Caridad y justicia social

204 Entre las virtudes en su conjunto y, especialmente entre las virtudes, los valores sociales y la caridad, existe un vínculo profundo que debe ser reconocido cada vez más profundamente. La caridad, a menudo limitada al ámbito de las relaciones de proximidad, o circunscrita únicamente a los aspectos meramente subjetivos de la actuación en favor del otro, debe ser reconsiderada en su auténtico valor de criterio supremo y universal de toda la ética social. De todas las vías, incluidas las que se buscan y recorren para afrontar las formas siempre nuevas de la actual cuestión social, la « más excelente » (1 Co 12,31) es la vía trazada por la caridad.

205 Los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad, nacen y se desarrollan de la fuente interior de la caridad: la convivencia humana resulta ordenada, fecunda en el bien y apropiada a la dignidad del hombre, cuando se funda en la verdad; cuando se realiza según la justicia, es decir, en el efectivo respeto de los derechos y en el leal cumplimiento de los respectivos deberes; cuando es realizada en la libertad que corresponde a la dignidad de los hombres, impulsados por su misma naturaleza racional a asumir la responsabilidad de sus propias acciones; cuando es vivificada por el amor, que hace sentir como propias las necesidades y las exigencias de los demás e intensifica cada vez más la comunión en los valores espirituales y la solicitud por las necesidades materiales.451 Estos valores constituyen los pilares que dan solidez y consistencia al edificio del vivir y del actuar: son valores que determinan la cualidad de toda acción e institución social.

206 La caridad presupone y trasciende la justicia: esta última « ha de complementarse con la caridad ».452 Si la justicia es « de por sí apta para servir de “árbitro” entre los hombres en la recíproca repartición de los bienes objetivos según una medida adecuada, el amor en cambio, y solamente el amor (también ese amor benigno que llamamos “misericordia”), es capaz de restituir el hombre a sí mismo ».453

No se pueden regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia: « La experiencia del pasado y nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma… Ha sido ni más ni menos la experiencia histórica la que entre otras cosas ha llevado a formular esta aserción: summum ius, summa iniuria ».454 La justicia, en efecto, « en todas las esferas de las relaciones interhumanas, debe experimentar, por decirlo así, una notable “corrección” por parte del amor que —como proclama San Pablo— “es paciente” y “benigno”, o dicho en otras palabras, lleva en sí los caracteres del amor misericordioso, tan esenciales al evangelio y al cristianismo ».455

207 Ninguna legislación, ningún sistema de reglas o de estipulaciones lograrán persuadir a hombres y pueblos a vivir en la unidad, en la fraternidad y en la paz; ningún argumento podrá superar el apelo de la caridad. Sólo la caridad, en su calidad de « forma virtutum »,456 puede animar y plasmar la actuación social para edificar la paz, en el contexto de un mundo cada vez más complejo. Para que todo esto suceda es necesario que se muestre la caridad no sólo como inspiradora de la acción individual, sino también como fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos. En esta perspectiva la caridad se convierte en caridad social y política: la caridad social nos hace amar el bien común 457 y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une.

208 La caridad social y política no se agota en las relaciones entre las personas, sino que se despliega en la red en la que estas relaciones se insertan, que es precisamente la comunidad social y política, e interviene sobre ésta, procurando el bien posible para la comunidad en su conjunto. En muchos aspectos, el prójimo que tenemos que amar se presenta « en sociedad », de modo que amarlo realmente, socorrer su necesidad o su indigencia, puede significar algo distinto del bien que se le puede desear en el plano puramente individual: amarlo en el plano social significa, según las situaciones, servirse de las mediaciones sociales para mejorar su vida, o bien eliminar los factores sociales que causan su indigencia. La obra de misericordia con la que se responde aquí y ahora a una necesidad real y urgente del prójimo es, indudablemente, un acto de caridad; pero es un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria, sobre todo cuando ésta se convierte en la situación en que se debaten un inmenso número de personas y hasta de pueblos enteros, situación que asume, hoy, las proporciones de una verdadera y propia cuestión social mundial.

NOTAS para esta sección

451Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 265-266.

452Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 10: AAS 96 (2004) 120.

453Juan Pablo II, Carta enc. Dives in misericordia, 14: AAS 72 (1980) 1223.

