Padres e hijos, unidos por una misma fe

No es un sacrificio, para los padres, que Dios les pida sus hijos; ni, para los que llama el Señor, es un sacrificio seguirle. Es, por el contrario, un honor inmenso, un orgullo grande y santo, una muestra de predilección, un cariño particularísimo, que ha manifestado Dios en un momento concreto, pero que estaba en su mente desde toda la eternidad.

Agradece a tus padres el hecho de que te hayan dado la vida, para poder ser hijo de Dios. -Y sé más agradecido, si el primer germen de la fe, de la piedad, de tu camino de cristiano, o de tu vocación, lo han puesto ellos en tu alma.

Más pensamientos de San Josemaría.

Dom Columba Marmion: Un maestro espiritual por redescubrir

“Detrás de las acciones reflexionadas de cada individuo, hay siempre una razón, un móvil. Algunos buscan el placer, algunos los honores, otros están poseídos por la fiebre de la ambición o por la sed de dinero, la mayoría son víctimas de sus penas cotidianas. La influencia del móvil o del fin es predominante en el valor de nuestras acciones. El móvil por el cual nos agitamos, el objetivo que perseguimos, y que debe, por así decirlo, orientar toda nuestra vida, es para nosotros de una importancia capital…”

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La ternura es fundamental, pero sin exigencia el cerebro no aprende

“La entrevista (de cuatro puntuales preguntas) que compartimos, fue hecha por José Carlos Siegrist y está publicada en CRECER FELIZ de España, creemos que será de mucha utilidad. Lo hacemos con fines únicamente educativos – pastorales, y porque anteriormente hemos presentado el pensamiento de este ensayista que opina que las dificultades que enfrentan hoy los padres para educar a sus hijos, se debe a que “tienen que estar continuamente inventando porque los patrones con los que fueron educados no les sirven para educar a sus hijos, y eso les produce inseguridad y a veces impotencia”…”

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Adolescencia y paciencia de Dios

“Para los creyentes, esta etapa de la paternidad tiene una gran ventaja: es muy educativa; porque nos sitúa a nosotros, padres de adolescentes, ante Dios, Padre nuestro, que puede decir de nosotros lo mismo que nosotros de nuestros hijos: Yo sólo quiero tu bien y tú te enfadas…”

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Aprender a corregir

¿Reprender?… Muchas veces es necesario. Pero enseñando a corregir el defecto. Nunca, por un desahogo de tu mal carácter.

Cuando hay que corregir, se ha de actuar con claridad y amabilidad; sin excluir una sonrisa en los labios, si procede. Nunca -o muy rara vez-, por la tremenda.

¿Te sientes depositario del bien y de la verdad absoluta y, por tanto, investido de un título personal o de un derecho a desarraigar el mal a toda costa? -Por ese camino no arreglarás nada: ¡sólo por Amor y con amor!, recordando que el Amor te ha perdonado y te perdona tanto.

Ama a los buenos, porque aman a Cristo… -Y ama también a los que no le aman, porque tienen esa desgracia…, y especialmente porque El ama a unos y a otros.

Más pensamientos de San Josemaría.

LA GRACIA del Sábado 9 de Septiembre de 2017

La verdadera moral cristiana lleva con sabiduría y discernimiento al bien mayor reconociendo que hay mandamientos claros y a la vez agravantes o atenuantes.

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Hijos y padres, absorbidos por las pantallas

“Para Twenge, no se ha insistido suficiente en los daños que puede provocar el abuso de estas tecnologías. No se trata solo, ni principalmente, de los perjuicios para la capacidad de atención. Lo mas grave es que cada vez más jóvenes prefieren relacionarse con sus amigos o familiares a través de Snapchat o Facebook que verse cara a cara; quedarse en la habitación contestando a wassaps que salir a la calle…”

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LA GRACIA del Martes 11 de Julio de 2017

La persecución está a las puertas pero este también es el tiempo para Dios ¡Es tiempo para vocaciones valientes, tiempo para héroes, tiempo para profetas, tiempo para santos!.

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Así muere un santo

Muerte del Hermano Pedro

En 1667, a los 41 años, después de 15 en Guatemala, el Hermano Rodrigo conoció que iba a morir. Ya en marzo le dio por escribir su nombre entre las cedulillas de los difuntos, para encomendarse así a los sufragios de los fieles. En ese tiempo, visitó a la señora Nicolasa González, abnegada colaboradora del Hospital, y le dijo: «Vengo a despedirme. Es posible que ya no volvamos a vernos». Y añadió: «No llores, porque mejor hermano te seré allá que no he sido acá».

