Muchas personas viven un amor fracasado con tal persistencia, que una vida entera no les basta para superarlo. Enviudan sin que se les haya muerto nadie, y, con las heridas abiertas, recuerdan día a día los detalles de su pasión truncada, como si los sucesos hubiesen ocurrido ayer. Clavados en un duelo no resuelto, mantienen un luto eterno que les impide respirar aire fresco y despejar la nostalgia. Convertidos en estatuas de sal, miran sólo hacia atrás, mientras dejan pasar nuevas oportunidades de formar pareja. Aferrados a una relación amorosa que hace rato ya murió, son incapaces de dar vuelta la hoja para vivir el presente y el futuro. A pesar de sí mismos, se quedan pegados emocionalmente en el pasado.
Cuando se está enfermo de otro, obsesionado y desesperado perpetuamente por una relación imposible, es fácil que los sentimientos puedan confundirse. Así, podemos creer que es amor lo que quizás sea más bien tristeza infinita o rabia por el abandono, o culpa por sobrevivirlo, o miedo al vacío, o una manera de vengarse por la traición y el agravio recibidos. Quizás simplemente sea nuestro ego obstinado, que se niega a admitir una derrota. Voluntariosos, nos cuesta tolerar que las cosas no salgan de acuerdo a lo planeado, o quedamos atragantados con tantas palabras y sentimientos que nunca lograron ser expresados. Orgullosos, nos es difícil soportar que el otro viva feliz sin nosotros, menos aún aceptar que tal vez desaparecimos de su vida sin dejar rastro. También puede ser un exceso de lealtad a una historia vivida con intensidad o simple rebeldía frente a una pérdida lamentable, o una forma particular de hacerle un homenaje a quien se quedó con nuestras ilusiones. O quizás sean profundas añoranzas de los buenos momentos, o expectativas falsas a las cuales seguimos apegados, o un insondable hastío por todos los sueños que se nos han desmoronado, o un temor incontrolable a la incertidumbre. Tal vez sean heridas de la infancia o los gritos acallados del pasado que sólo encuentran salida a través de una memoria obcecada.
Los duelos toman tiempo, y es bueno que usted se tome el suyo. Pero si se ha convertido en viudo del amor, necesita con urgencia entender que es su devoción la que ha mantenido vivo este amor ausente. El secreto para salir del laberinto de la añoranza consiste en saber darse por vencido. Si deja de insistir y se retira, inevitablemente se extinguirá la pasión que desde hace mucho sólo habita en su fantasía. Acepte de una vez que perdió esta batalla. Aúne voluntad para dejar ir la tristeza que le ha acompañado con tanta fidelidad durante su larga travesía por la soledad. Renuncie indeclinablemente a la nostalgia y regrese del sueño en que ha estado sumergido. Congelado, usted no ha permitido que otros fuegos entibien su alma. Ensimismado, ha girado una y otra vez alrededor de sus propias tristezas. Paralizado, no ha dejado que lo ayuden, paseándose por el mundo con el rostro incólume y la excusa perfecta para no comprometerse. Ha dedicado demasiadas energías a esconder su corazón destruido, transformándolo en un escudo impenetrable. No desperdicie más su enorme capacidad de amar y ábrales las puertas a o que puede significar amar en sus nuevas circunstancias, desde la fidelidad a sus principios morales y más profundos–para no traicionarse otra vez. Tenga cuidado, porque el dolor distrae y fácilmente se vuelve en costumbre. Para todo hay un límite en la vida, también para el llanto y la espera. Seque las lágrimas que aún quedan en sus ojos; encontrará la calma. Deje ya de vivir agonizando, sepulte las ilusiones sin destino y cubra su obstinación con tierra fresca. Entierre por fin a sus muertos y déjelos descansar en paz.
Basado en un texto de EUGENIA WEINSTEIN