Ejemplo de una oración ferviente

El apóstol sin oración habitual y metódica cae necesariamente en la tibieza…, y deja de ser apóstol. ORACIÓN: Señor, que desde ahora sea otro: que no sea “yo”, sino “aquél” que Tú deseas. -Que no te niegue nada de lo que me pidas. Que sepa orar. Que sepa sufrir. Que nada me preocupe, fuera de tu gloria. Que sienta tu presencia de continuo. -Que ame al Padre. Que te desee a Ti, mi Jesús, en una permanente Comunión. Que el Espíritu Santo me encienda.

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Sin desanimarse jamás

No te avergüence descubrir que en el corazón tienes el «fomes peccati» -la inclinación al mal, que te acompañará mientras vivas, porque nadie está libre de esa carga. No te avergüences, porque el Señor, que es omnipotente y misericordioso, nos ha dado todos los medios idóneos para superar esa inclinación: los Sacramentos, la vida de piedad, el trabajo santificado. -Empléalos con perseverancia, dispuesto a comenzar y recomenzar, sin desanimarte.

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Secreto de crecimiento interior

¿Cómo haré yo para que mi amor al Señor continúe, para que aumente?, me preguntas encendido. -Hijo, ir dejando el hombre viejo, también con la entrega gustosa de aquellas cosas, buenas en sí mismas, pero que impiden el desprendimiento de tu yo…; decir al Señor, con obras y continuamente: “aquí me tienes, para lo que quieras”.

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No solo buenos deseos

Llénate de buenos deseos, que es una cosa santa, y Dios la alaba. ¡Pero no te quedes en eso! Tienes que ser alma -hombre, mujer- de realidades. Para llevar a cabo esos buenos deseos, necesitas formular propósitos claros, precisos. -Y, después, hijo mío, ¡a luchar, para ponerlos en práctica, con la ayuda de Dios!

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La santidad como programa de vida

El examen de conciencia responde a una necesidad de amor, de sensibilidad.

No esperes a la vejez para ser santo: ¡sería una gran equivocación! -Comienza ahora, seriamente, gozosamente, alegremente, a través de tus obligaciones, de tu trabajo, de la vida cotidiana.

Ruega al Señor que te conceda toda la sensibilidad necesaria para darte cuenta de la maldad del pecado venial; para considerarlo como auténtico y radical enemigo de tu alma; y para evitarlo con la gracia de Dios.

Con serenidad, sin escrúpulos, has de pensar en tu vida, y pedir perdón, y hacer el propósito firme, concreto y bien determinado, de mejorar en este punto y en aquel otro: en ese detalle que te cuesta, y en aquél que habitualmente no cumples como debes, y lo sabes.

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Palabras como de un profeta

Hay dos puntos capitales en la vida de los pueblos: las leyes sobre el matrimonio y las leyes sobre la enseñanza; y ahí, los hijos de Dios tienen que estar firmes, luchar bien y con nobleza, por amor a todas las criaturas.

Es nuestra guerra divina una maravillosa siembra de paz.

El que deja de luchar causa un mal a la Iglesia, a su empresa sobrenatural, a sus hermanos, a todas las almas.

-Examínate: ¿no puedes poner más vibración de amor a Dios, en tu pelea espiritual? -Yo rezo por ti… y por todos. Haz tú lo mismo.

Hay un enemigo de la vida interior, pequeño, tonto; pero muy eficaz, por desgracia: el poco empeño en el examen de conciencia.

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Una vida marcada por al amor de la Pascua

La caridad todo lo alcanza. Sin caridad, nada puede hacerse. ¡Amor!, pues: es el secreto de tu vida… ¡Ama! Sufre con alegría. Enrecia tu alma. Viriliza tu voluntad. Asegura tu entrega al querer de Dios y, con esto, vendrá la eficacia.

Sé sencillo y piadoso como un niño, y recio y fuerte como un caudillo.

La paz, que lleva consigo la alegría, el mundo no puede darla. -Siempre están los hombres haciendo paces, y siempre andan enzarzados con guerras, porque han olvidado el consejo de luchar por dentro, de acudir al auxilio de Dios, para que El venza, y conseguir así la paz en el propio yo, en el propio hogar, en la sociedad y en el mundo.

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Propósitos para una Semana y una vida SANTA

Contempla al Señor detrás de cada acontecimiento, de cada circunstancia, y así sabrás sacar de todos los sucesos más amor de Dios, y más deseos de correspondencia, porque El nos espera siempre, y nos ofrece la posibilidad de cumplir continuamente ese propósito que hemos hecho: «serviam!», ¡te serviré!

Renueva cada jornada el deseo eficaz de anonadarte, de abnegarte, de olvidarte de ti mismo, de caminar «in novitate sensus», con una vida nueva, cambiando esta miseria nuestra por toda la grandeza oculta y eterna de Dios.

¡Señor!, dame ser tan tuyo que no entren en mi corazón ni los afectos más santos, sino a través de tu Corazón llagado.

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Cuatro consejos breves y luminosos

No te crees más obligaciones que… la gloria de Dios, su Amor, su Apostolado.

Para vencer la sensualidad has de vivir generosamente, a diario, las pequeñas mortificaciones -y, en ocasiones, las grandes-; y has de mantenerte en la presencia de Dios, que jamás deja de mirarte.

Tu castidad no se puede limitar a evitar la caída, la ocasión…; no puede ser de ninguna manera una negación fría y matemática.

A todo cristiano se debería poder aplicar el apelativo que se usó en los comienzos: “portador de Dios”. -Obra de modo tal que puedan atribuirte “con verdad” ese admirable calificativo.

