77. El Domingo

Misa en español, Dublín77.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

77.2. Cada domingo la Santa Iglesia celebra la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. No tendría sentido esta celebración si no fuera ella misma la que marca el ritmo de la Historia humana hacia el domingo sin ocaso que es el Cielo. Como todo es preciso que lo aprendas a su tiempo y en su medida, también es necesario que aprendas a vivir el Día del Señor.

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76. La Iglesia peregrina en el futuro

Mirada de Jesús

76.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

76.2. La constancia misma que Dios te ha regalado en la consignación de estas palabras es una señal que no debes desdeñar. Ningún proyecto estrictamente tuyo de esta naturaleza alcanzó ni la mitad de lo que ahora puedes ver que hemos hecho. Es motivo para que le des gracias a Dios, porque, has de creerme, esto que tú estás viviendo, aunque parezca excepcional en este momento, en cierto sentido tendría que ser la vida normal y común de la Iglesia Peregrina. ¿No es normal y común que, si un mismo Dios nos ha creado y nos ha comunicado su gracia, nos gocemos en alabarle a una voz y en todo procuremos unirnos más y más a su amor inconmensurable?

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75. Alegraos con los que se Alegran

Madre Teresa de Calcuta75.1. Quiero que sepas que me alegra tu alegría. Pablo dejó esta enseñanza: «Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran», y en cierto modo lo explicó en lo que sigue: «Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría» (Rom 12,15-16).

75.2. Ese “mismo sentir,” pues, no es una forma de complicidad o, como diría alguna psicología contemporánea, “falta de personalidad.” Más bien es la respuesta cristiana al problema siempre actual de la altivez, ese afán de buscar la propia “altura.” ¿No fue este el pecado de Babel: el ser humano queriendo levantarse a lo alto? Por eso Pablo habla de “un mismo sentir,” porque un terreno llano no tiene “alturas” o “singularidades.” Es algo como lo que alegóricamente puedes entender del conocido texto de Isaías: «Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie» (Is 40,4). La invitación de Pablo es algo así como “vuélvase lo escabroso llano.”

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74. El Misterio de la Comunión

Cáliz y Trigo74.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

74.2. Comulgar es llegar a ser uno, no por vía de disolución en una mezcla, ni por vía de anulación del más pequeño, ni por vía de imposición del más grande, ni por vía de negociación entre los intereses de ambos, ni por vía de provecho común o intereses semejantes, ni por vía de alternancia en el poder o en el provecho.

74.3. Comulgar es llegar a ser uno, no sólo en los pensamientos, ni sólo en los proyectos, ni sólo en los recuerdos, ni sólo en las posibilidades o esperanzas, sino en las raíces mismas del ser. Por eso, en rigor de términos, dos creaturas no pueden comulgar la una con la otra: sólo es posible comulgar con Dios, si bien es cierto, que en Dios es posible comulgar con todos los que son uno en Dios.

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73. Aprender a Hablar

Hostia y Uvas73.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

73.2. Como el oficio de tu vida es la predicación, tu amor está en la Palabra. Así como el escultor aprende a valorar la calidad de uno y otro mármol, así tú tienes por derecho y por deber que conocer cuánto pesa y qué textura tienen las palabras, de modo que puedas tratar a cada una como lo que es y puedas también llamarlas como amigas al servicio de tus pensamientos y del afecto de tu alma, y no como estorbos o barreras que te distancien de tu misión o de aquellos a los que quieres dirigirte.

73.3. Para aprender a hablar hay que hablar corto. La Biblia, que habla bien de la Palabra, habla mal de la abundancia de palabras: «En las muchas palabras no faltará pecado; quien reprime sus labios es sensato» (Prov. 10,19). Otro tanto dice Nuestro Señor refiriéndose específicamente a la oración: «Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados» (Mt 6,7).

73.4. Así como la conducta ha de ser sobria (1 Tes 5,6.8; 1 Tim 3,2.11; Tit 2,2; 1 Pe 1,13; 4,7; 5,8), así las palabras han de ser las necesarias, según los criterios de la justicia, la utilidad y la caridad. Justicia fue que Daniel levantara su voz para defender a la inocente Susana (Dan 13,42-62); utilidad es aquella edificación que Pablo pone como criterio fundamental en el discernimiento de los carismas (1 Cor 14,2-12); caridad es aquel amor que lleva a Juan a testificar lo que ha visto y oído, para que sus oyentes estén en comunión con el Padre y el Hijo (Jn 20,31; 1 Jn 1,1-3; 5,13).

