122. La Palabra “Amor”

122.1. La palabra “amor” tiene, en tu lengua, cuatro letras. Cada una de esas letras es como una puerta que puedes abrir para encontrar su mensaje.

122.2. Empecemos por la letra “a.” Es la letra que te invita a la adoración, porque la forma más perfecta de amor es aquel pleno rendirnos ante Él de modo tal y en tal intensidad que sólo Él venga en ayuda de nosotros a darnos las palabras y afectos dignos de su alta majestad. Cuando hables de amor, levanta tu corazón a Dios, único que puede y debe ser amado con todo el corazón, con todas las fuerzas, con todo tu ser. Y cuando pienses en amar a Dios, empieza por la “a” de “adoración”: ninguna palabra describe mejor el absoluto despojo de ti en la perfecta riqueza que Dios da a quienes desean amarle.

122.3. Luego encuentras la letra “m,” inicial de la creatura que mejor y más plenamente ha vivido el misterio de la adoración: María. Sólo Dios es digno de Dios. Pero entre las creaturas aquella que ha acogido más perfectamente la unción que hace a la creatura capaz de genuino amor a Dios, la primera y más perfecta es ella, la Madre de Jesucristo, María. Si buscas un camino, un estilo, una manera en la verdadera adoración, todo ello y mucho más está en Nuestra Señora.

122.4. Viene la letra “o,” que sola forma una palabra. Es una conjunción disyuntiva que te indica la necesidad de elegir. Estoy seguro de que no has olvidado las palabras del Deuteronomio: «Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia» (Dt 30,19). Esa “o” te recuerda que puedes escoger, que no estás predeterminado, que en nada eres tan bueno que no puedas caer y en nada eres tan malo que no te puedas levantar. Esa “o” debe ser tu humildad cuando te sientas bueno y tu esperanza cuando te reconozcas malo. Esa “o” te habla del tiempo que aún tienes y los días con los que aún cuentas para realizar la verdad de tu vida en la adoración, como María Santísima.

122.5. Por último está la letra “r,” inicial de la “resurrección.” Con ella puedes recordar el corazón de tu fe, que es la resurrección de Jesucristo, y en ese acto glorioso del poder divino, la muestra más grande del amor, que precisamente en la resurrección resultó más fuerte que la muerte. Con esa “r” debes entender que Dios te amó hasta el extremo y que tu peor y más fuerte y persistente enemigo, a saber, la muerte, ya está vencido. Con esa “r” debes recordar asimismo que la plenitud de tu amor no se cumplirá en esta tierra, sino sólo cuando el misterio de la resurrección se haya cumplido en ti. Es bello, ¿no?

122.6. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.

121. La Iglesia Sacramento

121.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

121.2. Hay quienes no saben cambiar sin destruir. Deberían aprender de los árboles. Un árbol no destruye su raíz para hacer más vistosas las hojas, o más perfumadas las flores o más sabrosos los frutos. Un árbol tampoco entierra sus flores para que sufran lo que ha sufrido la raíz, ni sepulta las hojas esperando que se vuelvan tronco. Un árbol crece y se hace distinto sin hacerse otro.

121.3. En la Iglesia de tu tiempo hay personas que quieren que nada cambie y personas que quieren que la verdad sea deformada, ocultada o burlada. Duras tensiones sufre y sufrirá la Iglesia peregrina, pero esto no debe desanimarte. Ten en cuenta que ningún ser humano de quienes viven hoy sobre la tierra conoce la “versión definitiva” de la Iglesia.

Continuar leyendo “121. La Iglesia Sacramento”

120. Amor Carnal y Amor Espiritual

120.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

120.2. El amor acerca pero no confunde; une pero no mezcla; consolida sin disolver a nadie, armoniza sin apabullar a nadie, complementa sin anular a nadie. Me refiero al amor que es de Dios, porque el amor humano, dejado a sus solas fuerzas, cuando se acerca al otro lo confunde consigo mismo y por ello no es raro que lo utilice, lo burle o lo irrespete.

