El sacrificio de cada dia

Trabajar con alegría no equivale a trabajar “alegremente”, sin profundidad, como quitándose de encima un peso molesto… -Procura que, por atolondramiento o por ligereza, no pierdan valor tus esfuerzos y, a fin de cuentas, te expongas a presentarte ante Dios con las manos vacías.

Te asustas ante las dificultades, y te retraes. ¿Sabes qué resumen puede trazarse de tu comportamiento?: ¡comodidad, comodidad y comodidad! Habías dicho que estabas dispuesto a gastarte, y a gastarte sin limitaciones, y te me quedas en aprendiz de héroe. ¡Reacciona con madurez!

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Al ritmo de Dios

Cuando distribuyas tu tiempo, has de pensar también en qué emplearás los espacios libres que se presenten a horas imprevistas.

Las jaculatorias no entorpecen la labor, como el latir del corazón no estorba el movimiento del cuerpo.

Santificar el propio trabajo no es una quimera, sino misión de todo cristiano…: tuya y mía. -Así lo descubrió aquel que comentaba: “me vuelve loco de contento esa certeza de que yo, manejando el torno y cantando, cantando mucho -por dentro y por fuera-, puedo hacerme santo…: ¡qué bondad la de nuestro Dios!”

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Sobre el buen uso del tiempo

Para quitar importancia a la labor de otro, susurraste: no ha hecho más que cumplir con su deber. Y yo añadí: -¿te parece poco?… Por cumplir nuestro deber nos da el Señor la felicidad del Cielo: «euge serve bone et fidelis… intra in gaudium Domini tui» -muy bien, siervo bueno y fiel, ¡entra en el gozo eterno!

El Señor tiene derecho -y cada uno de nosotros obligación- a que “en todo instante” le glorifiquemos. Luego, si desperdiciamos el tiempo, robamos gloria a Dios.

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Ni perezosos ni desordenados

¿Obstáculos?… -A veces, los hay. -Pero, en ocasiones, te los inventas por comodidad o por cobardía. -¡Con qué habilidad formula el diablo la apariencia de esos pretextos para no trabajar…!, porque bien conoce que la pereza es la madre de todos los vicios.

Desarrollas una incansable actividad. Pero no te conduces con orden y, por tanto, careces de eficacia. -Me recuerdas lo que oí, en una ocasión, de labios muy autorizados. Quise alabar a un súbdito delante de su superior, y comenté: ¡cuánto trabaja! -Me dieron esta respuesta: diga usted mejor ¡cuánto se mueve!…

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Prioridades

Interesa que bregues, que arrimes el hombro… De todos modos, coloca los quehaceres profesionales en su sitio: constituyen exclusivamente medios para llegar al fin; nunca pueden tomarse, ni mucho menos, como lo fundamental. ¡Cuántas “profesionalitis” impiden la unión con Dios!

El instrumento, el medio, no debe convertirse en fin. -Si, en lugar de su peso corriente, una azada pesase un quintal, el labrador no podría cavar con esa herramienta, emplearía toda su energía en acarrearla, y la semilla no arraigaría, al quedar inutilizada.

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Secreto de la santidad de cada día

Una misión siempre actual y heroica para un cristiano corriente: realizar de manera santa los más variados quehaceres, aun aquéllos que parecen más indiferentes.

Trabajemos, y trabajemos mucho y bien, sin olvidar que nuestra mejor arma es la oración. Por eso, no me canso de repetir que hemos de ser almas contemplativas en medio del mundo, que procuran convertir su trabajo en oración.

Me escribes en la cocina, junto al fogón. Está comenzando la tarde. Hace frío. A tu lado, tu hermana pequeña -la última que ha descubierto la locura divina de vivir a fondo su vocación cristiana- pela patatas. Aparentemente -piensas- su labor es igual que antes. Sin embargo, ¡hay tanta diferencia! -Es verdad: antes “sólo” pelaba patatas; ahora, se está santificando pelando patatas.

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Tres máximas sobre la santificación del trabajo cotidiano

Para acabar las cosas, hay que empezar a hacerlas. -Parece una perogrullada, pero ¡te falta tantas veces esta sencilla decisión!, y… ¡cómo se alegra satanás de tu ineficacia!

No se puede santificar un trabajo que humanamente sea una pura mediocridad, porque no debemos ofrecer a Dios tareas mal hechas.

Me has preguntado qué puedes ofrecer al Señor. -No necesito pensar mi respuesta: lo mismo de siempre, pero mejor acabado, con un remate de amor, que te lleve a pensar más en El y menos en ti.

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Una vida marcada por la Pascua, 07 de 12: La Pascua de Cristo

7. La Pascua de Cristo

* Hasta ahora hemos visto que la memoria tiene un límite: no es lo suficientemente poderosa para sentir el pasado como algo vivo. Cuando los recuerdos se hacen insuficientes o cuando desaparecen necesitamos ese Espíritu del que dijo Cristo: “Os recordará todo” (juan 14,26). El Espíritu Santo toma la Ley de Moisés y la hace cercana, real y la renueva (Lex Nova). Se necesita por tanto una acción del Espíritu de Dios que sea presente, profunda y permanente. El Espíritu nos mueve (premoción física) y nos pone en la ruta de la obediencia.

