Virtudes Choique

Había una vez una escuela en medio de las montañas. Los chicos que iban a aquel lugar a estudiar, llegaban a caballo, en burro, en mula y en patas. Como suele suceder en estas escuelitas perdidas, el lugar tenía una sola maestra­ una solita, que amasaba el pan, trabajaba una quintita, hacía sonar la campana y también hacía la limpieza.

Me olvidaba: la maestra de aquella escuela se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha más linda que el 25 de Mayo. Y me olvidaba de otra cosa: Virtudes Choique ordeñaba cuatro cabras, y encima era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones. (Como ven, hay maestras y maestras). Esta del cuento, vivía en la escuela. Al final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita. Allí vivía, cantaba con la guitarra, y allí sabía golpear la caja y el bombo.

Y ahora viene la parte de los chicos. Los chicos no se perdían un solo día de clase. Principalmente, porque la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos. Además, sabía hacer mimos, y de vez en cuando jugaba al fútbol con ellos. En último lugar estaba el mate cocido de leche de cabra, que Virtudes servía cada mañana. La cuestión es que un día Apolinario Sosa volvió al rancho y dijo a sus padres:

¡Miren, miren … ! ¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno! El padre y la madre miraron, y vieron una letras coloradas. Como no sabían leer, pidieron al hijo que les dijera; entonces Apolinario leyó:

“Señores padres: les informo que su hijo Apolinario es el mejor alumno”. Los padres de Apolinario abrazaron al hijo, porque si la maestra había escrito aquello, ellos se sentían bendecidos por Dios.

Sin embargo, al día siguiente, otra chica llevó a su casa algo parecido. Esta chica se llamaba Juanita Chuspas, y voló con su mula al rancho para mostrar lo que había escrito la maestra:

“Señores padres: les informo que su hija Juanita es la mejor alumna”.

Y acá no iba a terminar la cosa. Al otro día Melchorcito Guare llegó a su rancho chillando como loco de alegría: ¡Mire mamita,… ! ¡Mire, Tata… ! La maestra me ha puesto una felicitación de color colorado, acá.

Vean: “Señores padres: les informo que su hijo Melchor es el mejor alumno”.

Así a los cincuenta y seis alumnos de la escuela llevaron a sus ranchos una nota que aseguraba: “Su hijo es el mejor alumno”.

Y así hubiera quedado todo, si el hijo del boticario no hubiera llevado su felicitación. Porque, les cuento: el boticario, don Pantaleón Minoguye, apenas se enteró de que su hijo era el mejor alumno, dijo: Vamos a hacer una fiesta. ¡Mi hijo es el mejor de toda la región! Sí. Hay que hacer un asado con baile. El hijo de Pantaleón Minoguye ha honrado a su padre, y por eso lo voy a celebrar como Dios manda.

El boticario escribió una carta a la señorita Virtudes. La carta decía:

“Mi estimadísima, distinguidísima y hermosísima maestra: El sábado que viene voy a dar un asado en honor de mi hijo. Usted es la primera invitada. Le pido que avise a los demás alumnos, para que vengan al asado con sus padres. Muchas gracias. Beso sus pies, Pantaleón Minoguye; boticario”.

Imagínese el revuelo que se armó. Ese día cada chico voló a su casa para avisar del convite. Y como sucede siempre entre la gente sencilla, nadie faltó a la fiesta. Bien sabe el pobre cuánto valor tiene reunirse, festejar, reírse un rato, cantar, saludarse, brindar y comer un asadito de cordero.

Por eso, ese sábado todo el mundo bajó hasta la casa del boticario, que estaba de lo más adornada. Ya estaba el asador, la pava con el mate, varias fuentes con pastelitos, y tres mesas puestas una al lado de la otra. En seguida se armó la fiesta.

Mientras la señorita Virtudes Choique cantaba una baguala, el mate iba de mano en mano, y la carne del cordero se iba dorando. Por fin, don Pantaleón, el boticario, dio unas palmadas y pidió silencio. Todos prestaron atención. Seguramente iba a comunicar una noticia importante, ya que el convite era un festejo.

Don Pantaleón tomó un banquito, lo puso en medio del patio y se subió. Después hizo ejem, ejem, y sacando un papelito leyó el siguiente discurso:

Señoras, señores, vecinos, niños. ¡Queridos convidados! Los he reunido a comer el asado aquí presente, para festejar una noticia que me llena de orgullo. Mi hijo mi muchachito, acaba de ser nombrado por la maestra, doña Virtudes Choique, el mejor alumno. Así es. Nada más, ni nada menos…

El hijo del boticario se acercó al padre, y le dio un vaso con vino. Entonces el boticario levantó el vaso, y continuó:

Por eso, señoras y señores, los invito a levantar el vaso y brindar por este hijo que ha honrado a su padre, a su apellido, y a su país. He dicho.

Contra lo esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió. Nadie dijo ni mu. Al revés. Padres y madres empezaron a mirarse unos a otros, bastante serios. El primero en protestar fue el papá de Apolinario Sosa: Yo no brindo nada. Acá el único mejor es mi chico, el Apolinario.

Ahí no más se adelantó colorado de rabia el padre de Juanita Chuspas, para retrucar: ¡Qué están diciendo, pues! Acá la única mejorcita de todos es la Juana, mi muchachita.

