Si me estoy continuamente descubriendo la misericordia de Dios que se derrama sobre mis miserias y reconozco su providencia que me guía voy por el camino de la santidad.
«Yo le acompañé muchas veces al padre Pedro Claver, cuenta el hermano Rodríguez, cuando iba a visitar, confesar y consolar a los encarcelados, lo cual hacía con gran devoción y caridad; les daba pláticas muy afectuosas exhortándoles a la paciencia y a la confesión, y allí, sentado en el altar, les confesaba. Luego ellos le hacían sus encargos, que él cumplía con fidelidad, pues tenía varios abogados amigos».
Su caridad con los presos se hacía extrema cuando alguno de ellos era condenado a muerte. En efecto, él iba por lo derecho, y tras dar un abrazo al sentenciado, le decía: «Hermano mío, se acerca el día de tu muerte, ánimo». Seguidamente, les ayudaba al arrepentimiento y la confesión, les exhortaba y animaba, y como atestigua el intérprete Sacabuche, «trataba con ellos días enteros». Les daba frutas, vino, alguna golosina, y con ello, algún libro para la buena muerte, sin olvidar unos cilicios, como todos los testigos cuentan: «Sufre, hermano, ahora que puedes merecer».
Cosa notable: condenados a muerte, preparándose a morir ceñidos de cilicios. Y cosa más notable: los sentenciados comprendían y recibían tan singular tratamiento. De hecho, era común que, en su último trance, en aquella hora dramática, todos querían recibir la atención de Claver, todos buscaban la confortación de su caridad, a la vez tan tierna y tan fuerte.
Para el entierro de un sentenciado a muerte, movilizaba Claver a sus amigos, conseguía limosnas, llamaba a músicos. La cárcel quedaba junto a la catedral, y en ésta se hacían los funerales. «Esos días el padre Claver movía toda la música de la catedral -cuenta Pedro Mercado, un sacerdote- y todos los instrumentos del colegio, pífanos, bajos, cornetas. Entre los intérpretes esclavos negros del santo había buenas voces… Fácil es comprender la estima y amor que estas delicadezas despertaban entre esos pobres, que lo habían perdido todo en vida y en muerte».
El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarseaquí.
“Cuando uno se encuentra ante un reloj, ¿acaso es el que cree que ha sido construido por un relojero quien debe aportar la prueba? ¿No debería más bien aportarla quien crea que no ha sido así, sino que proviene del azar?”
En el primer misterio de la infancia contemplamos la Anunciación a María Santísima y la Encarnación del Hijo de Dios.
En el segundo misterio de la infancia contemplamos la visita de la Virgen Madre a su pariente Isabel.
En el tercer misterio de la infancia contemplamos el sufrimiento que pasó San José, y la fe amorosa que tuvo.
En el cuarto misterio de la infancia contemplamos el Nacimiento del Hijo de Dios en el humilde portal de Belén.
En el quinto misterio de la infancia contemplamos la Epifanía: Jesús es luz para las naciones, y así es adorado por unos magos venidos de Oriente.
En el sexto misterio de la infancia contemplamos la Presentación del Niño Jesús en el templo de Jerusalén.
En el séptimo misterio de la infancia contemplamos a Jesús Niño en el templo, ocupado de las cosas de su Padre del Cielo.
[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Este es un ejercicio privado de devoción “ad experimentum” en proceso de aprobación oficial. Puede divulgarse en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios siempre que al mismo tiempo se haga la presente advertencia.]
“Marín Lasarte es un salesiano uruguayo, ex misionero en Angola, miembro del equipo de animación misionera mundial de su congregación y responsable en particular de las áreas de África y América. Ha sido miembro, por designacion de Francisco, del sínodo para la Amazonia recién concluido en el Vaticano. Durante su celebración escribió un análisis sobre el Instrumentum Laboris que debatían los círculos menores, que reprodujimos en ReL. A punto de terminar la asamblea, publicó, también en Asia News, un juicio valorativo sobre lo acontecido, cuando aún no se había dado a conocer el documento final…”
Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, que por amor a nosotros y por nuestra salvación te hiciste partícipe de la raza humana y a precio de tu Sangre nos adquiriste para siempre como tu Pueblo y ovejas de tu Rebaño;
Señor Jesucristo, que amaste a la Iglesia y te entregaste por Ella, y en tu sabiduría quisiste que el apóstol San Pedro y sus Sucesores, sostenidos por tu propia oración, tuvieran la misión incomparable de confirmarnos en la fe, llevar a tu Rebaño a la plena unidad en ti y contigo, y atraer a todos los pueblos a la obediencia del Evangelio que predicaron con celo y fidelidad tus Santos Apóstoles;
Señor Jesucristo, porque sabemos que es necesario, y porque es nuestro deber y nuestro derecho como bautizados; y porque él mismo lo ha pedido con humildad repetidas veces, te suplicamos por tu siervo, nuestro Papa Francisco, único y legítimo Papa, en estas horas de particular necesidad en la Santa Iglesia Católica.
