154. El Amor del Espíritu en Cristo

154.1. Mientras que el amor guiado por los intereses de la carne busca en qué deleitarse, el amor guiado por el Espíritu Santo —ese amor que ves en Jesucristo— busca en dónde hacer su buena obra y esparcir su bien. Por eso parecen opuestos estos amores, porque el primero buscará lo bueno para disfrutarlo, y el segundo buscará lo malo para sanarlo. Con los ojos del mundo no es posible entender cómo alguien sano busca al que no lo está, o cómo alguien interesante e inteligente busca al que es torpe e inservible, o cómo el que es puro se acerca a los que están manchados y sucios. Sin embargo, todo esto es exactamente lo que ves que hace Jesucristo.

154.2. El amor que tiene su fuente en el Espíritu Santo goza de una plenitud interior que le permite buscar no para ser completado sino para completar, o como dice el Evangelio, no para ser servido, sino para servir (Mt 20,28). Sin el Espíritu Santo este tipo de amor no sólo es imposible, sino inimaginable. Por ello dijo Pablo: «El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas» (1 Cor 2,14).

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153. Cristo Primogénito

153.1. ¿Quién había hablado del Reino de Dios como el bienaventurado Señor Jesucristo? Y sin embargo, sus palabras, tan nuevas, venían a calmar la antigua y agobiante sed del alma humana. De este modo, lo último, es decir, aquello que llegó sólo por Cristo, vino a unirse de manera admirable con lo primero, esto es, con el hambre profunda del corazón del hombre.

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152. Las Olas

152.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

152.2. Las olas son esculturas de épica expresión; imágenes vivas de la fuerza de las aguas. Son la primera referencia a algo creado: «un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas» (Gén 1,2). Es bello que vuelvas tu atención a esa escena grandiosa, hecha más para tu entendimiento que para tu imaginación: es el viento quien levanta, encrespa y vence a esas montañas líquidas, inquietas y robustas como bisontes en la estepa primordial del cosmos manifiesto.

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151. Palabras de Esperanza

151.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

151.2. Palabras de esperanza y cánticos de amor;
lenguaje de susurros, del batir de suaves alas,
y de gracias que se posan como gotas de rocío
sobre la mente cansada de los hijos de los hombres.

¡Es honor para los Siervos de tan Alto y Buen Señor
llegar sin ser notados y partir con gran premura,
cual vasallos que, de noche, siembran todo de hermosura,
y dejan a la aurora los aplausos y alabanzas!

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150. Sé que quieres la Paz

150.1. Sé que quieres la paz. No sólo para tu país o para el mundo. Sé que quieres y necesitas esa paz que nace, como flor inesperada, bajo un alero del alma. Quisieras despertarte un día y encontrar que la noche te regaló esa flor, y que ella ha llegado para ya no abandonarte nunca. Pero así como a tu mundo y a tu país, a tu corazón le falta esa paz.

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149. Amor y Vida

149.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

149.2. El amor va por delante, en aquello que deseas. Primero amas y es el amor quien te pone en camino hacia lo que amas. Sólo el amor tiene capacidad de ponerte en movimiento; sólo el amor mueve, y todo cuanto se mueve es señal de algún amor. Un amor mayor produce un movimiento mayor, y un amor menor un menor movimiento.

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148. Cristo Predicador

148.1. Así como no llamas “lluvia” a la caída de una gota de agua, ni es una gota la que sacia la sed del sediento ni la que hacer reverdecer el jardín, así tampoco debes llamar “predicación” a una palabra hermosa y ni siquiera a un buen sermón. Una verdadera predicación es como una lluvia que, llegando a la aridez de este mundo, le hace revivir para Dios. Una frase bonita o una buena plática pueden ser el comienzo de un aguacero de gracias, pero si no van acompañados por esa eficacia que la lluvia tiene en la naturaleza incluso pueden hacer daño. Tú sabes, en efecto, que una media verdad es a veces más peligrosa que una completa mentira.

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147. La Dama Pobreza

147.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

147.2. Tu pobreza se llama fragilidad. La pobreza tiene muchos nombres, tantos cuantos son o pueden ser las carencias del ser humano.

