SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Gracias a la redención, tenemos en nosotros huella cierta de lo que Dios es.

Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Gracias a la redención, tenemos en nosotros huella cierta de lo que Dios es.
Padre,
que enviaste al Espíritu de Verdad
para que reconociéramos en tu Hijo
a tu propia Sabiduría Increada;
Padre,
que derramaste el Espíritu de Caridad
para que amáramos a tu Hijo
con algo del amor que Tú le tienes;
Padre,
que nos enviaste a tu Hijo
para que conociéramos el aroma del Cielo
en la Unción de Gracia
que él esparció con tanta bondad;
Padre,
que nos diste a tu Hijo
para que renaciendo en Él por el Espíritu
conociéramos algo mejor que el amanecer
del primer día de la Creación;
Padre,
¡qué bello eres, qué santo,
qué justo, qué sabio,
qué bueno!
Padre,
te da gloria tu Hijo en el Espíritu Santo,
como era en el principio
ahora y siempre
por los siglos de los siglos.
Amén.
Las autoridades judías creían tener conocer y tener bajo control a todas las demás autoridades, pero se olvidaban de la autoridad de Dios.
Sobre la misión intelectual de los Dominicos de Colombia hoy.
Por solicitud del Provincial, esta es una charla que dirigí como Regente de Estudios a los prenovicios, novicios y estudiantes de filosofía de nuestra Provincia Dominicana de Colombia. Puede ser de provecho para otros.
Algunas ideas centrales:
¿Cuál era el límite de la Antigua Alianza, si parece tan bueno eso de que Dios nos muestre caminos de libertad y bien, como son sus santos mandamientos?
Thomas Byles, sacerdote inglés, converso del anglicanismo a la Iglesia Católica, viajaba para celebrar la boda de su hermano William en Nueva York. Rezaba el «breviario» en cubierta cuando el Titanic chocó con el iceberg.
Agnes McCoy, superviviente, relató los últimos momentos del sacerdote:
Cuando el Titanic se fue a pique, el Padre Thomas Bayle estaba de pie en cubierta rodeado de católicos, protestantes y judíos arrodillados a su alrededor. Byles rezaba el rosario y oraciones por el eterno descanso de las almas de aquellos que estaban a punto de perecer. Administró los últimos sacramentes a mucha gente. En la primera fase de la catástrofe escuchó muchas confesiones.
Se me ponen los pelos de punta. Rechazó por dos veces el bote salvavidas, en los que también ayudó a embarcar a otros. Pío X lo describió como «un mártir de la Iglesia».
En «Los Diez del Titanic», la historia bien documentada de los españoles en el buque, el P. Byles también tiene una mención en boca de una de las supervivientes, Fermina, sirviente de una pareja de «luna de miel»
A la una y cinco de la madrugada, el bote 8, cargado solamente con damas de primera clase y sus sirvientas, además de los marinos, empieza a ser arriado. Fermina no ha conseguido localizar a Víctor y, orientándose con dificultad entre el gentío, logra acceder a las inmediaciones de la embarcación cuando ésta ya ha comenzado a bajar por el costado del Titanic. «A mí me dejaron fuera. Pero empecé a gritar desesperada, y no tuvieron más remedio que llevarme. Me echaron como un saco de paja desde más de un metro de altura, cuando ya bajaba la barca —rememoraba con horror—. Fue el momento más terrible de mi vida. Cada vez que me acuerdo, me parece que acaba de ocurrir y acabo de salvarme de milagro».
En cubierta, el sacerdote católico Thomas Byles está dirigiendo el rezo de un rosario. Muchos se unen a la oración postrados estrechando entre las manos sus crucifijos, la mayoría son mujeres de tercera clase a las que el clérigo ha ayudado a ascender desde las dependencias inferiores del barco. «Dios te salve, María, llena eres de Gracia
», invoca el padre Byles. «Ruega por nosotros», súplica un coro de voces. Hasta las barcas en el agua llega el sonido de la plegaria mezclado con los acordes de la orquesta y el bullicio ronco de los pasajeros que deambulan por los corredores. Desde el bote 8, la condesa de Rothes contempla emocionada cómo Víctor Peñasco cae de rodillas sobre cubierta en actitud de orar.
La palabra “curso” es derivada del verbo latino para “correr.” Un “curso de cristiandad” es entonces mantenerse en el camino de la fe cristiana, y avanzar con la prisa de Dios, que es la prisa de su amor santo.
Solo Dios puede hablar bien de Dios.