73.5. Hablar poco y con sobriedad implica gustar y hacer gustar la dulzura de las palabras. Vienen al caso las expresiones de aquel amigo de Job: «¿Te parecen poco los consuelos divinos, y una palabra que con dulzura se te dice?» (Job 15,11), pues «Dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría y el hombre que alcanza la prudencia; más vale su ganancia que la ganancia de plata, su renta es mayor que la del oro. Sus caminos son caminos de dulzura y todas sus sendas de bienestar» (Prov. 3,13-14.17).

73.6. Tú debes hablar y predicar como el que ha encontrado esta dulzura, como el que ha probado el banquete, y atrae con alegría a otros para que gusten el amor de Dios. Así obró Andrés cuando atrajo a Pedro hacia Jesucristo: «Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” —que quiere decir, Cristo—. Y le llevó donde Jesús» (Jn 1,40-42). Si Andrés se hubiera puesto a darle largas clases de teología y espiritualidad a Pedro, seguramente no hubiera conseguido mucho, pero obró con la inteligencia de la humildad y con la prudencia de la caridad: dio lo que podía y debía dar, y llevó a su hermano allí donde podían darle lo que él mismo no poseía aún. Sigue tú ese ejemplo.

73.7. El mismo Cristo supo poner freno a sus palabras, cuando suspendió la tersa belleza de su discurso en aquella sublime Cena, y dijo con humildad divina: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir» (Jn 16,12-13). ¡Qué sublime espectáculo! ¡Cristo Palabra se vuelve Cristo Silencio, para que el Amor tenga la última palabra!

73.8. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.

72. Paz Contigo Mismo

Paz compartida72.1. De una cosa puedes estar seguro: todo cuanto te he prometido voy a cumplirlo. Poco a poco, como si vinieras de un largo y penoso viaje o de una prolongada enfermedad, te veo acercarte a la soledad, a la conversión, a la alegría, a la reconciliación contigo mismo. ¿No es verdad que tiene su belleza la caridad divina, cuando hace que un ser se convierta en ministro de la paz de otro ser para consigo mismo? Lo cierto es que así obró con vosotros ante todo y primero que todos el Señor Jesucristo. De esto quiero hablarte hoy, para que tú aprecies su amor y, en cuanto yo soy mensajero de ese amor, me acojas con mayor confianza y mayor provecho.

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71. Aprender a Comulgar

Hostia y Uvas71.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

71.2. Hoy, con la bondad de Dios, quiero empezar a enseñarte a comulgar. Tu destino, es decir, la meta y final de tu camino, es el Cielo, ¿no es verdad? ¿Y qué es el Cielo, sino la prolongación, ya sin límite alguno, de lo que te sucede cuando comulgas? ¡Si no aprendes a comulgar no sé a qué vas a venir al Cielo, donde nada existe si no es la dulce, perpetua y profunda comunión con Dios y con su Hijo Jesucristo!

71.3. Cuando eras niño, fuiste preparado para la Primera Comunión. Meses de catequesis te condujeron a aquella fecha, preciosa para mí, en que Cristo llegó de modo nuevo y más íntimo a enriquecer tu alma con los bienes de su amor incomparable de Amigo. Esas enseñanzas fueron un bien muy grande para tu corazón de niño, aunque quizá no tuvieras entonces todo el ardor que hubiera sido de desear. Yo no vengo aquí a repetirte esas catequesis, sino en cierto modo a contarte lo que no te dijeron en aquel entonces, y que sería muy bueno que se le dijera a los niños, y en verdad a todos los que van a acercarse al Banquete Eucarístico.

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70. Los Ángeles y Los Sacramentos, Parte II

Eucaristía70.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

70.2. La Carta a los Hebreos tiene entre sus principales propósitos destacar la diferencia entre la obra única de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y el ministerio de los Ángeles. Dice, por ejemplo: «En efecto, ¿a qué Ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y también: Yo seré para él Padre, y él será para mi Hijo?» (Heb 1,5). En este sentido debes saber y enseñar que nada se parece al Sacrificio único y perfectamente eficaz del Hijo de Dios, y por lo tanto, que hay una distancia infinita entre el ministerio de los Ángeles y el Sacerdocio de Jesucristo.