120.3. Ese amor, que es el de la carne, no sabe unir sin mezclar; sólo se siente fuerte cuando ha desaparecido aquello que es irreductible del otro, es decir, del supuestamente “amado.” Para “amarlo” le cancela en su individualidad y lo integra sólo como conveniencia, esto es, como la pura negación de su ser personal. Donde más crudamente se ve esto es en los pecados contra la sexualidad, y particularmente en la prostitución.

Continuar leyendo “120. Amor Carnal y Amor Espiritual”

119. La Santificación de la Memoria

119.1. Te veo dudar. Vacilas y tiemblas, como el que teme algo o el que desea algo con ardor. La duda es la primera de las derrotas: dudar es lo primero que hace el que va a entregar sus armas. La duda agrieta lo único verdaderamente fuerte que hay en ti, es decir, la fe. Por eso fue escrito: «Yo os aseguro: si tenéis fe y no vaciláis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que si aun decís a este monte: “Quítate y arrójate al mar,” así se hará» (Mt 21,21).

119.2. Puedo decir a tu favor que, a pesar de tus dudas, sigues escribiendo. Está bien que hagas así, por tres razones. Primera, porque es necesario que quienes conozcan estas palabras no te imaginen como persona buena, estable y santa, cual si estuvieras ya fundado en sólida virtud. Ellos podrían pensar que te hablé así como una especie de premio a tus buenas obras y a tu fructuosa vida, y no es así. Segunda, porque todo hombre tendrá tentaciones y sentirá el embate de los vientos contrarios y de las voces halagadoras del pecado. Es bueno que quede constancia de que, en tales horas, no falta la voz ni la Providencia de Dios. Puede faltar, y de hecho falta muchas veces la correspondiente y generosa obediencia de parte tuya, pero Dios no te ha faltado. Tercera razón, te sirve para memoria de tu propia historia. Tú has llamado “diario” a este serie de inspiraciones mías; está bien que al volver a leer tu “diario” encuentres un recuento, aunque sea indirecto, de tus dificultades, caídas y levantadas.

Continuar leyendo “119. La Santificación de la Memoria”

118. Te Enriquece y te vuelve Riqueza

118.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

118.2. Bendición y esperanza van unidas. Tú has leído cómo Abraham prolongó en su hijo Isaac la bendición que él mismo había recibido, pues «Abraham dio todo cuanto tenía a Isaac. A los hijos de las concubinas que tenía Abraham les hizo donaciones y, viviendo aún él, los separó de Isaac, enviándoles hacia levante, al país de Oriente. Después de la muerte de Abraham, bendijo Dios a su hijo Isaac» (Gén 25,5-6.11).

Continuar leyendo “118. Te Enriquece y te vuelve Riqueza”

117. Volver a Comenzar

117.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

117.2. Los bienes más grandes, hablando a la manera natural, vienen de lo alto. La luz te baña desde lo alto, la lluvia cae de lo alto, y cuando eras pequeño, de lo alto venía aquella voz que te traía la paz y aquellos brazos que fueron tu primera experiencia de “salvación.”

Continuar leyendo “117. Volver a Comenzar”

116. El Pecado Acobarda

116.1. El pecado es cobarde y acobarda. Hay siete razones para ello.

116.2. La primera es porque el pecado tiene su cimiento en la mentira, que es como la arena. El pecado supone una traición al propio ser, traición que sin embargo no cambia el ser sino sólo lo que de él se dice, y por eso es constitutivamente una mentira. Para sostenerse en una mentira es preciso decir otra mentira, y así en una sucesión desesperada y cada vez más absurda, que engendra un profundo vacío en el corazón. Esa “nada” viviendo en el alma hace cobarde al alma.

116.3. La segunda es porque el pecado destruye toda posible alianza. Es lo que sucede cuando una banda de maleantes asalta un banco. Mientras están en el asalto cada uno necesita de la colaboración de los otros porque solo no hubiera podido aventurarse a semejante empresa. Pero una vez conseguido el objetivo, los aliados se convierten en enemigos, porque cuanto mayor sea su número menor será lo que reciba al codicia de cada uno.

