La personalidad jurídica de la Santa Sede

444 La Santa Sede —o Sede Apostólica923 goza de plena subjetividad internacional, en cuanto autoridad soberana que realiza actos jurídicamente propios. Ejerce una soberanía externa, reconocida en el marco de la Comunidad Internacional, que refleja la ejercida dentro de la Iglesia y que se caracteriza por la unidad organizativa y la independencia. La Iglesia se sirve de las modalidades jurídicas que son necesarias o útiles para el desempeño de su misión.

La actividad internacional de la Santa Sede se manifiesta objetivamente según diversos aspectos, entre los que se hallan: el derecho de legación activo y pasivo; el ejercicio del « ius contrahendi », con la estipulación de tratados; la participación en organizaciones intergubernamentales, como por ejemplo, las que pertenecen al sistema de las Naciones Unidas; las iniciativas de mediación en caso de conflicto. Esta actividad pretende ofrecer un servicio desinteresado a la Comunidad Internacional, ya que no busca beneficios de parte, sino el bien común de toda la familia humana. En este contexto, la Santa Sede se sirve especialmente del propio personal diplomático.

445 El servicio diplomático de la Santa Sede, fruto de una praxis antigua y consolidada, es un instrumento que actúa no sólo para la « libertas Ecclesiae », sino también para la defensa y la promoción de la dignidad humana, así como para establecer un orden social basado en los valores de la justicia, la verdad, la libertad y el amor: « Por un nativo derecho inherente a nuestra misma misión espiritual, favorecido por un secular desarrollo de acontecimientos históricos, también Nos enviamos nuestros legados a las supremas autoridades de los Estados en los que está radicada o presente de alguna manera la Iglesia Católica. Es cierto que las finalidades de la Iglesia y del Estado son de orden diferente, y que ambas son sociedades perfectas, dotadas, por tanto, de medios propios, y son independientes en la propia esfera de acción; pero es también cierto que una y otra actúan en beneficio de un sujeto común, el hombre, llamado por Dios a la salvación eterna y colocado en la tierra para permitirle, con la ayuda de la gracia, obtenerla mediante una vida de trabajo, que le proporcione bienestar en una convivencia pacífica ».924 El bien de las personas y de las comunidades humanas resulta favorecido cuando existe un diálogo constructivo y articulado entre la Iglesia y las autoridades civiles, que se expresa también mediante la estipulación de acuerdos recíprocos. Este diálogo tiende a establecer o reforzar relaciones de recíproca comprensión y colaboración, así como a prevenir o a sanar eventuales tensiones, con el fin de contribuir al progreso de cada pueblo y de toda la humanidad en la justicia y en la paz.

NOTAS para esta sección

923Cf. CIC, canon 361.

924Pablo VI, Carta ap. Sollicitudo omnium ecclesiarum: AAS 61 (1969) 476.


Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

LECTIO 20160422

LECTURA ESPIRITUAL para el Viernes IV de Pascua

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LA GRACIA del Sábado 23 de Abril de 2016

Pidamos a Dios el don de discernimiento para descubrir hacia dónde va su querer, en dónde está su plan bendito para nosotros.

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Padres y madres admirables

Juan Bautista Sarto era alguacil en Riese, un pueblecito del norte de Italia, pequeño y humilde como la mayoría de los que había en toda aquella zona a mediados del siglo XIX. Aquel hombre vivía de su modesto empleo en el Ayuntamiento, de su trabajo en un pequeño huerto y de lo que le proporcionaba el cuidado de una vaca. Su mujer, Margarita Sanson, trabajaba como costurera. Tenían diez hijos, aún pequeños. El mayor, Beppino, parecía un chico despierto. Era una pena, pensaba, que esa inteligencia se perdiera, pero él no tenía dinero para dar estudios a ninguno de sus hijos.

