92.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
92.2. El amanecer tiene una enseñanza para ti. Todo está oscuro, y las cosas están y existen, pero como si no estuvieran. Sus mensajes, es decir, aquello que dicen con la duración que Dios les dio, están como ausentes. La noche se parece al vacío: es como si todos se hubieran ido. Los primeros resplandores del alba te dejan ver las siluetas de las cosas, pero todo su misterio queda aún por descubrir.
92.3. La negra tiniebla da paso a los pardos y grises, y después a tenues colores que aún se confunden con la bruma de aquella hora primera. Despunta luego el sol, y con sus primeros rayos hiere de muerte a la noche, que ya pierde terreno irremediablemente. La figura de cada cosa se dibuja y todo sucede como si un ágil y diestro pintor recorriera el paisaje más rápido que la misma luz, y fuera vistiendo de brillo y de vida todo lo que descubren tus asombrados ojos.

91.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Una profunda sensación de trascendencia embarga mi alma a esta hora; algo inmenso y bello; una dulzura cargada de seriedad augusta; una ternura que apenas cabe en palabras y que me mueve a un respeto inmenso hacia todo lo que existe.
90.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
89.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
88.1. La luz aparece como la primera de las creaturas de Dios (Gén 1,3). No se trata, desde luego, de aquella luz que conocen tus ojos, sino más bien de aquella que, significada por la que ven tus ojos, está tan próxima a la Palabra Divina que penetra, como ella, las obras todas de la creación.
87.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
86.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
85.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
83.2. En el tumulto de todas las voces se oye la voz de Dios. Dicho mejor aún: Dios hace que todas las voces hablen su voz; es como la voz que, construida desde todas las voces, colma de sentido cuanto ellas no alcanzan a decir. Es lo que sugiere la Sagrada Escritura varias veces cuando te habla del vigor divino. Por ejemplo, aquello de Isaías: «Porque así me ha dicho Yahveh: Como ruge el león y el cachorro sobre su presa, y cuando se convoca contra él a todos los pastores, de sus voces no se intimida, ni de su tumulto se apoca: tal será el descenso de Yahveh Sebaot para guerrear sobre el monte Sión y sobre su colina» (Is 31,4). Hay gente —y entre ellos varias veces te he contado a ti—, que tiene una visión cobarde y simple del poder de Dios, como si Él no pudiera o no quisiera obrar cuando llega la confusión o cuando el terror se levanta; como si Él para reinar tuviera que estar sujeto a algunas condiciones externas o ajenas a su voluntad. ¡No es así! ¡Él, y sólo Él es Soberano!
82.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
81.1. El camino del alma humana es a la vez tu oportunidad y tu riesgo, tu esperanza y tu amenaza, tu gozo y tu sufrimiento. Es necesario que te recuerdes a menudo que estás en camino.
Esta sección la he desarrollado a partir de un
80.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
79.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.