134. El Bien Insípido

134.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

134.2. De tal modo sienten tus hermanos los hombres que los sabores son próximos a ellos, que el lenguaje del sabor es preferido para describir los sentimientos más profundos o que afectan más integralmente el curso de la existencia. Así oyes hablar de una niña que es muy “dulce,” de una situación “amarga” o de un sentido del humor “ácido.”

134.3. También la Escritura utiliza este lenguaje, cuando por ejemplo lees: «Una cosa he pedido a Yahveh, una cosa estoy buscando: morar en la Casa de Yahveh, todos los días de mi vida, para gustar la dulzura de Yahveh y cuidar de su Templo» (Sal 27,4). El Cantar es bastante explícito: «¡Qué hermoso eres, amado mío, qué delicioso! Puro verdor es nuestro lecho» (Ct 1,16); «¡Qué hermosos tus amores, hermosa mía, novia! ¡Qué sabrosos tus amores! ¡más que el vino! ¡Y la fragancia de tus perfumes, más que todos los bálsamos!» (Ct 4,10).

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133. Más Allá de Ti Mismo

133.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

133.2. Mientras que, para el mundo, obedecer es humillarse, porque supone estar “bajo” la potestad o el querer de otro, en el pensamiento y las disposiciones de Dios obedecer es el único camino que te lleva genuinamente “más allá” o “por encima” de ti mismo. El tamaño de quien no obedece a nadie es lo que alcancen a ver sus ojos y lo que puedan lograr sus brazos. El alcance de quien sabe obedecer es tan grande como la mirada de aquel a quien obedece, y su fuerza es tan grande como la de aquel cuya dirección sigue.

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132. La Creacion, la Redencion y la Iglesia

132.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

132.2. La obra de la conversión sucede en el tiempo pero más allá del tiempo. Has oído hablar de conversiones “instantáneas” y también de “procesos de conversión.” En realidad las dos cosas son ciertas, porque cada conversión se asemeja a la obra de la creación. Dime, ¿sucedió la creación “de un momento para otro”? En cierto modo sí, porque lo que empezó a existir tuvo un comienzo, y es claro que es posible definir un “antes” y un “después” de ese comienzo. El cambio sucedido, incapaz de ser apresado en palabras humanas, es inconmensurable con el tiempo, pues entre no existir y existir no hay término medio.

132.3. Mas ¿puede afirmarse también que la creación es un proceso? Sí, en otro sentido, porque no llamamos “creado por Dios” sólo a aquello que existió en primer lugar, ya que, como te dije en otra ocasión, todas las cosas son creadas y tienen en Dios la primera y más directa causa de s ser y existir. Si esto es así, resulta obvio que las cosas que van llegando a ser constituyen una secuencia o serie que se desenvuelve en el tiempo, y desde este enfoque la creación misma es un proceso.

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131. Dios en su Imagen

131.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

131.2. Toda la economía depende finalmente del campo; y todo en el campo depende finalmente de la tierra, de la lluvia y del sol: el agua, la luz y el suelo son el primer y más fundamental lenguaje de la cultura humana. Como una especie de milagro repetido, el aire y la luz, el agua y la tierra se vuelven hojas, flores, frutos; y también mariposas, ovejas, reses; y luego: músculos, carne y sangre; y finalmente: pensamientos, amores, anhelos, poesías y cantos.

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130. Analogías

130.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

130.2. Ningún tiempo es igual a otro tiempo, y sin embargo sí hay semejanzas entre los tiempos. Nuestro Señor Jesucristo aludió a este hecho que no deja de ser sorprendente cuando habló así: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre… Lo mismo, como sucedió en los días de Lot…» (Lc 17,26.28; Mt 24,37).

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129. La Cruz y Pentecostés

129.1. El momento más grande, es decir, el de la revelación fundamental de Jesucristo, fue la hora de la Cruz. Y el momento más grande y el de la gran revelación del Espíritu fue Pentecostés. Serás cristiano cuando percibas la grandeza del Espíritu en el terrible oprobio de la Cruz, y cuando descubras la humillación del Crucificado como manantial de Pentecostés.