147.3. Así, hay una pobreza que se llama ignorancia, porque la carencia del saber o de la ciencia conveniente hace pobre al hombre y le limita. De otro modo es pobre el que quisiera perdonar y no puede. Su resentimiento es una forma de pobreza, por consiguiente. Hay otro que anhela una salud que no le llega; es pobre en salud, y su enfermedad es también un modo de pobreza. La depresión que se adueña del alma robándole todo sosiego, ¿no es también un modo de durísima pobreza? Y desde luego, hay una pobreza por la que ha de pasar todo ser humano, cuando se vea despojado de todo. Es la pobreza de la muerte.

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146. Los Tres Demonios

146.1. Ven, quiero contarte una historia.

146.2. Hubo una antigua aldea rodeada de grandes campos. Los habitantes de aquel lugar cultivaban sobre todo cereales: trigo, cebada, avena y centeno.

Los días transcurrieron tranquilos hasta que a un joven llamado Evaristo se le ocurrió que a aquel sitio le faltaba algo. Fue entonces a hablar con el alcalde y le expuso su preocupación:

—Sé que nuestro pequeño pueblo es apacible y bello, pero algo le falta, y yo quiero ayudar a construirlo.

—No careces de entendimiento, jovenzuelo —replicó el alcalde—. ¡Digno heredero de tu noble familia, al fin y al cabo! Piensa de qué se trata y, si ves que puedo ayudarte, estaré a tus órdenes.

Evaristo fue entonces donde el cura del lugar:

—Padre, estoy convencido de que a este sitio le falta algo…

El sacerdote lo interrumpió:

—Son las inquietudes de tu joven corazón las que te hacen imaginar tales cosas. Nada falta afuera de ti, es más bien tu alma la que necesita ser reformada.

Evaristo quería decir algo más, pero se llevó la mano a la boca y se despidió de prisa.

Fue después donde su tío y consejero, aquel que tantas veces le había ayudado a ver con claridad. El pobre Evaristo había perdido a su padre desde muy niño, y el tío Alfonso había sido desde entonces como un papá para él. Entró, pues, al taller del tío, y se decidió a plantear su inquietud en forma de pregunta:

—Tío, ¿tú no crees que a este pueblo le hace falta algo?

El buen Alfonso se quedó perplejo.

—Me imagino que sí, pero, si te soy sincero, nunca me lo había preguntado.

Y según su costumbre, le devolvió la pregunta:

—¿Tú qué piensas que nos hace falta?

El muchacho se asomó a la ventana y hundió la mirada en los campos, que ya estaban maduros para la siega. Tratando de poner sus pensamientos y sentimientos en palabras, empezó a hablar así:

—Mira ese campo, tío: está lleno de alimento para nosotros y nuestros ganados, para nuestro comercio y para el duro invierno que tendrá que llegar.

—Así es siempre, ¿no?

El joven continuó, como si no quisiera más interrupciones.

—Ahora vuelve tu mirada a esta aldea. Nosotros hacemos que ese campo se llene de trigo y alimento, y luego nos comemos lo que sembramos, y volvemos a sembrar.

El tío vio que Evaristo estaba demasiado serio como para hacer ningún comentario, pero en el fondo esos razonamientos empezaban a parecerle obvios y ridículos. El sobrino siguió impertérrito:

—Estamos rodeados de nuestro trabajo, y nuestro trabajo se vuelve nuestra comida; luego con la fuerza de esa comida trabajamos para seguir comiendo… ¡hay algo que falta!

Era la primera vez que Alfonso simplemente no tenía idea de qué decirle a su amado Evaristo, así que se quedó mirándolo con una mezcla de solidaridad y extrañeza. El joven volvió a clavar la mirada en el horizonte. Sin pensar mucho en lo que le saliera, Alfonso disparó una frase:

—No sé qué hace falta, pero sí sé quién va a traerlo. ¿Ves ese campo? A mí me gusta el dorado de la cosecha, que me recuerda el cabello de mi hija Fabia. Si tú quieres algo distinto en esa ventana, ¡hazlo! ¡Haz que yo pueda verlo!

Evaristo salió de la casa del tío, y se sintió el hombre más solo del mundo. Caminó hasta las afueras del pueblo y dejó pasar los minutos y las horas, hasta que la noche hizo salir hasta la más pequeña de las estrellas. Era una noche sin luna, de modo que las sombras de las lejanas colinas semejaban fantásticos monstruos venidos de otro tiempo.

