Tres pensamientos
sobre la confianza profunda

Dios mío: siempre acudes a las necesidades verdaderas.

No vas peor. -Es que ahora tienes más luces para conocerte: ¡evita hasta el más pequeño asomo de desánimo!

En el camino de la santificación personal, se puede a veces tener la impresión de que, en lugar de avanzar, se retrocede; de que, en vez de mejorar, se empeora. Mientras haya lucha interior, ese pensamiento pesimista es sólo una falsa ilusión, un engaño, que conviene rechazar. -Persevera tranquilo: si peleas con tenacidad, progresas en tu camino y te santificas.

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Así piensan los santos

Con la gracia de Dios, tú has de acometer y realizar lo imposible…, porque lo posible lo hace cualquiera. Rechaza tu pesimismo y no consientas pesimistas a tu lado. -Es preciso servir a Dios con alegría y con abandono. Aparta de ti esa prudencia humana que te hace tan precavido, ¡perdóname!, tan cobarde. -¡No seamos personas de vía estrecha, hombres o mujeres menores de edad, cortos de vista, sin horizonte sobrenatural…! ¿Acaso trabajamos para nosotros? ¡No! Pues, entonces, digamos sin miedo: Jesús de mi alma, trabajamos para Ti.

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Misericordia y conversión

Admira esta paradoja amable de la condición de cristiano: nuestra propia miseria es la que nos lleva a refugiarnos en Dios… y con El lo podemos todo.

Cuando hayas caído, o te encuentres agobiado por la carga de tus miserias, repite con segura esperanza: Señor, mira que estoy enfermo; Señor, Tú, que por amor has muerto en la Cruz por mí, ven a curarme.

Confía, insisto: persevera llamando a su Corazón amantísimo. Como a los leprosos del Evangelio, te dará la salud. Llénate de confianza en Dios y ten, cada día más hondo, un gran deseo de no huir jamás de El.

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Terminar el año en clave de penitencia y conversión generosa!

Dolido de tanta caída, de aquí en adelante -con la ayuda de Dios- estaré siempre en la Cruz.

Lo que perdió la carne, páguelo la carne: haz penitencia generosa.

Invoca al Señor, suplicándole el espíritu de penitencia propio del que todos los días se sabe vencer, ofreciéndole calladamente y con abnegación ese vencimiento constante.

Repite en tu oración personal, cuando sientas la flaqueza de la carne: ¡Señor, Cruz para este pobre cuerpo mío, que se cansa y que se subleva!

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¡Hay que amar!

Hay que amar a Dios, porque el corazón está hecho para amar. Por eso, si no lo ponemos en Dios, en la Virgen, Madre nuestra, en las almas…, con un afecto limpio, el corazón se venga…, y se convierte en una gusanera.

Di al Señor, con todas las veras de tu alma: a pesar de todas mis miserias, estoy ¡loco de Amor!, estoy ¡borracho de Amor!

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Redefiniendo el éxito

A ti, que te ves tan falto de virtudes, de talento, de condiciones…, ¿no te dan ganas de clamar como Bartimeo, el ciego: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!? -Qué hermosa jaculatoria, para que la repitas muchas veces: ¡Señor, ten compasión de mí! -Te oirá y te atenderá.

Si eres fiel, podrás llamarte vencedor. -En tu vida, aunque pierdas algunos combates, no conocerás derrotas. No existen fracasos -convéncete-, si obras con rectitud de intención y con afán de cumplir la Voluntad de Dios. -Entonces, con éxito o sin éxito, triunfarás siempre, porque habrás hecho el trabajo con Amor.

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Maravillas del sacramento de la confesión

En el sacramento de la Penitencia, Jesús nos perdona. -Ahí, se nos aplican los méritos de Cristo, que por amor nuestro está en la Cruz, extendidos los brazos y cosido al madero -más que con los hierros- con el Amor que nos tiene.

Si alguna vez caes, hijo, acude prontamente a la Confesión y a la dirección espiritual: ¡enseña la herida!, para que te curen a fondo, para que te quiten todas las posibilidades de infección, aunque te duela como en una operación quirúrgica.

La sinceridad es indispensable para adelantar en la unión con Dios. -Si dentro de ti, hijo mío, hay un “sapo”, ¡suéltalo! Di primero, como te aconsejo siempre, lo que no querrías que se supiera. Una vez que se ha soltado el “sapo” en la Confesión, ¡qué bien se está!

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Humildad y confianza

Si tus errores te hacen más humilde, si te llevan a buscar con más fuerza el asidero de la mano divina, son camino de santidad.

La humildad lleva, a cada alma, a no desanimarse ante los propios yerros. -La verdadera humildad lleva… ¡a pedir perdón!