Pero ya empezaban los gritos de los demás, porque cada cual desmentía al otro diciendo que no, que el mejor alumno era su hijo. Y que se dejaran de andar diciendo mentiras. A punto de que don Sixto Pillén agarrara de las trenzas a doña Dominga Llanos, y todo se fuera para el lado del demonio, cuando pudo oírse la voz firme de la señorita Virtudes Choique.

¡Párense… ! ¡Cuidado con lo que están por hacer … ! ¡Esto es una fiesta!

La gente bajó las manos y se quedó quieta. Todos miraban fiero a la maestra. Por fin, uno dijo: Maestra: usted ha dicho mentira. Usted ha dicho a todos lo mismo. Entonces sucedió algo notable.

Virtudes Choique empezó a reírse loca de contenta. Por fin, dijo: Bueno. Ya veo que ni acá puedo dejar de enseñar. Escuchen bien, y abran las orejas. Pero abran también el corazón. Porque si no entienden, adiós fiesta. Yo seré la primera en marcharme. Todos fueron tomando asiento. Entonces la señorita habló así: ‑ Yo no he mentido. He dicho verdad. Verdad que pocos ven, y por eso no creen. Voy a darles ejemplo de que digo verdad:

Cuando digo que Melchor Guare es el mejor no miento. Melchorcito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela, cuando jugamos al fútbol…

Cuando digo que Juanita Chuspas es la mejor no miento. Porque si bien anda floja en Historia, es la más cariñosa de todas…

Y cuando digo que Apolinario Sosa es mi mejor alumno tampoco miento. Y Dios es testigo que aunque es desprolijo, es el más dispuesto para ayudar en lo que sea…

Tampoco miento cuando digo que aquel es el mejor en matemáticas… pero me callo si no es servicial.

Y aquél otro, es el más prolijo. Pero me callo si le cuesta prestar algún útil a sus compañeros.

Y aquélla otra es peleadora, pero escribe unas poesías preciosas.

Y aquél, que es poco hábil jugando a la pelota, es mi mejor alumno en dibujo.

Y aquélla es mi peor alumna en ortografía, ¡pero es la mejor de todos a la hora de trabajo manual!

¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no entendieron? Soy la maestra y debo construir el mundo con estos chicos. Pues entonces, ¿con qué levantaré la patria? ¿Con lo mejor o con lo peor?

Todos habían ido bajando la mirada. Los padres estaban más bien serios. Los hijos sonreían contentos. Poco a poco cada cual fue buscando a su chico. Y lo miró con ojos nuevos. Porque siempre habían visto principalmente los defectos, y ahora empezaban a sospechar que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso. Y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor. Porque con eso se construye mejor.

Cuenta la historia que el boticario rompió el largo silencio. Dijo: A comer … ! ¡La carne ya está a punto, y el festejo hay que multiplicarlo por cincuenta y seis … !

Comieron más felices que nunca. Brindaron. Jugaron a la taba. Al truco. A la escoba de quince. Y bailaron hasta las cuatro de la tarde.

Vestida de Blanco

Una joven discutía acaloradamente con su padre y defendía sus derechos de asistir a una fiesta popular, un lugar donde se reunían personas de no muy buena reputación. El padre le daba razones contundentes, pero la joven se resistía a aceptarlas.

Inesperadamente, la discusión cambió de giro y el padre la invitó a bajar juntos al sótano donde había mucho polvo y se guardaba carbón, pero que lo hiciera con un vestido blanco. Ante la propuesta de su padre, la joven replicó que si podía bajar, pero no con el traje blanco, pues se le iba a ensuciar.

“Ves hija mía, dijo el padre con voz amorosa, nada impide que puedas bajar al sótano con un traje blanco, pero si hay mucho que impida que puedas subir con el mismo color.

De la misma manera, nada impide que asistas a ese sitio que deseas ir; pero ten por cierto que no regresarás la misma, algo de lo que es tuyo se perderá allí”.

Valorar el Saber

Algunas veces es un error juzgar el valor de una actividad simplemente por el tiempo que toma realizarla. Un buen ejemplo es el caso del experto que fue llamado a arreglar una computadora muy grande y extremadamente compleja… una computadora que valía 12 millones de dólares.

Sentado frente a la pantalla, oprimió unas cuantas teclas, asintió con la cabeza, murmuró algo para sí mismo y apagó el aparato.

Procedió a sacar un pequeño destornillador de su bolsillo y dió vuelta y media a un minúsculo tornillo.

Entonces encendió de nuevo la computadora y comprobó que estaba trabajando perfectamente.

El presidente de la compañía se mostró encantado y se ofreció a pagar la cuenta en el acto.

-¿Cuánto le debo? -preguntó.

-Son mil dólares, si me hace el favor.

-¿Mil dólares? ¿Mil dólares por unos momentos de trabajo? ¿Mil dólares por apretar un simple tornillito? ¡Ya sé que mi

computadora cuesta 12 millones de dólares, pero mil dólares es una cantidad disparatada! La pagaré sólo si me manda una factura perfectamente detallada que la justifique.

El experto asintió con la cabeza y se fue. A la mañana siguiente, el presidente recibió la factura, la leyó con cuidado, sacudió la cabeza y procedió a pagarla en el acto, sin chistar.

La factura decía: Servicios prestados: Apretar un tornillo: 1 dólar; Saber qué tornillo apretar… 999 dólares !!!