* Cabe preguntarse ahora: ¿Por qué “tardó tanto” el Espíritu Santo en llegar? ¿Y dónde entra Jesucristo?

* Recordemos las grandes etapas: 1) Los Patriarcas, 2) Tiempo en Egipto, 3) Peregrinación por el desierto, 4) Entrada en la Tierra Prometida, 5) Samuel, último de los jueces y primer profeta, y quien elige a los dos primeros reyes.

* El continuo drama de los profetas en el A.T. es que los repetidos fracasos los constituyen a ellos mismos en profecías vivientes. La resistencia en el Pueblo Elegido es una especie de constante que une al final al profeta y su profecía. La humillación y el maltrato al inocente son una denuncia, un mensaje grande y eficaz.

* Y por ello se puede decir que lo que resume toda la Pascua de Israel es que ante el horror del maltrato del inocente, el culpable no puede dejar de ver su culpa. La gran palabra de los profetas es su propio dolor. Así se entiende lo que le pasó a Jeremías o a Ezequiel. Los profetas intentan, con su lenguaje de palabras, ser memoria viva de la Alianza, pero no funciona. La alternativa que queda es el silencio y esperar que los culpables despierten de sus malas acciones y al fin vean las consecuencias de sus actos perversos.

* Conviene recordar las estrategias del demonio:

(1) El demonio busca cuáles son tus codicias;

(2) Plantea atajos;

(3) Siembra la gran mentira: elige entre obediencia o felicidad;

(4) Anestesia la conciencia para que no veas las consecuencias del pecado. Con “anestesias” se consigue que los errores y horrores del pecado no se vean o sientan;

(5) Despierta al pecador de la anestesia para que vea sus malas acciones y caiga en desesperación.

* La herencia de los profetas fue su sufrimiento inocente, que sin embargo no produjo resultados inmediatamente visibles. Ellos eran pasos vivientes que acercaban la historia humana al misterio de la Cruz de Jesucristo. Hablamos del Profeta Escatológico, el Santo entre los Santos. La Cruz (Mc 15, 30-31.34.37.39) es el gran despertador para los paganos. La Cruz tiene el efecto de misil que entra en la pared gruesa de nuestra indiferencia. Aquí se ve la relación entre la Espíritu Santo y la Pascua de Cristo.

* El Espíritu Santo es el bálsamo de vida que necesita que el corazón esté abierto (y no amurallado o blindado) para poder entrar. La grieta en la muralla de las justificaciones es la que permite que entre la luz del Espíritu.

* Siguiendo esta analogía vemos que la Pascua de Cristo es la que abre el espacio, mientras que el don del Espíritu es el torrente de luz que entra por la grieta. El descubrir y contemplar la Pasión de Cristo es la mejor manera de avanzar en el camino. Contemplar nuestra lepra y reconocer nuestro pecado es el comienzo de nuestra vida espiritual.

* El don del Espíritu te lleva a decir: Vivir tiene que ser más que sobrevivir. El Espíritu te abre al más de Dios, según San Ignacio de Loyola. Ese más era el santo deseo, el deseo continuo, la insatisfacción de San Vicente de Paul.

* Solamente el corazón roto puede renovarse; es otra manera de resumir esta charla. Quien rompe el corazón es la contrición por la acción del misil de la Cruz de Cristo. Con el corazón entero no se puede llegar al Cielo donde reina un Corazón traspasado. Necesitamos romper el corazón. San Luis Beltrán decía: “rompe y quema aquí para que no tengas que romper Allá;” “si somos Cuerpo de Cristo, no vale ver la Cabeza traspasada y el Cuerpo regalado”.

* La (mi) participación en la Cruz es el pasaporte y salvoconducto para poder entrar en la Gloria. Ser semejante a Cristo es la clave. Por muy difícil que parezca, lo que hacemos es disponernos en nuestra pequeñez y en la aceptación de lo que uno alcanza vivir, y en una infinita confianza, pues la confianza la crucifixión de tu ego, podemos asemejarnos a Cristo.

* Por eso Sta. Teresa del Niño Jesús, cuando hablaba sobre la participación de la cruz, enseñaba que a veces no es necesario que se vea externamente en llagas, heridas, martirios físicos porque el acto de tu confianza es la crucifixión de tu yo. Al Cielo se entra crucificado y la primera crucifixión es la de la confianza. En la confianza entregamos nuestros planes. Es el secreto de todos los santos.

* La Cruz es la que abre la herida en nuestro corazón, una herida que Sta. Rosa de Lima pedía que no se curase. Abiertos los costados del Señor y el mío, ello permitirá que haya transfusión de sangre, de vida y de Espíritu: y de ahí vendrá vida nueva para mí.

