18. Mar De Fuego

18.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

18.2. Nunca lo olvides: Dios tiene más paciencia contigo de la que tú mismo te tienes. Dios te conoce mejor de lo que tú te conoces. Dios te ama mucho más de lo que tú te amas. Cuando tú crees que has llegado al final del camino, Dios encuentra mil comienzos. Cuando tú piensas que ya no hay puertas, Dios ha visto y conoce mil preciosas historias que apenas empiezan a abrirse ante ti.

18.3. ¿Cómo puedo decirte que su mirada es infinita, que su paciencia sencillamente es inagotable, que su ternura es indescriptible, que su sabiduría nunca acaba? Ningún error tan grave como medir a Dios con la escala humana. No sois vosotros, mortales, los que tenéis que hacer “humano” a Dios: es Él quien ha querido, en razón de su sola misericordia, hacerse hombre, y también es Él quien ha querido que participéis de su divina naturaleza.

Continuar leyendo “18. Mar De Fuego”

17. La Señal De La Cruz

17.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

17.2. Mira a tu alrededor y descubre la gravedad, la belleza y la fecundidad del tiempo en que vives. Aunque tu entendimiento está en parte sujeto al discurrir de las horas y los días, hay en ti también fuerza suficiente para levantarte por sobre esta corriente incesante para tender a lo eterno. Sin embargo, alzarse sobre el tiempo es cosa que el hombre puede intentar de dos modos: con la rebeldía de aquel que simplemente se ausenta o con el arte de aquel que, siguiendo sabiamente las huellas de la Historia, resume y destila en su mente y en su corazón la obra divina. En el primer caso la creatura racional tiende a la nada donde sólo puede hospedar a la confusión y el absurdo. En el segundo caso, sobrepujando a los límites de su propia naturaleza se hace discípulo de Dios y hermano de nosotros los Ángeles.

17.3. Este es el ejercicio que te lleva desde las señales del tiempo al Autor del tiempo; es el ejercicio que Jesús reclamaba de quienes querían seguirle: «¡Conque sabéis discernir el aspecto del Cielo y no podéis discernir las señales de los tiempos!» (Mt 16,3). Esa palabra “señal,” o la que antes utilicé, “huella,” es y será de inmensa importancia en tu vida y en tu pensamiento. La señal es algo que existe en sí mismo pero que apunta más allá de sí mismo. Piensa, por ejemplo, en que los milagros que hizo Jesús y los que hacen sus santos son sobre todo señales.

Continuar leyendo “17. La Señal De La Cruz”

16. Flecha Lanzada Por El Amor

16.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

16.2. ¡Qué misterio tan profundo es la tentación! Cristo fue tentado y venció la tentación. La Escritura a veces dice que Dios quiere probarte (cf. Dt 8,2) y otras que Dios no prueba a nadie (cf. St 1,13). Cuando tú encuentres afirmaciones en apariencia contradictorias en la Sagrada Biblia no has de creer temerariamente que se trata de errores, ni esto por ninguna razón ha de disminuir tu fe en la Palabra, sino más bien has de pensar que detrás de toda contradicción aparente hay una realidad muy profunda que, precisamente en cuanto no es obvia, tampoco puede ser dicha de manera trivial y única.

16.3. Es lo mismo que sucede con la juventud. Es una etapa marcada de contradicciones en la generalidad de los casos: el desconcierto se une al arrojo; la baja autoestima a veces cohabita con la altanería y no es extraño ver juntos al miedo y el valor. ¿Por qué sucede así? Porque la juventud es tiempo de profunda complejidad en que no sólo hay que lograr nuevas metas, sino abrir nuevos caminos.

Continuar leyendo “16. Flecha Lanzada Por El Amor”

15. ¡Habla, Señor!

15.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

15.2. La voz del Padre celestial, por la que fueron creadas todas las cosas, puede todavía oírse en las cosas creadas. Esta es la virtualidad del silencio: que te acerca a esa voz. Por eso está bien dicho en español: “guardar” silencio, como se guardan los tesoros, como se guarda la pureza, como se guarda el rebaño en tiempo de tormenta.

15.3. Toda la vida espiritual la puedes mirar como un encuentro con esa voz primordial, con esa intención primera, en la que está toda la fuerza que te hace ser y todo el amor que te sostiene en el ser. Esa es la voz que se deja oír en tu conciencia, la que resuena cuando estás atento a la Sagrada Escritura, la que te exhorta cuando tus Superiores te corrigen, la que, a través de ti también, se hace predicación y luz para tus hermanos.

Continuar leyendo “15. ¡Habla, Señor!”