Un Hombre Triste, muy Triste

Había una vez un muchacho que vivía en una casa grande sobre una colina. Amaba a los perros y a los caballos, los autos deportivos y la música. Trepaba a los árboles e iba a nadar, jugaba al fútbol y admiraba a las chicas guapas. De no ser porque debía limpiar y ordenar su habitación, su vida era agradable.

Un día el joven le dijo a Dios:

– He estado pensando y ya sé qué quiero para mí cuando sea mayor.

– ¿Qué es lo que deseas? – le pregunto Dios.

– Quiero vivir en una mansión con un gran porche y un jardín en la parte de atrás, y tener dos perros San Bernardo. Deseo casarme con una mujer alta, muy hermosa y buena, que tenga una larga cabellera negra y ojos azules, que toque la guitarra y cante con voz alta y clara. Quiero tres hijos varones, fuertes, para jugar con ellos al fútbol. Cuando crezcan, uno será un gran científico, otro será político y el menor será un atleta profesional. Quiero ser un aventurero que surque los vastos océanos, que escale altas montañas y que rescate personas. Y quiero conducir un Ferrari rojo, y nunca tener que limpiar y ordenar mi casa.

– Es un sueño agradable – dijo Dios-. Quiero que seas feliz.

Un día, cuando jugaba al fútbol, el chico se lastimó una rodilla. Después de eso ya no pudo escalar altas montanas, grandes, y mucho menos surcar los vastos océanos. Y como no podía ni siquiera trepar árboles, estudió mercadotecnia y puso un negocio de artículos médicos. Se casó con una muchacha que era muy hermosa y buena, y que tenía una larga cabellera negra. Pero era de corta estatura, no alta, y tenía ojos castaños, no azules. No sabía tocar la guitarra, ni cantar. Pero preparaba deliciosas comidas chinas, y pintaba magníficos cuadros de aves sazonadas con exóticas especias.

A causa de su negocio, el hombre vivía en la ciudad, en un apartamento situado en lo alto de un elevado edificio, desde el que se dominaba el océano azul y las centelleantes luces de la urbe. No contaba espacio para dos San Bernardo, pero era el dueño de un gato esponjado.

Tenía tres hijas, todas muy hermosas. La más joven, que debía usar silla de ruedas, era la más agraciada. Las tres querían mucho a su padre. No jugaban al fútbol con el, pero a veces iban al parque y correteaban lanzando un disco de plástico… Excepto la pequeña, que se sentaba bajo un árbol y rasgueaba su guitarra, entonando canciones encantadoras e inolvidables.

Nuestro personaje ganaba suficiente dinero para vivir con comodidad, pero no conducía un Ferrari rojo. En ocasiones tenía que recoger cosas, incluso cosas que no eran suyas, y ponerlas en su lugar. Después de todo, tenía tres hijas.

Y entonces el hombre se despertó una mañana y recordó su viejo sueño.

– Estoy muy triste – le confió a su mejor amigo.

– ¿Por qué? – quiso saber este.

– Porque una vez soñé que me casaría con una mujer alta, de cabello negro y ojos azules, que sabría tocar la guitarra y cantar. Mi esposa no toca ni canta, tiene los ojos castaños y no es muy alta.

– Tu esposa es muy hermosa y buena – respondió su amigo-. Hace cuadros maravillosos y sabe cocinar delicias. (Pero el hombre no lo escuchaba).

– Estoy muy triste – le confesó a su esposa un día.

– ¿Por qué? – inquirió su mujer.

– Porque una vez soñé que viviría en una mansión con porche y un jardín en la parte de atrás, y que tendría dos San Bernardo. En lugar de eso, vivo en un apartamento en el piso 47.

– Nuestro apartamento es cómodo y podemos ver el océano desde el sillón de la sala – repuso ella. Tenemos amor, pinturas de aves y un gato esponjado… por no mencionar a nuestras tres hermosas hijas. (Pero el hombre no la escuchaba).

– Estoy muy triste – le dijo en otra ocasión a su psicoterapeuta.

– ¿Por que razón? – pregunto el especialista.

– Porque una vez soñé que era un gran aventurero. En vez de ello, soy un empresario calvo, con la rodilla lesionada.

– Los artículos médicos que usted vende han salvado muchas vidas – le hizo notar el analista. (Pero el hombre no lo escuchaba).

Así que el terapeuta le cobro 110 dólares y lo mandó a casa.

– Estoy muy triste – le dijo a su contador.

– ¿Por qué? – indagó este.

– Porque una vez soñé que conduciría un Ferrari rojo y que nunca tendría que ordenar mis cosas. En vez de ello, utilizo el transporte público, y a veces tengo que ocuparme de los quehaceres.

– Usted viste trajes de calidad, come en buenos restaurantes y ha viajado por todo Europa – señaló el contador. (Pero el hombre no le escuchaba).

El profesional le cobró 100 dólares de todos modos. Soñaba con un Ferrari rojo para sí mismo.

– Estoy muy triste – le comunico a su párroco.

– ¿Por qué? – le pregunto, compasivo, el religioso.

– Porque una vez soñé que tendría tres hijos varones: un gran científico, un político y un atleta profesional. Ahora tengo tres hijas y la menor ni siquiera puede caminar.

– Pero todas son hermosas e inteligentes – afirmo el ministro. Te quieren mucho y además, han sabido aprovechar la vida: una es enfermera, otra es pintora, y la mas joven da clases de música a los niños. (Pero el hombre no escuchaba).