Un día de 1844 se plantó en su casa el coadjutor de la parroquia. Le dijo que habría que enviar a Beppino a estudiar a Castelfranco, porque el chico quería ser sacerdote. Su padre se angustió un poco. ¿Qué podía hacer él, un pobre alguacil de pueblo, sin más recursos que su huerto y su vaca, con tantos hijos a la mesa? Él esperaba, además, que Beppino empezara a ayudarle pronto a sostener a la familia, pero también estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio para que su hijo pudiera ser sacerdote. No se le ocurrió mejor solución que redoblar su trabajo para costearlo, aunque de todas formas Beppino tendría que ir y volver a pie todos los días de Riese a Castelfranco.

Dicho y hecho. Su hijo salía de madrugada y volvía de noche. Castelfranco estaba a siete kilómetros y Beppino venía con los pies magullados, porque se quitaba las sandalias para no gastarlas por el camino. A la madre se le partía el corazón al verle llegar así. Pero no había más remedio. Y pasó el tiempo. El chico terminó brillantemente sus estudios en Castelfranco y tenía que continuarlos. Acudió al párroco. Todos querían sacar adelante la vocación de Beppino, pero ¿qué más podían hacer? Don Fito Fusarini tuvo una idea: escribirían al Arzobispo de Venecia, que era de Riese y procedía también de una familia humilde, como él. ¡Mamma mia! ¡El Patriarca de Venecia! Aquellas palabras sonaban imponentes y casi inaccesibles en sus oídos: ¡El Patriarca de Venecia! Pero la escribió. ¿Qué hay -pensaba- que un padre no haga por un hijo que quiere ser sacerdote?

Pasaron las semanas. Cuando llegó la carta no se atrevían a abrirla. Les temblaba el pulso. Fueron corriendo a buscar al párroco. Don Fito leyó: ¡el Cardenal de Venecia concedía una beca para que su hijo estudiara en Padua! Aquello era un portillo de luz en medio de su pobreza, que seguía siendo agobiante: para hacerle la sotana, su mujer tuvo que llevar un viejo colchón al Monte de Piedad de Castelfranco. Siguieron las desgracias, porque el pobre alguacil falleció poco tiempo después. Y Beppino vio, con el corazón destrozado, cómo su madre tuvo que trabajar aún más, de día y noche, para sostener a la numerosa familia sin contar con su ayuda. Pero ella lo hizo gustosa, por sacar adelante la vocación de su hijo. Un día el pequeño Beppino llegaría a ser Cardenal de Venecia; y más tarde Papa, con el nombre de Pío X, y santo.

Una historia admirable, pero no un caso aislado. Como esta, podrían relatarse miles de historias en las que muchos padres cristianos han escrito, con sencillez, páginas admirables de heroísmo silencioso y de abnegación que han dado grandes frutos de santidad en toda la Iglesia. Su vida fue, en gran medida, la de sus hijos. Su vivir fue desvivirse por ellos, y la gloria de sus hijos es su mejor gloria.

La santidad de la vida de los santos nos deslumbra y casi nos impide ver a sus padres, pero fueron ellos en multitud de ocasiones los que cuidaron de que esa luz, encendida por el Espíritu Santo en el alma de sus hijos, no se apagara.

LECTIO 20160421

LECTURA ESPIRITUAL para el Jueves IV de Pascua

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Vengo ante ti

¡Vengo ante ti, vengo ante ti, mi Padre Dios!
¡Vengo ante ti, vengo ante ti, Cristo Señor!

1. Vengo ante ti, vengo ante ti con lo que soy;
Vengo ante ti, vengo ante ti: dispuesto estoy.

2. Vengo ante ti: dame tu Espíritu de Amor;
Vengo ante ti porque sin ti yo nada soy.

LA GRACIA del Viernes 22 de Abril de 2016

Dios va conduciendo a todos los pueblos a los pies y al corazón de Cristo, para que ahí podamos reconocernos como hermanos y merecedores de un mismo amor.

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