¿Qué significaba en realidad ser siervo o esclavo en la conquista y la colonia?

Otra gran diferencia que nos distancia de los hombres del XVI, y de la que debemos ser conscientes, se da en que tanto los europeos, como en mayor grado los indios, estaban habituados a ciertas modalidades, más o menos duras, de servidumbre, y la consideraban, como Aristóteles, natural. Puede incluso decirse que, allí donde era normal que los indios presos en la guerra fueran muertos, comidos o sacrificados a los dioses, una supervivencia en esclavitud podía ser interpretada a veces como signo de la benignidad del vencedor.

Por otra parte, el respeto sincero, interiorizado, del inferior al superior o del vencido al vencedor era en las Indias relativamente frecuente. El inca Garcilaso, por ejemplo, en la Historia General del Perú, hace notar que los indios veneraban y guardaban leal servidumbre hacia quienes veían como superiores:

«Cada vez que los españoles sacan una cosa nueva que ellos no han visto… dicen que merecen los españoles que los indios los sirvan». Esta actitud de docilidad sincera era aún mayor en los indios cuando habían sido vencidos en guerra abierta: «El indio rendido y preso en la guerra, se tenía por más sujeto que un esclavo, entendiendo, que aquel hombre era su dios y su ídolo, pues le había vencido, y que como tal le debía respetar, obedecer, servir y serle fiel hasta la muerte, y no le negar ni por la patria, ni por los parientes, ni por los propios padres, hijos y mujer. Con esta creencia posponía a todos los suyos por la salud del Español su amo; y si era necesario, mandándolo su señor, los vendía sirviendo a los Españoles de espía, escucha y atalaya» (cit. Madariaga, Auge 74).

Esta sumisión de los indios a aquellos hombres, que en el desarrollo cultural iban miles de años por delante, era sincera en muchos casos. Y concretamente, cuando había mediado una batalla, la sujeción del indio al vencedor blanco no indicaba con frecuencia una actitud meramente servil, sino también caballeresca.

Cuenta, por ejemplo, Alvar Núñez Cabeza de Vaca en sus Comentarios que, una vez vencidos al norte de La Plata los indios guaycurúes, se produjo esta escena: «hasta veinte hombres de su nación vinieron ante el Gobernador, y en su presencia se sentaron sobre un pie como es costumbre entre ellos, y dijeron por su lengua que ellos eran principales de su nación de guaycurúes, y que ellos y sus antepasados habían tenido guerras con todas las generaciones de aquella tierra, así de los guaraníes como de los imperúes y agaces y guatataes y naperúes y mayaes, y otras muchas generaciones, y que siempre les habían vencido y maltratado, y ellos no habían sido vencidos de ninguna generación ni lo pensaron ser; y que pues habían hallado [en los españoles] otros más valientes que ellos, que se venían a poner en su poder y a ser sus esclavos» (cp.30).

La gran mayoría de los indios de Hispanoamérica fueron siempre fieles a la autoridad de la Corona española, incluso en los tiempos de la Independencia, no sólo porque estaban habituados a encontrar defensa en ella y en sus representantes, sino por respeto leal a una autoridad que internamente reconocían.

El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

ESCUCHA, Volvamos al cenáculo!

[Predicación en la Plaza de Ferias de la Macarena, en Medellín, como catequesis de preparación a Pentecostés. Junio de 2014.]

* Así como el don de la redención es uno y el mismo para todos, así también es uno sólo el Espíritu que todo renueva y todo fecunda en la Iglesia. Pentecostés no es propiedad de ninguna comunidad, grupo, movimiento o cultura.

* Sabemos que Pentecostés trajo una enorme transformación para los apóstoles. Tres grandes limitaciones de ellos, y también nuestras, son: (1) La cobardía para proclamar y demostrar nuestra fe; (2) La mundanidad de los deseos, que suelen concentrarse en bienes y poderes de esta tierra; (3) La inmensa dificultad para entender el sentido propio de la Escritura y de la voluntad de Dios. ¡El Espíritu Santo venció todos estos obstáculos!