La santificación a través de lo más sencillo y ordinario

Pido a Dios que te sirvan también de modelo la adolescencia y la juventud de Jesús, lo mismo cuando argumentaba con los doctores del Templo, que cuando trabajaba en el taller de José.

¡Treinta y tres años de Jesús!…: treinta fueron de silencio y oscuridad; de sumisión y trabajo…

Ante Dios, ninguna ocupación es por sí misma grande ni pequeña. Todo adquiere el valor del Amor con que se realiza.

El heroísmo del trabajo está en llevar a término cada tarea.

Insisto: en la sencillez de tu labor ordinaria, en los detalles monótonos de cada día, has de descubrir el secreto -para tantos escondido- de la grandeza y de la novedad: el Amor.

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Tres perlas sobre el Santo Rosario

Para un cristiano, la oración vocal ha de enraizarse en el corazón, de modo que, durante el rezo del Rosario, la mente pueda adentrarse en la contemplación de cada uno de los misterios.

Si no dispones de otros ratos, recita el Rosario por la calle y sin que nadie lo note. Además, te ayudará a tener presencia de Dios.

Cómo enamora la escena de la Anunciación. En la oración, María conoce la Voluntad divina; y con la oración la hace vida de su vida: ¡no olvides el ejemplo de la Virgen!

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Pequeños grandes misterios de la vida en el Espíritu

El Señor, después de enviar a sus discípulos a predicar, a su vuelta, los reúne y les invita a que vayan con El a un lugar solitario para descansar… ¡Qué cosas les preguntaría y les contaría Jesús! Pues… el Evangelio sigue siendo actual.

Comunión de los Santos: bien la experimentó aquel joven ingeniero cuando afirmaba: “Padre, tal día, a tal hora, estaba usted pidiendo por mí”. Esta es y será la primera ayuda fundamental que hemos de prestar a las almas: la oración.

Acostúmbrate a rezar oraciones vocales, por la mañana, al vestirte, como los niños pequeños. -Y tendrás más presencia de Dios luego, durante la jornada.

El Rosario es eficacísimo para los que emplean como arma la inteligencia y el estudio. Porque esa aparente monotonía de niños con su Madre, al implorar a Nuestra Señora, va destruyendo todo germen de vanagloria y de orgullo.

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Batalla espiritual: afuera y adentro

Este ideal de guerrear -y vencer- las batallas de Cristo, solamente se hará realidad por la oración y el sacrificio, por la Fe y el Amor. -Pues… ¡a orar, y a creer, y a sufrir, y a Amar!

La mortificación es el puente levadizo, que nos facilita la entrada en el castillo de la oración.

No desmayes: por indigna que sea la persona, por imperfecta que resulte la oración, si ésta se alza humilde y perseverante, Dios la escucha siempre.

Señor, no merezco que me oigas, porque soy malo, rezaba un alma penitente. Y añadía: ahora… escúchame «quoniam bonus» -porque Tú eres bueno.

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Vivir de la oración

Me gusta que, en la oración, tengas esa tendencia a recorrer muchos kilómetros: contemplas tierras distintas de las que pisas; ante tus ojos pasan gentes de otras razas; oyes lenguas diversas… Es como un eco de aquel mandato de Jesús: «euntes docete omnes gentes» -id, y enseñad a todo el mundo. Para llegar lejos, siempre más lejos, mete ese fuego de amor en los que te rodean: y tus sueños y deseos se convertirán en realidad: ¡antes, más y mejor!

La oración se desarrollará unas veces de modo discursivo; otras, tal vez pocas, llena de fervor; y, quizá muchas, seca, seca, seca… Pero lo que importa es que tú, con la ayuda de Dios, no te desalientes. Piensa en el centinela que está de guardia

Mira qué conjunto de razonadas sinrazones te presenta el enemigo, para que dejes la oración: “me falta tiempo” -cuando lo estás perdiendo continuamente-; “esto no es para mí”, “yo tengo el corazón seco”… La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar.

“Un minuto de rezo intenso; con eso basta”. -Lo decía uno que nunca rezaba. -¿Comprendería un enamorado que bastase contemplar intensamente durante un minuto a la persona amada?

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La oración como respiración del alma

La oración no es prerrogativa de frailes: es cometido de cristianos, de hombres y mujeres del mundo, que se saben hijos de Dios.

¿Católico, sin oración?… Es como un soldado sin armas.

Agradece al Señor el enorme bien que te ha otorgado, al hacerte comprender que “sólo una cosa es necesaria”. -Y, junto a la gratitud, que no falte a diario tu súplica, por los que aún no le conocen o no le han entendido.

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Carácter y vida de oración

¡Esa desigualdad de tu carácter! -Tienes el teclado estropeado: das muy bien las notas altas y las bajas…, pero no suenan las de en medio, las de la vida corriente, las que habitualmente escuchan los demás.

Si se abandona la oración, primero se vive de las reservas espirituales…, y después, de la trampa.

-Mira, es como si alegaras que te falta tiempo para estudiar, porque estás muy ocupado en explicar unas lecciones… Sin estudio, no se puede dar una buena clase. La oración va antes que todo.

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