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Piedad recia y tierna a la vez

Busca a Dios en el fondo de tu corazón limpio, puro; en el fondo de tu alma cuando le eres fiel, ¡y no pierdas nunca esa intimidad! -Y, si alguna vez no sabes cómo hablarle, ni qué decir, o no te atreves a buscar a Jesús dentro de ti, acude a María, «tota pulchra» -toda pura, maravillosa-, para confiarle: Señora, Madre nuestra, el Señor ha querido que fueras tú, con tus manos, quien cuidara a Dios: ¡enséñame -enséñanos a todos- a tratar a tu Hijo!

Con tu vida de piedad, aprenderás a practicar las virtudes propias de tu condición de hijo de Dios, de cristiano. -Y junto a estas virtudes, adquirirás toda esa gama de valores espirituales, que parecen pequeños y son grandes; piedras preciosas que brillan, que hemos de recoger por el camino, para llevarlas a los pies del Trono de Dios, en servicio de los hombres: la sencillez, la alegría, la lealtad, la paz, las menudas renuncias, los servicios que pasan inadvertidos, el fiel cumplimiento del deber, la amabilidad…

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Lo grande de lo pequeño

Esfuérzate para responder, en cada instante, a lo que te pide Dios: ten voluntad de amarle con obras. -Con obras pequeñas, pero sin dejar ni una.

La vida interior se robustece por la lucha en las prácticas diarias de piedad, que has de cumplir -más: ¡que has de vivir!- amorosamente, porque nuestro camino de hijos de Dios es de Amor.

Inculcad en las almas el heroísmo de hacer con perfección las pequeñas cosas de cada día: como si de cada una de esas acciones dependiera la salvación del mundo.

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Oración que persevera

No dejaré de insistirte, para que se te grabe bien en el alma: ¡piedad!, ¡piedad!, ¡piedad!, ya que, si faltas a la caridad, será por escasa vida interior: no por tener mal carácter.

Si eres buen hijo de Dios, del mismo modo que el pequeño necesita de la presencia de sus padres al levantarse y al acostarse, tu primer y tu último pensamiento de cada día serán para El.

Has de ser constante y exigente en tus normas de piedad, también cuando estás cansado o te resultan áridas. ¡Persevera! Esos momentos son como los palos altos, pintados de rojo que, en las carreteras de montaña, cuando llega la nieve, sirven de punto de referencia y señalan, ¡siempre!, dónde está el camino seguro.

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Orar como quien respira

Al emprender cada jornada para trabajar junto a Cristo, y atender a tantas almas que le buscan, convéncete de que no hay más que un camino: acudir al Señor. -¡Solamente en la oración, y con la oración, aprendemos a servir a los demás!

La oración -recuérdalo- no consiste en hacer discursos bonitos, frases grandilocuentes o que consuelen… Oración es a veces una mirada a una imagen del Señor o de su Madre; otras, una petición, con palabras; otras, el ofrecimiento de las buenas obras, de los resultados de la fidelidad… Como el soldado que está de guardia, así hemos de estar nosotros a la puerta de Dios Nuestro Señor: y eso es oración. O como se echa el perrillo, a los pies de su amo. -No te importe decírselo: Señor, aquí me tienes como un perro fiel; o mejor, como un borriquillo, que no dará coces a quien le quiere.

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Consejos de vida interior

Me has dicho que no sabías cómo pagarme el celo santo que te inundaba el alma. -Me apresuré a responderte: yo no te doy ninguna vibración: te la concede el Espíritu Santo. -Quiérele, trátale. -Así, irás amándole más y mejor, y agradeciéndole que sea El quien se asienta en tu alma, para que tengas vida interior.

Lucha para conseguir que el Santo Sacrificio del Altar sea el centro y la raíz de tu vida interior, de modo que toda la jornada se convierta en un acto de culto -prolongación de la Misa que has oído y preparación para la siguiente-, que se va desbordando en jaculatorias, en visitas al Santísimo, en ofrecimiento de tu trabajo profesional y de tu vida familiar…

Procura dar gracias a Jesús en la Eucaristía, cantando loores a Nuestra Señora, a la Virgen pura, la sin mancilla, la que trajo al mundo al Señor. -Y, con audacia de niño, atrévete a decir a Jesús: mi lindo Amor, ¡bendita sea la Madre que te trajo al mundo! De seguro que le agradas, y pondrá en tu alma más amor aún.

Cuenta el Evangelista San Lucas que Jesús estaba orando…: ¡cómo sería la oración de Jesús! Contempla despacio esta realidad: los discípulos tratan a Jesucristo y, en esas conversaciones, el Señor les enseña -también con las obras- cómo han de orar, y el gran portento de la misericordia divina: que somos hijos de Dios, y que podemos dirigirnos a El, como un hijo habla a su Padre.

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Dispuestos a crecer cada día

Si amas al Señor, “necesariamente” has de notar el bendito peso de las almas, para llevarlas a Dios.

Para quien quiere vivir de Amor con mayúscula, el término medio es muy poco, es cicatería, cálculo ruin.

¡Dios mío, enséñame a amar! -¡Dios mío, enséñame a orar!

Debemos pedir a Dios la fe, la esperanza, la caridad, con humildad, con oración perseverante, con una conducta honrada y con costumbres limpias.

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Buscar la santidad, pero en serio

Si respondes a la llamada que te ha hecho el Señor, tu vida -¡tu pobre vida!- dejará en la historia de la humanidad un surco hondo y ancho, luminoso y fecundo, eterno y divino.

La santidad no consiste en grandes ocupaciones. -Consiste en pelear para que tu vida no se apague en el terreno sobrenatural; en que te dejes quemar hasta la última brizna, sirviendo a Dios en el último puesto…, o en el primero: donde el Señor te llame.

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