* Esta victoria del Espíritu no es entusiasmo pasajero ni es una especie de acto “mágico.” Si Cristo nos dice que “de lo que abunda el corazón habla la boca” (Lucas 6,45), debemos comprender lo sucedido en el cenáculo a partir d ela predicación posterior de los apóstoles, y especialmente de Pedro, que recibió la misión de confirmar en la fe a sus hermanos.

* Y lo que nos muestra Pedro en sus discursos al pueblo es que hay que abrir un amplio espacio en el corazón, o mejor, descubrir el vacío e indigencia en que nos han dejado nuestros pecados y nuestra ignorancia de Dios. El que descubre ese vacío es quien puede clamar de corazón: ¡Ven, Espíritu Santo! Y su súplica no será en vano.

La centella del alma

Hola, Fray Nelson. ¿Esta bien hablar de la centella del alma? O sea esa semilla del bien que Dios ha sembrado en cada ser. – CPM.

* * *

Es un término que tiene trayectoria suficiente en la teología como para ser usado con cierta confianza. Por ejemplo, en su Manual de Teología “La Ley de Cristo” Bernard Häring define la “scintilla animae” como “la punta o centella del alma su parte más aguda e interior, menos expuesta a la corrupción por el pecado.” Según algunos autores, como Alejandro de Hales o San Buenaventura, seria la sede misma de la conciencia.

La expresión que usas, “semilla del bien,” no corresponde con lo que se entiende por centella del alma. El término mismo, centella, alude a una luz que riega claridad sobre otras áreas del mundo interior de la persona: algo así como un último recurso del bien en nuestra inteligencia, un último espacio de verdad que potencialmente puede llevar a que la persona, incluso después de durísimos pecados, se arrepienta y emprenda un camino de regreso hacia Dios.

La semilla, en cambio, sería algo así como un principio de crecimiento del bien, o como la simple declaración de que siempre hay algo bueno en cada persona. Pero eso bueno podría ser muy ambiguo, como cuando un criminal tiene gestos de ternura con algún animal o es generoso con algunos pobres. Y la centella del alma no alude a esa clase de actos sino a algo que tiene que ver con el conjunto del ser.

Gimnasio Mental 001

Creado por Henry Ernest Dudeney, y visto en Futility Closet: He aquí un rompecabezas mecánico curioso que conocí hace unos años, aunque no puedo decir quién lo inventó primero. Se compone de dos bloques sólidos de madera ensamblados de forma segura. En los otros dos lados verticales, que no son visibles el aspecto es precisamente el mismo que lo que se muestra. ¿Cómo se juntaron las piezas?

[Solución.]

Carta de Juan Pablo II sobre el sacerdocio reservado a los varones

“La ordenación sacerdotal, mediante la cual se transmite la función confiada por Cristo a sus Apóstoles, de enseñar, santificar y regir a los fieles, desde el principio ha sido reservada siempre en la Iglesia Católica exclusivamente a los hombres. Esta tradición se ha mantenido también fielmente en las Iglesias Orientales…”

Click!

Oración e infancia espiritual

Te distraes en la oración. -Procura evitar las distracciones, pero no te preocupes, si, a pesar de todo, sigues distraído. ¿No ves cómo, en la vida natural, hasta los niños más discretos se entretienen y divierten con lo que les rodea, sin atender muchas veces los razonamientos de su padre? -Esto no implica falta de amor, ni de respeto: es la miseria y pequeñez propias del hijo. Pues, mira: tú eres un niño delante de Dios.

Cuando hagas oración haz circular las ideas inoportunas, como si fueras un guardia del tráfico: para eso tienes la voluntad enérgica que te corresponde por tu vida de niño. -Detén, a veces, aquel pensamiento para encomendar a los protagonistas del recuerdo inoportuno. ¡Hala!, adelante… Así, hasta que dé la hora. -Cuando tu oración por este estilo te parezca inútil, alégrate y cree que has sabido agradar a Jesús.

¡Qué buena cosa es ser niño! -Cuando un hombre solicita un favor, es menester que a la solicitud acompañe la hoja de sus méritos. Cuando el que pide es un chiquitín -como los niños no tienen méritos-, basta con que diga: soy hijo de Fulano. ¡Ah, Señor! -díselo ¡con toda tu alma!-, yo soy… ¡hijo de Dios!

Más pensamientos de San Josemaría.