En relación a Él, nosotros somos un poco como esas pelotitas que se ven en las ferias, sostenidas por un chorro que las mantiene en equilibrio. «Dios da a todos la vida, el aliento y todo… En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,25.28).
La única certeza que podemos manifestar acerca de Dios es que Él existe como una presencia inefable, una energía a la vez misteriosa, prodigiosa e inteligente, continuamente actuante sobre el mundo, que nos piensa y nos produce a cada instante, porque nosotros no somos el origen de nosotros mismos, como tampoco nuestros antepasados eran origen de sí mismos…
No es lo mismo hacer un pastel o construir una casa que dar la vida a un hijo. Esta tarea requiere una fuerza que nos sobrepasa y que nos es transferida.
Todo lo que podemos añadir es que somos atraidos por una sed de verdad y bien que se nos impone íntimamente y ante la que toda resistencia es vana. Esta corriente de inteligencia, de amor a la verdad y al bien, tiene su origen necesariamente fuera de nosotros.
Es preciso hallar en esta fuente en estado concentrado, en un grado superior, aquello que hallamos en este flujo que somos, es decir: una inteligencia, un amor a la verdad y al bien, en una palabra, una persona. Pero esta fuente, por su misma naturaleza, permanece misteriosa para nosotros, pues ella es el continente y nosotros solo una partecita del contenido.
Dios desborda necesariamente nuestra inteligencia, como el mar desborda el pozalito del niño que en la playa quiere recogerlo (San Agustín).
Dios es infinitamente Otro. Solo podemos captarlo dejándonos captar por Él, o sea adorándolo. No se manifiesta y revela en nuestra conciencia sino cuando nos sujetamos a su voluntad y hacemos a Él la entrega de nosotros mismos.
«Oh tú, el más allá de todo, ¿cómo darte otro Nombre?» (San Gregorio Nazianceno).
• «Yo soy El que soy» (Ex 3,14; Rom 11,34).
Gran maestro de las “semillas del Verbo” es San Justino, filósofo y mártir.
FIESTA DE LA VISITACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
María, “visitada” por el amor de Dios, lleva en su visita la alegría del Evangelio.
Fr. Nelson, son lo mismo secularización y secularismo? Si hay diferencia, en que consiste? – Preguntado en formspring.me/fraynelson
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Partamos de la raíz, que es la palabra latina “saeculum,” que ha dado origen a la expresión “siglo.” El “saeculum” es el mundo, o lo propio del mundo, es decir, de este mundo. En este sentido, lo “secular” se entiende como contraste o incluso oposición a lo “sacro,” porque lo sacro apunta a las realidades que están después, o en todo caso más allá, del mundo presente.
Como la terminación “-ismo” suele añadirse a las posturas que enfatizan de modo muy principal o unilateral un aspecto, es evidente que el “secularismo” alude a aquella postura que sólo quiere atender a las cosas de este mundo, los valores de este mundo, los intereses de este mundo. El secularismo tiende entonces a excluir lo religioso y lo sagrado de la vida humana, o por lo menos, de la esfera pública. La visión secularista, también llamada a veces “laicista,” desprecia el hecho religioso y en cualquier caso quiere impedir toda influencia suya en las leyes, costumbres, tradiciones, y en todo lo que sea visible, hasta llegar a la arquitectura o la decoración. Ejemplo típico: supresión de crucifijos.
La secularización, con su terminación en “-ción,” alude más bien a un proceso, que puede tener dos intenciones distintas. Hay una secularización que es el camino hacia el secularismo, y que por tanto no merece una valoración ni estudio distinto de lo ya dicho. Pero puede haber una secularización en sentido positivo, si se dan estas tres condiciones: (1) Separarse de toda visión que pretenda sacralizar el mundo en términos de fuerzas mágicas o de energías suprahumanas que actúan como deidades autónomas. (2) Afirmar el valor de lo que pertenece a este mundo pero sin negar que hay otros valores que lo trascienden. (3) Admitir que mientras estemos en este mundo no tenemos potestad alguna para intimidar la conciencia de nadie, y que por lo tanto existe un espacio necesario y válido de pluralismo en la sociedad, en la medida en que garantiza tal libertad de conciencia sin perder la mirada sobre el bien común. Este segundo tipo de secularización es el que resulta compatible con nuestra fe cristiana.
Nuestro amor se renueva cuando volvemos la mirada a la Sangre preciosa del Hijo de Dios, sacrificado en la Cruz por amor nuestro.