Republicamos: Ni la tristeza

NI LA TRISTEZA

Ni la tristeza ni la desilusión ni la incertidumbre, ni la soledad. Nada me impedirá sonreír.
Ni el miedo ni la depresión,
por mas que sufra mi corazón,
nada me impedirá soñar.

En las tempestades y en los difíciles caminos,
nada me impedirá creer en Dios,
quiero vivir el día de hoy como si fuese el primero, como si fuese el ultimo, como si fuese el único, quiero vivir el momento de ahora,
como si aun fuese temprano,
como si nunca fuese tarde.

Quiero mantener el optimismo,
conservar el equilibrio, fortalecer mi esperanza, recomponer mis energías para prosperar en mi misión
y vivir alegre todos los días de mi vida.

Quiero caminar con la seguridad que llegaré,
quiero luchar con la seguridad que venceré,
quiero buscar con la seguridad que encontraré,
quiero saber esperar para poder realizar los ideales de mi ser, en fin …
quiero dar lo máximo de mí para vivir intensamente
y maravillosamente todos los días de mi vida…
nada es mas fuerte que el deseo de vivir.

“De alguna manera,
el gozo que damos a los demás
es el gozo que nos viene de vuelta.
Y entre más invertimos en bendecir a los pobres, solitarios y tristes, más gozosas posesiones
del corazón nos son retribuidas”.

Para buscar pues, la calma interior,
no vayan donde todo es calma sino donde no hay paz,
y sean ustedes la paz.

De esta forma la encontrarán al darla,
y la tendrán en la medida en que vean que otros necesitan de ustedes para calmarse.

Autor: John Greenleaf Whittier. Enviado por Piera S.

Remedios para el desaliento

“No sé tú pero yo estoy muy cansada por dentro, mentalmente, anímicamente, espiritualmente… La incertidumbre me causa inquietud y ansiedad, el ambiente pesimista que destilan los medios de comunicación me agota, el no ver ni siquiera de lejos el final de este desastre acaba conmigo, consume mis fuerzas…”

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Investigación sobre la raíz primera del odio

Según hemos dicho (a.5), el odio al prójimo ocupa el último eslabón en el proceso de desarrollo del pecado por el hecho de que se opone al amor, que es un sentimiento natural hacia el prójimo. El hecho, en cambio, de alejarse de lo natural acaece porque se intenta evitar algo que por su naturaleza se debe rehuir. Pues bien, es natural al animal rehuir la tristeza y buscar el placer, como demuestra el Filósofo en VII y X Ethic. De ahí que el amor tiene por causa el placer, lo mismo que el odio tiene por causa la tristeza. En efecto, somos inducidos a amar lo que nos deleita en cuanto es aceptado como bueno, del mismo modo que sentimos impulso a odiar lo que nos contrista, porque lo consideramos como malo. En conclusión, siendo la envidia tristeza provocada por el bien del prójimo, conlleva como resultado hacernos odioso su bien, y ésa es la causa de que la envidia dé lugar al odio. (S. Th., II-II, q.34, a.6, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

LA GRACIA del Lunes 12 de Agosto de 2019

La injusticia, la violencia, los problemas dentro de la Iglesia, nuestros pecados son motivos para sentir dolor, para hacernos reflexionar y para aprender de Cristo cómo evangelizar.

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¿Puede haber mezcla de tristeza con el gozo propio de la caridad?

La caridad, según hemos expuesto (a.1 ad 3), produce en nosotros un doble gozo. Uno principal, que es el propio de la caridad, con el que gozamos del bien divino considerado en sí mismo. Este gozo de la caridad no tolera mezcla de tristeza, así como tampoco puede tolerar mezcla de mal el bien de que se goza. En este sentido se expresa el Apóstol en Flp 4,4: Gozaos siempre en el Señor.

El segundo tiene por objeto el bien divino, como participado por nosotros. Pues bien, esta participación puede implicar el contratiempo de algún obstáculo, y de ahí resulta que el gozo de la caridad pueda implicar tristeza, a saber: entristecerse por cuanto impida la participación del bien divino, sea en nosotros, sea en el prójimo, al que amamos como a nosotros mismos. (S. Th., II-II, q.28, a.2, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

¿De la acedia nace la desesperación?

Como hemos expuesto (q.17 a.1; 1-2 q.40 a.1), el objeto de la esperanza es el bien arduo asequible por uno mismo o por otro. Por lo mismo, hay dos maneras de quedar frustrada la esperanza de lograr la bienaventuranza: o por considerarla como bien arduo o por no considerarla como asequible ni por uno mismo ni por otro. Pues bien, el que alguien pierda el sabor de los bienes espirituales o no le parezcan grandes, acontece principalmente porque tiene inficionado el afecto por el aprecio de los placeres corporales, entre los que sobresalen los venéreos. En efecto, la afición a estos placeres induce al hombre a sentir hastío hacia los bienes espirituales y ni siquiera los espera como bienes arduos. Desde esta perspectiva, la desesperación tiene como causa la lujuria.