454Juan Pablo II, Carta enc. Dives in misericordia, 12: AAS 72 (1980) 1216.

455Juan Pablo II, Carta enc. Dives in misericordia, 14: AAS 72 (1980) 1224; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2212.

456Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q. 23, a. 8: Ed. Leon. 8, 172; Catecismo de la Iglesia Católica, 1827.

457Cf. Pablo VI, Discurso en la sede de la FAO, en el XXV aniversario de la institución (16 de noviembre de 1970): Enseñanzas al Pueblo de Dios, Libreria Editrice Vaticana, p. 417.

Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Aprender a comunicarse

“La comunicación es indispensable para procurar y mantener las buenas relaciones en todos los ámbitos de nuestra vida, particularmente en la familia, el trabajo y con las personas más cercanas a nosotros. Aún así enfrentamos desacuerdos y discusiones sin sentido, provocando -en ocasiones- una ruptura en las relaciones con los demás. Entender y hacerse comprender, es un arte que facilita la convivencia y la armonía en todo lugar…”

Click!

Vísteme, Señor, para las bodas

Venciste mi tormenta
con relámpagos de aguas luminosas
y me hiciste heredera de tu reino.
Testamento de espigas
en mis áridas tierras despobladas.
La voz del infinito,
oculta en las estelas del secreto,
me reveló el futuro que mana de la roca:
cantaré amaneceres en los pinos,
tendré enjambres de miel con aroma de albahaca
y adornarán mi pecho
ramilletes de soles verticales.

Las ráfagas de umbría
en mi éxodo febril hacia la noche,
me izaron sobre efímeras espumas,
amargos barrizales secaron mi corriente.
Fui visión de ciprés en la aurora fugaz.
Y rompí el plan sagrado
por viejas cicatrices de mi arcilla.
Pero hoy brilla tu alcorce en las cañadas
llamándome a esponsales.

¡Vísteme de inocencia
para el blanco banquete de tus bodas!.
Me acercaré a tu pórtico e invocaré tu nombre;
mi humilde golondrina perdida en el paisaje
volará con tus alas de paloma;
recordaré tu tiempo sobre el altar del mundo,
me enlazaré en tus brazos extendidos;
creceré espiga fértil de tu siembra;
a la tercera copa brindaré
con el mágico zumo de tu vid;
proclamaré la gloria de tu eterno banquete.

Maduran las semillas
con el agua cautiva de tu amor,
líquida arquitectura de templos sumergidos
desde el día angular de barro y piedra.
Esplenden las fontanas
que confirman tus dones inmutables,
y un éxtasis que fluye hacia el mar vespertino
me anuncia un despertar de ríos vagabundos.

Si me invitas, Rey mío,
y revistes de níveas azucenas
mi tallo descarnado,
cantaré amaneceres en los pinos,
tendré enjambres de miel con aroma de albahaca
y adornarán mi pecho
ramilletes de soles verticales.

Una poesía de Emma-Margarita R. A.-Valdés

Osho: perfil de un gurú

Mucha gente no sabe hasta dónde pueden llegar los excesos del orientalismo y la Nueva Era. Atención sobre todo al lenguaje de los guías de ciegos que conquista corazones a base de hablar solo de derechos y opiniones, y nunca hablar de deberes ni de verdades objetivas.

Click!

Francisco López de Gómara (1511-1560)

Este soriano, que estuvo en Alcalá y en Roma, se hizo sacerdote y fue en España capellán de Hernán Cortés. Su Historia de las Indias y conquista de México comienza con una solemne Dedicatoria al emperador, en la que se expresa bien cómo un español idealista y literato veía las cosas de las Indias por 1552:

«La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo creó, es el descubrimiento de las Indias… Los hombres son como nosotros, fuera del color; que de otra manera bestias y monstruos serían, y no vendrían, como vienen, de Adán. Mas no tienen letras, ni moneda, ni bestias de carga: cosas principalísimas para la policía y vivienda del hombre; que ir desnudos, siendo la tierra caliente y falta de lana y lino, no es novedad. Y como no conocen al verdadero Dios y Señor, están en grandísimos pecados de idolatría, sacrificios de hombres vivos, comida de carne humana, habla con el diablo, sodomía, muchedumbre de mujeres, y otros así. Aunque todos los indios, que son vuestros súbditos, son ya cristianos por la misericordia y bondad de Dios, y por la vuestra merced y de vuestros padres y abuelos, que habeis procurado su conversión y cristiandad. El trabajo y peligro vuestros españoles lo toman alegremente, así en predicar y convertir como en descubrir y conquistar.

