Un buen examen de conciencia

“Se trata de examinar nuestra conciencia en oración ante Dios, a la luz de las enseñanzas de la Iglesia, a partir de nuestra última confesión. Es paso necesario antes de hacer una buena confesión. Además es aconsejable hacer un examen del día antes de dormir…”

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Por que la Iglesia?

“Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo presente en medio de ellos» (Mt 28,30), ha dicho Jesús. Bossuet concluye: «la Iglesia es Jesús extendido y comunicado».

¿Cuántos de nuestros contemporáneos suscribírian este aserto? ¿No estamos viendo en estos días, por parte de algunos, un intento de enfrentar a Jesús con la Iglesia?

Sobre el episodio del camino de Damasco, San Pablo dirá más tarde: «yo perseguía a la Iglesia», pues Jesús le ha dicho: «¿por qué me persigues?» (Hch 9,4).

¿Cuál es el origen de la Iglesia?

La misión de Jesús no se agota en el anuncio del reino de Dios a sus contemporáneos. Él ha querido edificar una Iglesia que prosiga su misión a través de los siglos. No se trata de una sociedad anónima de ascensores individuales, que lleva a los hombres hacia Dios; se trata de un pueblo, de una comunidad, verdadera réplica –dentro de la historia humana– de la invisible comunión de las tres personas de la Santísima Trinidad; ésta es la comunión que es cauce, modelo y fin de la Iglesia. «Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, a fin de que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn17,21). Así la Iglesia universal se nos presenta como un «pueblo que consigue su unidad de la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo» (San Cipriano).

¿Para que sirve la Iglesia?

La Iglesia, esposa de Cristo, tiene la misión de servir al mundo, invitando a la humanidad a estos esponsales, para felicidad de los hombres y la gloria del Padre, dos realidades inseparables.

San Ireneo dice de manera breve y densa: «La gloria de Dios es el hombre viviente en Dios».

¿Es la Iglesia una democracia?

Comunidad espiritual, y cuerpo místico de Cristo, la Iglesia es regida en la corresponsabilidad y colegialidad de sus miembros. Pero ello no es óbice para que al mismo tiempo se trate de una institución jerárquica fundada por su Señor.

Desde el principio, Jesús escoge sus doce apóstoles para que le ayuden a realizar su obra, y de entre ellos da un lugar especial a Simón, al que cambiará el nombre por el de Pedro, para significar claramente que él es la roca sobre la que edificará su Iglesia.

Dando a esta institución una misión de alcance universal, Jesús le otorga una estructura de dimensiones históricas: «Id y enseñad a todas las naciones… Yo estoy con vosotros hasta el fín de los tiempos» (Mt 28,19-20).

De esta manera los ministerios o servicios que ejercen los sacerdotes, los obispos y el Papa están dentro de las enseñanzas del Evangelio. Su tarea es anunciar la buena nueva, dispensar los sacramentos y conducir al pueblo de Dios en su tránsito por la tierra.

¿Quién forma parte de la Iglesia?

La Iglesia puede ser comparada con un iceberg, signo visible de una realidad parcialmente invisible. La parte visible es la institución, la parte sumergida es el reino invisible, que necesariamente sobrepasa las fronteras sociológicas e históricas de la Iglesia; pero todo es una sola cosa. Y hay más, como dirá San Agustín: «No basta formar parte del cuerpo de la Iglesia para pertenecer a su corazón».

“Cristo sí, pero la Iglesia no”

Se objetarán, sin duda, las imperfecciones de que ha adolecido la Iglesia a lo largo de la historia, imperfecciones que la desfiguran y le impiden ser la pura transparencia del Dios Vivo.

Pero ya algunas parábolas de Jesús advertían de este drama, como la del trigo y la cizaña. Con todo, la historia nos enseña que la Iglesia encuentra en las situaciones de crisis los antídotos que le permiten recuperar la fidelidad a su vocación.

Tal es el milagro de la Iglesia que, después de veinte siglos, a pesar de sus debilidades, cumple y verifica experimentalmente la profecía de su fundador: «las potencias del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18).