Señor Jesucristo, apelando a tu Sagrado Corazón y a la eficaz intercesión de tu Santísima Madre, que ha sido saludada como Madre de la Iglesia, esto te pedimos para el Papa Francisco:
– Que tus Llagas Santas, Jesús, no se aparten de sus ojos; que simplemente no pueda olvidar el precio de amor que has pagado para que el demonio sea derrotado, los ídolos derribados, la muerte vencida, el pecado perdonado, y se abran las puertas de la gloria eterna a quienes creen y confiesan la fe.
– Que sus oídos sientan una alarma fuerte cada vez que las trampas del enemigo quieran persuadirlo de mezclar las aprobaciones del mundo o las presiones de la sociedad con la grandeza y pureza del Mensaje de Salvación que tú le has encomendado como Sucesor de Pedro.
– Que su boca reciba una gracia renovada, de modo que su palabra, apartándose de toda ambigüedad, defienda con claridad la sana doctrina, mientras sigue llamando a todos a la unidad en Cristo, para la gloria de Dios Padre.
– Que sus pies se orienten sin cesar hacia tu gloria, Jesús: buscándote en el silencio del Sagrario; reconociéndote en el testimonio de las Escrituras; predicando tu Evangelio con palabra diáfana y ardiente; y siempre sirviéndote, especialmente en los más pobres, es decir, los que menos saben de ti, Señor, puesto que no hay mayor miseria que ignorar cuál Dios nos ha amado tanto.
– Que su mente reciba una gracia singular del Espíritu Santo para reconocer y discernir, según el carisma propio de San Ignacio de Loyola, cuáles inspiraciones son de Dios, cuáles vienen de los interes puramente humanos y mundanos, y cuáles tienen su raíz en el espíritu de las tinieblas, que ronda buscando a quién devorar.
– Que sus manos realicen cada vez mejor la labor de cuidar el rebaño tuyo, Jesucristo, de modo que sea físicamente incapaz de firmar o apoyar lo que ensucia, confunde, degrada o niega la fe, la que defendieron los mártires, y en cambio tenga pulso firme para guiar el timón y conducir de nuevo la nave de la Iglesia a su ruta propia, más allá de los escollos e intereses de este mundo que pasa.
– Y finalmente, te pedimos, Señor Jesús, que el corazón del Papa sea sumergido en el fuego de tu propio Corazón, de modo que pueda corregirse de sus faltas, ya que todos las tenemos, y pueda predicarnos con fuerza y mucha luz sobre las raíces de nuestros pecados, y de los males que hoy se ciernen sobre la Tierra.
Estas intenciones ponemos sobre tu altar, Jesús.
Estas súplicas repetimos con humildad y constancia porque nos has dado amar tu Evangelio y tu Iglesia, Jesús.
Compadécete de nosotros, Señor, perdona nuestros muchos pecados, y llega hoy con toda tu fuerza y tu majestad al corazón del Papa.
Tú vives, tu reinas, con el Padre en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
En el primer misterio de la Antigua Alianza contemplamos la paciencia de Dios, que no detuvo su amor ante el pecado de los hombres.
En el segundo misterio de la Antigua Alianza contemplamos el camino de fe de Abraham.
En el tercer misterio de la Antigua Alianza contemplamos el éxodo de la tierra de Egipto.
En el cuarto misterio de la Antigua Alianza contemplamos el don de la Ley hecho a Moisés y a su pueblo junto al Monte Sinaí.
En el quinto misterio de la Antigua Alianza contemplamos la gran promesa de Dios al rey David: que el cetro real no se apartaría de su descendencia.
En el sexto misterio de la Antigua Alianza contemplamos la valiente vocación de los profetas, por quienes el Espíritu Santo nos habló de muchas maneras.
En el séptimo misterio de la Antigua Alianza contemplamos a el pequeño resto de Israel, que permaneció fiel y fue semilla de la Nueva y Eterna Alianza.
[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Este es un ejercicio privado de devoción “ad experimentum” en proceso de aprobación oficial. Puede divulgarse en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios siempre que al mismo tiempo se haga la presente advertencia.]