Continuar leyendo “116. El Pecado Acobarda”

115. Dios Firme

115.1. Las tentaciones tuyas no son tentaciones para mí, ni la angustia tuya es angustia que yo sienta, y sin embargo ni lo uno ni lo otro indica que tu vida y tu camino sean indiferentes para mí. Cuando una persona sólo se preocupa por otra en la medida en que siente lo mismo que ella siente, al atenderla o servirla está aliviando también su propio sufrimiento. En cambio, si no tiene ese dolor pero se aplica a remediarlo, todo su propósito y su intención está en el bien que quiere realizar, y en ello mismo demuestra la pureza del amor que le mueve.

Montaña115.2. Dios no cambia. Esta es una afirmación que a la vez alivia y cuestiona. Alivia al corazón humano, porque no cabe duda de que el sosiego es condición para el acto propio del entendimiento, y la posesión es requisito para el deleite de la voluntad, y ambas cosas de suyo piden el remanso de la meta y no los azares del camino. Cuando descubres a Dios como aquel Puerto bendito al final de tu travesía presientes que en Él está el compendio de todos tus anhelos, y esto es un gran alivio.

Continuar leyendo “115. Dios Firme”

114. La Trascendencia de Dios

114.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

114.2. Tú eres una obra de Dios. Como te ha sido dicho, yo te lo repito: el ser humano es la única creatura que Dios ha amado por sí misma, y la razón de esto está en que es la única en el universo visible de la que ha sido dicho: “a imagen y semejanza de Dios” (Gén 1,26).

Road, Golden Road114.3. Este designio divino hace que tu vida goce de una unidad muy alta, pues los seres creados, cuanto más perfectos, más perfectamente participan de la unidad que tiene su plenitud en Dios, que es único. En cuanto crece tu semejanza con Dios, cosa que sucede por la obra de la gracia divina, esto es, por la inhabitación del Espíritu Santo en ti, crece también tu unidad interna.

Continuar leyendo “114. La Trascendencia de Dios”

113. Cosas Grandes con Palabras Sencillas

113.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Flor y Luz113.2. Las palabras más breves son también las más densas, o sea, las que remiten a los problemas más profundos que tu razón puede escrutar. Piensa en la dificultad que entraña responder a la pregunta “¿qué?.” Una respuesta general a esta pregunta sería algo así como la doble puerta entre tu mente, tu palabra y el ser.

113.3. Te comento esto porque en la búsqueda de una vida sabia es preciso que la mente esté despierta para que pueda encontrar la verdad divina allí donde se presente. Sé tú el centinela de la Verdad; sé tú ese enamorado suyo que aguarda su amanecer con perseverancia y dulce esperanza.

Continuar leyendo “113. Cosas Grandes con Palabras Sencillas”

112. Estás descubriendo el amor

112.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

112.2. ¡Estás descubriendo el amor! Estás entendiendo que amar no es una parte de la vida, sino la vida. Eso me gusta, porque te siento más cercano. Vas comprendiendo que el amor no es el regalo que tú das, sino tú mismo convertido en regalo. ¡Eso está bien!

112.3. Ahora mira hacia Jesucristo. Contempla cómo el amor es su respiración, el tono de sus músculos, el principio fundamental de su pensamiento, la fuerza de sus decisiones, la claridad de sus palabras, la raíz de sus sanaciones, la autoridad de sus exorcismos, el perfume de su cuerpo, el estilo de su vida, la base de su oración, la causa de sus acciones, el gozo de su descanso, el motivo de su Cruz y la gloria de su Resurrección.

Continuar leyendo “112. Estás descubriendo el amor”

111. Dulzura de seguir a Cristo

111.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Corazón Sagrado111.2. Las escalas que llevan a las profundas estancias del alma están hechas de palabras. La palabra es el sentido desgranado, así como el tiempo es la vida en sus migajas. Ningún momento será para ti tan bienaventurado como aquel en que oyes al Verbo: con sus palabras te ofrece escalas y caminos para que ingreses en su misterio y al calor de su fuego descanses tu cuerpo peregrino.