70.3. De ahí sin embargo, no debes deducir que los Ángeles seamos ajenos al ministerio sacerdotal, pues la unidad misma del plan misericordioso de Dios que tiene un solo fin, vuestra salvación, hace que todo concurra para el logro de ese fin. Evidentemente no se trata de que nosotros seamos sacerdotes, pues el sacerdocio cristiano está unido a la ofrenda de Cristo, la cual, como enseña esta misma Carta y como lees en otros lugares de la Escritura, depende formalmente del misterio de la Encarnación, que supone la unión con la naturaleza humana y no con la naturaleza angélica.

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69. Los Ángeles y Los Sacramentos, Parte I

Hostia69.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

69.2. Puesto que en los sacramentos se comunica particularmente la gracia de Dios, y yo mismo soy una expresión del deseo que Dios tiene de que vivas y crezcas en su gracia, es fácil entender que hay una asociación muy profunda entre los sacramentos y la presencia inspiradora y santificadora que Dios ha querido que los Ángeles tengamos en vuestras vidas.

69.3. No es difícil encontrar en la Sagrada Escritura testimonios sobre cómo todo aquello que Dios habría de comunicar plenamente —y ahora comunica con abundancia— en razón de la humanidad sacrosanta de su Divino Hijo, todo eso, digo, aparece como anticipado y otras veces completado, embellecido, proclamado por el ministerio de los Ángeles.

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68. Puedes decir que soy Una Mirada

Mirada de niño68.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

68.2. Hilos sutiles, y un tejido tenue y fino, van uniendo entre sí las más diversas creaturas. Una mirada distraída y apática distingue sólo masa y multitud; una mirada atenta y amorosa descubre orden y belleza.

68.3. En cierto modo, este es uno de los grandes oficios de los Ángeles: mirar, y mirando, admirar y alabar. Cada Ángel tiene, por así decirlo, como un punto de vista sobre el conjunto de la obra creadora y redentora de Dios, y ninguno la agota, pues desde que Dios mismo quiso participar de su naturaleza a sus creaturas racionales, las hizo inagotables en sus posibilidades.

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¿Qué es ofrecer algo a Dios?

Orando por los enfermosSi hay algo más impresionante que ver a una persona sufriendo es ver que ofrece su sufrimiento por el bien de otros. Es una escena que he tenido la gracia de ver más de una vez, especialmente en el contexto de los agonizantes. Precisamente allí donde todo se entrega, allí donde asoman las puertas altas y siniestras de la muerte, la generosidad brilla como piedra preciosísima. Estos, mis oídos, han oído cosas como: “¡Ofrezco este dolor por mi país, para que cese la violencia!” O también: “Acepta, Jesús, esta ofrenda de mi vida por las vocaciones sacerdotales.”

El valor asombroso de personas como estas lo mueve a uno a reflexión en varios niveles. Está la parte existencial, es decir, ese cuestionamiento que uno termina haciéndose en torno a a los propios valores, y en torno también a lo que pasa y lo que dura. Para mí por lo menos es inevitable sentirme torpe, cobarde y egoísta cuando descubro el tamaño del amor que circula por esas carnes maceradas por el peso de la enfermedad, los accidentes o la violencia de los hombres. Este es un nivel de cuestionamiento que se puede resumir en la pregunta: “¿Y yo qué?”

Pero hay otros niveles. Por ejemplo, cabe preguntarse por la dimensión psicológica del ofrecimiento: ¿Qué hay en la cabeza de una persona cuando enfrenta un dolor intenso y lo abraza, y lo ofrece? Aunque suene cruel o descreído preguntarlo: ¿Es un acto de resignación? ¿Es una forma de huir con decoro y tratar de hacer algo bueno de un momento malo? La razón de hacer estas preguntas no es la curiosidad. Es que me llama la atención por qué unas personas parece que pueden dar ese paso mientras que otros se cierran en una concha de amargura y simplemente maldicen su suerte o se concentran en recriminarle a Dios su injusticia. ¿Por qué sucede así? ¿Hay alguna forma de ayudar a que la persona que sufre bajo el impacto de un dolor descomunal encuentre un camino hacia una perspectiva de oblación y ofrecimiento, o eso sólo sucede si la persona ya era creyente y muy religiosa?