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145. El Nombre de Jesucristo

145.1. ¡En el Nombre de Jesús, Nombre lleno de gloria, de dulzura y candor, de fuerza y de luz! ¡En el Nombre del Amado del Padre, Nombre Santo que con humilde gozo pronuncian Ángeles y hombres! ¡En el Nombre del Ungido, verdadero y anhelado Mesías de los hombres, Palabra hecha carne, Hijo de Dios constituido con poder!

145.2. Así como dijo Jesucristo que, levantado en la Cruz, a todos atraería hacia sí (Jn 12,32), así también su Nombre, pronunciado en la mente del hombre, todo lo convoca y todo lo levanta hacia Aquel que es Cabeza de todo (cf. Col 1,17-18). Por eso el demonio tiene entre sus principales tareas borrar y confundir la memoria de Nuestro Amado Señor, Salvador de los hombres, porque bien sabe que los hijos de Adán, en cuanto llegan a ver ese rostro, «Imagen de Dios invisible» (Col 1,15), fascinados por su belleza y enamorados de su bondad, pisotean las cadenas que el infierno con esfuerzo había preparado para ellos.

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144. Una Casa Para Dios

144.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

144.2. La casa que tú le puedes construir a Dios es la que Él construye dentro de ti con las palabras que tú le acoges. Tú no puedes abarcar a Dios, pero su Palabra, viviendo en ti, hace Casa donde Él sí cabe. Si quieres, pues hospedar a Dios, has de recibirle su Palabra. ¡Oh maravilla de la Palabra Divina, que siendo con el Padre y como el Padre fuente de toda gloria, es también humilde y piadosa, tanto como para venir al corazón del hombre!

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142. Lo más precioso de ti

142.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

142.2. Tus oraciones son lo más precioso de ti. Tus pensamientos, aun los más brillantes a tus ojos, seguramente serán superados. Tus afectos, incluso los más hermosos, tendrán que ser purificados. En tu memoria hay recuerdo de muchas cosas que enmendar, y en tus proyectos hay tanto que corregir, porque no funcionará, como hay para depurar, porque no es grato a Dios. Por contraste, mira ahora la belleza y la simplicidad de una oración. Las oraciones son lo único tuyo que verdaderamente roza el Cielo.

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141. Las Flores

141.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

141.2. Las flores, desde tiempo inmemorial, según la medida de tus años, han sido referencia de belleza. Toda la profundidad de las raíces y la seriedad del tronco: toda la diligente labor de las hojas y la diversidad de ramas y ramitas se vuelve explosión de colores, texturas y contrastes en las flores. La flor, por así decirlo, da una razón de ser a todo el árbol que la sostiene. Y si no hubiera flores en el campo, parecería que no existiera más razón para el trabajo que poder trabajar más y más. En la flor y en su serena hermosura descansa el trajín de la naturaleza; el universo se remansa cuando nace una flor, y con paciencia espera a que despliegue sus pétalos y esparza su aroma.

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140. Perfección Espiritual

140.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

140.2. ¡Con cuánta reverencia pronuncian los bienaventurados habitantes de los cielos el Nombre Santo de Dios y con cuánto desprecio el mundo lo ignora o maltrata!

140.3. Dime, ¿por qué la gente exige tanto en su comida y en su vestido, hasta ser intolerantes con cualquier defecto que encuentran, mientras que a Dios sólo le arrojan las sobras de su tiempo y de sus fuerzas? A ti por ejemplo, te veo llegar a la oración con el cansancio y la mente embotada. Veo que te pasa a menudo que, cuando ya no pueden darte más los hombres entonces te vuelves a tu Dios. Cuando ya ninguna idea te atrae, piensas en tu Hacedor. Él va de segundo o de tercero, o va en el lugar que pueda, como uno más dentro de una serie.

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139. Penitencia Espiritual

139.1. El mundo hace sus propios ayunos y sus propias penitencias pero no por Dios. Es dura ofensa a la majestad y sobre todo a la misericordia divina, ver que lo que no se hace por la conversión del corazón, ni tampoco se hace por amor al prójimo, ni tampoco se hace por gratitud y alabanza al Creador de todos, eso sí se hace por lograr más dinero, por alcanzar más poder o por disfrutar de un placer más intenso.

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