129.2. Hay cristianos que quisieran quedarse con la Cruz, y otros cristianos que quisieran vivir sólo en Pentecostés. Estos son dos errores, y tú debes evitarlos y ayudar a que otros los eviten. La Cruz es como la excavación profunda en el cieno de la miseria humana, y por eso mismo como una fuente de la que han brotado las fuentes de la salvación en ese maravilloso surtidor del Espíritu que salta hasta la vida eterna. Pentecostés es como la descripción más honda de todo aquello que palpitaba en el corazón del Crucificado. Juan, el evangelista, ha querido condensar preciosamente estos dos misterios cuando ha escrito que en el momento final de su donación de amor hasta la muerte Jesús “entregó el Espíritu” (Jn 19,30).

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128. Dios guarda a los suyos

128.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

128.2. En muchos lugares de la Escritura se te invita a guardar la palabra que Dios ha pronunciado (Prov. 3,1; 4,4; 7,1.2; Sir 39,2; Jn 8,51.52; 14,24), la alianza que con Él se ha sellado (Gén 17,9; Sal 25,10), los mandatos y preceptos que ha dado a su pueblo (Dt 4,40; 7,11; 8,6; 1 Re 2,3; Sal 37,34; 119,129.136.167; Prov. 19,16; Qo 12,13; Sir 1,26; 21,11; Mt 19,17; Jn 14,21; 1 Jn 2,4.5; 3,24), las prescripciones rituales por Él dispuestas (Dt 16,1; Is 56,6).

128.3. Esta multitud de invitaciones admira tanto más cuanto que no es Dios quien recibe lucro ni beneficio alguno de toda esa obediencia. La pregunta que hace por boca del salmista es reveladora en este sentido: «¿Es que voy a comer carne de toros, o a beber sangre de machos cabríos?» (Sal 50,13). Dios pide unos sacrificios que no le enriquecen y requiere una sujeción que no le añade bien alguno. De mil modos, como ves, pide y exige que su alianza sea “guardada” y sus palabras “conservadas,” ¡cuando en realidad es Él el único que puede guardar y conservar lo que es suyo!

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127. Rodeado por el Amor

127.1. Así como tantas maravillas de la naturaleza visible suceden sin gran ruido ni aparato, así también los grandes prodigios de la gracia suelen estar rodeados por un denso silencio, no de ausencia sino de austera majestad.

127.2. Medita, por ejemplo, en la presencia eucarística. Es un milagro continuo, cercano inmenso, y, sin embargo, silencioso. Hay vidas así, como los sagrarios: llevan dentro incalculables tesoros, pero desde fuera sólo alcanzarías a ver modestas y vacilantes lamparillas, suficientes, empero, para conducirte a los portentos interiores.

127.3. La primera enseñanza que esta consideración puede traer a tu vida es obvia: tu tarea es ser lo que debes ser, pues no te va a alcanzar la vida para vivir y al mismo tiempo hacer propaganda de lo que vives. Pero hay otra conclusión posible: así como es dañino hurgar en las vidas buscando en ellas los rastros del pecado, así también es saludable contemplarlas con admiración y, especialmente en esas que son como florecillas silvestres sin aplauso ni público, reconocer el paso del Espíritu de Dios.

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126. Para ir al Desierto

126.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

126.2. Es preciso buscar la soledad, no como una especie de bien absoluto, sino como un instrumento para el conocimiento de sí mismo y la escucha más fiel de la voluntad de Dios.

126.3. Aunque la soledad es maestra, hay que saber escucharle sus lecciones. Dicho de otro modo: no todo aislamiento es genuina y fecunda soledad. Existe el aislamiento que nace del orgullo, del miedo, de la indiferencia o de la apatía. Aunque estas separaciones te aparten de los demás, no te apartan de ti mismo, y resulta que la verdadera soledad es como una peregrinación en la que lo primero que hay que dejar es el propio yo con todas sus pretensiones de imperialismo.