14. El Reloj De La Eternidad

14.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

14.2. La vida vuestra está marcada por el ritmo. El día sigue a la noche, como las lágrimas suceden a la risa, y el consuelo a la tristeza. Dios Padre ha hecho brillar para vosotros el sol que se anuncia y se esconde; esto para la vida natural. Para la vida de la gracia, que a veces llamas “vida sobrenatural”, hay también un Sol que se llama Jesucristo. Este Sol, en cuanto fuente de vida, de perdón y de amor, nunca se oculta; pero en cuanto comparte vuestra naturaleza humana, tiene también su propio ritmo, su propio palpitar.

14.3. Donde mejor puedes percibir este ritmo es, desde luego, en su Corazón. Así como el bebé cuando recibe la leche de la madre recibe también la suave música con que palpita el corazón materno, así vosotros, cuando os alimentáis de Cristo, podéis recibir, si queréis, el ritmo de su propio modo de amar.

Continuar leyendo “14. El Reloj De La Eternidad”

13. Descubrirte Creado

13.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

13.2. Hoy quiero meditar contigo la semejanza y la diferencia que hay entre la creación y la redención. Sabes que la redención o salvación ha sido llamada “nueva creación” (2 Cor 5,17; Gál 6,15), y no sin razón, porque la transformación realizada cuando el amor de Dios Padre se desborda en el alma humana en atención a los méritos de Cristo es sólo comparable a la obra de la creación.

13.3. Tú no fuiste testigo de tu creación, mientras que sí puedes notar mucho de la obra de tu redención. Digo esto, y sin embargo te invito a que descubras de modo nuevo lo que significa ser creado, que es algo muy próximo a presenciar tu propia creación. Revestido de este conocimiento tendrás la parábola más alta para saber qué fue lo que Cristo, Nuestro Señor, hizo por ti y por tus hermanos los hombres.

Continuar leyendo “13. Descubrirte Creado”

12. Ejercicios De Eternidad

12.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

12.2. Tú has querido dar un título a mis palabras; les has llamado un “diario”. Tú tienes muchos días; yo sólo tengo uno. Tus días comienzan, transcurren y mueren, como tú mismo. Mi Día no empieza, no cambia y no conoce final. Escribiendo un poco cada día construyes un hábito. Fíjate que el hábito es superior a cada día, aunque sucede en cada día. Adquirir hábitos es vencer a la sucesión de los tiempos. Aquello que permanece se aproxima en su duración a lo que es eterno. “Se aproxima” no quiere decir que llegue a estar realmente cercano, sino que se hace menos lejano.

12.3. Lo que quiero decirte es que la duración es un ejercicio de eternidad, y por tanto, que cuanto más estables sean tus buenos hábitos y costumbres, mejor dispuesto te encontrarás para aceptar la eternidad de tu destino y prepararte para ella.
Continuar leyendo “12. Ejercicios De Eternidad”

11. La Gloria De Dios

11.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

11.2. ¿Qué siente tu alma si te digo que Dios será tu Juez? Una de las riquezas que tiene la invocación del Nombre Divino, que está “sobre todo nombre” (Flp 2,9), es precisamente la afirmación de Dios como Juez de todo lo creado. Pero muchos sienten que la proclamación del Juicio de Dios es algo así como una intromisión de Dios en sus terrenos. De ahí puedes deducir cuán lejos se encuentran de reconocerlo como Señor, porque piensan que el ejercicio de su señorío es una especie de injerencia abusiva.

11.3. Yo quiero que tú reconozcas las grandezas del juicio de Dios, en dos sentidos: como grandeza de ese Juicio Final que la fe te predica, y como grandeza del modo como Dios juzga. Estos dos sentidos están relacionados: quien conoce cómo juzga Dios no teme, sino que anhela la plenitud de ese juicio en la Historia humana.

11.4. “Dios juzga” es sinónimo de “Dios ha mostrado su gloria”. Y la gloria de Dios es la expresión más sublime que tenemos las creaturas para referirnos a las riquezas insondables de su ser íntimo. Sólo el Hijo tiene un conocimiento cabal y pleno del Padre, como Él mismo dijo: “Nadie conoce quién es el Padre sino el Hijo” (Lc 10,22). El Hijo sabe del Padre no por una revelación que el Padre le haya concedido, sino por una donación íntegra del ser que el Hijo mismo es.
Continuar leyendo “11. La Gloria De Dios”

10. El Santo Nombre De Dios

10.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. La Iglesia peregrina comienza toda oración invocando el Nombre de Dios. Hoy quiero que conozcas un poco de las riquezas de esta invocación, y que descubras qué inmenso tesoro se halla en pronunciar este Nombre.