Poco después tuvo que guardar cama, y cuando el médico y los Hermanos le anunciaban la muerte, se alegraba tanto que parecía recobrar ánimos y salud. Pasó días de grandes dolores, aunque éstos desaparecieron al final: «Ya no siento nada, dijo. El Señor que conoce mi gran miseria, no quiere que yo me inquiete por el dolor».

Un día fray Rodrigo de la Cruz se atrevió a pedirle una bendición. Y el Hermano Pedro, incorporándose, le puso al cuello un emblema del nacimiento del Niño Jesús, para que lo llevasen siempre los Hermanos mayores de la fraternidad. Y después le bendijo: «Con la humildad que puedo, aunque indigno pecador, te bendigo en el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios te haga humilde».

A su celda de moribundo acudió su querido obispo, fray Payo, y el gobernador don Sebastián Alvarez Alfonso, buen cristiano, que hizo muchas obras de caridad. Y también acudió la comunidad franciscana, que le cantó a coro los himnos religiosos que él más apreciaba. Y los Hermanos terceros, también en coro, con músicos de arpa, vihuela y violón… Y a sus Hermanos del Hospital, entristecidos, que se lamentaban de su muerte tan temprana, les animaba diciendo: «Antes por eso he de morir, porque conviene saber, hermanitos, que a Dios nadie le hace falta».

También, cómo no, acudió en esos días finales el Demonio para acosarle. En vida le había hostigado más de una vez, tomando en ocasiones la forma de gato o de perros rabiosos o de globo de fuego amenazante. Ahora se ve que venía con argumentos contra la fe, pues el Hermano Pedro, que para despreciarle le llamaba el Calcillas, le rechazaba diciéndole: «Yo que soy un ignorante ¿qué entiendo de argumentos? A los maestros y confesores con ellos». Y cuando unos Hermanos, para consolarle, le aseguraron que ya estaba próximo a la muerte, el Hermano Pedro, se rió con alegría, y haciendo castañetas con los dedos, comentó: «¡Me huelgo por el Calcillas!»…

Guardó entera su conciencia hasta un cuarto de hora antes de morir. Solía en sus últimos días apretar en las manos un crucifijo, y mantener sus ojos fijos en una imagen de San José, a quien ya desde el bautismo estaba encomendado. «Me parece que vivo más en el aire que en la tierra», confesó con voz débil. Murió el 25 de abril de abril de 1667. Un siglo después, en 1771, declaró Clemente XIV que sus virtudes habían sido heroicas. Y dos siglos más tarde, el 22 de junio de 1980, fue beatificado por Juan Pablo II.

En El genio del cristianismo (1802), Chateaubriand se hace eco de lo que fue el entierro del santo Hermano Pedro: Todos, especialmente los pobres, indios y negros, «besaban sus pies, cortaban pedazos de sus vestidos, y le hubieran mutilado para llevarse alguna reliquia a no rodear de guardias el féretro. A primera vista parecía un tirano presa del furor del pueblo, y era tan sólo un obscuro religioso a quien se defendía del amor y de la gratitud de los pobres».

Los Bethlemitas

Unos días después de la muerte del Hermano Pedro, el 2 de mayo, llegaban a Guatemala licencias reales para el Hospital de Belén. Fray Rodrigo de la Cruz, por deseo del Hermano Pedro, le sucedió al frente de la incipiente Orden. Después de algunas tensiones, con la ayuda del buen obispo fray Payo y con el prudente consejo del provincial franciscano fray Cristóbal de Xerez Serrano, natural de Guatemala, fray Rodrigo y los suyos tomaron hábito propio en octubre de 1667, el día de Santa Teresa.

En 1673, Clemente X aprobó la congregación nueva y sus constituciones. Y en 1710, Clemente XI erigió la «Congregación de los Betlemitas de las Indias Occidentales en verdadera religión con votos solemnes».