«Nunca nación extendió tanto como la española sus costumbres, su lenguaje y armas, ni caminó tan lejos por mar y tierra, las armas a cuestas… Quiso Dios descubrir las Indias en vuestro tiempo y a vuestros vasallos, para que las convirtiéseis a su santa ley, como dicen muchos hombres sabios y cristianos. Comenzaron las conquistas de indios acabada la de moros, porque siempre guerreasen españoles contra infieles; otorgó la conquista y conversión el Papa; tomasteis por letra Plus ultra, dando a entender el señorío del Nuevo-Mundo. Justo es pues que vuestra majestad favorezca la conquista y los conquistadores, mirando mucho por los conquistados. Y también es razón que todos ayuden y ennoblezcan las Indias, unos con santa predicación, otros con buenos consejos, otros con provechosas granjerías, otros con loables costumbres y policía. Por lo cual he yo escrito la historia: obra, ya lo conozco, para mejor ingenio y lengua que la mía; pero quise ver para cuánto era». Y poco después, inicia gloriosamente su crónica: «Es el mundo tan grande y hermoso, y tiene tanta diversidad de cosas tan diferentes unas de otras, que pone admiración a quien bien lo piensa y contempla…»

Para Gómara la finalidad de España en las Indias es muy clara: «La causa principal a que venimos a estas partes es por ensalzar y predicar la fe de Cristo, aunque juntamente con ella se nos sigue honra y provecho que pocas veces caben en un saco» (cp.120). En otra obra importante narra Gómara la Conquista de México, y en ella se muestra admirador de Cortés y un tanto inclinado hacia lo maravilloso, como cuando refiere piadosamente una batalla en la que los españoles reciben la asistencia visible de los apóstoles Pedro y Santiago…

El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

¿Quién debe decir: Por Cristo, con Él y en Él?

Tengo una duda referente a las costumbres en la celebración de la Sagrada Eucaristía, soy delegado de la comunión y cuando estaba recibiendo mi formación para este servicio, se nos dijo que no estaba bien que pueblo repitiera aquella oración que hace el sacerdote después de la consagración, elevando la ofrendas y diciendo “Por Cristo, con Él y en Él…” porque se considera parte de la formula de consagración; sin embargo veo muchos sacerdotes que invitan al pueblo a decirlo juntos, ¿Qué es lo correcto? Gracias padre. – E. V. Arango.

* * *

La manera de celebrar la misa no sale de lo que a cada sacerdote se le ocurra. Hay unos criterios básicos que son necesarios porque ni el sacerdote ni ninguna comunidad particular pueden considerarse “dueños” de la misa.

La “manera de celebrar” la indican los misales que se usan en las parroquias e iglesias a través de un documento que se llama la “Instrucción general del Misal Romano,” usualmente abreviado IGMR, que todos puede consultar haciendo click aquí.

El numero 151 de la IGMR dice textualmente: “Después de la consagración, habiendo dicho el sacerdote: Este es el Sacramento de nuestra fe, el pueblo dice la aclamación, empleando una de las fórmulas determinadas. Al final de la Plegaria Eucarística, el sacerdote, toma la patena con la Hostia y el cáliz, los eleva simultáneamente y pronuncia la doxología él solo: Por Cristo, con Él y en Él. Al fin el pueblo aclama: Amén. En seguida, el sacerdote coloca la patena y el cáliz sobre el corporal.

No hay entonces margen de duda: esas palabras ha de decirlas el sacerdote solo.

Alguien puede estar en desacuerdo y aducir algunas razones sobre por qué las cosas deberían ser de otro modo. Pero podemos imaginar lo que sucede si cada uno pretende imponer lo que considera que debería hacerse. Y no hay que imaginar mucho: ya esos caprichos los vimos en los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II, incluyendo el caso de sacerdotes que creían que la misa “debería” celebrarse con tortillas de maíz.

Como no hay necesidad de volver a esos tiempos y a esas discusiones, lo mejor es que todos comprendamos que la liturgia es un bien público de nuestra fe y que merece amor, cudiado y respeto.