La Afectividad
(Sabiduría 1, 2-3; Lc 2,49)
Para poder hacernos una idea sobre lo que implica el perdón, necesitamos reflexionar sobre una serie de sentimientos, producto de nuestra afectividad como personas. En efecto, toda persona ama y odia, se alegra y se entristece, se entusiasma ante determinados trabajos, cosas o personas, aprecia el arte y lo que es bueno. Ante ciertas experiencias o acontecimientos todos podemos sentir indiferencia, miedo, desesperación, coraje, odio, tristeza. La afectividad, motor de nuestra vida, nos impulsa a entusiasmarnos o a desanimarnos con ciertas personas o actividades. Por ser afectivos, tenemos capacidad de experimentar sentimientos y emociones. Les invito, por tanto, a elegir unos sentimientos más sobresalientes e iniciar sobre ellos una reflexión, que ustedes pueden enriquecer.
Hasta hace muy poco tiempo había prejuicios contra todo lo que tuviera relación con las emociones y sentimientos, por ser algo subjetivo. Hoy, en psicología industrial se atiende no solo a la parte racional sino a la afectiva de las personas, y hasta se habla de “trabajar con el corazón”. Se hacen sesiones de entrenamiento sobre “competencia emocional” para poder lograr un equilibrio en la persona. A partir de los años 90, las empresas están explorando el campo de las emociones. Las destrezas técnicas e intelectuales representan, apenas, una parte de la fórmula para el éxito de sus empleados; la otra, depende de la habilidades para entender y manejar las propias emociones y sentimientos. De ahí la importancia de ser diestros en el manejo de nuestros sentimientos y emociones. En la compañía American Espress se realizó la siguiente prueba: eligieron una docena de personas, entrenándolas por doce horas en el manejo de sus emociones; a otras doce las eligieron como grupo de control y no les ofrecieron ningún entrenamiento. Al final del estudio, casi el 90% de quienes recibieron entrenamiento habían mejorado su desempeño en comparación con el grupo de control. Los resultados, a pesar de lo pequeño de la muestra, sugieren que un programa dirigido a mejorar destrezas emocionales puede representar un impacto importante en un balance final. Lo anterior nos habla de la importancia, en nuestra vida de relación con Dios y los hermanos, de atender mejor nuestra vida afectiva y no solo saber controlar sino manejar los sentimientos negativos que se han multiplicado hoy en nuestra vida.

87.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Represión de los Sentimientos
86.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Expresión de los Sentimientos
85.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
El modo en que nos movemos, las posturas que adoptamos, los gestos, la forma de respirar, etc, afectan fuertemente nuestro estado anímico. Te invito a que descubras las claves para mantener elevado tu estado anímico.
Les invito a continuar nuestra reflexión sobre los sentimientos. Cualquier acontecimiento puede ser ocasión de emociones, por ejemplo, la vista de un relámpago, de un paisaje maravilloso, una fiera suelta, oír el rugido de una tempestad, de un león, los insultos de un adversario; experimentar la muerte de un ser querido, una enfermedad, un fracaso, el recuerdo vivo de una humillación. Todo lo anterior puede dar pie al temor, a la ira, a la tristeza, al dolor, al gozo. Del mismo modo, la presencia de una persona querida, sus palabras de aliento, sus regalos serán ocasión de amor, de alegría, de seguridad.
83.2. En el tumulto de todas las voces se oye la voz de Dios. Dicho mejor aún: Dios hace que todas las voces hablen su voz; es como la voz que, construida desde todas las voces, colma de sentido cuanto ellas no alcanzan a decir. Es lo que sugiere la Sagrada Escritura varias veces cuando te habla del vigor divino. Por ejemplo, aquello de Isaías: «Porque así me ha dicho Yahveh: Como ruge el león y el cachorro sobre su presa, y cuando se convoca contra él a todos los pastores, de sus voces no se intimida, ni de su tumulto se apoca: tal será el descenso de Yahveh Sebaot para guerrear sobre el monte Sión y sobre su colina» (Is 31,4). Hay gente —y entre ellos varias veces te he contado a ti—, que tiene una visión cobarde y simple del poder de Dios, como si Él no pudiera o no quisiera obrar cuando llega la confusión o cuando el terror se levanta; como si Él para reinar tuviera que estar sujeto a algunas condiciones externas o ajenas a su voluntad. ¡No es así! ¡Él, y sólo Él es Soberano!