En nuestros días, una Madre Teresa o el mismo Juan Pablo II son testimonios de la vitalidad de la Iglesia y de su fidelidad indefectible. Y con ellos las religiosas, sacerdotes, laicos, niños, jóvenes o adultos, que son entre nosotros signos vivientes de la Iglesia.

«Alabada sea la Madre sobre cuyas rodillas yo todo lo aprendí» (Claudel)

• «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18)

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

La vida en el purgatorio

Me gusta este tema [del purgatorio] ya que voy a cumplir 76 años en Diciembre y se me esta acercando la hora de regresar a la casa del Padre. Mi pregunta seria es: si en el purgatorio uno es libre de des-hacer el mal acumulados del pecado cometido y decirle NO rotundo a lo que nos separa de Dios. En otras palabras, arrepentirse del mal que uno ha escogido y el bien descuidado. El purgatorio es un enigma para muchos; solamente la FE puede darnos alguna luz. – Humberto de Miami Beach, Fl.

* * *

Enseña Santo Tomás de Aquino que hay un acto de la voluntad que no es libre: uno no puede no querer el bien, incluso si ese bien lo busca bajo capa de cosas malas o perversas. Por afirmar el propio yo, satisfacer el ego, realizar una justicia mal entendida o buscar una forma de descanso existencial, se pueden cometer graves males, pero en cada caso hay un bien parcial, seguramente deformado, que se sigue deseando. Ese acto voluntario potentísimo no nos abandonará jamás: será la fuerza del amor de los santos en el cielo, el fuego de las almas en el purgatorio, y la tortura horrorosa de los condenados en el infierno.

Pero tu pregunta no se refiere a amar el bien, en general, sino a detestar actos malos específicos, o volverse hacia los bienes que fueron descuidados. Coinciden los santos en decir que el tiempo para esos actos concretos es esta vida y solamente esta vida. Este es el tiempo para dolernos del mal realizado y del bien omitido o aplazado.

Sin embargo, la unión de caridad que nos conecta unos con otros, unión que la Iglesia llama hermosamente “comunión de los santos” puede tener y tiene un lugar en lo que atañe al purgatorio, como tiene lugar en todo lo que relacione a unos cristianos con otros. No toca a los condenados porque precisamente su rechazo, que es su propia condena, es rechazo ante todo al amor divino, fuente de toda caridad y comunión. Pues bien, esa comunión de los santos es la que posibilita que los fieles en el purgatorio puedan ser ayudados por los sufragios y oraciones del resto de la Iglesia, y muy singularmente de los actos de generosa caridad de la Iglesia que peregrina. esa abundancia de nuestro amor indudablemente puede hacerles bien a quienes no anhelan otra cosa que unirse en visión de amor con Dios, aunque nada puedan hacer por sí mismos para apresurar ese momento.

Historia de Tres Fetos

“Entre muchas historias reales, queremos rescatar una que fue relatada hace unos días por el escritor Alfonso Ussía en el periódico La Razón. Es la historia de una madre que contra todos los obstáculos quiso tener a su hijo al que los ginecólogos llamaban “monstruo” y “deforme”, pero felizmente en el parto nacieron sus trillizos perfectamente sanos…”

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El Archivo Secreto del Vaticano

“Desmintamos el lugar común, la palabra ‘secreto’ en su nombre ha sido mantenida por los Papas como tradición pero quiere decir únicamente ‘privado’. No significa que sea inaccesible”

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Un camino de penitencia abierto a todos

Si el grano de trigo no muere queda infecundo. -¿No quieres ser grano de trigo, morir por la mortificación, y dar espigas bien granadas? -¡Que Jesús bendiga tu trigal!

¡Cuántos que se dejarían enclavar en una cruz, ante la mirada atónita de millares de espectadores, no saben sufrir cristianamente los alfilerazos de cada día! -Piensa, entonces, qué es lo más heroico.