Se puso tan melancólico que enfermó de gravedad. Yacía postrado en una blanca habitación del hospital, rodeado de enfermeras con albos uniformes. Varios cables y mangueras conectaban su cuerpo a maquinas parpadeantes que alguna vez é mismo le había vendido al hospital.

Estaba triste, muy triste. Su familia, sus amigos y su párroco se reunían alrededor de su cama. Ellos también estaban profundamente afligidos. Solo su terapeuta y su contador seguían felices.

Y sucedió que una noche, cuando todos se habían ido a casa, salvo las enfermeras, el hombre le dijo a Dios:

– ¿Recuerdas cuando era joven y te hablé de las cosas que deseaba?

– Si. Fue un sueño maravilloso – asintió Dios.

– ¿Por qué no me otorgaste todo eso? – inquirió el hombre.

– Pude haberlo hecho – respondió Dios-. Pero quise sorprenderte con cosas que no habías soñado. Supongo que has reparado en lo que te he concedido: una esposa hermosa y buena, un buen negocio, un lugar agradable para vivir, tres adorables hijas. Es uno de los mejores paquetes que he preparado…

– Si – lo interrumpió el hombre- pero yo creí que me darías lo que realmente deseaba.

– Y yo pensé que tu me darías lo que yo quería – repuso Dios.

– ¿Y qué es lo que tu deseabas? – quiso saber el hombre. Nunca se le había ocurrido que Dios necesitara algo.

– Quería que fueras feliz con lo que te había dado – explicó Dios.

El hombre se quedó despierto toda la noche, pensando. Por fin decidió soñar un sueno nuevo, un sueño que deseaba haber tenido años atrás. Decidió soñar que lo que más anhelaba era precisamente lo que ya tenía.

Y el hombre se alivió y vivió feliz en el piso 47, disfrutando de las hermosas voces de sus hijas, de los profundos ojos castaños de su esposa y de las bellísimas pinturas de aves de esta. Y por las noches contemplaba el océano y miraba con satisfacción las centelleantes luces de la ciudad, una a una.

Tu Rostro Habla

Se dice que hace tiempo, en un pequeño y lejano pueblo, había una casa abandonada. Cierto día, un perrito buscando refugio del sol, logró meterse por un agujero de una de las puertas de dicha casa. El perrito subió lentamente las viejas escaleras de madera.

Al terminar de subirlas se encontró con una puerta se encontró con una puerta semiabierta, lentamente se adentró al cuarto. Para su sorpresa se dio cuenta que dentro de ese cuarto había mil perritos más, observándolo tan fijamente como él los observaba a ellos.

El perrito comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco. Los mil perritos hicieron lo mismo. Posteriormente sonrió y ladró alegremente a uno de ellos. El perrito se quedó sorprendido al ver que los mil perritos también le sonreían y ladraban alegremente con él.

Cuando el perrito salió del cuarto se quedó pensando para sí mismo: !que lugar tan agradable . Voy a venir más seguido a visitarlo.

Tiempo después otro perrito callejero entró al mismo sitio y entró al mismo cuarto. Pero este perrito al ver a los otros mil perritos del cuarto, se sintió amenazado, ya que lo estaban mirando de una manera agresiva.

Posteriormente empezó a gruñir, obviamente vió como los mil perritos le gruñían a él. Comenzó a ladrarles ferozmente y los otros mil perritos le ladraron también a él.

Cuando este perrito salió del cuarto pensó: !que lugar tan horrible es este. Nunca más volveré a entrar aquí¡

En el frente de dicha casa se encontraba un viejo letrero que decía: La casa de los mil espejos.

Todos los rostros del mundo son espejos.. Decide cual rostro llevarás por dentro y ese será el que mostrarás.

El reflejo de tus gestos y acciones es el que proyectas ante los demás.

La Lógica de la Voluntad de Dios

Cuentan que un día Jesús se le apareció a un hombre que tenía problemas en su columna vertebral, y le dijo: “Necesito que vayas hacia aquella gran roca de la montaña, y te pido que la empujes 5 horas diarias durante 1 año”. El hombre quedó perplejo cuando escuchó esas palabras, porque se imaginaba que Jesús iba a curarlo y no a ordenarle que hiciera nada, pero obedeció y se dirigió hacia la enorme roca de varias toneladas que Jesús le mostró.

Empezó a empujarla con todas sus fuerzas, día tras día, pero no conseguía moverla ni un milímetro. A las pocas semanas llegó el diablo y le puso pensamientos en su cabeza: “¿Por qué sigues obedeciendo a Jesús? Yo no seguiría a alguien que me hace trabajar tanto y sin ningún sentido. Debes dejar esto, ya que es estúpido que sigas empujando esa roca. Nunca la vas a mover.”

El hombre trataba de pedirle a Jesús que le ayudara para no dudar de su voluntad, y aunque no entendía, se mantuvo en pie con su decisión de empujar.

Pasaban los meses y aquel hombre empujaba todos los días la enorme roca sin poder moverla. Cuando se cumplió el tiempo, el hombre elevó una oración a Jesús y le dijo: “Ya he hecho lo que me pediste, pero he fracasado, no pude mover la piedra ni un centímetro”.

Y se sentó a llorar amargamente pensando en su evidente fracaso.