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125. Un Ángel Pequeño

125.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

125.2. Hay en el corazón humano una inmensa necesidad de sentirse “especial.” El otro día pensabas en voz alta a cuál de los Ángeles de la Biblia podía corresponder yo. Sé que quisieras sentirte relacionado con los grandes momentos del pasado y poder decir algo como “Dios ha enviado para mi custodia al Ángel que habló a los pastores en la noche de Navidad,” o algo parecido.

125.3. Hablando a la manera humana —la propia para este género de inspiraciones, desde luego— déjame decirte que me inspiras ternura. ¿Serías capaz de enorgullecerte y envanecerte hasta de eso: de cuál Ángel vienen las palabras que te iluminan? ¿Llegará a tanto tu insensatez que vas a medir la sabiduría y la providencia de Dios en términos de qué personajes selecciona para que te traten y te cuiden?

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124. Sobre las palabras de maldición

124.1. Hay que hablar también de las maldiciones. No es tema grato, pero sí necesario, y contigo yo debo preferir lo necesario a lo grato.

124.2. La sola expresión “¡maldito!” hace temblar tu alma. Y sin embargo, la Escritura habla de maldiciones, así como habla de oscuridades y tinieblas. No puedes cambiar aquella promesa de Dios a Abrahán: «Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gén 12,3). El amor de Dios por Abrahán queda aquí dramáticamente manifiesto. Si bendecir significara simplemente “desear el bien,” y maldecir “desear el mal,” ¡Dios está diciendo que deseará bienes o males a los que se los deseen a Abrahán!

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123. Tu Vocación es el Amor

123.1. Durante mucho tiempo pensaste que tu vocación era sobre todo el ejercicio de la inteligencia. Error grave. La inteligencia no es vocación, porque la aprehensión del bien supone el ejercicio del amor. Ello significa que, hasta cierto punto, debes aprender a vivir desde el principio, desde el cimiento, desde Cristo.

123.2. Todas las vocaciones son vocaciones al amor y desde el amor. El amor no lo puedes reemplazar con nada. En cambio, teniendo amor es posible reemplazar unas cosas con otras. El amor es la fuerza que convoca, el amor que mueve, y, si te lo digo todo de una vez, es la razón de las razones. Ni siquiera la razón tiene poder en quien no tiene amor a la verdad.

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122. La Palabra “Amor”

122.1. La palabra “amor” tiene, en tu lengua, cuatro letras. Cada una de esas letras es como una puerta que puedes abrir para encontrar su mensaje.

122.2. Empecemos por la letra “a.” Es la letra que te invita a la adoración, porque la forma más perfecta de amor es aquel pleno rendirnos ante Él de modo tal y en tal intensidad que sólo Él venga en ayuda de nosotros a darnos las palabras y afectos dignos de su alta majestad. Cuando hables de amor, levanta tu corazón a Dios, único que puede y debe ser amado con todo el corazón, con todas las fuerzas, con todo tu ser. Y cuando pienses en amar a Dios, empieza por la “a” de “adoración”: ninguna palabra describe mejor el absoluto despojo de ti en la perfecta riqueza que Dios da a quienes desean amarle.

122.3. Luego encuentras la letra “m,” inicial de la creatura que mejor y más plenamente ha vivido el misterio de la adoración: María. Sólo Dios es digno de Dios. Pero entre las creaturas aquella que ha acogido más perfectamente la unción que hace a la creatura capaz de genuino amor a Dios, la primera y más perfecta es ella, la Madre de Jesucristo, María. Si buscas un camino, un estilo, una manera en la verdadera adoración, todo ello y mucho más está en Nuestra Señora.

122.4. Viene la letra “o,” que sola forma una palabra. Es una conjunción disyuntiva que te indica la necesidad de elegir. Estoy seguro de que no has olvidado las palabras del Deuteronomio: «Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia» (Dt 30,19). Esa “o” te recuerda que puedes escoger, que no estás predeterminado, que en nada eres tan bueno que no puedas caer y en nada eres tan malo que no te puedas levantar. Esa “o” debe ser tu humildad cuando te sientas bueno y tu esperanza cuando te reconozcas malo. Esa “o” te habla del tiempo que aún tienes y los días con los que aún cuentas para realizar la verdad de tu vida en la adoración, como María Santísima.

