En el mundo sin ser del mundo

Con tu conducta de ciudadano cristiano, muestra a la gente la diferencia que hay entre vivir tristes y vivir alegres; entre sentirse tímidos y sentirse audaces; entre actuar con cautela, con doblez… ¡con hipocresía!, y actuar como hombres sencillos y de una pieza. -En una palabra, entre ser mundanos y ser hijos de Dios.

No se puede separar la religión de la vida, ni en el pensamiento, ni en la realidad cotidiana.

De lejos -allá, en el horizonte- parece que el cielo se junta con la tierra. No olvides que, donde de veras la tierra y el cielo se juntan, es en tu corazón de hijo de Dios.

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Claves cristianas de vida en sociedad

Esta es tu tarea de ciudadano cristiano: contribuir a que el amor y la libertad de Cristo presidan todas las manifestaciones de la vida moderna: la cultura y la economía, el trabajo y el descanso, la vida de familia y la convivencia social.

Un hijo de Dios no puede ser clasista, porque le interesan los problemas de todos los hombres… Y trata de ayudar a resolverlos con la justicia y la caridad de nuestro Redentor. Ya lo señaló el Apóstol, cuando nos escribía que para el Señor no hay acepción de personas, y que no he dudado en traducir de este modo: ¡no hay más que una raza, la raza de los hijos de Dios!

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Buenos ciudadanos y buenos cristianos

El buen hijo de Dios ha de ser muy humano. Pero no tanto que degenere en chabacano y mal educado.

Es difícil gritar al oído de cada uno con un trabajo silencioso, a través del buen cumplimiento de nuestras obligaciones de ciudadanos, para luego exigir nuestros derechos y ponerlos al servicio de la Iglesia y de la sociedad. Es difícil…, pero es muy eficaz.

No es verdad que haya oposición entre ser buen católico y servir fielmente a la sociedad civil. Como no tienen por qué chocar la Iglesia y el Estado, en el ejercicio legítimo de su autoridad respectiva, cara a la misión que Dios les ha confiado. Mienten -¡así: mienten!- los que afirman lo contrario. Son los mismos que, en aras de una falsa libertad, querrían “amablemente” que los católicos volviéramos a las catacumbas.

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En el mundo sin ser del mundo

Tu vocación de cristiano te pide estar en Dios y, a la vez, ocuparte de las cosas de la tierra, empleándolas objetivamente tal como son: para devolverlas a El.

¡Parece mentira que se pueda ser tan feliz en este mundo donde muchos se empeñan en vivir tristes, porque corren tras su egoísmo, como si todo se acabara aquí abajo!

El mundo está frío, hace efecto de dormido. -Muchas veces, desde tu observatorio, lo contemplas con mirada incendiaria. ¡Que despierte, Señor! -Encauza tus impaciencias con la seguridad de que, si sabemos quemar bien nuestra vida, prenderemos fuego en todos los rincones…, y cambiará el panorama.

La fidelidad -el servicio a Dios y a las almas-, que te pido siempre, no es el entusiasmo fácil, sino el otro: el que se conquista al ver lo mucho que hay que hacer en todas partes.

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Humildad auténtica

¡Qué bueno es saber rectificar!… Y, ¡qué pocos los que aprenden esta ciencia!

Aunque eres tan poca cosa, Dios se ha servido de ti, y continúa sirviéndose, para trabajos fecundos por su gloria. -No te engrías. Piensa: ¿qué diría de sí mismo el instrumento de acero o de hierro, que el artista utiliza para montar joyas de oro y de piedras finas?

Tu vocación -llamada de Dios- es de dirigir, de arrastrar, de servir… Si tú, por falsa o por mal entendida humildad, te aíslas, encerrándote en tu rincón, faltas a tu deber de instrumento divino.

«Quia respexit humilitatem ancillæ suæ» -porque vio la bajeza de su esclava… -¡Cada día me persuado más de que la humildad auténtica es la base sobrenatural de todas las virtudes! Habla con Nuestra Señora, para que Ella nos adiestre a caminar por esa senda.