10.2. Si el segundo de los mandamientos de la Ley de Dios quiere preservar la santidad de este Nombre, es porque sin Él no sabrías a quién llamar. El Nombre de Dios es la victoria sobre la soledad radical del hombre en el cosmos inmenso. Sin ese Nombre no podrías llamar “infinito” sino al universo mismo, y sería éste universo la referencia última de toda realidad humana. Tal fue el terrible drama que vivió el mundo pagano, que aunque decía tener dioses, éstos en el fondo eran parte constitutiva del mismo universo en que estaban los hombres. Tales “dioses” eran una prolongación de las necesidades y anhelos de la raza humana, y en este sentido, sólo eran expresiones de la indigencia de quienes les daban culto.
Continuar leyendo “10. El Santo Nombre De Dios”

9. La Felicidad De Jesucristo

9.1. Piensa que tu alma no tiene fronteras. Eres infinito hacia adentro, y, como ya te dije alguna vez, mi tarea es guiarte hacia adentro, porque esa es la dirección del infinito. Aquellos primeros padres de la raza humana, Adán y Eva, fueron llamados por Dios hacia el infinito del amor y del conocimiento. En vosotros, que sois sus hijos, está ese impulso que os hace buscar el conocimiento más allá de la utilidad, y el amor más allá del placer.

9.2. Pero en el estado en que quedó la humanidad cuando Dios quiso que la muerte fuera remedio a la rebeldía del pecado, el modo de felicidad del puro conocer y más disfrutar, modo que de suyo es infinito, se ve truncado por la muerte y por sus señas en la vida, que son la enfermedad y la vejez, pero también el cansancio, el tedio y el absurdo. Por eso muchos piensan que la felicidad no es posible ya para la raza humana, porque sólo admiten aquella felicidad que quedó frustrada después de la obra del pecado.
Continuar leyendo “9. La Felicidad De Jesucristo”

8. Te Daré Alegría

8.1. Tú sabes que el saludo de Gabriel a la Virgen María puede traducirse por una invitación a la alegría: “¡Alégrate, Llena de Gracia…!” (Lc 1,28), soléis leer en aquel pasaje del Evangelio. Esa invitación no es sólo para ese momento. Ya ves cómo te he invitado muchas veces a que abras paso a la alegría en tu vida. Y es que la alegría es el fruto natural del espíritu que está unido a su Dios. En efecto, ¿de dónde proviene el gozo, sino de la presencia del bien deseado y amado? ¿Cómo entonces privarse de gozo cuando se conoce el amor de Dios?

8.2. Dios es Fuente de Vida, es Principio de Fortaleza, es Manantial de Sabiduría, y no cabe que cese de ser alguna de estas cosas. En el mismo sentido, no cabe pensar que su bondad se detenga y por lo tanto no hay razón válida para que se ponga un límite a la alegría. La única tristeza profunda sería que Dios dejara de ser Dios, pero esto es imposible, en donde ves que para las creaturas racionales la tristeza sólo existe en cuanto accidente, fruto de una circunstancia de pérdida del Bien Supremo.
Continuar leyendo “8. Te Daré Alegría”

7. Cristo, Dios y Hombre

7.1. Nuestro Señor Jesucristo dijo en alguna ocasión: “Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me ha enviado” (Jn 14,24). Puedes ver en ese modo de hablar que Él es modelo no sólo de los hombres sino también de los Ángeles. Él es nuestra cabeza y de Él todo recibimos, y en su gloria, llenos de amor, servimos.

7.2. Jesucristo fue enviado para vuestra salvación, pero su obra fue también como una revelación nueva para nosotros, por las razones que la Sagrada Escritura te ha dado a conocer, muy singularmente por el misterio adorable de su muerte en la Cruz. ¡Hay tal distancia entre Dios y la muerte! Él es la Vida misma y la Fuente de toda Vida, ¿cómo pensar o suponer algún género de poder de la muerte sobre Él? Por eso te digo que también para nuestro entendimiento hubo y hay lecciones sublimes en la muerte del Hijo Unigénito de Dios.

7.3. Es normal que te preguntes cómo nosotros, que carecemos de tiempo, podemos llegar a aprender algo, puesto que el aprendizaje implica el paso de la ignorancia al saber. Pero observa que la misma pregunta podrías hacerla con respecto al Hijo de Dios, que en sí mismo es eterno, y sin embargo de Él fue escrito que “experimentó la obediencia” (Heb 5,8). Tener experiencia es algo que sólo sucede en un determinado tiempo, de donde alguien podría imaginar que el Verbo Eterno de Dios quedó sometido al tiempo por lo menos en cuanto tuvo experiencia de la obediencia, o del dolor, o de la muerte. Y aunque esto es cierto en algún sentido, porque es parte de su humillación, sin embargo el Verbo no cambió, no creció ni disminuyó por el hecho de la Encarnación. En este sentido, su “experiencia” no marca un tiempo en aquello que Él es en sí mismo.
Continuar leyendo “7. Cristo, Dios y Hombre”

6. Que El Amor Te Haga Hablar

6.1. Después de celebrar la Santa Misa he compartido un momento con mis hermanos de Comunidad. Después, ya en mi habitación, he escuchado al Ángel.