Jesús se apareció en ese momento y le dijo: “¿Por qué lloras?, Yo te pedí que empujaras la roca, yo nunca te pedí que la movieras; en cambio mírate, tu problema físico ha desaparecido. NO has fracasado, yo he conseguido mi meta, y tú fuiste parte de mi plan.”

Muchas veces al igual que este hombre, vemos como ilógicas las situaciones, problemas y adversidades de la vida, y empezamos a buscarle lógica, nuestra lógica a la voluntad de Dios y viene el enemigo y nos dice que no servimos, que somos inútiles o que no podemos seguir.

El día de hoy es un llamado a “empujar” sin importar qué tantos pensamientos de duda ponga el enemigo en nuestras mentes, pongamos todo en las manos de Dios. Él nunca nos hará perder el tiempo; más bien, ¡nos hará ser más fuertes! Así que ¡Ánimo! Sigamos empujando aunque a veces nos parezca inútil.

Las Siete Maravillas del Mundo

El maestro pide a los alumnos que compongan una lista de las 7 Maravillas del mundo. Mas tarde pide que lean su lista. A pesar de algunos desacuerdos, la mayoría votó por lo siguiente:

1. Las Pirámides de Egipto

2. El Taj Mahal

3. El Canal de Panamá

4. El Empire State

5. La Basílica de San Pedro

6. La Muralla China

El maestro buscaba consenso para la séptima maravilla cuando notó que una estudiante permanecía callada y no había entregado aún su lista, así que le preguntó si tenía problemas para hacer su lección.

La muchacha tímidamente respondió: “Si, un poco” no podía decidirme, pues son tantas las maravillas…..

El maestro le dijo: “Dinos lo que has escrito, tal vez podamos ayudarte”. La muchacha, titubeó un poco y finalmente leyó:

Creo que las siete maravillas del Mundo son:

1. Poder pensar

2. Poder hablar

3. Poder actuar

4. Poder escuchar

5. Poder servir

6. Poder orar

7. Y la mas importante de todas….. Poder amar

Después de leído esto, el salón quedó en absoluto silencio….

Es muy sencillo para nosotros poder ver las obras del hombre y referirnos a ellas como maravillas, cuando a veces pasan desapercibidas las maravillas que Dios hace en nosotros con su Gracia y que cada uno debe desarrollar.

Fuiste creado por Dios para ser una maravilla!!

“Apunta hacia la luna, si fallas, aterrizarás en las estrellas”

Se Vende Negocio

El dueño de un pequeño negocio, amigo del gran poeta Olavo Bilac, cierto día lo encontró en la calle y le dijo:

– Sr. Bilac, necesito vender mi negocio, que Ud. tan bien conoce. ¿Podría redactar el aviso para el diario?

Olavo Bilac tomó lápiz y papel y escribió: “Se vende encantadora propiedad, donde cantan los pájaros al amanecer en las extensas arboledas; va rodeada por las cristalinas aguas de un lindo riachuelo. La casa, bañada por el sol naciente, ofrece la sombra tranquila de las tardes en la baranda.”

Algunos meses después, el poeta se encontró con el comerciante y le preguntó si ya había vendido el lugar.

-No pensé más en eso, dijo el hombre. Después que leí el aviso me di cuenta de la maravilla que tenía.

A veces, no nos damos cuenta de las cosas buenas que tenemos y vamos tras falsos tesoros. Debemos valorar mucho de lo que tenemos y que nos fue dado por Dios. Ahí están muchas veces nuestros verdaderos tesoros.

Sábado en la Mañana

Entre más envejezco, más disfruto de las mañanas de Sábado… Precisamente de un sábado… Tal vez es la quieta soledad que viene con ser el primero en levantarse, ó quizá el increíble gozo de no tener que ir al trabajo… de todas maneras, las primeras horas de un sábado son en extremo deleitosas.

Hace unas cuantas semanas, me dirigía hacia mi equipo de radioaficionado en el sótano de mi casa, con una humeante taza de café en una mano y el periódico en la otra. Lo que comenzó como una típica mañana de sábado, se convirtió en una de esas lecciones que la vida parece darnos de vez en cuando…

Déjenme contarles:

Sintonicé mi equipo de radio a la porción telefónica de mi banda, para entrar en una red de intercambio de sábado en la mañana. Después de un rato, me topé con un compañero que sonaba un tanto mayor. Él le estaba diciendo, a quien estuviese conversando con él, algo acerca de “unas mil canicas”. Quedé intrigado y me detuve para escuchar lo que tenía que decir:

“Bueno Tommy, de veras que parece que estás ocupado con tu trabajo. Estoy seguro de que te pagan bien, pero es una lástima que tengas que estar fuera de casa y lejos de tu familia tanto tiempo. Es difícil imaginar que un hombre joven tenga que trabajar sesenta horas a la semana para sobrevivir.