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Elogio de la genuina humildad

Si eres sensato, humilde, habrás observado que nunca se acaba de aprender… Sucede lo mismo en la vida; aun los más doctos tienen algo que aprender, hasta el fin de su vida; si no, dejan de ser doctos.

Buen Jesús: si he de ser apóstol, es preciso que me hagas muy humilde. El sol envuelve de luz cuanto toca: Señor, lléname de tu claridad: que yo me identifique con tu Voluntad adorable, para convertirme en el instrumento que deseas… Dame tu locura de humillación: la que te llevó a nacer pobre, al trabajo sin brillo, a la infamia de morir cosido con hierros a un leño, al anonadamiento del Sagrario. -Que me conozca: que me conozca y que te conozca. Así jamás perderé de vista mi nada.

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Al fin llega el viernes

Anoche tuve un sueño, más que sueño parecía pesadilla, porque en mi sueño veía a un Señor muy bondadoso y muy mayor pero con su rostro inundado de lágrimas: como un niño lloraba y lloraba…

En mi sueño me animé a preguntarle el motivo de su llanto: “¿Por qué llora, Señor?” Señalándome el calendario me dice: “¡Porque hoy es viernes! Un día como hoy murió mi hijo, como a las tres de la tarde… Mi hijo murió en la cruz para salvar a todos los pecadores. Y lloro porque veo en todas las redes sociales y mensajes de celular, y veo a todos gritar cuando llega este día de la semana: ¡AL FIN VIERNES! Pero lo hacen pensando en que van a dar rienda suelta a sus pasiones y vicios. AL FIN VIERNES, dicen, porque se van a ir de rumba y se van a embriagar hasta más no poder. Millones dicen: AL FIN VIERNES, repiten, pero pocos recuerdan que un VIERNES POR LA TARDE, mi hijo murió para salvar a todos los mortales…”

Desde ese sueño, todos los viernes que Dios me conceda he hecho un propósito, voy a decir: “AL FIN VIERNES, un día muy especial, AL FIN VIERNES, un día en que recuerdo que alguien murió por mí y por toda la humanidad. AL FIN VIERNES: Cristo murió para darme vida y vida eterna. Amén.

Autor: Adhemar Cuellar

La falsa humildad frena la obra de Dios

Le dice Pedro: ¡Señor!, ¿Tú lavarme a mí los pies? Respondió Jesús: lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora; lo entenderás después. Insiste Pedro: jamás me lavarás Tú los pies a mí. Replicó Jesús: si yo no te lavare, no tendrás parte conmigo. Se rinde Simón Pedro: Señor, no solamente los pies, sino también las manos y la cabeza. Ante la llamada a una entrega total, completo, sin vacilaciones, muchas veces oponemos una falsa modestia, como la de Pedro… ¡Ojalá fuéramos también hombres de corazón, como el Apóstol!: Pedro no permite a nadie amar más que él a Jesús. Ese amor lleva a reaccionar así: ¡aquí estoy!, ¡lávame manos, cabeza, pies!, ¡purifícame del todo!, que yo quiero entregarme a Ti sin reservas.

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Sobre la falsa y la verdadera humildad

Esas depresiones, porque ves o porque descubren tus defectos, no tienen fundamento… -Pide la verdadera humildad.

Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad: -pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás; -querer salirte siempre con la tuya; -disputar sin razón o -cuando la tienes- insistir con tozudez y de mala manera; -dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad; -despreciar el punto de vista de los demás; -no mirar todos tus dones y cualidades como prestados; -no reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees; -citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones; -hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan; -excusarte cuando se te reprende; -encubrir al Director algunas faltas humillantes, para que no pierda el concepto que de ti tiene; -oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti; -dolerte de que otros sean más estimados que tú; -negarte a desempeñar oficios inferiores; -buscar o desear singularizarte; -insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional…; -avergonzarte porque careces de ciertos bienes…

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Si ese dolor tuyo…

Dijo Jesucristo:

Si ese dolor tuyo
pudiera ser explicado,
sería menos dolor
pero en realidad no podría llamarse “cruz.”