6.2. “¡Santo!, ¡Santo!, ¡Santo es el Señor Dios del universo!”: aquello que cantáis cuando celebráis la Santa Misa es un dulce eco de las alabanzas celestes; así lo enseñó Isaías (Is 6,3), y así es. Especialmente en ese momento precioso la Iglesia del Cielo y de la Tierra se reúne en el amor y la adoración, y todos, vosotros y nosotros, gozamos de la comunión y de la amistad en Dios. ¡Qué paradoja saber que mientras que esto es así en cada Eucaristía, muchos hoy siguen buscando, como a tientas, reunirse o comunicarse con nosotros los Ángeles, porque desean hallar en nosotros fuerza, belleza, pureza y sabiduría!
Continuar leyendo “6. Que El Amor Te Haga Hablar”

5. No Puedes Negar La Realidad Del Infierno

5.1. El pensamiento es la mayor de tus fuerzas. Una palabra es suficiente para cambiar una vida. Todo cuanto existe fue primero y radicalmente es siempre pensamiento divino, porque en ese pensamiento de Dios está la verdad del universo.

5.2. Una vida, entonces, puede ser más o menos verdadera, según que se acerque o se aparte del pensamiento de Dios. Las creaturas racionales como vosotros o nosotros nos acercamos a Dios o nos apartamos de Él de acuerdo con los actos de libre voluntad. La obediencia es la libre aceptación del pensamiento divino, y por ello es la fuente de la verdad y del verdadero ser. Sin ella, la creatura entra en contradicción consigo misma, porque no puede quitarse el ser que no se ha dado pero tampoco alcanza el verdadero ser que quiso para ella Aquel que hizo que existiera.

5.3. Cuando esta contradicción es o se hace definitiva, es decir, en el caso en que la creatura no está sujeta al tiempo, puedes hablar de “infierno”. No puedes negar la realidad del infierno sin negar la realidad de la libre voluntad. Y no puedes negar la libre voluntad sin negar la posibilidad de un conocimiento real de sí mismo, porque las creaturas racionales estamos facultadas para conocer como exteriores y distintos de nosotros los que son nuestros bienes y nuestros males. No es posible conocerse y conocer lo que es realmente bueno para uno y no desearlo, porque la fuerza con que el Creador nos hizo ser hace que deseemos ser en plenitud. Esto vale para los Ángeles y los hombres.
Continuar leyendo “5. No Puedes Negar La Realidad Del Infierno”

4. La Mirada y La Palabra

4.1. Invoqué el Nombre del Señor y puse mi esperanza en Él; y luego escuché.

4.2. ¡Dios nos une! Esta es una sublime verdad que deseo se convierta en tu alegría. Más unidos estamos cuando miramos hacia Él que si pretendiéramos mirar el uno hacia el otro. Por eso hoy te propongo un camino fácil para evitar multitud de pecados: mira primero a Dios y sólo después a tu prójimo.

4.3. Aquí sucede lo mismo que con los mandamientos que Cristo enseñó como fundamento de toda la Ley y los Profetas: primero, amar a Dios sobre todas las cosas, y segundo amar al prójimo como a sí mismo (Mt 22,36-40). Cristo dijo que este segundo mandamiento era “semejante” al primero, pero también lo llamó “segundo”, porque si no está apoyado en el primero, es imposible de cumplir. Pues bien, ya que la mirada sigue al afecto y el afecto a la mirada, lo que Cristo dijo del amor has de aplicarlo a tu modo de ver, y por eso has de mirar primero a Dios y sólo después a las creaturas de Dios.
Continuar leyendo “4. La Mirada y La Palabra”

3. Sólo A Cristo Debéis Mirar

3.1. He llegado a mi habitación después de una pequeña jornada de predicación y confesión. Y he pensado que soy inmensamente feliz por la amistad celestial que Dios me ha concedido.

3.2. La palabra que describe nuestro ser de Ángeles es “firmeza”; la que describe vuestro ser de hombres es “cambio”. No es que nosotros seamos firmes por nosotros mismos, sino por la unión de todo nuestro amor con Aquel a quien contemplan nuestros ojos. De esta unión nace nuestra firmeza. Como vosotros, mientras sois peregrinos, carecéis de una unión semejante, vuestros actos van generalmente marcados por la discontinuidad, la ruptura y la contradicción. Tal es vuestra fragilidad.
Continuar leyendo “3. Sólo A Cristo Debéis Mirar”