Tradición sí porque Dios ha ido escribiendo en nuestra vida, en la vida de la Iglesia; tradicionalismo no, porque finalmente es la idolatría de un periodo de la historia.
Para no caer en puras tradiciones humanas la enseñanza de la Iglesia debe tener continuidad desde la Palabra de Dios, debe haber una escala de prioridades y tener en cuenta que hay aspectos culturales que no son esenciales para la vida de la Iglesia.
[Retiro para formadores, misioneros y superiores, ofrecido a las Hermanas Dominicas Nazarenas, en Sasaima, Colombia, Diciembre de 2013.]
Tema 2 de 8: Tradición
* Podemos descubrir el núcleo de nuestra perplejidad en términos de viabilidad: ¿son viables, tienen futuro, los valores, costumbres, modos de vida y de respuesta a Dios que conocemos? Lo que está en juego es el problema, siempre inédito, de la transmisión de un legado, o paso de un relevo. Cuando vemos tantas familias en las que los hijos ya no participan de la fe de los padres, o escogen formas de vida en abierto contraste con la moral de sus mayores, podemos y debemos preguntarnos qué está sucediendo en el proceso de entrega y recepción de aquellas cosas que son tan preciosas para nosotros.
* En términos bíblicos, el nombre que esto tiene es “parádosis” (en griego) o “traditio” (en latín). En ambos casos, estas palabras son sustantivos que aluden a una acción, a un verbo. La palabra correspondiente en español es “tradición.” La pregunta de fondo de nuestra retiro es entonces: ¿qué cómo es posible la “entrega” la tradición hoy? Obsérvese que esta palabra la miramos como un proceso, una dinámica, y no simplemente como una especie de repetición rutinaria, ni como un equipo de bodega que pasa de mano en mano, según inventario.
* ¿Qué hemos de entregar? Puesto que sólo Uno es Señor y Salvador, queremos dar a Cristo. Queremos que todos se encuentren con cristo y que lo reciban como nosotros o mejor que nosotros.
* Pero también es válido aplicarnos lo que dijo el apóstol: “Queríamos entregaros no sólo el Evangelio sino nuestra propia vida” (1 Tesalonicenses 2, 8). por eso, en la “entrega” propia de la verdadera tradición no podemos contentarnos con asegurar unos contenidos doctrinales, o la adquisición de unas rutinas que permitan seguir unos ritos. La “parádosis” es entrega de sí mismo: cada uno, en la medida en que se da hace posible y real el Evangelio para quienes lo escuchan o rodean.
* En otro sentido, hemos de entregar lenguajes vivos, es decir, no simples léxicos, sino conjuntos articulados de experiencias significativas que sirven de referencia para toda una vida. Por eso, la tradición es también la inserción en ambientes, por ejemplo litúrgicos, y conlleva finalmente una transformación o mudanza interior que apunta a la adquisición de criterios de discernimiento y maneras de sentir.
“La Tradición de la Iglesia, desde el punto de vista teológico, es una combinación de elementos que se suman para crear un todo inseparable; esto es la esencia misma de la Iglesia fundada por Cristo. Estos elementos se pueden consideran en dos grupos: los inmutables que nunca cambian y siempre permanecen idénticos, y aquellos que si pueden cambiar o son modificables. Es importantísimo entender esta diferencia pues si no se entiende bien se puede caer en gravísimos errores: aquellos que quieren cambiar lo que no se puede cambiar de la Tradición caen en el gravísimo error del modernismo o progresismo, un error condenado por el Magisterio en el Syllabus y en tantos otros documentos oficiales. Aquellos que no entienden que la Tradición igualmente se compone de elementos que pueden cambiar siguen una noción, errónea, limitada e incompleta de la Tradición…”
El P. José Ma. Iraburu ha escrito una magnífica serie de siete artículos, primero publicados en Infocatólica, sobre los errores en que incurren los seguidores o simpatizantes de Mons. Marcel Lefebvre, más allá de las pretensiones de “verdadera” y radical fidelidad con que ellos quieren presentarse. Click!
Los filo-lefebvrianos obstaculizan en gran medida el regreso de la FSSPX a la plena comunión con la Iglesia católica. Aunque pueda parecer una paradoja, es así. Ellos, sin ser lefebvrianos, asumen gran parte de sus tesis principales, comprenden o incluso justifican la ordenación de los cuatro Obispos, consideran algunos documentos del Concilio inconciliables con el Magisterio anterior, ven con aversión la Misa de forma ordinaria –llegando algunos a negar su validez–, condenan de forma implacable algunos gestos de Juan Pablo II y de la Iglesia en el postconcilio, y de este modo, aunque no lo pretendan, están dando la razón a los lefebvrianos, les fortalecen en sus posiciones, y por eso, sin duda, están dificultando gravemente su reincorporción a la plena comunión de la Iglesia católica. Consiguen de hecho justamente lo contrario de lo que pretenden.
He descrito ya someramente la fisonomía de los católicos filo-lefebvrianos. Pero ya se comprende que su identidad no puede ser definida con exactitud, pues se realiza en innumerables grados. Hay casos en que el filo-lefebvrismo no pasa apenas de ser una valoración grande, pero no del todo bien entendida, de la Tradición católica. Pero en otros casos, hay católicos próximos al lefebvrismo que casi se identifican con los lefebvrianos, sobre todo cuando admiten como legítimas las causas que ocasionaron «el acto cismático» de la ordenación de los Obispos de la FSSPX.
10. La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración (cf. Act., 8,42), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida.
Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer.
Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.
[Constitución Dei Verbum, n. 9, del Concilio Vaticano II]
9. Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad.
[Constitución Dei Verbum, n. 9, del Concilio Vaticano II]
8. Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.
Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.
Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta tradición, cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente operativa, y de esta forma, Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col., 3,16).
[Constitución Dei Verbum, n. 8, del Concilio Vaticano II]
“El método histórico-crítico de investigación de la Escritura es legítimo y necesario, pero debe interpretarse según su clave, que es la fe de la Iglesia, considera Benedicto XVI…” Click!