Continuó: “Déjame decirte algo, Tommy, algo que me ha ayudado a mantener una buena perspectiva sobre mis propias prioridades”… Y entonces fué cuando comenzó a explicar su teoría sobre unas “mil canicas”… Me senté un día e hice algo de aritmética. La persona promedio vive unos setenta y cinco años. Yo sé, algunos viven más y otros menos, pero en promedio, la gente vive unos setenta y cinco años”. Entonces, multipliqué 75 años por 52 semanas por año, y obtuve 3,900, que es el número de sábados que la persona promedio habrá de tener en toda su vida. Mantente conmigo, Tommy, que voy a la parte importante”… Me tomó hasta que casi tenía cincuenta y cinco años pensar todo esto en detalle”, continuó, ” y para ése entonces, con mis 55 años, ya había vivido más de dos mil ochocientos sábados!!! Me puse a pensar que si llegaba a los setenta y cinco años, sólo me quedarían unos mil sábados mas que disfrutar”… Así que fui a una tienda de juguetes y compré cada canica que tenían. Tuve que visitar tres tiendas para obtener 1,000 canicas. Las llevé a casa y las puse en una fuente de cristal transparente, junto a mi equipo de radioaficionado. Cada sábado a partir de entonces, he tomado una canica y la he tirado”.. “Descubrí que al observar cómo disminuían las canicas, me enfocaba más sobre las cosas verdaderamente importantes en la vida. No hay nada como ver cómo se te agota tu tiempo en la tierra, para ajustar y adaptar tus prioridades en esta vida”. Ahora déjame decirte una última cosa antes que nos desconectemos y lleve a mi bella esposa a desayunar. Esta mañana, saqué la última canica de la fuente de cristal… y entonces, me di cuenta de que si vivo hasta el próximo sábado, entonces me habrá sido dado un poquito más de tiempo, de vida… y si hay algo que todos podemos usar es un poco más de tiempo”. Me gustó conversar contigo, Tommy, espero que puedas estar más tiempo con tu familia y espero volver a encontrarnos aquí en la banda. Hasta pronto, se despide “el hombre de 75 años”. Cambio y fuera, ¡buen día!”…

Uno pudiera haber oído un alfiler caer en la banda cuando este amigo se desconectó. Creo que nos dió a todos, bastante sobre lo qué pensar. Yo había planeado trabajar en la antena aquella mañana, y luego iba a reunirme con unos cuantos radioaficionados para preparar la nueva circular del club… En vez de aquello, subí las escaleras y desperté a mi esposa con un beso. “Vamos, querida, te quiero llevar a ti y los muchachos a desayunar fuera”. “¿Qué pasa?” Preguntó sorprendida, “Oh, nada; es que no hemos pasado un sábado juntos con los muchachos en mucho tiempo. Por cierto, ¿pudiésemos parar en la tienda de juguetes mientras estamos fuera? Necesito comprar “algunas canicas”…

Nos acostumbramos a vivir en nuestra casa y a no tener otra vista que no sea las ventanas de alrededor. Y porque no tiene vista, luego nos acostumbramos a no mirar para afuera. Y porque no miramos para afuera luego nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas. Y porque no abrimos del todo las cortinas luego nos acostumbramos a encender más temprano la luz. Y a medida que nos acostumbramos, olvidamos el sol, olvidamos el aire, olvidamos la amplitud. Nos acostumbramos a despertar sobresaltados porque se nos hizo tarde. A tomar café corriendo porque estamos atrasados. A comer un sandwich porque no da tiempo para comer a gusto. A salir del trabajo porque ya es la tarde, A cenar rápido y dormir con el estómago pesado sin haber vivido el día. Nos acostumbramos a esperar el día entero y oír en el teléfono: “hoy no puedo ir”. A sonreír para las personas sin recibir una sonrisa de vuelta. A ser ignorados cuando precisábamos tanto ser vistos. Si el trabajo está duro, nos consolamos pensando en el fin de semana. Y peor aún, hacemos pesado nuestro trabajo, y a los demás, viviendo en las críticas destructivas y en la siembra de la discordia hablando negatividad y todavía sin argumento alguno. Y si el fin de semana no hay mucho que hacer vamos a dormir temprano y quedamos satisfechos porque siempre tenemos sueño atrasado. Nos acostumbramos a ahorrar vida. Que, de poco a poquito, igual se gasta y que una vez gastada, por estar acostumbrados, nos perdimos de vivir. De disfrutar cada Sábado con intensidad…

Hay Regalos que no te Conviene Recibir

Era un profesor comprometido y estricto, conocido también por sus alumnos como un hombre justo y comprensivo. Al terminar la clase, ese día de verano, mientras el maestro organizaba unos documentos encima de su escritorio, se le acercó uno de sus alumnos y en forma desafiante le dijo:

-Profesor, lo que me alegra de haber terminado la clase es que no tendré que escuchar más sus tonterías y podré descansar de verle esa cara aburridora.

El alumno estaba erguido, con semblante arrogante, en espera de que el maestro reaccionara ofendido y descontrolado. El profesor miró al alumno por un instante y en forma muy tranquila le preguntó:

-¿Cuándo alguien te ofrece algo que no quieres, lo recibes?

El alumno quedó desconcertado por la calidez de la sorpresiva pregunta.

-Por supuesto que no. Contestó de nuevo en tono despectivo el muchacho.

-Bueno, prosiguió el profesor, cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo desagradable, me está ofreciendo algo, en este caso una emoción de rabia y rencor, que puedo decidir no aceptar.

-No entiendo a qué se refiere. Dijo el alumno confundido.

