Cuando una pareja le pidió al niño de 12 años que describiera por enésima vez lo que vio y cómo escapó, cruzó sus brazos firmemente sobre su pecho y volvió a llorar.
Luis Carlos y su madre revisaron las listas de los desaparecidos y los trasladados a los hospitales escritas a mano, estremeciéndose ante los nombres que reconocían.
El terremoto cuyo epicentro se localizó en el cercano estado de Puebla mató al menos a 230 personas en México, incluidos 23 chicos y cuatro adultos en la escuela de Luis Carlos. El secretario de Educación, Aurelio Nuño, dijo que 11 personas fueron rescatadas con vida del edificio escolar.
El pequeño aceptó los abrazos al llegar a la escuela pero se sintió impotente detrás de las barreras de seguridad.
Recordó que estaba en la clase de inglés el martes cuando todo comenzó a moverse. Se dirigió a la puerta dejando su mochila, libros y lápices detrás. Primero fue hacia la escalera principal de la escuela, una estructura de concreto que daba al frente del edificio.
“Vi que empezó a romperse el techito entonces me doy la vuelta… agarré a mis amigos y nos vinimos corriendo” mientras el edificio se sacudía violentamente, relató.
“Se movía mucho. Me agarré y bajé como cinco escalones en un jalón. Fue muy complicado bajar”, agregó.
El polvo que caía de las paredes y el techo hacía difícil ver, pero aun así pudo distinguir a estudiantes con cortes sangrantes en los brazos. Todos lloraban y gritaban.
Al acercarse a la salida vio al conserje en el suelo con la espalda cubierta por escombros, aparentemente muerto. En la calle llegaban las ambulancias y los maestros manchados con sangre lloraban.
“Todo era un caos”, dijo, pero Luis Carlos sólo tenía un pensamiento mientras miraba la escuela colapsada: ¿Dónde estaba su hermanito?
José Raúl Herrera Tomé se encontraba en un aula en un edificio adjunto al que estaba su hermano mayor. El pequeño de siete años le dijo a su madre más tarde que un compañero de clase fue el primero en gritar “¡Está temblando!”.
Contó que los estudiantes no oyeron ninguna alarma pese a que el sismo ocurrió sólo dos horas después de que su escuela, y todas las demás en México, hicieran un simulacro de evacuación para conmemorar el 32 aniversario del terremoto de 1985 que mató a miles.
“Esto es lo que me da coraje “, dijo el hermano mayor sobre la ausencia de alarmas. “¿Cuántos segundos perdieron allí?”
José Raúl también corrió primero hacia la gran escalera del frente de la escuela, pero se detuvo cuando vio que empezaba a desmoronarse. Volvió al aula y esperó allí con sus compañeros hasta que cesaron las sacudidas.
La madre de los chicos dijo que la mayoría de los cuerpos recuperados fueron colocados en una sala de usos múltiples cerca de la escalera del frente.
“Mama, yo vi a una nchica cómo se vino abajo porque se aplastó”, recordó que le dijo José Raúl tras escapar del edificio. “Él lloraba mucho por eso. ‘Es que no la pude salvar'”, se lamentó con su madre.
Cuando los hermanos finalmente se encontraron afuera de la escuela se abrazaron.
“Lloramos. Era mi única más grande preocupación”, dijo el mayor.
Ayer Luis Carlos ayudó a entregar agua y vendajes a los rescatistas durante una hora mientras padres frenéticos le preguntaban si había visto a sus hijos. En ningún momento se separó de su hermano menor.
La familia planeaba ir luego al velorio de la maestra de segundo grado Claudia Ramírez, a quien José Raúl adoraba. Ramírez era “una de esas pocas maestras excepcionales, únicas, que dejaba huella en la vida de los niños y en la de los papás”, dijo Tomé.