Por esos años se extendió la Orden en América con gran rapidez. Llegó a Lima en 1671, donde se formó el Hospital más célebre de las Indias. Apenas cincuenta años después de la muerte del Hermano Pedro, la Orden tenía ya 21 Hospitales, como los de Cajamarca, Trujillo, Cuzco, Potosí, Quito, La Habana, Buenos Aires, Piura, Payta y también Canarias. En México, de cuya capital había sido nombrado arzobispo el obispo fray Payo Enríquez de Rivera, primer Protector de los bethlemitas, hubo 11 casas, como las de Oaxaca, Puebla y Guanajuato. Esta primera expansión de la Orden, fue propiciada por fray Rodrigo, que después de presidirla casi cincuenta años, murió en México en 1716, a los 80 años de edad.

A principios del siglo XIX, la Orden tenía cinco noviciados -Guatemala, México, La Habana, Quito y Cuzco-, y atendía más de 30 Hospitales. Precisamente por estos años la Orden, muy enriquecida con donativos y propiedades, se vio envuelta en graves problemas, con ocasión de los movimientos americanos independentistas. En la casa de Guatemala se fraguó en 1813 la conspiración que preparó la independencia, cosa que ganó para la Orden la hostilidad de España. Y por esos años, el bethlemita fray Antonio de San Alberto acompañó a Bolívar en sus campañas militares, y éste le nombró su médico de cámara con rango de teniente coronel. Por el contrario, en Argentina, el prior bethlemita fray José de las Animas fue en 1812 el segundo jefe de la conspiración de Alzaga, y una vez descubierta ésta, fue juzgado y ahorcado. Finalmente la Orden fue suprimida en 1820 por un decreto de las Cortes de Cádiz.

A poco de morir el Beato Pedro, dos viudas piadosas, Agustina Delgado y su hija Mariana de Jesús, se ofrecieron para servir el Hospital de Belén, y aceptadas por fray Rodrigo, comenzaron a vivir en una casita contigua bajo la misma regla. Un Breve pontificio de 1674 aprobó esta hermandad. Muchos años después, la guatemalteca Encarnación Rosal, natural de Quezaltenango (1820-1886), hizo su profesión religiosa en manos del último bethlemita, y fue reformadora de la rama femenina de la Orden de Belén, orientándola principalmente hacia la educación.

En la actualidad, las Hermanas Bethlemitas son unas 800, distribuidas, en más de 80 casas, por América y por otras regiones del mundo.

En cuanto a la Orden masculina, en 1984, cuando sólo faltaban seis años para su total extinción canónica -que ocurre a los cien años de la muerte del último religioso-, el tinerfeño don Luis Alvarez García, entonces Secretario-Canciller de su diócesis natal, logró con varios jóvenes guatemaltecos la restauración canónica de la Orden bethlemita, abriendo casa primero en La Laguna, y después en Guatemala.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

30 reglas de etiqueta para toda ocasión

“Los buenos modales te ayudan a generar fácilmente una buena impresión de ti mismo. Cuando estás solo, o con un amigo, no es necesario usar cucharas de postre o evitar contestar el teléfono, pero si vas a una cena del trabajo, ahí ya entran en juego ciertas normas de comportamiento. Sin embargo, es importante no confundir el seguir las reglas con caerle bien a alguien, no es lo mismo; no olvides que todo debe hacerse con medida…”

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Una de las formas más importantes de oración–y la enseñamos poco

Una de las formas más puras de oración es la entrega de nosotros mismos, de nuestras preocupaciones y alegrías, a Dios, que es Padre providente, amigo verdadero, luz que no se apaga, caridad perfecta.

La palabra “entrega” es fundamental porque indica un acto de confianza y una proclamación del señorío de Dios sobre todas las áreas de nuestra vida.

Mi impresión, sin embargo, es que al iniciar a los niños en la oración les inculcamos que practiquen la petición, la acción de gracias, el arrepentimiento y tal vez la alabanza; pero demasiado a menudo se nos olvida inculcar esa oración fundamental: la de ENTREGAR todo al Señor.

Por eso quizás crecemos con la impresión de que la respuesta a nuestras oraciones es el cumplimiento de NUESTRA voluntad porque no nos hemos habituado a simplemente dejar en manos de Dios nuestro ser y quehacer.

La buena noticia es que esta parte fundamenta de la oración, que está grabada a fuego en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad…”, la podemos empezar a cultivar desde hoy mismo. Los ejercicios más sencillos son breves frase, jaculatorias, como:

“Te entrego, Señor, este día.”

“Jesús, yo confío en ti.”

“Lo que tú dispongas, Señor, está bien dispuesto.”

“En ti confío, Señor, y no seré defraudado.”