Si yo fuera leproso, mi madre me abrazaría. Sin miedo ni reparo alguno, me besaría las llagas. -Pues, ¿y la Virgen Santísima? Al sentir que tenemos lepra, que estamos llagados, hemos de gritar: ¡Madre! Y la protección de nuestra Madre es como un beso en las heridas, que nos alcanza la curación.

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Reglas básicas de santidad

La humildad nace como fruto de conocer a Dios y de conocerse a sí mismo.

Señor, te pido un regalo: Amor…, un Amor que me deje limpio. -Y otro regalo aún: conocimiento propio, para llenarme de humildad.

Son santos los que luchan hasta el final de su vida: los que siempre se saben levantar después de cada tropiezo, de cada caída, para proseguir valientemente el camino con humildad, con amor, con esperanza.

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Nuestras miserias y sus misericordias

No te asustes, ni te desanimes, al descubrir que tienes errores…, ¡y qué errores! -Lucha para arrancarlos. Y, mientras luches, convéncete de que es bueno que sientas todas esas debilidades, porque, si no, serías un soberbio: y la soberbia aparta de Dios.

Pásmate ante la bondad de Dios, porque Cristo quiere vivir en ti…, también cuando percibes todo el peso de la pobre miseria, de esta pobre carne, de esta vileza, de este pobre barro. -Sí, también entonces, ten presente esa llamada de Dios: Jesucristo, que es Dios, que es Hombre, me entiende y me atiende porque es mi Hermano y mi Amigo.

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Volver a Dios

Escribes, y copio: “«Domine, tu scis quia amo te!» -¡Señor, Tú sabes que te amo!: cuántas veces, Jesús, repito y vuelvo a repetir, como una letanía agridulce, esas palabras de tu Cefas: porque sé que te amo, pero ¡estoy tan poco seguro de mí!, que no me atrevo a decírtelo claro. ¡Hay tantas negaciones en mi vida perversa! «Tu scis, Domine!» -¡Tú sabes que te amo! -Que mis obras, Jesús, nunca desdigan estos impulsos de mi corazón”. -Insiste en esta oración tuya, que ciertamente El oirá.

Repite confiadamente: Señor, ¡si mis lágrimas hubieran sido contrición!… -Pídele con humildad que te conceda el dolor que deseas.

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Conversión posible a la vista

Algunos hacen sólo lo que está en las manos de unas pobres criaturas, y pierden el tiempo. Se repite a la letra la experiencia de Pedro: «Præceptor, per totam noctem laborantes nihil cepimus!» -Maestro, hemos trabajado toda la noche, y no hemos pescado nada. Si trabajan por su cuenta, sin unidad con la Iglesia, sin la Iglesia, ¿qué eficacia tendrá ese apostolado?: ¡ninguna! -Han de persuadirse de que, ¡por su cuenta!, nada podrán. Tú has de ayudarles a continuar escuchando el relato evangélico: «in verbo autem tuo laxabo rete» -fiado en tu palabra, lanzaré la red. Entonces la pesca será abundante y eficaz. -¡Qué bonito es rectificar, cuando se ha hecho, por cualquier motivo, un apostolado por cuenta propia!

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Tiempo de conversión

Todo lo espero de Ti, Jesús mío: ¡conviérteme!

Cuando aquel sacerdote, nuestro amigo, firmaba “el pecador”, lo hacía convencido de escribir la verdad. -¡Dios mío, purifícame también a mí!

Si has cometido un error, pequeño o grande, ¡vuelve corriendo a Dios! -Saborea las palabras del salmo: «cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies» -el Señor jamás despreciará ni se desentenderá de un corazón contrito y humillado.

Dale vueltas, en tu cabeza y en tu alma: Señor, ¡cuántas veces, caído, me levantaste y, perdonado, me abrazaste contra tu Corazón! Dale vueltas…, y no te separes de El nunca jamás.

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Todo lo puedo en Cristo

El recuerdo, imborrable, de los favores recibidos de Dios debe ser siempre impulso vigoroso. Y más aún en la hora de la tribulación.

Hay una sola enfermedad mortal, un solo error funesto: conformarse con la derrota, no saber luchar con espíritu de hijos de Dios. Si falta ese esfuerzo personal, el alma se paraliza y yace sola, incapaz de dar frutos.

La lucha ascética no es algo negativo ni, por tanto, odioso, sino afirmación alegre. Es un deporte. El buen deportista no lucha para alcanzar una sola victoria, y al primer intento. Se prepara, se entrena durante mucho tiempo, con confianza y serenidad: prueba una y otra vez y, aunque al principio no triunfe, insiste tenazmente, hasta superar el obstáculo.

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