111.3. ¡Qué dulce experiencia la de aquella bendita mujer, María, la de Betania, cuando las horas desaparecían ante el fulgor de la Vida en su expresión más pura: Cristo le estaba hablando (Lc 10,38-42)! Ninguna caricia, ningún abrazo, ningún beso puede asomarse siquiera a aquellas regiones del alma donde la voz majestuosa del Cristo de Dios enciende lumbreras y esparce el delicado perfume de su Unción maravillosa.

Continuar leyendo “111. Dulzura de seguir a Cristo”

110. El Principio de la Sabiduría

110.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

110.2. Cuando Abraham miraba las estrellas, según te cuenta más de una vez la Escritura Santa (Gén 15,5; cf. 22,17; 26,4), en ellas leyó la confirmación de la maravillosa promesa que Dios le hacía: “multiplicaré tu descendencia.” A esa misma hora, seguramente, hombres de otras latitudes levantaban sus ojos a ese mismo cielo, y de él pretendían entender los designios arcanos que marcaban su vida. Estos otros hombres fueron creadores de la astrología que ha pervertido o por lo menos insensibilizado el corazón de tantos a lo largo de los siglos. Las estrellas le hablaban a Abraham del plan divino; las mismas estrellas hablaban a los astrólogos de historias de dioses y de designios anónimos. Ese cielo y esas estrellas eran un libro que pudo ser leído de dos modos o de muchos modos diversos.

Continuar leyendo “110. El Principio de la Sabiduría”

109. Los actos y su significado

109.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

109.2. Los actos humanos, en su rápida sucesión, puede dar la falsa impresión de que transcurren sin apenas dejar huella. Una juiciosa meditación, por el contrario, muestra que en esa sucesión, que parece interminable, se va construyendo un “algo” definido y finito, aunque inagotable en su capacidad significativa. Si lo quieres ver de ese modo, la vida que tienes en esta tierra es el “significante” y la vida después de la muerte es el “significado.”

Continuar leyendo “109. Los actos y su significado”

108. Realidad del dolor y del amor

108.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Lágrimas de Jesús108.2. Tanto se habla de las miserias del hombre, que bueno es hoy subrayar que ninguna de ellas es un límite absoluto, pues detrás de cada miseria hay un tesoro. Esto ha quedado particularmente manifiesto en la bienaventurada Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Quita de Jesús sus debilidades y habrás quitado la parte más grande, mejor y más hermosa de su ofrenda por la gloria del Padre y la salvación del mundo.

108.3. Sin la capacidad de sentir hambre, frío, humillación y pobreza, ¿tendría el mismo tamaño el amor manifiesto en el Niño de Belén? Si no hubiera sido de carne sino de cera o de piedra ese Bebé, ¿hablaría igual a tu corazón? Y a la hora de la Cruz, ¿valdría de algo su dolor si su carne fuera sólo la ilusión que un ser celestial e ignoto creaba en tu mente? Sólo la realidad del dolor manifiesta la realidad del amor. No el dolor buscado por sí mismo, sino el dolor como consecuencia inevitable de la entrega de sí mismo. Ese dolor es elocuente; es el único que puede tocar el alma y quebrantar el corazón.

Continuar leyendo “108. Realidad del dolor y del amor”

107. Ama la Hermosura Espiritual

107.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

107.2. La caridad es la belleza del alma. Es también su vida, su forma propia, su raíz y soporte, pero hoy quiero recordarte que la caridad es la belleza del alma. Como en otras ocasiones te he sugerido, no basta para las aspiraciones de tu corazón que tú quieras ser “bueno,” es saludable que ames la hermosura espiritual, y que quieras ser “bello.”

107.3. En efecto, la búsqueda de la bondad suele resolverse en búsqueda de la perfección. Esto en sí mismo no es malo, desde luego, pero tiene algunas deficiencias psicológicas que vale la pena que conozcas.

Continuar leyendo “107. Ama la Hermosura Espiritual”