-Muy sencillo, replicó el profesor, tú me estás ofreciendo rabia y desprecio y si yo me siento ofendido o me pongo furioso, estaré aceptando tu regalo, y yo, mi amigo, en verdad, prefiero obsequiarme mi propia serenidad muchacho, concluyó el profesor en tono gentil, -tu rabia pasará, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa, yo no puedo controlar lo que tu llevas en tu corazón pero de mí depende lo que yo cargo en el mío. Cada día en todo momento, tu puedes escoger qué emociones o sentimientos quieres poner en tu corazón y lo que elijas lo tendrás hasta que tu decidas cambiarlo. Es tan grande la libertad que nos da la vida que hasta tenemos la opción de amargarnos o ser felices.

¿Recibir o Dar?

El pequeño Chad era un muchachito tímido y callado. Un día, al llegar a casa, dijo a su madre que quería preparar una tarjeta de San Valentín para cada chico de su clase. Ella pensó, con el corazón oprimido:

– Ojalá no haga eso.

Pues había observado que, cuando los niños volvían de la escuela, Chad iba siempre detrás de los demás. Los otros reían, conversaban e iban abrazados, pero Chad siempre quedaba excluido. Así y todo, por seguirle la corriente compró papel, pegamento y lápices de colores. Chad, dedicó tres semanas a trabajar con mucha paciencia, noche tras noche, hasta hacer treinta y cinco tarjetas.

Al amanecer del Día de San Valentín, Chad no cabía en sí de entusiasmo. Apiló los regalos con todo cuidado, los metió en una bolsa y salió corriendo a la calle. La madre decidió prepararle sus pastelitos favoritos, para servírselos cuando regresara de la escuela. Sabía que llegaría desilusionado y de ese modo esperaba aliviarle un poco la pena. Le dolía pensar que él no iba a recibir muchos obsequios. Ninguno, quizá.

Esa tarde, puso en la mesa los pastelitos y el vaso de leche. Al oír el bullicio de los niños, miró por la ventana. Como cabía esperar, venían riendo y divirtiéndose en grande. Y como siempre, Chad venía último, aunque caminaba algo más deprisa que de costumbre. La madre supuso que estallaría en lágrimas en cuanto entrara. El pobre venía con los brazos vacíos. Le abrió la puerta, haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas.

– Mami te preparó leche con pastelitos, le dijo.

Pero él apenas oyó esas palabras, pasó a su lado con expresión radiante, sin decir más que:

– ¡Ninguno! ¡Ninguno!

Ella sintió que el corazón le daba un vuelco. Y entonces el niño agregó:

– ¡No me olvidé de ninguno! ¡De ninguno!

Detrás de un sufrimiento, a veces hay un pensamiento equivocado.

¿Qué es el Amor?

En una de las salas de un colegio había varios niños. Uno de ellos preguntó:

– .. Maestra… ¿qué es el amor?

La maestra sintió que la criatura merecía una respuesta que estuviese a la altura de la pregunta inteligente que había formulado. Como ya estaban en hora de recreo, pidió a sus alumnos que dieran una vuelta por el patio de la escuela y trajesen lo que más despertase en ellos el sentimiento del amor.

Los chicos salieron apresurados y, cuando volvieron, la maestra les dijo:

– Quiero que cada uno muestre lo que trajo consigo.

El primer alumno respondió:

– Yo traje esta flor: ¿no es linda?

Cuando llegó su turno, el segundo alumno dijo:

– Yo traje esta mariposa. Vea el colorido de sus alas; la voy a colocar en mi colección.

El tercer alumno completó:

– Yo traje este pichón de pajarito que se cayó del nido hermano: ¿no es gracioso?

Y así los chicos, uno a uno, fueron colocando lo que habían recogido en el patio.

Terminada la exposición, la maestra notó que una de las niñas no había traído nada y que había permanecido quieta durante todo el tiempo. Se sentía avergonzada porque no había traído nada.

La maestra se dirigió a ella y le preguntó:

– Muy bien: ¿y tu? ¿no has encontrado nada?

La criatura, tímidamente, respondió:

– Disculpe, maestra. Vi la flor y sentí su perfume; pensé en arrancarla pero preferí dejarla para que exhalase su aroma por más tiempo. Vi también la mariposa, suave, colorida, pero parecía tan feliz que no tuve el coraje de aprisionarla. Vi también el pichoncito caído entre las hojas, pero… al subir al árbol, noté la mirada triste de su madre y preferí devolverlo al nido. Por lo tanto, maestra, traigo conmigo el perfume de la flor, la sensación de libertad de la mariposa y la gratitud que observé en los ojos de la madre del pajarito.

¿Cómo puedo mostrar lo que traje?

La maestra agradeció a la alumna y le dio la nota máxima, considerando que había sido la única que logró percibir que sólo podemos traer el amor en el corazón.

¿Qué debe cambiar?

Pensamos en cambiar el mundo, a las personas, las circunstancias de la vida… ¿Qué es lo más importante?

Siendo joven era un revolucionario y mi oración a Dios era:

– “Señor, dame la energía para cambiar al mundo.”

Al llegar a los cuarenta y darme cuenta de que la mitad de mi vida se había ido sin que yo hubiese cambiado una sola alma, modifiqué mi oración:

– “Señor, dame la gracia para cambiar a todos aquellos con quienes tengo contacto, solamente mi familia y mis amigos y estaré satisfecho.”

Ahora, que ya soy un anciano y mis días están contados, mi única oración es:

– “Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo.”

¡Si hubiera orado de esta forma desde el principio, no hubiese desperdiciado mi vida!