Por otra parte, el hombre llega a no considerar como posible de alcanzar por sí mismo o por otro el bien arduo cuando llega a gran abatimiento, ya que cuando éste establece su dominio en el afecto del hombre, le hace creer que nunca podrá aspirar a ningún bien. Y como la acidia es un tipo de tristeza que abate al espíritu, engendra, por lo mismo, la desesperación, dado que lo específico de la esperanza radica en que su objeto sea algo posible; lo bueno y lo arduo pertenecen también a otras pasiones. Por eso, la desesperación nace sobre todo de la acedia, si bien puede nacer igualmente de la lujuria, como hemos dicho. (S. Th., II-II, q.20, a.4, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

Que los muertos entierren a sus muertos

Muchas personas viven un amor fracasado con tal persistencia, que una vida entera no les basta para superarlo. Enviudan sin que se les haya muerto nadie, y, con las heridas abiertas, recuerdan día a día los detalles de su pasión truncada, como si los sucesos hubiesen ocurrido ayer. Clavados en un duelo no resuelto, mantienen un luto eterno que les impide respirar aire fresco y despejar la nostalgia. Convertidos en estatuas de sal, miran sólo hacia atrás, mientras dejan pasar nuevas oportunidades de formar pareja. Aferrados a una relación amorosa que hace rato ya murió, son incapaces de dar vuelta la hoja para vivir el presente y el futuro. A pesar de sí mismos, se quedan pegados emocionalmente en el pasado.

Cuando se está enfermo de otro, obsesionado y desesperado perpetuamente por una relación imposible, es fácil que los sentimientos puedan confundirse. Así, podemos creer que es amor lo que quizás sea más bien tristeza infinita o rabia por el abandono, o culpa por sobrevivirlo, o miedo al vacío, o una manera de vengarse por la traición y el agravio recibidos. Quizás simplemente sea nuestro ego obstinado, que se niega a admitir una derrota. Voluntariosos, nos cuesta tolerar que las cosas no salgan de acuerdo a lo planeado, o quedamos atragantados con tantas palabras y sentimientos que nunca lograron ser expresados. Orgullosos, nos es difícil soportar que el otro viva feliz sin nosotros, menos aún aceptar que tal vez desaparecimos de su vida sin dejar rastro. También puede ser un exceso de lealtad a una historia vivida con intensidad o simple rebeldía frente a una pérdida lamentable, o una forma particular de hacerle un homenaje a quien se quedó con nuestras ilusiones. O quizás sean profundas añoranzas de los buenos momentos, o expectativas falsas a las cuales seguimos apegados, o un insondable hastío por todos los sueños que se nos han desmoronado, o un temor incontrolable a la incertidumbre. Tal vez sean heridas de la infancia o los gritos acallados del pasado que sólo encuentran salida a través de una memoria obcecada.

Los duelos toman tiempo, y es bueno que usted se tome el suyo. Pero si se ha convertido en viudo del amor, necesita con urgencia entender que es su devoción la que ha mantenido vivo este amor ausente. El secreto para salir del laberinto de la añoranza consiste en saber darse por vencido. Si deja de insistir y se retira, inevitablemente se extinguirá la pasión que desde hace mucho sólo habita en su fantasía. Acepte de una vez que perdió esta batalla. Aúne voluntad para dejar ir la tristeza que le ha acompañado con tanta fidelidad durante su larga travesía por la soledad. Renuncie indeclinablemente a la nostalgia y regrese del sueño en que ha estado sumergido. Congelado, usted no ha permitido que otros fuegos entibien su alma. Ensimismado, ha girado una y otra vez alrededor de sus propias tristezas. Paralizado, no ha dejado que lo ayuden, paseándose por el mundo con el rostro incólume y la excusa perfecta para no comprometerse. Ha dedicado demasiadas energías a esconder su corazón destruido, transformándolo en un escudo impenetrable. No desperdicie más su enorme capacidad de amar y ábrales las puertas a o que puede significar amar en sus nuevas circunstancias, desde la fidelidad a sus principios morales y más profundos–para no traicionarse otra vez. Tenga cuidado, porque el dolor distrae y fácilmente se vuelve en costumbre. Para todo hay un límite en la vida, también para el llanto y la espera. Seque las lágrimas que aún quedan en sus ojos; encontrará la calma. Deje ya de vivir agonizando, sepulte las ilusiones sin destino y cubra su obstinación con tierra fresca. Entierre por fin a sus muertos y déjelos descansar en paz.

Basado en un texto de EUGENIA WEINSTEIN

La Misericordia vence sobre el Miedo y la Tristeza

Tanto el miedo como la tristeza son finalmente homenajes al poder del mal, y por ello son obstáculos para creer plenamente en la bondad y la potencia que se han manifestado en Cristo. En cuanto nos resolvemos a no dar pleitesía a la maldad, y nos resolvemos a admirar las obras de Cristo, su misericordia irrumpe triunfante en nuestra vida.