, el Señor me paraba los pies. Van pasando lentamente los días desde mi lecho. Ya apenas me levanto. He salido de casa algunos sábados para acudir a la Eucaristía en la parroquia. Solamente incorporarme del lecho me produce el mismo cansancio que a vosotros un día entero de trabajo. Pero, como dice el salmo, El Señor está conmigo todos los días. Él me asiste en mis dolores. Hace un par de semanas me han reforzado el tratamiento contra el dolor, para tener una mejor calidad de vida. Pero realmente lo que me hace sufrir son aquellas personas cercanas a mi familia que de alguna forma se han separado de Dios, han abandonado la fe, buscan, sin duda, la felicidad en otras cosas… Ruego al Señor por ellas.

Tengo muy claro que no soy yo, es Dios quien lleva mi enfermedad. Esta situación me supera, y ha redimensionado mi vida. Personalmente, no tendría fuerzas para llevarla adelante sin su ayuda. La garantía de que Él existe es que esta fuerza que actúa en mí es espiritual. Esto no lo puede explicar ni la ciencia ni la sabiduría humana, porque esta fuerza viene de Dios.

Espero y le pido constantemente no dudar de su amor, para que no salga de mis labios la siguiente pregunta: “¿Por qué a mí?”; deseo con todo mi corazón resistir a las acechanzas del demonio, que quiere que yo juzgue a Dios. Para gloria de Dios, no lo ha conseguido. Me siento asistido por todos los que me rodean, no sólo con su presencia, sino sobre todo por medio de la oración.

Todos los días recibo a Jesucristo en la Comunión y esto me mantiene vivo, me da fuerzas para dar una palabra de ánimo a quien lo necesita. Es Dios quien viene a mí; me visita, de igual forma que visitó a la Virgen María. También siento la presencia de Ella, mi Madre del Cielo, que escondida, en lo oculto, también intercede por mí.

Sé que me muero, no sé exactamente cuándo Dios me querrá llevar, pero tengo la garantía de que la muerte es precisamente un nacer a la Vida Eterna. Es el paso necesario para llegar a la presencia del Padre. Sé que en esta vida que se acaba –y que aquellos que me visitan y no creen en Dios lamentan como si hubiera recaído sobre mí una maldición– es necesario pasar por este trance, dar el salto a lo mejor, a lo definitivo, a lo verdadero: la Vida Eterna, la presencia del Padre.