Si ese dolor que te agobia
fuera bien justificado,
mucho menos dolería
pero no podría llamarse “cruz.”

Si ese dolor intenso
fuera precio que te has buscado,
esa sola reflexión
haría más razonable la pena
pero ya no sería del todo “cruz.”

Si ese dolor absurdo
te dejara ya ver su final,
ese consuelo lo haría menor
pero ya no se llamaría “cruz.”

Si ese dolor que tú tienes
vieras que todos lo tienen,
la multitud de dolientes
haría menor el dolor
pero también sería menor en cuanto “cruz.”

Si ese dolor que te enfada
con claridad se viera de qué sirve,
algo menos dolería
pero no sería digno de llamarse “cruz.”

Si ese dolor que te rodea
te diera respiro de tanto en tanto,
como dolor sería menor
pero ya no podría llamarse “cruz.”

Precisamente porque carece de razones y justicia;
y porque no lo buscaste sino que te buscó,
y porque no se ve cuándo termina,
ni se sabe por qué ahora y a ti,
ni se entiende cuál es su fruto;
precisamente por ello,
y porque no se cansa de cansarte,
por eso es Cruz,
porque al fin se parece a mi Cruz.

¡Al fin nos parecemos!

Grandeza de la humildad

“La oración” es la humildad del hombre que reconoce su profunda miseria y la grandeza de Dios, a quien se dirige y adora, de manera que todo lo espera de El y nada de sí mismo. “La fe” es la humildad de la razón, que renuncia a su propio criterio y se postra ante los juicios y la autoridad de la Iglesia. “La obediencia” es la humildad de la voluntad, que se sujeta al querer ajeno, por Dios. “La castidad” es la humildad de la carne, que se somete al espíritu. “La mortificación” exterior es la humildad de los sentidos. “La penitencia” es la humildad de todas las pasiones, inmoladas al Señor. -La humildad es la verdad en el camino de la lucha ascética.

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Tres palabras sobre la Cruz

Jesús llegó a la Cruz, después de prepararse durante treinta y tres años, ¡toda su Vida!

La Cruz está presente en todo, y viene cuando uno menos se la espera. -Pero no olvides que, ordinariamente, van parejos el comienzo de la Cruz y el comienzo de la eficacia.

El Señor, Sacerdote Eterno, bendice siempre con la Cruz.

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Misterio del dolor fecundo

No pases indiferente ante el dolor ajeno. Esa persona -un pariente, un amigo, un colega…, ése que no conoces- es tu hermano. -Acuérdate de lo que relata el Evangelio y que tantas veces has leído con pena: ni siquiera los parientes de Jesús se fiaban de El. -Procura que la escena no se repita.

Imagínate que en la tierra no existe más que Dios y tú. -Así te será más fácil sufrir las mortificaciones, las humillaciones… Y, finalmente, harás las cosas que Dios quiere y como El las quiere.

A veces -comentaba aquel enfermo consumido de celo por las almas- protesta un poco el cuerpo, se queja. Pero trato también de transformar “esos quejidos” en sonrisas, porque resultan muy eficaces.

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Dos frases que valen por todo un tratado

¡Sacrificio, sacrificio! -Es verdad que seguir a Jesucristo -lo ha dicho El- es llevar la Cruz. Pero no me gusta oír a las almas que aman al Señor hablar tanto de cruces y de renuncias: porque, cuando hay Amor, el sacrificio es gustoso -aunque cueste- y la cruz es la Santa Cruz. -El alma que sabe amar y entregarse así, se colma de alegría y de paz. Entonces, ¿por qué insistir en “sacrificio”, como buscando consuelo, si la Cruz de Cristo -que es tu vida- te hace feliz?

¡Cuánta neurastenia e histeria se quitaría, si -con la doctrina católica- se enseñase de verdad a vivir como cristianos: amando a Dios y sabiendo aceptar las contrariedades como bendición venida de su mano!

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