El minuto heroico. -Es la hora, en punto, de levantarte. Sin vacilación: un pensamiento sobrenatural y… ¡arriba! -El minuto heroico: ahí tienes una mortificación que fortalece tu voluntad y no debilita tu naturaleza.

Todo un programa, para cursar con aprovechamiento la asignatura del dolor, nos da el Apóstol: “spe gaudentes” -por la esperanza, contentos, “in tribulatione patientes” -sufridos, en la tribulación, “orationi instantes” -en la oración, continuos.

Expiación: ésta es la senda que lleva a la Vida.

Entierra con la penitencia, en el hoyo profundo que abra tu humildad, tus negligencias, ofensas y pecados. -Así entierra el labrador, al pie del árbol que los produjo, frutos podridos, ramillas secas y hojas caducas. -Y lo que era estéril, mejor, lo que era perjudicial, contribuye eficazmente a una nueva fecundidad. Aprende a sacar, de las caídas, impulso: de la muerte, vida.

Más pensamientos de San Josemaría.

En el mundo sin ser del mundo

[Contiene las dos partes de un encuentro con miembros del Carmelo seglar en Santa Fe, Argentina.]

* Ser seglar como vocación, no como el residuo de no ser sacerdote o religioso.

* Toda vocación nace de la sintonía con aquel que nos ha creado, redimido y amado. A la escucha del Espíritu, percibimos, a cada paso, la voz de aquel que nos llama.

* En el caso del seglar, esa llamada implica el paso del mismo Espíritu Santo que no sólo quiere obrar en nosotros sino a través de nosotros.

* Con otras palabras, ser seglar es proclamar el reinado de Jesucristo en las realidades de este mundo, y obrar en consecuencia, desde nuestro ámbito propio, para que así suceda.

* La vocación del seglar es irreemplazable: sólo quien está en el lugar donde se discuten y deciden asuntos de cultura, ciencia, arte, política o literatura puede alcanzar en profundidad esas realidades y orientarlas en acuerdo con el mensaje de Cristo y para su gloria.

* Ello implica, a menudo, una labor paciente de siembra generosa, escucha caritativa de las necesidades de otros, y observación atenta a la “hora de Dios” en que quizás estarían mejor dispuestos a recibir la Palabra y la gracia del Señor.

* Pero además, es preciso que el seglar sepa que le corresponde en primera línea defender la dignidad de toda vida humana. Periodistas, escritores, literatos, filósofos, médicos, abogados y jueces, entre otros, tienen en esto una gran responsabilidad. Sus palabras y decisiones pueden efectivamente abrir las puertas de una “cultura de la vida.”

* Ha de tenerse en cuenta, sin embargo, que en todos estos empeños, además de los argumentos y razones, hace falta creatividad, espíritu de sana militancia, buen humor y trabajo en equipo, y aquella originalidad que da el Espíritu.

Curar el Alma, 1 de 2, Los Cinco Principios

Una verdadera comprensión de lo que es “sanación” se apoya firmemente en cinco principios:

(1) La salud es un concepto integral. El ser humano, en su complejidad, goza de profunda unidad y todo afecta a todo.

(2) La salud del individuo no está tampoco desconectada de la salud general de las personas con quienes vive, ni con la comunidad a la que pertenece. No habrá salud estable sin la búsqueda del bien común. nuestro ideal es el de Pablo VI: el bien de todo el hombre y de todos los hombres.

(3) No se puede cuidar del bien de la comunidad sin estar atentos a sus miembros más débiles y necesitados. La medida de nuestra humanidad viene dada por la medida de bondad y equidad que ofrecemos a los más frágiles y agotados de entre nosotros.

(4) La salud va de adentro hacia afuera, y el recinto más interior es la conciencia. Hay que desconfiar de las propuestas de serenidad sin conversión del pecado hacia la gracia; tal es el caso del budismo y sus variaciones.

(5) La calve finalmente está en el amor. Un amor que tenga su fuente y meta en Dios; un amor que tenga como referencia primera a Cristo en la Cruz; un amor que sepa volverse al prójimo y que por tanto no se deje encerrar en los límites de mi familia, mi raza o mi nación.