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67. Sanado de tu Traición

Amanecer67.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

67.2. Causa extrañeza a tu mente que puedan estar tan próximas la santidad y el pecado, la virtud y el vicio, la belleza y la deformidad. En la contemplación de la naturaleza —antes de que la toque la mano humana— no suelen darse vecinos tan dispares. Un león no es a veces tierno y a veces cruel con las cebras, ni hay por naturaleza leones tiernos y leones crueles, mientras que los hombres varían en sus sentimientos, los tejen y relacionan de modos caprichosos o absurdos, los ocultan o manifiestan cuando les conviene, o a veces padecen terribles conflictos internos: sienten que aman y odian a la vez, descubren que les gustaría que no les gustara lo que les gusta, y, en fin, hacen mil combinaciones más de un universo interno complejo y a menudo agobiante.

67.3. La Biblia toma atenta nota de este desgarramiento interno del corazón humano. El mismo Pedro que recibió de primero la claridad sobre la misión propia de Jesús (Mt 16,16), recibió también de Jesús severa reprimenda por su osadía desorbitada (Mt 16,23); prometió hacerse matar por su Maestro (Mc 14,31) y lo negó (Mc 14,66-72).

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66. El Origen de la Paz

Pregunta66.1. Aunque hay igualdades fundamentales entre los seres humanos, ellas son de tal naturaleza que se abren a una diversidad inagotable. En efecto, vuestras facultades propias, como la inteligencia y la voluntad tienen una identidad básica, pero tienen también una apertura radical hacia el objeto que les es propio, a saber, la verdad para la inteligencia y el bien para la voluntad.

66.2. Eres semejante a tus hermanos los hombres en que también ellos, lo mismo que tú, estáis llamados al bien y a la verdad, pero como no estáis predestinados a un bien particular o a una verdad única, resulta así que de la unidad de naturaleza y de especie nace la diversidad de los individuos.

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65. El Origen del Anticristo

Dreadful night65.1. En todo tiempo aquellos que han anhelado la más plena libertad han querido desprenderse del tiempo, y en todo lugar aquellos que han pretendido la más perfecta libertad han tratado de irse más allá de todo lugar. No siempre las palabras que expresan estas ansias de liberación suprema han sido las más apropiadas. Así por ejemplo, los que hablaron del cuerpo como “cárcel” del alma describieron con acierto la fuerza de este impulso interior, pero suscitaron confusión sobre el hecho de que lo corpóreo tiene su origen en el mismo Dios que es único Creador de todo “lo visible y lo invisible,” según ha enseñado varias veces la Iglesia en solemnes y augustos credos.

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64. Semejantes por el Amor de Cristo

Cristo Crucificado

64.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

64.2. Cuando amas lo que Dios ama, tienes a tu favor toda la potencia de la voluntad divina. Ciertamente no está en tu mano conocer todo lo que Dios conoce, pero sí puedes aspirar con todas tus fuerzas a amarle y a amar lo que Él ama.

64.3. Esta consideración te puede ayudar a entender mejor el primer mandamiento de la Ley de Dios: «Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,5; Mt 22,36-37). El término “mandamiento” puede darte la falsa idea de que se trata de una voluntad externa a ti e impuesta a ti. La verdad es que este “mandamiento” no hace sino prolongar la palabra con la que fuisteis creados. Así como no fue una palabra tuya la que te creó, tampoco es una palabra tuya la que puede señalar el fin último para el que fuiste creado. Este fin esta admirablemente resumido en aquella palabra: “¡Amarás!”

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63. Orar con Sabiduría

Oración63.1. Si sucediera en el mundo un diluvio que todo lo anegara, pero no como aquel diluvio de que te habla la Escritura (Gén 6,13-22), que llenó de muerte, sino un diluvio de sensatez y de sabiduría, muchas cosas cambiarían en la raza humana. Una de ellas, tal vez la primera, sería la manera de orar.

63.2. ¿En qué estriba la sabiduría en la oración? Ciertamente no ha de faltar esta cualidad en el ejercicio más perfecto y completo del alma humana. La oración no ha de ser sólo confiada, humilde y perseverante: es preciso que sea también sabia. Escucha, por ejemplo, lo que te dice Dios por boca del profeta: «Procurad el bien de la ciudad a donde os he deportado y orad por ella a Yahveh, porque su bien será el vuestro» (Jer 29,7).

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