Construir puentes

Se cuenta que, cierta vez, dos hermanos que vivían en granjas vecinas, separadas apenas por un río, entraron en conflicto. Fue la primera gran desavenencia en toda una vida de trabajo uno al lado del otro, compartiendo las herramientas y cuidando uno del otro.

Durante años ellos trabajaron en sus granjas y al final de cada día, podían atravesar el río y disfrutar uno de la compañía del otro. A pesar del cansancio, hacían la caminata con placer, pues se amaban. Pero ahora todo había cambiado.

Lo que comenzara con un pequeño mal entendido finalmente explotó en un cambio de ásperas palabras, seguidas por semanas de total silencio. Una mañana, el hermano mas viejo sintió que golpeaban su puerta. Cuando abrió vio un hombre con una caja de herramientas de carpintero en la mano.

– Estoy buscando trabajo -dijo este.- Quizás usted tenga un pequeño servicio que yo pueda hacer.

– ¡Si! – dijo el granjero – claro que tengo trabajo para usted. Ve aquella granja al otro lado del río. Es de mi vecino. No, en realidad es de mi hermano más joven. Nos peleamos y no puedo soportarlo más. ¿Ve aquella pila de madera cerca del granero? Quiero que usted construya una cerca bien alta a lo largo del río para que yo no precise verlo más.

– Creo que entiendo la situación – dijo el carpintero. Muéstreme donde están las palas que ciertamente haré un trabajo que lo dejara a usted satisfecho.

Como precisaba ir a la ciudad, el hermano más viejo ayudó al carpintero a encontrar el material y partió.

El hombre trabajó arduamente durante todo aquel día. Ya anochecía cuando terminó su obra. El granjero regresó de su viaje y sus ojos no podían creer lo que veían. ¡No había ningún cerco! En vez de cerco había un puente que unía las dos márgenes del río. Era realmente un bello trabajo, pero el granjero estaba furioso y le dijo:

– Usted fue muy atrevido en construir ese puente después de todo lo que yo le conté.

Sin embargo, las sorpresas no habían terminado. Al mirar nuevamente para el puente, vio a su hermano que se acercaba del otro margen, corriendo con los brazos abiertos. Por un instante permaneció inmóvil de su lado del río. Pero de repente, en un impulso, corrió en dirección del otro y ellos se abrazaron en medio del puente.

El carpintero estaba partiendo con su caja de herramientas cuando el hermano que lo contrató le dijo emocionado:

– ¡Espere! quédese con nosotros por algunos días.

El carpintero respondió:

– Me encantaría quedarme, pero, desgraciadamente tengo muchos otros puentes que construir.

Y usted, ¿esta necesitando un carpintero, o es capaz de construir su propio puente para aproximarse a aquellos con los que rompió contacto?

No busque construir cercas que lo separen de las personas de los que se encuentra distanciado.

Construya puentes.

La Plata Fina

Hace algún tiempo, algunas señoras se reunieron en cierta ciudad para estudiar la Biblia. Mientras que leían el tercer capítulo de Malaquías, encontraron una expresión notable en el tercer versículo:

” …y Él se sentará como un refinador y purificador de la plata (Mal. 3:3).”

Una de las señoras propuso visitar un platero y reportarles a las demás lo que el dijera sobre el tema.

Ella fue por consiguiente, y sin decir el objeto de su diligencia pidió al platero que le dijera sobre el proceso de refinar la plata.

Después de que él describió completamente el proceso, ella le preguntó:

“Pero señor, ¿usted se sienta mientras que está en el proceso de la refinación?”.

– “Oh, si, señora,” contestó el platero;

-“Debo sentarme con mi ojo fijado constantemente en el horno, porque si el tiempo necesario para la refinación se excede el grado más leve, la plata será dañada.”

La señora inmediatamente vio la belleza, y también el consuelo de la expresión…

– “Él se sentará como un refinador y purificador de la plata.”

Dios ve necesario poner a sus hijos en un horno…su ojo está constantemente atento en el trabajo de la purificación, y su sabiduría y amor obran juntos de la mejor manera para nosotros.

Nuestras pruebas no vienen al azar, y él no nos dejará ser probados mas allá de lo que podemos sobrellevar.

Antes de que ella se fuera, la señora hizo la pregunta final:

– “¿Cuándo sabe que el proceso está completo?”

– “Pues, eso es muy sencillo, ” contestó el platero.

– “Cuando puedo ver mi propia imagen en la plata, se acaba el proceso de refinación.”

Pastel de Dios

A veces nos preguntamos: ¿Qué hice para padecer esto?, o ¿por qué tenia que hacerme esto Dios?

Una hija le cuenta a su madre como todo esta mal: está reprobando álgebra, su novio la dejó y su mejor amiga se está cambiando de ciudad.

Mientras tanto, su mamá esta preparando un pastel y le pregunta a la hija que si quiere comer algo, y la hija dice, “Claro mamá, me encanta tu pastel”.

Ten, tómate este aceite, le ofrece su madre. “Guácala” dice la hija.

¿Qué tal un par de huevos crudos? ¡Qué asco, Mamá!

¿Entonces quieres algo de harina? ¿O qué tal bicarbonato?

Mamá, todo eso es asqueroso!

A lo cual la madre responde: “Sí, todas esas cosas parecen malas por sí solas. Pero cuando las unes de la manera adecuada, hacen un pastel maravillosamente delicioso! Así trabaja Dios”.