122.5. Por último está la letra “r,” inicial de la “resurrección.” Con ella puedes recordar el corazón de tu fe, que es la resurrección de Jesucristo, y en ese acto glorioso del poder divino, la muestra más grande del amor, que precisamente en la resurrección resultó más fuerte que la muerte. Con esa “r” debes entender que Dios te amó hasta el extremo y que tu peor y más fuerte y persistente enemigo, a saber, la muerte, ya está vencido. Con esa “r” debes recordar asimismo que la plenitud de tu amor no se cumplirá en esta tierra, sino sólo cuando el misterio de la resurrección se haya cumplido en ti. Es bello, ¿no?

122.6. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.

121. La Iglesia Sacramento

121.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

121.2. Hay quienes no saben cambiar sin destruir. Deberían aprender de los árboles. Un árbol no destruye su raíz para hacer más vistosas las hojas, o más perfumadas las flores o más sabrosos los frutos. Un árbol tampoco entierra sus flores para que sufran lo que ha sufrido la raíz, ni sepulta las hojas esperando que se vuelvan tronco. Un árbol crece y se hace distinto sin hacerse otro.

121.3. En la Iglesia de tu tiempo hay personas que quieren que nada cambie y personas que quieren que la verdad sea deformada, ocultada o burlada. Duras tensiones sufre y sufrirá la Iglesia peregrina, pero esto no debe desanimarte. Ten en cuenta que ningún ser humano de quienes viven hoy sobre la tierra conoce la “versión definitiva” de la Iglesia.

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Ejercicios sobre el perdón, 33

Jesús sana hoy
(Lc 4,16-19; Mc 7,14-23)

AmorLes invito a reflexionar sobre un tema fundamental para quien ha sido herido en su interior. Jesús vino a curar al hombre de sus pecados, de sus heridas y a darle vida en abundancia: “¿Acaso olvida una madre a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ellas llegasen a olvidar, Yo nunca te olvido. Míralo, te tengo tatuado en la palma de mis manos” (Is 49,15-16). Dios-amor se preocupa de nosotros, de nuestra salud corporal o física y espiritual o interior. Cuida de nosotros mejor que una madre cuida de su hijo pequeño. El tema de la sanación interior es un tema central en el ministerio de Jesús, poco manejado hoy por nuestra pastoral. Jesús ha venido a sanar los corazones destrozados por el desamor y nos ofrece un corazón nuevo. Necesitamos ponernos en contacto con el poder sanador de Jesús, que nos quiere completamente sanos.

Testimonios: Un sacerdote sufrió durante varios años de dolores de cabeza persistentes, gripas y sinusitis. Lo agravaba el clima tropical donde vivía y el trabajo que tenía que realizar. En un momento de diálogo con el Señor, el le dijo: “Tu vida está llena de tensiones innecesarias, que destruyen tu salud. La fuente de esas tensiones no es ni el clima, ni el trabajo, sino tu espíritu desconfiado y negativo. Cuando trabajas, lo haces como si yo no estuviese contigo. ¿Porqué no confías en mí? Ahí está ese sacerdote al que no acabas de aceptar. ¿Porqué no lo perdonas y aceptas, como yo te perdono y acepto a ti?”. Y Jesús, médico divino, no solo hace el diagnóstico a fondo, receta el tratamiento, sino también nos sana. Por eso, con su ayuda comencé a mirar a mi hermano sacerdote, con amor y comprensión, perdonándolo. Me fue fácil perdonarlo más de siete veces. Comencé a visualizar el trabajo, no como mi trabajo, sino como algo del Señor, que yo realizo bajo su dirección y con su fuerza. El Espíritu de alabanza vino a reemplazar mi espíritu de queja. A los pocos días sufrí un ataque fuerte de gripa y sinusitis. Pero, seguí confiando en el Médico divino y alabándole. Desde entonces, -hace ya doce años- no he vuelto a tener gripa fuerte, ni sinusitis, ni dolores de cabeza.

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